Lecciones de la naturaleza
En el terremoto de Chile ha salido a relucir lo mejor y lo peor de nosotros. Hay quien ped¨ªa que mataran en el acto a los saqueadores. Hemos luchado mucho por un Estado de derecho para perderlo en una cat¨¢strofe
Las grandes cat¨¢strofes son grandes y duras lecciones de la naturaleza. Sacan a relucir lo peor y lo mejor que tenemos. Por un lado, la barbarie, los saqueos, la picaresca criolla, el deseo dictatorial de represalias ilegales. Por el otro, sentimientos reales, no fingidos, a menudo conmovedores, de generosidad y solidaridad.
Mis memorias retroceden hasta el terremoto de Chill¨¢n de 1939, donde me sacaron de ni?o de la cama, envuelto en una frazada, y me llevaron a la calle en Vi?a del Mar. Muchos a?os m¨¢s tarde, a partir de recuerdos y de algunas ficciones, escrib¨ª un relato de extensi¨®n mediana que culmina en ese terremoto y en la regi¨®n de Chill¨¢n, en un lugar que se llamaba, y que supongo que se sigue llamando, Rinconada de Cato. Muchas veces he querido viajar hasta all¨¢ y contemplar con ojos de adulto la confluencia del r¨ªo ?uble con el r¨ªo Cato. Ahora me propongo hacerlo apenas tenga un poco de tiempo.
Mucha gente, despu¨¦s de un cataclismo, sufre una extra?a perturbaci¨®n de los valores ¨¦ticos
Chile es tierra de desastres. Tenemos toda una literatura de apocalipsis y cat¨¢strofes
Miraba esos r¨ªos desde mi ventana, en la infancia remota, cuando pasaba temporadas en unas tierras de mi abuelo paterno, y despu¨¦s supe que se hab¨ªa salvado por un pelo porque se refugi¨® debajo de la escalera cuando la casa se desplomaba encima de ¨¦l.
En mi relato La sombra de Huelqui?ur, un adolescente medio autobiogr¨¢fico se encuentra con un viejo mapuche de la zona, Huelqui?ur, pocas horas despu¨¦s del sismo, y ambos, el nieto del patr¨®n y el anciano inquilino ind¨ªgena, beben unos vasos de cola de mono para celebrar el hecho de estar vivos.
Ahora he observado que alguna gente, despu¨¦s del s¨¢bado 27, daba gracias y se felicitaba por el solo hecho de haber sobrevivido.
Me pidieron hace meses de una revista de Hawai, vaya uno a saber por qu¨¦, un relato que aludiera al entendimiento entre diferentes razas y clases de la sociedad. Publicaron mi cuento en forma destacada y despu¨¦s me informaron de que en Hawai tengo un pu?ado de lectores entusiastas. Son los consuelos, los est¨ªmulos m¨¢s bien escasos, que se encuentran de repente en la literatura narrativa.
Hubo saqueos en Valpara¨ªso en 1906, reprimidos a punta de fusilamientos por el implacable general G¨®mez Carre?o; los hubo en Chill¨¢n en 1939, y ahora se han repetido en forma bastante masiva en la regi¨®n del B¨ªo-B¨ªo. Y he visto im¨¢genes de gente que ped¨ªa ante las c¨¢maras de televisi¨®n que mataran en el acto a los saqueadores y asaltantes, afirmaciones que me han provocado tristeza y algo de pesimismo frente a la condici¨®n humana.
Hemos luchado mucho por alcanzar un Estado de derecho en Chile: perderlo ser¨ªa una consecuencia no prevista y muy desgraciada de los sucesos naturales. La esencia del problema consiste en reprimir la violencia y la barbarie con fuerza, con eficacia, y dentro de las leyes que nos hemos dado para estas circunstancias.
Al observar las muy variadas reacciones humanas, tiendo a pensar que mucha gente, despu¨¦s de un cataclismo, sufre una extra?a perturbaci¨®n de los valores ¨¦ticos.
Hubo una escena transmitida por alg¨²n canal que me caus¨® un poco de risa, pero que ten¨ªa un fondo pat¨¦tico. La c¨¢mara estaba en Concepci¨®n o en Talcahuano y enfocaba a una ordenada fila de ladrones de bencina frente a una gasolinera abandonada. Avanzaba la cola y la gente llenaba con toda parsimonia sus bidones.
