Kate Moss, la obsesi¨®n del milenio
Es 1990. Tras unas semanas recopilando baratijas en los mercadillos de Portobello y Camden, una fot¨®grafa y una estilista se llevan a una quincea?era a una playa de East Sussex, al sur de Londres, para realizar un editorial de moda para la revista The Face. El concepto y la modelo, tan desconocida como ellas dos, son exactamente lo opuesto al glamour hipervitaminado y aer¨®bico de Cindy Crawford, icono de la d¨¦cada que acaba de concluir. Cero maquillaje, cero producci¨®n, la idea es insuflar "un poco de realidad en un mundo de sue?os". La fot¨®grafa, una antigua modelo que se cri¨® con un padre ausente y una madre prostituta, ha visto en su joven musa el reflejo de su propia biograf¨ªa. Y el de su propia generaci¨®n. Las im¨¢genes muestran a una ni?a de aspecto abandonado, con el pecho descubierto y unas plumas indias como todo atrezo. Sonr¨ªe, frunce la nariz y se desliza despreocupada por una playa des¨¦rtica. Hoy me he saltado las clases, parece decir con sus ojos achinados. En vez de eso, estoy cambiando el curso de la historia de la moda.
La fot¨®grafa es Corinne Day, desde aquel instante, madre oficial del grunge; la estilista, Melanie Ward, futura mano derecha del dise?ador Helmut Lang, rey del minimalismo de los noventa. El titular que acompa?ar¨¢ a la foto de portada de la revista, El tercer verano del amor, pretende equiparar la eclosi¨®n del ¨¦xtasis, el house y las raves que inunda Inglaterra con la revoluci¨®n hippy de 1967. Se acab¨® el glamour sobreproducido de los ochenta, han decidido entre todos. Kate Moss, la chica de portada, pasar¨¢ autom¨¢ticamente a convertirse en el rostro de lo que venga despu¨¦s. Sea lo que sea. Grunge, generaci¨®n X, realismo sucio, heroin chic
Es una de las escenas sobre las que se sustenta Kate Moss Machine (Ediciones Pen¨ªnsula), un ensayo de Christian Salmon (Marsella, 1951) que reflexiona sobre el cambio de paradigma que ha sufrido la moda estos ¨²ltimos 20 a?os. En ¨¦l, la modelo brit¨¢nica, sin intenci¨®n aparente -"Sublimes son esas vidas que se escriben sin que tengamos la impresi¨®n de que sus autores suden sangre y agua, casi a su pesar", describe Fran?oise-Marie Santucci, su bi¨®grafa francesa-, es el agente catal¨ªtico de todos los cambios. "Ella representa el triunfo de la revoluci¨®n neoliberal de Thatcher y Reagan", asegura el autor, "as¨ª como del relanzamiento de la Cool Britannia que Tony Blair orquest¨® en 1997 para ganar las elecciones. En el nuevo imaginario laborista, la factory de Andy Warhol ha eclipsado a la f¨¢brica de Karl Marx". Del mismo modo que no hay Marilyn warholiana sin fotocopiadora Xerox, no hay Kate Moss sin Internet, el medio que ha amplificado hasta el paroxismo cada una de sus reinvenciones. "El estatus de modelo se transforma; de simple modelo a imitar, se convierte en modelo de simulaci¨®n. Su cuerpo delgado, reducido al espesor de una letra o de un c¨®digo, ya no pertenece al terreno de la anatom¨ªa, sino del l¨¦xico del branding y la t¨¦cnica del morphing".
Con 16 a?os, Moss se estrena en la Semana de la Moda de Par¨ªs. Naomi Campbell, Linda Evangelista y Christy Turlington le sacan una cabeza, pero John Galliano quiere incluir a una mortal entre las diosas de su desfile de primavera-verano de 1990, inspirado en la huida de Anastasia, la hija peque?a del zar Nicol¨¢s II. "Vale, Kate, te persiguen los lobos", le indica. La modelo arranca a correr desesperada sobre la pasarela. "?Nunca se hab¨ªa visto una crinolina volar as¨ª en una pasarela! Era absolutamente descarada. Y todo el mundo se levant¨®. Fue un momento m¨¢gico", relatar¨¢ el dise?ador gibraltare?o a The Guardian. La irrupci¨®n de Moss desata la locura. Sus formas (o la ausencia de ellas) envejecer¨¢n los c¨¢nones de voluptuosidad imperantes a una velocidad que s¨®lo tolera una industria como la de la moda. La leyenda relatar¨¢ a partir de entonces la f¨¢bula de ¨¦xito de una adolescente criada en un entorno marginal que sin esfuerzo se convertir¨¢ en la modelo m¨¢s importante del cambio de milenio. S¨®lo que, como recuerda Salmon, Moss tuvo una infancia m¨¢s bien f¨¢cil, una educaci¨®n un poco hippy con una madre en casa aficionada a las faldas de flores que escuchaba a los Rolling Stones, y un padre agente de viajes que se pasaba el tiempo buscando gangas para las vacaciones de los ni?os. Pero que la realidad no estropee un buen titular.
