El ciudadano se aleja de sus l¨ªderes
La crisis abre un desaf¨ªo colosal al ejercicio del poder, desata desconfianza en las ¨¦lites y abre un nuevo flanco a los populistas - La excepcional tensi¨®n entre las necesidades de largo plazo y el castigo electoral a corto dificulta la acci¨®n de gobierno
Abatido el muro de Berl¨ªn, el avance progresivo de la democracia liberal pareci¨® en los a?os noventa una fuerza tan incuestionable como una ley f¨ªsica. El irresistible atractivo de la mezcla de libertad y bienestar propia de Occidente conquist¨® pa¨ªses como ning¨²n ej¨¦rcito nunca pudo. Entre 1990 y 2006 el n¨²mero de democracias pas¨® de 76 a 123. Nada parec¨ªa capaz de cuestionar los logros y los cimientos pol¨ªticos liberales. Francis Fukuyama insinu¨® provocativamente en 1989 que el mundo se hallaba ante "el fin de la historia", como "punto final de la evoluci¨®n ideol¨®gica humana y universalizaci¨®n de la democracia liberal como forma final de gobierno humano".
Veinte a?os despu¨¦s, esa fuerza expansiva se halla en un grave estancamiento. Las democracias llevan tres a?os retrocediendo, y se han reducido a 116, seg¨²n calcula la prestigiosa Freedom House, un centro de estudios independiente estadounidense fundado en 1941 que analiza la situaci¨®n mundial de libertades y democracia. A los factores espec¨ªficos, nacionales, de cada colapso, se suma ahora un preocupante temblor global: la crisis econ¨®mica. Incubada y estallada en el seno del capitalismo, se abate ahora sobre el modelo pol¨ªtico liberal con agresividad, alimentando frustraci¨®n popular y evidenciando fragilidades de su sistema de gobierno. A la ineptitud para regular adecuadamente los mercados financieros, los gobiernos democr¨¢ticos suman ahora tremendas dificultades para paliar el desastre y tomar medidas necesarias pero impopulares. ?Est¨¢ a punto de resucitar la historia?
Desde 2006, el n¨²mero de democracias ha bajado de 123 a 116
Los dirigentes parecen paralizados entre negociaciones y rabia popular
40 pa¨ªses sufrieron un deterioro de las libertades en 2009, dice Freedom House
"Mucha gente cree que el modelo chino tiene sus ventajas", comenta Krastev
Puede que no, pero el final se hizo repentinamente turbulento. Las consecuencias de la Gran Recesi¨®n no se limitan a decenas de millones de empleos perdidos. En las democracias m¨¢s maduras, la crisis abre la en¨¦sima brecha de la historia a francotiradores populistas, mientras los dirigentes renquean semiparalizados por extenuantes negociaciones o por el cobarde temor a perder consenso. En las m¨¢s pobres, directamente agrieta los fr¨¢giles pilares del sistema, ya acosado por otros factores locales. Y, fuera del per¨ªmetro democr¨¢tico, amenaza con empa?ar la capacidad de atracci¨®n de ese modelo pol¨ªtico, el motor que convenci¨® a tantos pueblos a abrazar sus valores.
El desaf¨ªo no es ideol¨®gico. Empaquetado el tel¨®n de acero, la liberal democracia no tiene alternativas realmente competidoras. El desaf¨ªo es funcional. En los ¨²ltimos meses se ha quedado en la retina de muchos el contraste de imagen entre los dirigentes chinos, que han esquivado ¨¢gil y exitosamente la embestida de la crisis, y sus colegas occidentales, que se hallan ahogados en una mara?a de negociaciones, explicaciones y precauciones. ?stas son el fundamento de la grandeza de la democracia pero tambi¨¦n, en ocasiones, un frustrante l¨ªmite a la eficacia de su gobierno.
"La crisis, de momento, no ha producido una ola de cambios de r¨¦gimen, pero ha puesto en el foco la cuesti¨®n de la gobernabilidad", considera Ivan Krastev, analista pol¨ªtico y miembro fundador del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
El modelo chino -con su falta de libertad- no se convierte por ello repentinamente en una alternativa irresistible, pero contribuye a evidenciar las arrugas del liberal. Las tremendas dificultades legislativas de Barack Obama -que gan¨® holgadamente la presidencia y cuenta con mayor¨ªa en ambas c¨¢maras del Congreso estadounidense, pero se encuentra frenado por el exigente sistema de mayor¨ªas requeridas- son quiz¨¢ el paradigma de ciertas potenciales degeneraciones de la fenomenolog¨ªa democr¨¢tica. Lo que es prudencia a largo plazo puede ser un estorbo a corto.