Pues bien, un hombre protestaba con notable energ¨ªa y aspiraba a que su protesta llegara al mayor n¨²mero posible de televidentes. ?l llevaba dos bidones de cinco litros, cosa que le parec¨ªa razonable, pero hab¨ªa colistas que "abusaban" y se presentaban con tres o m¨¢s bidones de 20 litros.
?No hab¨ªa control, no hab¨ªa nadie que pusiera un poco de orden? Uno esperaba que el personaje llamara a la polic¨ªa para controlar a los ladrones que robaban cantidades excesivas. Es decir, cre¨ªa que hab¨ªa una clara y flagrante divisi¨®n entre los buenos y los malos ladrones.
Tengo una interesante experiencia de un terremoto fuera de Chile, cuando formaba parte de la diplomacia profesional y me encontraba destinado en Lima.
Descansaba en mi casa un domingo despu¨¦s de almuerzo, en abril de 1970, cuando un temblor de fort¨ªsima intensidad nos hizo correr a todos a la calle. La gente se hincaba y rezaba a gritos, mientras los autom¨®viles regresaban a sus casas a peligrosa, disparatada velocidad. Chile envi¨® mucha ayuda y un hospital militar de campa?a que se instal¨® al norte del Per¨², en la regi¨®n de Casma, en paralelo a los valles del interior donde se hab¨ªa encontrado el epicentro.
El hospital era impecable y los militares chilenos manejaban las cosas con una disciplina que asombraba a los habitantes del lugar. Despu¨¦s de poco, empezaron a bajar bandadas de helic¨®pteros que tra¨ªan a los primeros heridos desde el otro lado de los Andes. Todav¨ªa me acuerdo de las caras l¨ªvidas, de color ceniza, de los ind¨ªgenas contusos, malheridos, en algunos casos moribundos.
Pues bien, se present¨® un problema en el que nadie, ni del lado peruano ni del chileno, hab¨ªa pensado. El hospital de campa?a ten¨ªa todo: ayudantes, enfermeros, m¨¦dicos de diferentes especialidades, pabellones quir¨²rgicos de avanzada tecnolog¨ªa, pero carec¨ªa de un int¨¦rprete del quechua al espa?ol y del espa?ol al quechua, de manera que los doctores estaban obligados a entenderse por se?as con sus pacientes.
Adem¨¢s, como el nivel sanitario de la regi¨®n era muy bajo, al segundo d¨ªa ya hab¨ªa largas colas para tener un parto, para arreglarse la dentadura, para problemas de salud que no ten¨ªan relaci¨®n alguna con la cat¨¢strofe.
En esa ocasi¨®n, la desgracia imprevista, no anunciada, tuvo relaci¨®n con los llamados huaycos, los aluviones de barro y piedras que bajaron de los Andes y sepultaron ciudades enteras. En el caso del s¨¢bado, lo imprevisto o mal previsto, aunque previsible, fueron las salidas de mar. ?Se pod¨ªa pedir en nuestro mundo, en nuestro desarrollo todav¨ªa muy relativo, enteramente insuficiente, una precisi¨®n comparable a la de las organizaciones norteamericanas m¨¢s avanzadas?
Mientras nosotros d¨¢bamos ¨®rdenes y contra¨®rdenes, se?ales "ambiguas", como se dijo por ah¨ª, la agencia norteamericana conocida por sus siglas de NOAA emit¨ªa una se?al inequ¨ªvoca de alerta de tsunami 10 minutos despu¨¦s del sismo.
?Por qu¨¦ no recibimos esa se?al y por qu¨¦, si la recibimos en alguna forma, no le hicimos caso? El tema es intrincado y no podemos ser generales despu¨¦s de la batalla. Pero convendr¨ªa saber, no para acusarnos ni para condenarnos, ya que no hubo mala fe ni nada que se parezca, sino para que el error no se repita en un cataclismo futuro. Ya que somos tierra de cataclismos: el ¨²nico pa¨ªs de Iberoam¨¦rica que tiene toda una literatura de Apocalipsis y de cat¨¢strofes de la naturaleza, lo cual dar¨ªa tema para otra cr¨®nica o para un largo ensayo.
Jorge Edwards, escritor chileno, premio Cervantes en 1999, es autor de Persona non grata. Su ¨²ltimo libro publicado es La casa de Dostoievsky (2008).
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