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Tribuna:OPINI?N
Tribuna
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Es hora de mostrar lo que apreciamos la m¨²sica cl¨¢sica

Es una de las grandes iron¨ªas de la experiencia de asistir a un concierto de m¨²sica cl¨¢sica; la m¨²sica m¨¢s explosiva y emocionante se recibe muchas veces con un silencio absoluto. Dejemos o¨ªr nuestros aplausos

El pasado oto?o, Barack Obama fue el anfitri¨®n de una velada de m¨²sica cl¨¢sica en la Casa Blanca. Antes de empezar dijo: "Si alguno de ustedes va a escuchar m¨²sica cl¨¢sica por primera vez y no est¨¢ seguro de cu¨¢ndo aplaudir, que no se ponga nervioso. Por lo visto, el presidente Kennedy ten¨ªa el mismo problema. Jackie y ¨¦l celebraron varias veladas de m¨²sica cl¨¢sica aqu¨ª y en m¨¢s de una ocasi¨®n ¨¦l empez¨® a aplaudir cuando no deb¨ªa hacerlo. As¨ª que la secretaria social ide¨® un sistema que consist¨ªa en hacerle una se?al por un agujero de la puerta. Afortunadamente, yo tengo a Michelle para que me diga cu¨¢ndo aplaudir. Los dem¨¢s, que se las arreglen como puedan".

La introducci¨®n de inventos y dispositivos destruye la caracter¨ªstica fundamental de la sala de conciertos: la falta de electr¨®nica
La gente pregunta a menudo si la m¨²sica cl¨¢sica se ha vuelto demasiado seria. Yo a veces me pregunto si tiene suficiente seriedad

Obama estaba bromeando a expensas de la regla que dicta que no hay que aplaudir hasta que terminen todos los movimientos de una obra. Ning¨²n otro aspecto de nuestros rituales modernos de asistencia a conciertos causa m¨¢s confusi¨®n. No es que la regla sea tan compleja que ni siquiera un profesor de derecho convertido en comandante en jefe es capaz de comprenderla. Es que, a veces, da la impresi¨®n de que la etiqueta y la m¨²sica se contradicen. Las ruidosas codas del primer movimiento del Concierto Emperador de Beethoven y el tercer movimiento de la Sinfon¨ªa Pat¨¦tica de Chaikovski est¨¢n pidiendo a gritos el aplauso. La palabra "aplauso" viene de la orden plaudite, que aparec¨ªa al final de las comedias romanas. El cl¨ªmax que representan los ¨²ltimos acordes de esos movimientos es el equivalente musical de dicha orden: es como juntar las manos para aplaudir.

Si el presidente aplaudi¨® alguna vez en el momento "equivocado", estaba siguiendo intuitivamente las instrucciones que le daba la m¨²sica. De ah¨ª que los ne¨®fitos sientan tanta angustia por este asunto; incluso parece que el miedo a aplaudir indebidamente puede llegar a hacer que algunas personas no vayan a conciertos, aunque tal vez no sea m¨¢s que una excusa. Los ni?os plantean un problema especial. En los textos que distribuyen las asociaciones de educaci¨®n musical se muestra una gran preocupaci¨®n por la supresi¨®n del entusiasmo infantil. En ocasiones, los folletos de los programas contienen una lista de reglas expresadas como las de Dios en el Sina¨ª: "No aplaudir¨¢s entre los movimientos de las sinfon¨ªas ni las dem¨¢s obras en varias partes que figuran en el programa". Y s¨®lo se puede aplaudir: "Un aplauso apropiado es la ¨²nica reacci¨®n aceptable por parte del p¨²blico".

El mensaje fundamental del protocolo es: "Cont¨¦n tu entusiasmo. No te excites demasiado". ?Nos extra?a que la gente no se emocione con la m¨²sica cl¨¢sica tanto como antes? Esta cuesti¨®n de la etiqueta no es m¨¢s que parte del complicado dilema social en el que se encuentra la m¨²sica. Pero me pregunto cu¨¢l ser¨¢ el efecto a largo plazo de la regla de no aplaudir, igual que me pregunto sobre otras peculiaridades de los conciertos: los trajes vagamente eduardianos, la iluminaci¨®n propia de centro de convenciones, la decidida indiferencia de muchos m¨²sicos profesionales.

