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Reportaje:Mar de Aral

Esperando las olas

Lejos, muy lejos? en Asia Central, en el norte de la rep¨²blica de Uzbekist¨¢n, est¨¢ el pueblo de Muynak. Antes estaba en una isla llena de ¨¢rboles, ahora la rodea el desierto. Es la ¨²ltima poblaci¨®n frente al desierto, casi devorada por el desierto. Y a las afueras del pueblo, sobre un promontorio, hay un memorial, un memorial muy modesto.

Es un mirador curvo como la popa de un buque que se proyecta sobre el desierto, donde hasta los a?os setenta romp¨ªan suavemente las olas del mar de Aral, "el cuarto lago m¨¢s grande del mundo". En el centro del mirador hay un monumento de cemento pintado, en forma de vela, y unos paneles con mapas donde se reproducen algunas cifras y estad¨ªsticas de la cat¨¢strofe: el n¨²mero de kil¨®metros cuadrados de mar perdidos cada a?o, las toneladas de peces que durante d¨¦cadas se pescaban en este mar y abastec¨ªan los mercados de todos los pa¨ªses del Pacto de Varsovia, los miles de personas empleadas en la industria pesquera y conservera que se quedaron sin trabajo: "Hace medio siglo, la superficie del mar llegaba a los 67.000 km2. Comenz¨® a ver reducido el nivel de sus aguas en la d¨¦cada de los sesenta, cuando la URSS desvi¨® el caudal de los r¨ªos que lo alimentaban, el Amu Daria [que nace en la meseta de Pamir, sirve de frontera natural entre Afganist¨¢n, Tayikist¨¢n, Turkmenist¨¢n y Uzbekist¨¢n, y despu¨¦s de recorrer 2.540 kil¨®metros desemboca en el mar de Aral] y el Sir Daria [que fluye durante 2.200 km desde el noroeste hacia el sureste de Kazajist¨¢n, hasta desembocar en el mar de Aral por el extremo norte], para regar los cultivos de algod¨®n de Kazajist¨¢n y de Uzbekist¨¢n. Desde entonces, la explotaci¨®n de los r¨ªos ha convertido los alrededores del lago en un inmenso campo de algod¨®n, pero a cambio se han perdido dos millones de hect¨¢reas de tierra f¨¦rtil y se ha provocado una cat¨¢strofe ecol¨®gica. Durante d¨¦cadas, el mar no recibi¨® pr¨¢cticamente nada de agua, por lo que empez¨® a evaporarse r¨¢pidamente y a bajar de nivel. Actualmente, su extensi¨®n se ha reducido a la mitad, y el nivel de sus aguas se ha reducido aproximadamente el 75%".

En cinco d¨¦cadas, su extensi¨®n se ha reducido a la mitad, y el nivel de sus aguas, aproximadamente un 75%"
"S¨ª, la canoa la conservo, porque yo qu¨¦ s¨¦ si el mar regresar¨¢ ma?ana", dijo un viejo lugare?o
El c¨¢ncer y la mortalidad infantil han aumentado en la poblaci¨®n, incluso el clima se ha visto afectado

el memorial fue erigido con motivo de un simposio internacional que se celebr¨® para atraer fondos econ¨®micos y generar ideas sobre c¨®mo se podr¨ªa remediar la que algunos califican como una de las peores cat¨¢strofes medioambientales de todos los tiempos. Algunos participantes en el simposio aportaron estad¨ªsticas sobre la salinidad de las aguas, que se ha triplicado, provocando la destrucci¨®n de su flora y fauna. Otros hablaron de la capa de pesticidas qu¨ªmicos y sales naturales que, a medida que baja el nivel del agua, son arrastrados por el viento en forma de nocivas tormentas de polvo que afectan gravemente a la salud de los habitantes de la regi¨®n. El c¨¢ncer y las enfermedades respiratorias de las poblaciones ribere?as han aumentado, as¨ª como la tasa de mortalidad infantil. Incluso el clima se ha visto afectado, ya que tanto las temperaturas de invierno como las de verano se han extremado. Los congresistas barajaron hip¨®tesis, debatieron soluciones, propusieron medidas, se comprometieron a pensar, a difundir, a trabajar?

