Que me pidan perd¨®n
El cura Bolita era el m¨¢s frecuentador de ni?os en las Escuelas P¨ªas de San Fernando, un colegio religioso situado en la calle Donoso Cort¨¦s de Madrid. Su t¨¦cnica era muy depurada: cuando alg¨²n ni?o enredaba, le sacaba a la pizarra y le interrogaba, delante de todos los dem¨¢s alumnos, con una voz melosa que provocaba p¨¢nico. Luego, le rebuscaba en los bolsillos del pantal¨®n para ver si encontraba cromos o canicas que confiscarle. Se entreten¨ªa en la tarea, buscaba como si esos bolsillos fueran infinitos.
El cura Laudelino no ten¨ªa esa man¨ªa. A Laudelino le gustaban otras cosas de los ni?os. Le gustaba torturarles. Por ejemplo, si hab¨ªa una pelea en el patio entre dos, pon¨ªa a un ni?o frente a otro (preferentemente si sab¨ªa que eran amigos) y les obligaba a darse guantazos de forma alternativa, sin que el que ten¨ªa el turno de recibir pudiera subir las manos para protegerse. Al principio, los ni?os se daban flojo, porque eran amigos. Y Laudelino les daba un guantazo como castigo por la flojera. Al cabo de tres o cuatro intercambios, los amigos se zurraban con el odio m¨¢s profundo ante la sonrisa satisfecha de aquel cura que ten¨ªa las manos duras como palas de front¨®n.
No s¨¦ si Bolita llegaba a situaciones extremas, porque yo ten¨ªa la fortuna de contar con dos hermanos mayores en el colegio que conoc¨ªan sus aficiones y dejaban caer sobre ¨¦l sus miradas vigilantes.
Pero Laudelino no se cortaba con nada. Recuerdo, a¨²n con dolor, c¨®mo le sub¨ªa a uno del suelo tir¨¢ndole de las patillas, c¨®mo propinaba patadas a un ni?o tumbado en el suelo. Ten¨ªa aquel tipo un largo repertorio de torturas que habr¨ªan servido de ense?anza a los honorables militares de la Escuela de Mec¨¢nica de la Armada de Buenos Aires. Que yo sepa, y me consta porque a lo largo de mi vida he conocido mucha gente, eso se hac¨ªa en muchos colegios religiosos de este pa¨ªs. Hab¨ªa abusos sexuales y torturas f¨ªsicas. Y que yo sepa, nadie nos ha pedido perd¨®n a los que sufrimos en aquellos tiempos semejantes asaltos.
De la Iglesia cat¨®lica espa?ola todav¨ªa no se ha escuchado ninguna petici¨®n de perd¨®n en casi nada. Lo que se ha narrado en estas primeras l¨ªneas no es nada comparado con otros pecados, como el de azuzar al r¨¦gimen franquista contra los comunistas, los masones y los jud¨ªos, que pod¨ªan ser asesinados porque Espa?a era cat¨®lica o no era. Sobraban.
Y el pecado de silencio. ?No supo nunca la Iglesia cat¨®lica espa?ola que en la Alemania nazi se estaba exterminando a millones de personas porque pertenec¨ªan a una comunidad ¨¦tnica, como los gitanos, o religiosa o cultural, como los jud¨ªos? Hay muestras m¨¢s recientes de esos silencios, como el del clero vasco ante los asesinatos de espa?oles por patriotas de Euskal Herria.
La Iglesia espa?ola est¨¢ esperando a que pase la tormenta, a que escampe, por ver si se olvida el largo rosario de atrocidades que se han cometido en su nombre, desde su jerarqu¨ªa, contra tantos ciudadanos indefensos. Unas veces, por ellos mismos, otras veces por sus fieles seguidores, que les pagaban con prebendas magn¨ªficas sus servicios. Franco les dio el monopolio de la fe, por ejemplo.
?Es mucho pedir que nos pidan perd¨®n? Ya veremos si se lo concedemos, pero les toca a ellos, a Bolita, a Laudelino y a todos los dem¨¢s.
Jorge M. Reverte es periodista y escritor.
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