Para m¨¢s inri, los dirigentes democr¨¢ticos deben enfrentarse ahora no s¨®lo a problemas tit¨¢nicos, sino hacerlo ante un horizonte de movimientos populistas que aparecen o repuntan y condicionan con fuerza la escena pol¨ªtica. Como el Tea Party estadounidense -con su ret¨®rica anti-Estado y anti¨¦lites- o las formaciones con discursos xen¨®fobos que agitan varios pa¨ªses europeos -Holanda, Italia, Grecia...-. El populismo es una vieja y conocida plaga de las democracias, y los colapsos econ¨®micos son su caldo de cultivo preferido. En otras d¨¦cadas parieron monstruos.
"Yo creo que el mayor impacto de la crisis actual consiste en una profunda transformaci¨®n interna a los reg¨ªmenes democr¨¢ticos", argumenta Krastev. "Somos testigos de un colapso de la confianza en las ¨¦lites pol¨ªticas y empresariales y de la emergencia de una nueva oleada populista global. Ahora, las tensiones estructurales en las democracias modernas no son tanto entre izquierda y derecha, sino entre pueblo y ¨¦lite. Las elecciones est¨¢n perdiendo su significado de opci¨®n entre alternativas y se transforman en procesos a las ¨¦lites. As¨ª, la democracia ya no es una cuesti¨®n de confianza, sino m¨¢s bien de gesti¨®n de la desconfianza", concluye Krastev.
La escalada de la desconfianza complica ulteriormente la tarea de los l¨ªderes de tomar medidas necesarias pero impopulares. ?stas son siempre maniobras dif¨ªciles, pero m¨¢s cuando la tropa no conf¨ªa de antemano en los generales. Entre las reformas sociales que inflaman las opiniones p¨²blicas y las financieras que preocupan los mercados, muchos l¨ªderes occidentales dan m¨¢s que nunca la sensaci¨®n de no saber c¨®mo moverse. En el primer mundo esto puede suponer una p¨¦rdida de competitividad, conflictos sociales, pero no una amenaza existencial. En otros lugares, el tema es m¨¢s grave.
Si las democracias ricas titubean, las pobres tiemblan. "En el an¨¢lisis del impacto de la crisis es fundamental dividir entre esos dos grupos. En el primero, por ejemplo, se extiende el caldo de cultivo para el populismo; pero en el segundo, directamente hay riesgos de colapso del sistema pol¨ªtico", argumenta Ignacio Urquizu, profesor de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense, remitiendo a un interesante estudio de Adam Przeworski y Fernando Limongi, Modernization: theories and facts.
Przeworski y Limongi han observado 101 democracias entre el a?o 1950 y el 1990. Ninguna de las 32 con renta per c¨¢pita superior a los 6.055 d¨®lares colaps¨® en todo el periodo estudiado; entre las restantes 69, cayeron 39. De ellas, 18 lo hicieron al a?o siguiente de un retroceso de la renta per c¨¢pita. "Las democracias, especialmente las pobres, son extremadamente vulnerables en los ciclos econ¨®micos negativos", concluyeron los dos profesores sobre la base de contundentes datos. El ensayo es de 1997.
El panorama sobre el que se abate ahora la tormenta econ¨®mica no es tranquilizador. Freedom House considera en su informe sobre el a?o 2009, publicado en enero, que la "erosi¨®n de la libertad se est¨¢ intensificando". Es el cuarto a?o consecutivo que esta organizaci¨®n registra un retroceso, porque el n¨²mero de pa¨ªses que sufren un deterioro supera a los que mejoran. Desde 2005, las democracias electorales han pasado de 123 a 116; 40 pa¨ªses han experimentado retrocesos en el respeto de libertades y derechos fundamentales en 2009, frente a s¨®lo 16 que lograron avances.
Naturalmente, cada pa¨ªs tiene circunstancias espec¨ªficas que provocan el retroceso, pero en el conjunto los datos sugieren que una crisis excepcional se materializa en un momento ya de por s¨ª negativo.
"En los ochenta, la ecuaci¨®n parec¨ªa infalible: abraza la democracia liberal, y tendr¨¢s crecimiento econ¨®mico", dice en conversaci¨®n telef¨®nica Arch Puddington, director de investigaci¨®n de Freedom House. Eso atra¨ªa. "El riesgo ahora es que las democracias liberales resulten menos atractivas y que ciertos pa¨ªses puedan mirar con mayor inter¨¦s a otros modelos. La situaci¨®n actual puede aumentar la credibilidad del modelo chino ante la mirada de algunos observadores. Aun as¨ª, no creo que se pueda recrear una situaci¨®n de bipolaridad como en la guerra fr¨ªa. El modelo chino es dif¨ªcil de copiar. Y, en fin, China no es y no parece el pa¨ªs m¨¢s feliz del mundo", apunta Puddington.
"No es que haya un nuevo entusiasmo por el autoritarismo, pero despu¨¦s de la crisis mucha gente cree que el capitalismo autoritario tiene sus ventajas", considera Krastev. "Aun as¨ª, creo que incluso los admiradores del modelo chino tienen sus dudas en imitarlo", coincide.