No se volvi¨® a poner sobre el tapete dos soluciones para devolver la vida al desierto, dos proyectos que se postularon durante los a?os ochenta, en el periodo en que los dos pa¨ªses perjudicados por la desecaci¨®n del Aral, Kazajist¨¢n y Uzbekist¨¢n, estaban integrados en la URSS. Impuestos del refr¨¢n que propone "a grandes males, grandes remedios", algunos ingenieros sovi¨¦ticos barajaban grandes proyectos: el primero, desviar alguno de los grandes r¨ªos de Siberia, por ejemplo el Ob, hacia Asia Central. Al fin y al cabo, en Siberia sobra agua y hay poca gente. Y de esta manera volver¨ªan a afluir grandes cantidades de agua al Aral. La segunda soluci¨®n, no menos imaginativa y grandiosa, propon¨ªa destruir con dinamita los glaciares de los sistemas monta?osos -el Tian Shan y el Parir- donde nacen el Amu Daria y el Sir Daria. As¨ª se multiplicar¨ªa el caudal de los r¨ªos, y aunque buena parte de ¨¦l se quedase por el camino, en los cultivos del algod¨®n, parte del agua llegar¨ªa hasta el mar.

Los tiempos han cambiado. La audacia prometeica con la que los ingenieros sovi¨¦ticos, seguros de la supremac¨ªa de la raz¨®n t¨¦cnica sobre la naturaleza, desviaban r¨ªos, allanaban monta?as, edificaban ciudades secretas o trazaban canales imposibles sobre la superficie de la URSS como quien da unos tajos a un pastel, o sustra¨ªan al Aral el agua para canalizar las inmensas plantaciones con las que obtendr¨ªan la "independencia algodonera" de los pa¨ªses capitalistas y vestir¨ªan a millones de ciudadanos sovi¨¦ticos, ha pasado a la historia. (Bueno, bien pensado, quiz¨¢ no completamente).

los visitantes de muynak son, por lo general, turistas que siguen la Ruta de la Seda por Samarcanda y las dem¨¢s ciudades de Tamerl¨¢n, con sus madrasas y mezquitas y minaretes cubiertos de azulejos y palacios de los kanes y mausoleos de hombres sabios; se han desviado un poco de esa sarta de ciudades espl¨¦ndidas para ver tambi¨¦n el desierto, la ausencia. Al fin y al cabo, si el mar convertido en arenal no es una de las siete maravillas del mundo antiguo, s¨ª es una de las mayores cat¨¢strofes ecol¨®gicas de la modernidad. ?Se recomienda la visita!

En el edificio del teatro-cine de Muynak tambi¨¦n hay un museo, modest¨ªsimo, sobre la edad de oro del pueblo. Consiste en una sala. All¨ª se exhibe una panoplia con pieles de los animales que antes de la cat¨¢strofe viv¨ªan all¨ª, y algunos artes de pesca, y una colecci¨®n de ¨®leos de paleta fauvista que representa escenas placenteras -barcas y ba?istas en la orilla, la playa bajo el palio de la luz crepuscular, casitas de pescadores, un entoldado con orquestina y parejas bailando en el desaparecido paseo mar¨ªtimo-, y unas fotograf¨ªas en blanco y negro de la factor¨ªa de conservas y de los barcos bailando sobre las olas. Despu¨¦s de visitar ese museo, los forasteros -turistas descolgados por un d¨ªa de la Ruta de la Seda con sus ciudades de Las mil y una noches- ya no saben muy bien qu¨¦ hacer. Ya se han dado una vuelta y otra por el pueblo. Contemplados los edificios enf¨¢ticos del antiguo r¨¦gimen, concebidos a una escala colosal, como si fuesen a alojar a cientos de funcionarios, que se alzan al fondo de plazas suficientemente espaciosas para albergar un desfile del Ej¨¦rcito Rojo; asomada la nariz a un caf¨¦ sospechoso; rendida una visita rom¨¢ntica a las ruinas de la factor¨ªa conservera; y sonre¨ªdo a un ni?o en bicicleta, ni?o cordial, con la cara llena de mocos? Entonces los forasteros se dan un paseo hasta el mirador y observan la lejan¨ªa: arena hasta el horizonte, salpicada de matas de espino. Un paisaje pobre. El sol est¨¢ turbio de lejanas tempestades de arena. A los turistas se les queda la mente en blanco, falta de est¨ªmulos?

