Versos para cantar
No toda la poes¨ªa vale para ser cantada.
Cierto que a todo se le puede poner m¨²sica y que todo puede ser cantado, desde la gu¨ªa telef¨®nica hasta el manual de instrucciones de un lavavajillas, pero es dudoso que textos de este calado alcancen a conmover a un auditorio como se espera de una buena canci¨®n.
Por lo general y salvo excepciones, una buena letra de canci¨®n tiene una estructura, un ritmo, una rima, un murmullo que la mece y la transporta mansamente hasta el o¨ªdo, donde un argumentario manejado con sensibilidad se encargar¨¢ de acercarla al coraz¨®n.
Luego est¨¢ la m¨²sica, pero eso ya es otro cantar.
No toda la poes¨ªa vale para ser cantada, ni todos los poetas sirven para escribir canciones.
A lo largo de m¨¢s de cuarenta a?os de dedicarme a este oficio y de haberlo intentando de maneras varias, incluyendo tentativas de colaboraci¨®n con plumas contrastadas y brillantes, en alguna ocasi¨®n me sorprendi¨® la simpleza de los textos con la que alg¨²n reconocido hombre de letras respondi¨® a mis requerimientos de escribir canciones en complicidad. Quiz¨¢ el vate, convencido de antemano de que la canci¨®n popular no pasa de ser un arte menor mas cercano al alfarero que al escultor, cay¨® en el pecado que denunciaba Antonio Machado: despreciar cuanto se ignora, aunque tambi¨¦n cabe la posibilidad de que el buen hombre no supiera hacerlo mejor. Bien sea por lo uno o por lo otro, mi experiencia me reafirma en que de la misma manera que detr¨¢s de un buen autor de canciones no hay necesariamente un buen poeta, tampoco al rev¨¦s o viceversa.
Afortunadamente, tambi¨¦n existen Garc¨ªa Lorca y Rafael de Le¨®n y Manolo V¨¢zquez Montalb¨¢n y Mario Benedetti, por citar algunos magn¨ªficos letristas de canciones por derecho y, al tiempo, buenos poetas como muestra de que entre poes¨ªa y canci¨®n no media una frontera clara.
A este grupo de poetas manifiestamente musicales corresponde Miguel Hern¨¢ndez. Versos de rima clara y cadencioso ritmo que vienen de f¨¢brica con la m¨²sica puesta. Poes¨ªa escrita para ser cantada.
La mejor prueba de ello es que somos muchos los que con m¨¢s o menos acierto, con mayor o menor fortuna, nos hemos atrevido a musicar y cantar sus versos, y dir¨ªa yo que con el benepl¨¢cito del autor.
No me parece a m¨ª que se le hubieran ca¨ªdo los anillos escuchando sus versos hechos canci¨®n a quien en el pr¨®logo de Viento del pueblo insiste en que los poetas deb¨ªan estar en el aire y pasar soplados a trav¨¦s de todos los poros. Probablemente no hubiese estado de acuerdo con muchas de las m¨²sicas con las que unos y otros hemos envuelto sus poemas, pero sin duda no le hubiera resultado ajena la peripecia.
De hecho, en vida del poeta, Lan Adomian, jud¨ªo neoyorquino nacido en Ucrania integrante de la Brigada Lincoln, les puso m¨²sica a algunos de sus poemas con su visto bueno y activa complicidad, y se sabe que trabaj¨® en un himno oficial para la II Rep¨²blica que deber¨ªa haber sustituido al de Riego.
Si no le hubiera gustado que sus poemas olieran a canci¨®n, no existir¨ªa una Canci¨®n del esposo soldado, ni una Canci¨®n primera, ni una Canci¨®n ¨²ltima.
Titular un libro como: Cancionero y romancero de ausencias indica claramente que conceb¨ªa esos versos como algo coral, musical y compartido.
Buena parte de sus obras de teatro incluyen pasajes expl¨ªcitamente escritos como canciones en los que, junto a otras acotaciones, se indican los instrumentos que deb¨ªan acompa?arlos y donde coros como los de vendimiadoras y vendimiadores de El labrador de m¨¢s aire recuerdan a los que suelen gastarse en las zarzuelas.
Otro ejemplo son las conocidas Nanas de la cebolla, escritas como seguidillas y que env¨ªa a su mujer dici¨¦ndole: "Ah¨ª te mando coplillas.
Quien ensay¨® todo un abanico po¨¦tico, desde la octava real hasta el soneto y el alejandrino, termina apostando por canciones al modo popular.
Como Miguel Hern¨¢ndez, creo en el placer de cantar, de cantar por el gusto de cantar, as¨ª como tambi¨¦n creo que la canci¨®n es un buen modo de difundir la voz de los poetas, aunque confieso que ¨¦sa no ha sido nunca la raz¨®n que me ha movido a ponerles m¨²sica. Si algo me ha llevado a hacerlo ha sido el descubrir en versos ajenos aquello que yo quer¨ªa decir y de la manera en que el otro lo dijo. El resultado de toparme con versos que cantan y que me hicieron cantar con ellos.
Es dif¨ªcil sustraerse a la simpat¨ªa que genera ese hombre que, como dice Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo: "Nace, escribe, muere desamparado", pero, por encima del cari?o a la persona y al ideario de Miguel Hern¨¢ndez, han sido la contundencia de su poes¨ªa, su vigencia y sobre todo su musicalidad las que me ha empujado a proponer una segunda entrega de sus versos hechos canciones, que, bajo el t¨ªtulo de Hijo de la luz y de la sombra, supone una prolongaci¨®n y tambi¨¦n un complemento del trabajo que apareci¨® en 1972.
Aventando sus versos, redondos y frescos como si hubieran sido escritos ayer y aqu¨ª, me uno a la celebraci¨®n del centenario de su nacimiento y rindo un fraternal homenaje al poeta, al ni?o cabrero, al amigo desgajado, al amante exiliado, al padre hu¨¦rfano, a la v¨ªctima de las c¨¢rceles de la dictadura, al hombre que cada vez que colgaba al sol los sue?os, la vida le dejaba carb¨®n, pero tambi¨¦n me rindo homenaje a m¨ª y a todos y cada uno de nosotros.
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