La edici¨®n brit¨¢nica de Vogue se hace eco por primera vez de la corriente realista y desglamourizada que catequizan las revistas de tendencias underground (The Face, i-D, Dazed & Confused) y su nueva camada de fot¨®grafos (Corinne Day, Juergen Teller, David Sims), inscritos en lo que m¨¢s tarde se dar¨¢ a conocer como La Escuela de Londres. En junio de 1993, la cabecera de Cond¨¦ Nast publica un editorial de lencer¨ªa de ocho p¨¢ginas firmado por Day bajo el nombre de Underexposure. En ¨¦l, Moss muestra prendas ¨ªntimas en el interior de su casa. No parece una modelo, podr¨ªa pasar por cualquier adolescente brit¨¢nica mona. Sentada inocentemente sobre un radiador, rodeada de guirnaldas, un mobiliario m¨ªnimo, una cinta de Lou Reed en el suelo -una alusi¨®n clar¨ªsima, ironiza Salmon, al mundo de la droga-. La repercusi¨®n que obtiene, desde la perspectiva actual, se antoja surrealista: la prensa acusa a Moss de dar forma a una fantas¨ªa machista, hostigadora de la hero¨ªna. "Si tuviera una hija que se pareciera a eso, la llevar¨ªa al m¨¦dico", resume elocuentemente la entonces directora de Cosmopolitan, Marcelle d'Argy Smith. La indignaci¨®n, amplificada por los tabloides, eleva el grunge a la categor¨ªa de lacra social a erradicar. Y catapulta a Moss a mito m¨¢rtir de la modernidad. "La iron¨ªa hastiada, un total-para-qu¨¦ decoroso, rasgos propios de la generaci¨®n X y que Kate Moss recicla a su manera, son los signos distintivos de un distanciamiento respecto de todo modelo. Si el papel de la moda es ofrecer modelos de identificaci¨®n, Kate Moss es la antimodelo, representa la indiferencia por los c¨®digos, el rechazo a imitar", explica Salmon.
La indignaci¨®n que causaron sus fotos elev¨® el 'grunge' a la categor¨ªa de lacra social a erradicar
El esc¨¢ndalo s¨®lo estaba a punto de multiplicarse. Calvin Klein hab¨ªa elegido a la modelo para protagonizar el lanzamiento de su perfume Obsession. Despu¨¦s de trabajar con Richard Avedon y David Lynch, el dise?ador estadounidense sorprende encarg¨¢ndole la campa?a mundial a un perfecto aficionado de 21 a?os, el ex modelo reciclado en fot¨®grafo Mario Sorrenti. Es el novio de Moss. En la primavera de 1993 deja caer a la pareja en Jost Van Dyke, una min¨²scula isla del Caribe. Sin maquilladores, sin equipo, a la manera de Day. Sorrenti jugar¨ªa all¨ª el doble papel de enamorado y de realizador. Una obsesi¨®n aut¨¦ntica, la de ¨¦l por ella, que se escenificar¨¢ posteriormente en revistas, marquesinas y autobuses. "Lo notable de esas fotos era el efecto de real simulado. Lo que miramos en los carteles y en las pantallas no es s¨®lo una imagen publicitaria que se supone nos llevar¨¢ a comprar el perfume, es una experiencia que no es ni real ni ficticia, sino simulada y que se deja leer como tal", escribe Salmon. Era la verdadera revoluci¨®n que, una vez m¨¢s, anticipaba involuntariamente Moss: la de los reality shows, la de la realidad aplicada a un espect¨¢culo comercial. Pero el mundo se qued¨® con otra lectura: la de su extrema delgadez.
"?Alim¨¦ntame!". "?Dame una hamburguesa!". "?Anorexia!". Varios fueron lo esl¨®ganes que aparecieron grafiteados sobre los carteles que mostraban el cuerpo desnudo de la modelo sobre un sof¨¢. La revista People titul¨®: La piel y los huesos. Sarah Doukas, la agente de Moss, proh¨ªbe a la modelo volver a trabajar con Corinne Day, que, desterrada de Vogue, abandona la moda para dedicarse a la fotograf¨ªa art¨ªstica y el documental. Aparece un cirujano pl¨¢stico que asegura haber recibido a 100 pacientes blandiendo una foto de Moss. Hasta Bill Clinton llama a la concienciaci¨®n. En el libro, Salmon asegura que la modelo "es m¨¢s bien de buen comer" y achaca el revuelo a una maniobra de editores, dise?adores y minoristas que, como en una novela de Agatha Christie, se reunieron enigm¨¢ticamente para acabar con "la ni?a de la calle". Un look molesto que entorpec¨ªa el mercado y que no vend¨ªa complementos, ni productos de maquillaje, ni revistas de moda. La leyenda a?ade que fue la directora de Vogue USA, Anna Wintour, quien borr¨® definitivamente el grunge de las pasarelas el d¨ªa que concert¨® a los dise?adores m¨¢s relevantes del orbe para advertirles de que si segu¨ªan negando el glamour en sus colecciones dejar¨ªan de aparecer en las p¨¢ginas de su todopoderosa publicaci¨®n.