Algunos de ellos, con pujos de aventurero o fetichistas de una variante singular (parecida a la que atrae a los visitantes de los grandes campos de batalla y de los campos de concentraci¨®n en cuya verja de ingreso un cartel reza: "Entrada, seis rublos. Ex prisioneros y descendientes, entrada libre"), viajar¨¢n al d¨ªa siguiente para ver hasta d¨®nde se ha retirado el mar, en un Jeep que pondr¨¢ a prueba el temple de sus ri?ones brincando durante horas por la pista que discurre, se hunde, pierde las roderas, las vuelve a encontrar, una y otra vez, con monoton¨ªa lunar, al principio aliviada por la visi¨®n de alg¨²n pecio en la arena o por el espejismo plateado, centelleante, de una planta extractora de gas con su estilizada chimenea arrojando al cielo furiosas llamas. Llegados a la orilla remota y desolada, mientras se dan un ba?o inici¨¢tico, con sabor de fin del mundo, el ch¨®fer, hombre taciturno, de dientes de oro, que masca incansable una hierba estimulante, de uso legal en Uzbekist¨¢n, les armar¨¢ la tienda de campa?a y cocinar¨¢ una cena bajo las estrellas. Y a la ma?ana siguiente les devolver¨¢ a Muynak. No puede haber muchas profesiones m¨¢s extra?as que la de ch¨®fer de Jeep por el desierto de Aral.

este verano, estando yo de viaje por Uzbekist¨¢n, empotrado en la expedici¨®n de la cineasta Isabel Coixet, que rodaba un documental sobre Aral para la fundaci¨®n We Are Water, me encontr¨¦ en ese mirador de las afueras de Muynak del que hablaba p¨¢rrafos arriba. Por all¨ª tambi¨¦n estaban unos chicos intercambiando bromas y bravatas, con las sandalias rotas, pero coquetamente reclinados sobre sus vetustas motocicletas con sidecar de fortuna, piezas del parque m¨®vil que el ej¨¦rcito ruso dej¨® abandonadas cuando la URSS se desprendi¨® de las rep¨²blicas centroasi¨¢ticas y los militares se volvieron a Rusia. Y apartado, apoyado en la baranda, mirando el desierto, pero viendo con la imaginaci¨®n el mar de su juventud, estaba un hombre enjuto, vestido con camisa y pantalones viejos, calzado con sandalias gastadas, un hombre fuerte, de edad madura, aunque la piel curtida por el sol y la boca completamente desdentada le llenaban el rostro de arrugas y le hac¨ªan parecer casi un hombre viejo.

Era mediada la ma?ana de un d¨ªa laborable, y aquel hombre desocupado que observaba la hilera de barcos oxidados varados en la arena al pie del mirador dispone de infinito tiempo libre para entregarse a sus meditaciones solitarias.

Esa hilera de los nueve barcos con los cascos oxidados y cubiertos de grafitti de tiza, apuntando con la proa hacia las dunas del desierto y, m¨¢s all¨¢, a la retra¨ªda, remot¨ªsima orilla del mar en retirada, constituyen una instalaci¨®n art¨ªstica sin parang¨®n en el mundo, a la que si se le tuviera que reprochar algo ser¨ªa el car¨¢cter conspicuo, demasiado evidente, de su deprimente alegor¨ªa. Barcos en la arena. En v¨ªsperas del aludido simposio internacional, fueron a buscar unos cuantos barcos tierra adentro y los colocaron ah¨ª, uno al lado del otro, como una atracci¨®n curiosa completando el memorial con sus siluetas de esqueleto.

El hombre se llamaba Sailov y ten¨ªa 56 a?os; cuando trabamos conversaci¨®n, dijo que cada d¨ªa del a?o iba a pasar un rato en el mirador, para ver su barco. Y explic¨®, se?alando el de mayor eslora y calado de los nueve que hac¨ªan guardia a nuestros pies, de proa al desierto, que d¨¦cadas atr¨¢s fue pr¨¢ctico en ese mismo barco hasta que tuvo que irse a Georgia a cumplir con el servicio militar.

es decir, que naveg¨® durante los primeros a?os de su juventud, y al regreso, cuando volvi¨® a enrolarse en el barco, observ¨®, d¨ªa a d¨ªa, la retirada del mar. Como suele pasar con las personas presas de una nostalgia incurable, ni sent¨ªa curiosidad alguna por el interlocutor forastero, ni le extra?aba que le hiciera preguntas, ni le disgustaba responder a ellas, siempre que se refiriesen a su obsesi¨®n.