No es f¨¢cil, ni mucho menos, decidir si el formato deber¨ªa cambiar. No pretendo proponer recetas. Es m¨¢s, en mi opini¨®n, la principal limitaci¨®n del ritual cl¨¢sico es su car¨¢cter de receta; presupone que todas las grandes obras de m¨²sica son fundamentalmente la misma cosa, que es posible colocarlas sobre un pedestal de una forma determinada. Lo que me gustar¨ªa ver es un enfoque m¨¢s flexible, para que el car¨¢cter de cada obra dicte el car¨¢cter de su presentaci¨®n y, por extensi¨®n, el de la reacci¨®n del p¨²blico.

Mozart tocaba para las masas

El concierto cl¨¢sico del siglo XVIII era completamente distinto del acto t¨ªmido y sobrio que es hoy. Es famosa la carta que escribi¨® Mozart a su padre despu¨¦s de estrenar su Sinfon¨ªa Par¨ªs: "En medio del primer allegro lleg¨® un fragmento que sab¨ªa que iba a gustar, y todo el p¨²blico se qued¨® embelesado

..., y como sab¨ªa, cuando escrib¨ª ese fragmento, qu¨¦ buen efecto iba a tener, lo repet¨ª al final del movimiento, y como era de esperar aparecieron los gritos pidiendo da capo". Esta actitud parece m¨¢s propia de los clubes de jazz, donde la gente aplaude despu¨¦s de cada solo y no exclusivamente al final de cada pieza.

En la ¨¦poca rom¨¢ntica, los compositores empezaron a rechazar la idea de la m¨²sica como entretenimiento y motivo de bullicio. Schumann, en forma de su ¨¢lter ego Florestan, escribi¨®: "Llevo a?os so?ando con organizar conciertos para sordomudos, para que aprend¨¢is de ellos a comportaros en los conciertos, especialmente cuando son bellos. Deber¨ªais convertiros en pagodas de piedra". Mendelssohn, en su Sinfon¨ªa Escocesa, ped¨ªa que se interpretara la obra sin hacer ninguna pausa, para evitar "las largas interrupciones habituales".

Wagner desempe?¨® un papel crucial, aunque involuntario, en la transformaci¨®n del comportamiento del p¨²blico. En el estreno de Parsifal, en 1882, pidi¨® que no se saliera a saludar tras el segundo acto con el fin de no "alterar la atm¨®sfera". Pero el p¨²blico crey¨® que eso quer¨ªa decir que no deb¨ªa aplaudir en absoluto y, cuando cay¨® el tel¨®n al final, hubo un silencio total. "?Les ha gustado o no?", pregunt¨® Wagner. Dos semanas despu¨¦s entr¨® en su palco para observar la escena de las doncellas flor. Al terminar, grit¨®: "?Bravo!", y le mandaron callar. Por incre¨ªble que fuera, los wagnerianos se tomaban a Wagner m¨¢s en serio que ¨¦l mismo.

En las primeras d¨¦cadas del siglo XX segu¨ªa siendo habitual aplaudir a mitad de la obra. Cuando se interpret¨® por primera vez en Londres la Primera sinfon¨ªa de Elgar llamaron a saludar al compositor tras el primer movimiento. Sin embargo, alrededor de 1900 hubo ya un grupo de m¨²sicos y cr¨ªticos alemanes que empezaron a promover un c¨®digo de silencio, como se hac¨ªa en Bayreuth. Uno de los pioneros fue Hermann Abendroth: en L¨¹beck, donde dirigi¨® conciertos entre 1905 y 1911, dec¨ªa a su p¨²blico que no aplaudiera entre movimientos. En los a?os veinte, varios directores importantes ped¨ªan ya que no se aplaudiera demasiado. Al principio, muchos aficionados se resistieron porque les parec¨ªa una muestra de arrogancia por parte de unos directores estrellas. Olin Downes, cr¨ªtico principal de The New York Times, hizo campa?a contra la regla en los a?os treinta y cuarenta. En uno de sus art¨ªculos describi¨® el gesto desaprobatorio que hab¨ªa hecho Kusevitski al ver el aplauso del p¨²blico despu¨¦s del tercer movimiento de la Pat¨¦tica y exclam¨®: "?Qu¨¦ antimusical! ?Es un caso de esnobismo in excelsis!".

