El Lawrence de Montserrat
50 a?os de la muerte del aventurero padre Ubach
"Wadi Rumm era vasto y divino y estaba lleno de ecos, el silencio insondable de Azrak estaba impregnado del conocimiento de poetas vagabuidos, reinos perdidos, todo el crimen, la caballer¨ªa y la magnificencia muerta de Hira y de Gas¨¢n", escribi¨® Lawrence de Arabia. Menos inspirado, aunque no menos impresionado en similares parajes por las vistas, anot¨® en su diario el padre Ubach: "Davant el quadre encisador que m'oferia ac¨ª l'Eufrates, m'he lliurat un llarg temps a la seva contemplaci¨®, i a evocar les tantes escenes de l'antiqu¨ªssima hist¨°ria (...), s'ha anat fent fosc i quan vaix volguer prendre aliment totes les botigues estaven ja tancades". Ser¨ªa peor escritor, pero las aventuras del monje, que se pate¨® el Oriente Pr¨®ximo a fin de empaparse de geograf¨ªa b¨ªblica y recolectar artefactos para el museo de Montserrat, no iban a la zaga de las del coronel. El pr¨®ximo viernes se cumplen 50 a?os de la muerte de Dom Bonaventura Ubach (Barcelona, 1879-Montserrat, 1960), monje, biblista y viajero, y quien quiera hacerse una idea de las peripecias de este entra?able y extraordinario hombre no tiene m¨¢s que leer su Dietari d'un viatge per les regions de l'Iraq (1922-23), que ha editado Publicacions de l'Abadia de Montserrat y que incluye 300 fotos impagables. Ubach, que ya hab¨ªa recorrido otros escenarios de la Biblia, adquiriendo de paso una momia de cocodrilo en Egipto, quiso contemplar los de "los 11 primeros cap¨ªtulos del G¨¦nesis, y los monumentos que han venido a confirmar la realidad de los hechos narrados en las primeras p¨¢ginas de las Divinas Escrituras". Cierto, no era un prop¨®sito muy cient¨ªfico, y el monje adem¨¢s dec¨ªa misa durante el recorrido, ?pero cu¨¢ntas aventuras! Monta a camello, se le desboca una yegua, atraviesa feudos de los feroces beduinos Anaz¨¦, le transportan en viejos Fords destartalados dignos de las expediciones del conde Alm¨¢sy, visita las incipientes excavaciones de Dura Europos y Mari, consigue en Bagdad un aut¨®grafo ?de Feisal! y se hace amigo de un mago caldeo. Mientras tanto, va despachando cajas a Montserrat con los objetos que adquiere como buen catal¨¢n (lo dicen los editores) a precios risibles, incluidas tablillas cuneiformes y un pez gigante del Tigris. Su deseo de im¨¢genes b¨ªblicas le lleva a visitar la antigua Babilonia, Birs Nimrud, Ur, donde departe con otro viejo amigo de Lawrence, Woolley, que excava en el lugar y le regala unas cer¨¢micas (luego, a hurtadillas, arrancar¨¢ un ladrillo con el sello de Nabucodonosor: perdon¨¦mosle el entusiasmo al santo hombre). Conoce Basora, intima con el tir¨¢nico Gazal, terror del Arabist¨¢n, investiga -?brrrr!- a los iazidis o adoradores del diablo y visita la desolada N¨ªnive (y ah¨ª nos reconocemos muchos) "per la petita vanitat de poder un dia dir d'haver-hi estat".
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