-Mi barco se llamaba Gaviota. Aquellos a?os fueron una maravilla. Corr¨ªa por aqu¨ª el viento salino, tan fresco, y era una delicia embarcarse al amanecer, y qu¨¦ maravilla los peces fabulosos que hab¨ªa, y el olor del mar, y? y todo?

Dijo: "Esto era una isla. Llegaban al aeropuerto muchos turistas de la URSS. A las pensiones y hoteles de Muynak ven¨ªan muchos jubilados, muchos viejecitos, a descansar, a tomar el aire. La playa era de arena muy fina; el clima, muy agradable. En verano soplaba una brisa fresca del mar, llov¨ªa poquito?

"Ah¨ª, ?ve usted?, ah¨ª hab¨ªa un restaurante llamado precisamente Ola, donde cocinaban muy bien. Yo com¨ª all¨ª una vez. Y ah¨ª hab¨ªa muchas casas y balnearios y chiringuitos y chal¨¦s para pasar las vacaciones. En los jardines de esos chal¨¦s crec¨ªan ¨¢rboles grandes, de copas frondosas. Cuando los due?os de los chal¨¦s se fueron, y no sin raz¨®n, porque qui¨¦n va a querer pasar sus vacaciones mirando la arena, las casas fueron desvalijadas, y como hasta hace muy poco no ten¨ªamos gas, la gente invadi¨® los jardines y tal¨® los ¨¢rboles para convertirlos en le?a con que calentar las casas? De manera que ahora?".

Dijo: "El desastre empez¨® a notarse en 1975. En ese a?o ya ibas a ba?arte a la playa y el agua llegaba hasta determinada altura; y a la ma?ana siguiente volv¨ªas y comprobabas que hab¨ªa retrocedido un metro? Y antes de que te dieras cuenta, la orilla era una l¨ªnea en el horizonte, y al d¨ªa siguiente hab¨ªa desaparecido".

Dijo: "S¨ª, s¨ª que conozco los nombres de esos nueve barcos. ?se es el Andulka; ¨¦se, el Atrevido; ¨¦se, el Puerto de Muynak; el m¨¢s grande es el m¨ªo, el Gaviota; ¨¦se, el Brigada Starov; Rosa de los vientos, Ciudad de Jhiva, Caspio y Mijail B. Wolland. Estos nueve s¨®lo ten¨ªan una autonom¨ªa de unos quince o veinte kil¨®metros. M¨¢s adentro no era prudente ir. En cambio, ?ve aquellos otros dos, all¨ª, a la derecha, tierra adentro? De ¨¦sos no puedo decirle los nombres porque no los trataba tanto, son m¨¢s grandes y se dedicaban al transporte de mercanc¨ªas con Kazajist¨¢n. Y bueno, seg¨²n uno se interna en el desierto va encontrando los barcos all¨ª donde fueron quedando varados, cada uno a cierta distancia seg¨²n su calado. A cincuenta kil¨®metros tierra adentro encontrar¨¢ algunos colosales".

Dijo: "Una vez vine aqu¨ª con mi hijo y empec¨¦ a contarle mis recuerdos del mar, an¨¦cdotas de la pesca; y mientras hablaba, lo que yo dec¨ªa a m¨ª mismo me parec¨ªa que era un cuento, una especie de f¨¢bula maravillosa. Al darme cuenta de eso me entristec¨ª, y baj¨¦ la vista; mi hijo estaba detr¨¢s de m¨ª, a mi espalda, y sin que ¨¦l se diera cuenta yo ve¨ªa su sombra en el suelo, y vi que se llevaba el ¨ªndice a la oreja como significando ?qu¨¦ rollo tiene? o ?est¨¢ loco".

Me impresiona un poco saber que hoy, mientras escribo estas l¨ªneas, y tambi¨¦n hoy, mientras usted las lee en El Pa¨ªs Semanal, el buen Sailov habr¨¢ subido al mirador y estar¨¢ sumido en los fantasmas que le trae el casco oxidado del Gaviota? Ese paseo diario quiz¨¢ no es muy sano, pero me parece que Sailov tampoco tiene mucho m¨¢s que hacer?