En el pasado, algunos analistas han considerado provocativamente la diferencia en la tasa de crecimiento de China (10% anual de media en la ¨²ltima d¨¦cada) y de India (6%) como el precio de la democracia. Sea cierto o no, el avance econ¨®mico supone un fuerte respaldo psicol¨®gico para el modelo chino y sus defensores, as¨ª c¨®mo la recesi¨®n es un mazazo para las opiniones p¨²blicas de las democracias.
Seg¨²n un estudio del Pew Center, en el baricentro mundial de las democracias liberales, Estados Unidos, los ciudadanos consideraron la actual d¨¦cada la peor desde los sesenta por abrumadora mayor¨ªa, opinaron que el liderazgo mundial de EE UU est¨¢ en claro declive y, por primera vez, la mayor¨ªa consider¨® que China es la principal potencia econ¨®mica mundial. Un dato sorprendente, ya que el PIB de EE UU es todav¨ªa el triple del chino.
No va mucho mejor entre los nuevos adeptos de la democracia. Entre 1991 y 2009, el porcentaje de ciudadanos que aprueban la adhesi¨®n al sistema capitalista ha retrocedido dr¨¢sticamente en los nueve pa¨ªses de Europa del Este sometidos a una encuesta del Pew Center. Sorprendentemente, incluso el cambio a la democracia ha perdido adeptos en seis de nueve.
Las opiniones son vol¨¢tiles, y un leve cambio de viento econ¨®mico soplar¨¢ sin duda hacia arriba ciertas encuestas. Pero hasta entonces, ser¨¢ necesario cuidar un sentimiento m¨¢s profundo e importante para las sociedades: la p¨¦rdida de la sensaci¨®n de progreso. La revista The Economist le dedic¨® en diciembre un interesante art¨ªculo de portada.
"La idea de progreso es la espina dorsal de una sociedad. En el extremo, sin la posibilidad de progreso, el avance de uno es la p¨¦rdida de otro", escrib¨ªa el rotativo brit¨¢nico. El problema es acuciante en una etapa de alto paro y recorte de derechos sociales. La falta de progreso agudiza el instinto de mors tua, vita mea sobre el que juegan xen¨®fobos y populistas. Quienes intentan dividir las sociedades entre "nosotros" y "ellos", sobre la base de la raza, o de la clase social.
"Esta crisis econ¨®mica, como todas, dar¨¢ un nuevo impulso al populismo", comenta en una conversaci¨®n telef¨®nica Michael Kazin, profesor de Historia de la Universidad de Georgetown. "Lo bueno, en esta ocasi¨®n, es que no hay alternativas tan preocupantes como las de los a?os treinta. Pero incluso si contenidos en el seno de los reg¨ªmenes democr¨¢ticos, los movimientos populistas pueden tener efectos sensibles. El Tea Party, en EE UU, creo que afectar¨¢ sobre todo al Partido Republicano. Pero a trav¨¦s de esa influencia, polarizar¨¢ la escena pol¨ªtica nacional, y cobrar¨¢ resultados, como ya est¨¢ haciendo con la reforma de la sanidad", dice Kazin, autor de The populist persuasion: an American History.
En Italia, la Liga Norte cabalga el malestar de la crisis y fuerza al Gobierno del que es parte a tomar medidas dur¨ªsimas en pol¨ªtica de inmigraci¨®n. En Holanda, la formaci¨®n derechista y populista liderada por Geert Wilders gana enteros a gran ritmo. En Francia, Nicolas Sarkozy ha logrado marginar al Frente Nacional, pero impulsa peri¨®dicamente iniciativas que muchos analistas consideran populistas y estudiadas para desinflar la bolsa de votos de la derecha lepenista. La ¨²ltima, el debate sobre identidad nacional, sobre qu¨¦ es ser franc¨¦s en el siglo XXI.
Las distintas arquitecturas constitucionales responden de diferente manera a la presi¨®n. Ciertas leyes electorales favorecen el populismo, obligando a los principales partidos a cubrir las alas extremas; otras estimulan las carreras al centro. Ciertos reglamentos parlamentarios, como el estadounidense, fuerzan una laboriosa b¨²squeda de consensos; otros, menos. Ciertas constituciones dan m¨¢s margen a los Gobiernos, otras, m¨¢s poder de marcaje a los parlamentos.
La libertad es, en todas ellas, un activo inigualable. En perspectiva amplia, adem¨¢s, frenos y garant¨ªas favorecen la prudencia y ahorran errores. La cuesti¨®n es reflexionar sobre las respuestas de cada arquitectura constitucional al test de la crisis, y reflexionar, a la luz de los nuevos retos socioecon¨®micos, si el equilibrio es el m¨¢s adecuado, estable y ¨¢gil para generar progreso y consenso. Y capacidad de seducci¨®n, que es lo que en el fondo mejor tumba a las dictaduras.
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