Es un poco exagerado. En muchos casos, la regla s¨ª parece coincidir con la m¨²sica. No me gustar¨ªa que se aplaudiera, por ejemplo, entre los movimientos del Cuarteto para el fin de los tiempos de Messiaen. En otras ocasiones, en cambio, tiene un efecto perverso. Emanuel Ax, que no es precisamente un pianista dado al exhibicionismo, se lamenta en su p¨¢gina web: "Siempre me sorprendo un poco cuando escucho el primer movimiento de un concierto que se supone que est¨¢ lleno de entusiasmo, pasi¨®n y virtuosismo (como los conciertos de Brahms o Beethoven) y luego no se oye m¨¢s que ruido de ropa y unas cuantas toses; la mera fuerza que desprende la m¨²sica reclama una reacci¨®n arrebatada del p¨²blico". Ese ruido es el sonido de la gente reprimiendo su instinto.

Peor a¨²n es cuando alguien intenta aplaudir y se le manda callar. Quienes aplauden en los momentos "equivocados" seguramente no tienen costumbre de ir a conciertos. Es muy posible que sea su primera vez. Cuando se les manda callar, quiz¨¢ no tengan ganas de volver nunca. Y los que chistan tambi¨¦n est¨¢n haciendo ruido. Muchas veces oigo un "?shhhh!" en alg¨²n lugar de la sala sin haber o¨ªdo antes el peque?o ruido que lo ha provocado. Es ir¨®nico que esos que se atribuyen funciones disciplinarias se vuelvan m¨¢s molestos que aquellos a los que reprenden.

Expresa tu entusiasmo

en Twitter

Tal vez es antinatural esperar una quietud absoluta en un espacio p¨²blico. Quiz¨¢ estamos imponiendo costumbres caseras a la sala de conciertos. Sentados delante de nuestros equipos de m¨²sica, nos hemos acostumbrado a breves periodos de silencio entre unos movimientos y otros. ?sa puede ser la raz¨®n de que la resistencia a la regla desapareciera enseguida. Cada vez m¨¢s, las personas se reun¨ªan en un mismo sitio para disfrutar unas experiencias ¨ªntimas y solitarias. En vez de decir, como antes, que se sent¨ªa arrebatado por la m¨²sica, el aficionado explicaba ahora que sent¨ªa que la m¨²sica le inundaba, como si fuera un fen¨®meno meteorol¨®gico sobre el que ten¨ªa escaso control.

Durante los debates sobre los aplausos en los a?os veinte, el pianista y director Ossip Gabrilowitsch dijo: "Es un error pensar que el p¨²blico ha cumplido s¨®lo con comprar las entradas". Es decir, que deber¨ªa haber m¨¢s intercambio entre los artistas y el p¨²blico. Es demasiado f¨¢cil confundir la pasividad con el aburrimiento. Y los artistas, por su parte, se muestran excesivamente despegados. Los m¨²sicos de las orquestas estadounidenses dan la impresi¨®n de haber estudiado para aprender a no mostrar ninguna emoci¨®n, con la excepci¨®n ocasional de un ligero gesto de suficiencia durante el saludo del compositor o un atisbo de sonrisa durante la propina del solista. La m¨²sica es un arte de la mente y el cuerpo; muchas obras cl¨¢sicas del repertorio son ritmos de danza. Sin embargo, en la m¨²sica cl¨¢sica actual, el cuerpo parece reprimido.