Dan ganas de achacar la culpa del disgusto de esa vida desecada, resecada, al emperador Guillermo II de Alemania y al alto mando de su cuartel general.

Si durante la Primera Guerra Mundial el emperador no hubiera enviado a Lenin, como perro rabioso en un tren cerrado a cal y canto, a San Petersburgo para que sembrase la guerra civil entre los rusos -y el plan, de momento, le sali¨® redondo, pero a largo plazo de nada le sirvi¨®-, la Revoluci¨®n de Octubre no se habr¨ªa producido; y sin la revoluci¨®n no se habr¨ªa emprendido la conquista bolchevique del Asia Central, la ejecuci¨®n de sus kanes decadentes (salvo uno que salv¨® el pellejo saltando a su calesa y fustigando sin cesar a su caballo hasta que ¨¦ste le llev¨® a Afganist¨¢n) y la apropiaci¨®n de la regi¨®n, donde se cultivaba el algod¨®n en rama con m¨¢s ¨¦xito que en el resto de la URSS, como un recurso natural del que echar mano a voluntad. No hubiera existido nunca el SredAzHidroProyect, el organismo sovi¨¦tico encargado de las obras hidr¨¢ulicas en Asia Central, ni el SredAzHidroVodJlopok, organismo de cultivo del algod¨®n, para cumplir uno de los lemas del primer plan quinquenal, "?Hacia la independencia algodonera!", y la consigna del PCUS, "?El plan del algod¨®n a cualquier precio!", aunque ese precio, como ya entonces se preve¨ªa y calculaba como mal menor, fuese la desecaci¨®n del mar.

"Qu¨¦ l¨¢stima", dice Rustam, un licenciado de Tashkent (la capital uzbeka), un joven sobradamente preparado, con un m¨¢ster en Alcal¨¢ de Henares, que nos ha guiado hasta el desierto, facilit¨¢ndonos los permisos para circular y filmar, reservando veh¨ªculos y alojamiento, y sobornando con un billete de mil zums (cincuenta c¨¦ntimos de d¨®lar), cada vez que era necesario, a los oficiales de polic¨ªa apostados en las carreteras que, muertos de aburrimiento, detienen los coches y reclaman su mordida. "Qu¨¦ l¨¢stima, los uzbecos ten¨ªamos un tesoro, y mira, lo perdimos".

Atardec¨ªa. Soplaba el viento saturado de arena. Del desierto de Aral volv¨ªan tres vacas, flacas y cansinas, que habr¨ªan estado pastando en los matorrales. Una de ellas se volvi¨® y llam¨® al ternero, bramando al cielo. Volaban unas golondrinas a ras de suelo. Por las calles anchas no se ve¨ªa alma viviente. Pase¨¢bamos por la orilla, por el barrio de los pescadores, en "primera l¨ªnea de mar", entre casas de ladrillos de adobe y paja, con cubierta de uralita, las paredes pintadas de blanco, y las puertas y las ventanas, azules. A todas las protege de las tormentas de polvo y arena un vallado de tablones de madera remendada aqu¨ª y all¨¢ con una plancha de acero, procedente del casco de alg¨²n barco. Amparados por esas vallas se cimbreaban los ¨¢lamos, ¨¢rboles que crecen con relativa velocidad y se usan para hacer vigas.

Un se?or nos invit¨® a tomar el t¨¦ en su casa. Ten¨ªa 78 a?os; durante toda su vida profesional hab¨ªa trabajado como racionalizador de la producci¨®n en la planta conservera, y era un sujeto optimista. Se acordaba de los veranos de su infancia, cuando dorm¨ªa con su hermano en el jard¨ªn de aquella misma casa, cubri¨¦ndose con una s¨¢bana para protegerse de los mosquitos. "Y toda la noche o¨ªamos a los peces jugar".

