Sin justicia no hay fe
?En menudo berenjenal meti¨® Eduardo Vasco a Carlos Aladro al ofrecerle esta comedia teol¨®gica de bandoleros desalmados, santos descre¨ªdos y demonios travestidos de ¨¢ngel! El condenado por desconfiado es una obra de tesis, si me permiten el anacronismo, d¨®nde se defiende el libre albedr¨ªo frente a la predestinaci¨®n: Paulo, el eremita del t¨ªtulo, se condena al dudar de que su salvaci¨®n depende s¨®lo de ¨¦l, mientras Enrico, su malvado antagonista, se salva al virar su rumbo en el ¨²ltimo minuto.
Para llegar a desenlace tan polar, el diablo, disfrazado de ¨¢ngel, hace creer a Paulo que su destino ser¨¢ el de Enrico, haga lo que haga. "Si su suerte he de tener, tenga su vida y sus hechos", le responde Paulo, decidido a transformarse en salteador de caminos. El condenado por desconfiado nos habla de una humanidad movida por el placer inmediato: su protagonista, santo s¨®lo por miedo a la justicia divina y bandolero vocacional en cuanto duda de aquella, es digno antepasado de quienes compran hoy voluntades, recalifican terrenos y blanquean dineros confiados en la inhibici¨®n de una justicia humana cortada a la medida de quienes pueden pagarse un buen pleito.
EL CONDENADO POR DESCONFIADO
Atribuida a Tirso de Molina. Versi¨®n de Yolanda Pall¨ªn. Int¨¦rpretes: Jaime Soler, Daniel Albadalejo, Arturo Querejeta, Eva Tranc¨®n. Director: Carlos Aladro. Compa?¨ªa Nacional de Teatro Cl¨¢sico. Teatro Pav¨®n. Hasta el 4 de abril.
Es una obra donde se defiende el libre albedr¨ªo frente a la predestinaci¨®n
El diablo, mensajero divino en apariencia, interpretado con iron¨ªa por Francisco Rojas, es tambi¨¦n una figura de perfiles contempor¨¢neos: alg¨²n cura, irland¨¦s o no, podr¨ªa ponerle una vela. El montaje de Aladro, la escenograf¨ªa a¨¦rea de Elisa Sanz y la luz fuertemente crom¨¢tica de Pedro Yag¨¹e acent¨²an la irrealidad de los acontecimientos, el car¨¢cter fabuloso, doctrinario y on¨ªrico de esta comedia cristiana basada en una historia que se remonta al Mahabarata. Aladro, que podr¨ªa haberla trufado de levitaciones, ha orquestado una magia m¨¢s sutil, de juego y encantamiento, al estilo de la que ensay¨® en La ilusi¨®n, de Corneille. Su espect¨¢culo tiene la ligereza de los relatos de tradici¨®n oral y la textura narrativa na?f de la literatura de cordel.
Que el demonio diga su mon¨®logo inaugural, donde expone los t¨¦rminos del teorema, oculto detr¨¢s de una gasa tupida, resta claridad y fuerza a sus palabras: con los ojos tambi¨¦n se oye.
En lo interpretativo, el montaje gira en torno al Enrico rufo y desabrido de Daniel Albadalejo, cre¨ªble de la cabeza a la punta del pie, atinadamente vestido por Montse Amen¨®s. Jaime Soler tiene el f¨ªsico monacal de su antagonista, pero no su car¨¢cter. Su criado Pedrisco (Arturo Querejeta) est¨¢ gracioso en su justa medida. Sugerentes, Eva Tranc¨®n y Muriel S¨¢nchez, multiplic¨¢ndose con gracia en los personajes femeninos. El zagalillo tierno y conmovedor de Rebeca Hernando es un personaje claro, renacentista, en medio del laberinto barroco.
En su versi¨®n de El condenado por desconfiado, la mano de Yolanda Pall¨ªn se hace felizmente invisible. Se agradece que en el programa de mano mencione las dudas sobre la autor¨ªa de la obra, y a sus posibles autores alternativos: Mira de Amescua y Andr¨¦s de Claramonte. A quien le interese el tema, le sugiero la edici¨®n de Alfredo Rodr¨ªguez L¨®pez-V¨¢zquez (C¨¢tedra, 2008). Cabe transmitirle a la Compa?¨ªa Nacional de Teatro Cl¨¢sico, que tan buena labor pedag¨®gica hace, una petici¨®n de la sociedad general de autores ¨¢ureos: que en los carteles y programas de toda comedia de autor¨ªa dudosa se ponga siempre "atribuida a", en tanto salimos de dudas.
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