He sido aficionado a la m¨²sica cl¨¢sica toda mi vida, pero tambi¨¦n soy miembro de una generaci¨®n -la llamada Generaci¨®n X- que, seg¨²n los preocupantes gr¨¢ficos publicados hace poco por la Liga de Orquestas Americanas, todav¨ªa no ha mostrado el inter¨¦s por la m¨²sica cl¨¢sica que sol¨ªan exhibir al llegar a la madurez generaciones anteriores. En la universidad estuve rodeado de personas extraordinariamente inteligentes, que sab¨ªan de arte, literatura y cine. Sin embargo, pocos sab¨ªan de m¨²sica cl¨¢sica. Suelo llevar a esos amigos a conciertos y, aunque les gusta estar all¨ª, muchas veces percibo cierta decepci¨®n. Admiran la m¨²sica, pero la experiencia no cumple todas sus expectativas. Y yo pienso en qu¨¦ podr¨ªa modificarse para que su admiraci¨®n se convierta en amor.

Abundan las propuestas para desmitificar la m¨²sica cl¨¢sica: iluminaci¨®n teatral, v¨ªdeos, mensajes explicativos que lleguen a los m¨®viles, invitaciones a comentar en Twitter, etc¨¦tera. Tengo mis dudas sobre muchas de ellas, a no ser que se trate de la m¨²sica de Messiaen, en cuyo caso, los gorjeos de Twitter parecen apropiados. Ahora bien, para m¨ª, la introducci¨®n de inventos y dispositivos destruye la caracter¨ªstica fundamental de la sala de conciertos: la falta de electr¨®nica. En una sociedad completamente mediatizada, en la que la electr¨®nica satura pr¨¢cticamente cada minuto de nuestras vidas, entregarnos a las propiedades naturales del sonido puede tener una dimensi¨®n casi espiritual.

Tal vez los conciertos deber¨ªan parecerse m¨¢s a los antiguos, tener unas ra¨ªces m¨¢s locales, m¨¢s comunitarias. Las instituciones podr¨ªan tratar de fortalecer el v¨ªnculo entre el artista y el p¨²blico: unos comentarios previos, unas reuniones posteriores y, desde luego, un relajo de la regla. Estoy de acuerdo con Ax cuando dice: "Creo que, si no hubiera reglas sobre cu¨¢ndo aplaudir, el p¨²blico dar¨ªa la respuesta apropiada casi siempre". Al mismo tiempo, la atm¨®sfera dominante es demasiado mec¨¢nica, demasiado rutinaria. No estamos haciendo justicia a la extraordinaria presencia de la m¨²sica. Hay demasiadas oportunidades de distraerse. Es descorazonador ver a la gente enterrando la cara en los programas. ?Por qu¨¦ no bajar las luces y centrar los focos en los m¨²sicos?

La gente pregunta a menudo si la m¨²sica cl¨¢sica se ha vuelto demasiado seria. Yo a veces me pregunto si tiene suficiente seriedad. Desde luego, ha adquirido una p¨¢tina de solemnidad, pero esa p¨¢tina es, con demasiada frecuencia, una tapadera para seguir haciendo las cosas igual. Sue?o con una sala de conciertos que sea un lugar m¨¢s lleno de vida e impredecible, que dependa de las distintas personalidades de los compositores y los int¨¦rpretes. La gran paradoja de la vida musical moderna, tanto en la m¨²sica cl¨¢sica como en la m¨²sica pop, es que adoramos a nuestros ¨ªdolos y al mismo tiempo, en cierto modo, les atamos de pies y manos. Les arrinconamos en papeles cruelmente espec¨ªficos: se supone que este grupo de rock debe hacernos soltarnos la melena, que aquel compositor debe ennoblecernos. Oh, Mozart; yeah, rock and roll. ?Pero qu¨¦ pasa si un grupo de rock quiere hacernos pensar y un compositor quiere que bailemos? La m¨²sica debe ser un lugar en el que nuestras expectativas se hagan a?icos.

Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.

Alex Ross (Portland, 1970) es autor de El ruido eterno. Traducci¨®n de Luis Gago. Seix Barral. Barcelona, 2009. 800 p¨¢ginas. 24 euros. www.alexrossart.com. Este art¨ªculo es una versi¨®n abreviada de una conferencia pronunciada en la Royal Philharmonic Society de Londres el 8 de marzo. El texto completo se encuentra en www.royalphilharmonicsociety.org.uk.

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