Entras en la casa y te descalzas. Te conducen a un sal¨®n con el suelo y las paredes forradas de alfombras, te sientas en el suelo, sobre cojines, con las piernas cruzadas, y el ama de casa, con la cabeza cubierta y una t¨²nica jaspeada, va colocando sobre la mesa baja las teteras, las tazas y vasitos, la vodka y los refrescos, los cacahuetes salados, los pedazos de queso y de salami, los pastelitos y dulces, y se habla y se pronuncian brindis cuanto m¨¢s ceremoniosos y sentimentales mejor.

Yo dije: "Brindo por que el futuro retribuya la generosa hospitalidad y la nobleza de coraz¨®n de las buenas gentes de la rep¨²blica de Uzbekist¨¢n con prosperidad material, paz del esp¨ªritu, y la larga y dichosa vida que merecen".

?l asinti¨® complacido y a su vez hizo un brindis.

Luego dijo: "? Toda la noche o¨ªamos a los peces saltar y jugar. Los peces de aqu¨ª, comparados con los de otros mares, eran muy grandes y sabrosos, porque com¨ªan la hierba del lecho del mar, ?sabe usted? Y esa hierba les daba un sabor muy bueno. Todos mis vecinos eran pescadores y cada dos por tres me pasaban un cubo lleno de pescado. Tuve que empezar a decir que no me regalasen m¨¢s. En casa com¨ªamos pescado tres veces al d¨ªa, incluso durante la guerra: por eso todav¨ªa hoy soy muy fuerte, y aunque ahora tengo 78 a?os, en un duelo a pu?etazos le ganar¨ªa a cualquier joven? Los vecinos cazaban aves en los ca?izales. Hab¨ªa unos roedores de piel muy fina, que sal¨ªan del mar y se te met¨ªan en la casa? Sus pieles serv¨ªan para hacer gorros. Hab¨ªa tambi¨¦n patos, gansos, caza. Todo ha desaparecido, pero yo no me quejo, tengo una buena vida. Mi mujer y yo tenemos una pensi¨®n digna, y adem¨¢s, como ella fue diputada, no pagamos electricidad".

Dijo: "El mar poco a poco empez¨® a irse en 1970. Lo not¨¢bamos, pero ?qu¨¦ se pod¨ªa hacer? Dec¨ªan que los canales se llevaban el agua a otras partes, a Turkmenist¨¢n? La gente empez¨® a marcharse?, pero yo nac¨ª aqu¨ª y aqu¨ª me quedar¨¦".

Brindamos unas cuantas veces m¨¢s y nos incorporamos para irnos. Al cruzar el patio para salir de la casa hab¨ªa oscurecido. Era una noche sin estrellas, pero a la luz mortecina de una bombilla colgada de un saliente pudimos ver, en un rinc¨®n del patio, junto a un mont¨®n de botellas vac¨ªas de vodka, una canoa cubierta de polvo.

Dijo: "S¨ª, la canoa la conservo, porque yo qu¨¦ s¨¦ si el mar regresar¨¢ ma?ana. Dicen los cient¨ªficos que se han encontrado en el Aral vestigios de asentamientos humanos que demuestran que a lo largo de los siglos se ha secado y se ha vuelto a llenar por lo menos tres veces. Eso depende de los bancos de arena que se forman y se deshacen en la llanura, desviando el curso del r¨ªo. Y algunos dicen que unas corrientes subterr¨¢neas comunican el Aral con el Caspio, y que all¨ª, al Caspio, se ha ido el agua del Aral, y la prueba es que estos a?os el Caspio est¨¢ muy alto, m¨¢s de lo normal. Pero hay unos desplazamientos en el eje del planeta que pueden hacer que, como ya pas¨® antes tres veces, el agua regrese. A lo mejor alcanzo a verlo. Por eso no tiro la canoa. Cuando llegue el agua, yo podr¨ªa hacer vida en la parra, podr¨ªa plantar vid? ?S¨ª, creo que el mar volver¨¢!".

Los fara¨®nicos planes de irrigaci¨®n sovi¨¦ticos convirtieron este mar interior en un desierto. "Antes de que te dieras cuenta", recuerda Sailov, de 56 a?os, "la orilla era una l¨ªnea en el horizonte".
Los fara¨®nicos planes de irrigaci¨®n sovi¨¦ticos convirtieron este mar interior en un desierto. "Antes de que te dieras cuenta", recuerda Sailov, de 56 a?os, "la orilla era una l¨ªnea en el horizonte".ISABEL COIXET

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