Los inquilinos de la T-2
Unos 25 'sin techo' pernoctan desde hace meses en la vieja y semides¨¦rtica terminal del aeropuerto de Barcelona
Son unos 25 y se conocen bien. Est¨¢n El Negro, El Gordo, El Loco, El Andaluz... Cada uno tiene su mote. Y un precepto: evitar saber m¨¢s de la cuenta de la vida de los dem¨¢s. "Hablar del pasado, lo justo", sentencian. Entre ellos, est¨¢ el que no se mueve de su asentamiento: mantas, carros de la compra, cartones, comida, bebidas, ropa. Y abundan los que no paran quietos: salidas a la calle a fumar un cigarrillo, viajes al centro de la urbe y el constante vaiv¨¦n por la semides¨¦rtica terminal T-2 del aeropuerto de Barcelona.
Ninguna ley impide que los sin techo pernocten en las terminales aeroportuarias, pues se trata de espacios p¨²blicos. El Prat alberga actualmente a cerca de dos docenas de indigentes, que duermen, bajo cubierta, en bancos de la T-2. Ellos mismos explican: "Se nos prefiere tener aqu¨ª antes que en la nueva terminal", la colosal T-1, que concentra la gran mayor¨ªa de los vuelos.
AENA no permite que los indigentes revoloteen por la flamante T-1
Tras pasar el d¨ªa mendigando por Barcelona, acuden al aeropuerto a dormir
Son personas como Rafa, de 55 a?os, y Puri, de 73, de rostros castigados y larga experiencia en las calles, indigentes que cada ma?ana se buscan la vida en el centro de Barcelona -"all¨ª hay m¨¢s movimiento, y es m¨¢s f¨¢cil conseguir una propina o comida"- y que acaban la jornada postrados en un fr¨ªo banco, junto a sus pertenencias, en el interior de la terminal, un espacio estatal convertido, desde hace unos a?os, en su hogar.
Los propios indigentes cuentan que no les permiten acampar en la flamante T-1 porque "los servicios de seguridad de AENA se encargan de eso", de que no haya ni uno revoloteando por el edificio, inaugurado en junio.
La versi¨®n de los sin techo es corroborada por empleados de las instalaciones: "A los de AENA no les gusta que los mendigos est¨¦n en la T-1, porque dan mala imagen", asegura una de las limpiadoras del recinto. En este sentido, AENA ha declinado comentar el hecho con este diario.
Los sin techo llevan tiempo en el aeropuerto, hasta cinco a?os (es el caso de la m¨¢s veterana, Puri). Algunos proceden de otros espacios p¨²blicos, como estaciones ferroviarias. Tambi¨¦n de los servicios sociales y, sobre todo, de la calle. En la T-2 se han agrupado, divididos entre aut¨®ctonos y extranjeros (dos irlandeses, tres ingleses y cinco alemanes), en torno a los bancos de la sala de espera. "Aqu¨ª nos dejan estar", confirman los inquilinos, rodeados de carros en los que conservan sus efectos personales.
Es probable que las obras de rehabilitaci¨®n de la vieja infraestructura obliguen a los indigentes a dejar la zona de facturaci¨®n. De momento, se les ha trasladado de los bancos reservados a los usuarios -pocos- al hueco creado bajo las escaleras mec¨¢nicas de la zona A de la T-2, ahora en desuso. "Algo arrinconados estamos". Lo dice Llu¨ªs, sin ¨¢nimo de queja, en un perfecto catal¨¢n.
El hombre, de pelo cano y alborotado, con barba de 140 d¨ªas, ha pernoctado los ¨²ltimos cinco meses en el aeropuerto, desde que dej¨® la estaci¨®n del Nord, en Barcelona. Como Llu¨ªs, la mayor¨ªa de los indigentes llegados al aeropuerto antes vagabundearon por las calles del centro de Barcelona.
De alguna manera, el aeropuerto supone para ellos un refugio tras largas y duras temporadas callejeando por distritos como el de Ciutat Vella. Las instalaciones aeroportuarias les ofrecen "m¨¢s seguridad" frente a "los peligros de la calle". Y adem¨¢s, "aseos" y "un poco de calor en un invierno tan fr¨ªo". "No nos roban, no pasamos tantas penurias y nos llevamos bien con los compa?eros", dice, sin dejar de mirar a los ojos, Llu¨ªs, de 55 a?os, pese a que, debido al sufrimiento que arrastra, parece tener algunos m¨¢s.
El hombre mantiene l¨²cida su mente, a pesar de las duras condiciones que el azar le ha deparado. "Fui comercial en varias empresas, pasaba dietas y gastos; tambi¨¦n electricista y, por ¨²ltimo, obrero de la construcci¨®n. Llegu¨¦ a ganar mucho dinero y a vivir de un buen paro, pero la empresa cerr¨®; luego vino el divorcio, el desahucio y la botella; romp¨ª con mi familia y ni mis dos hijos saben que estoy en la calle", explica Llu¨ªs, visiblemente emocionado.
Otro inquilino es Rafa, un tinerfe?o que lleva ocho meses en la T-2. Nunca suelta su radio. "Me gusta estar informado, pero siempre que tenga pilas", dice.
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