Como en una huida hacia adelante, el matrimonio de Moss con Jefferson Hack, director de la revista Dazed & Confused, acercar¨¢ a la modelo al mundo del arte contempor¨¢neo, que la abrazar¨¢ como musa y consolidar¨¢ su estatus de mito pop warholiano. "Kate Moss es completamente ordinaria. Es lo que la hace extraordinaria", declar¨® el artista Alex Katz. "No da demasiado miedo, est¨¢ casi a nuestro alcance. El tipo de chica que nos gustar¨ªa tener como vecina, s¨®lo que nunca ser¨¢ nuestra vecina", describi¨® el fot¨®grafo David Bailey. El m¨¢s importante de los pintores vivos del Reino Unido, Lucian Freud, le dedica un retrato que da la vuelta al mundo. Le seguir¨¢n Tracey Emin, Jake y Dinos Chapman y Sam Taylor-Wood, en un porfolio especial para la revista W. Marc Quinn esculpe en 2000 una escultura de hielo de la modelo a tama?o natural que se expone en un refrigerador destinado a fundirla en el plazo de unos meses, "una met¨¢fora perfecta de la manera en que consumimos su belleza. Kate se evaporar¨¢ en la galer¨ªa y la gente podr¨¢ literalmente respirarla", explic¨® el escultor. The Guardian cuestiona este empe?o por reivindicar una figura tan "hueca" y proclama "la muerte del arte brit¨¢nico". Seg¨²n Salmon, Moss ha dado forma a un nuevo tipo de sujeto, adaptable a cualquier circunstancia, capaz de reinventarse continuamente. Una sustancia fungible y mutante.
No hay Kate Moss sin Internet. Como no hay Marilyn de Warhol sin fotocopiadora Xerox
Cuando en septiembre de 2005, coincidiendo con la Semana de la Moda de Nueva York, el tabloide brit¨¢nico Daily Mirror publica las fotos ultrapixeladas de la modelo cortando rayas de coca¨ªna bajo el titular contundente de Cocaine Kate, la ficci¨®n de un icono que transita por encima del bien y el mal parece evaporarse. Pero tras la alarma inicial, el gremio cierra filas en torno a ella. Fran?ois-Henri Pinault, presidente del grupo PPR (que controla, entre otras, las firmas Gucci e Yves Saint-Laurent), denuncia la hipocres¨ªa de la industria en unas declaraciones que recoge The Guardian: "Si utilizamos a Kate como un s¨ªmbolo de libertad, de transgresi¨®n, debemos ser honestos, no podemos utilizar su imagen para hacer pasar estos mensajes y luego extra?arnos de que sea transgresiva en su vida privada". A su vez, Galliano ironiza sobre el asunto en Vogue Paris, pidiendo a las grandes cadenas de ropa que se preocupan por la salud de la juventud que "extendieran esta nueva preocupaci¨®n a las f¨¢bricas de los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo donde se producen muchos de sus art¨ªculos y que, en muchos casos, utilizan mano de obra infantil".
"Moss no encarna una deriva del sistema, sino su ideal-tipo. Es la rebelde integrada. El exceso asumido. No la transgresi¨®n de los c¨®digos, sino un nuevo c¨®digo contradictorio que hace de la transgresi¨®n una norma social", escribe Salmon. La modelo no s¨®lo sali¨® del atolladero, sino que mantuvo -cuando no aument¨®- la mayor¨ªa de sus contratos publicitarios. El eslogan de L'Or¨¦al, Porque yo lo valgo, es, seg¨²n el autor, la expresi¨®n lapidaria de esta nueva cultura de la performance, una en la que el valor ha perdido todo referente y s¨®lo se demuestra afirm¨¢ndose. Moss podr¨ªa haber salido de su cl¨ªnica de desintoxicaci¨®n reinvent¨¢ndose como nuevo rostro de una ONG, haci¨¦ndose fotos con los desprotegidos para expiar p¨²blicamente sus pecados. En vez de eso, en 2006, su amigo Alexander McQueen la convoc¨® en la Semana de la Moda de Par¨ªs bajo la forma de un holograma, cubierta de cintas blancas en medio de una corte de mujeres mariposa, girando sobre ella misma como una aparici¨®n. Una resurrecci¨®n simb¨®lica. Seg¨²n Salmon, m¨¢s efectiva que cualquier proeza tecnol¨®gica.
"Moss sobrevivir¨¢ como una marca. Lleva a?os transfoRm¨¢ndose en una", opina Christian Salmon
El mito de Kate Moss ha evolucionado y madurado en sus 20 a?os de vida. Ha sido un peculiar espejo para la sociedad de su tiempo. Cuando ¨¦sta encara una nueva d¨¦cada y varias revoluciones paralelas, ?cu¨¢l ser¨¢ el papel que el icono Moss jugar¨¢ en el futuro?, ?c¨®mo envejecer¨¢? "Ella va a sobrevivir como una marca, lleva a?os transform¨¢ndose en una", opina Salmon. "Su colaboraci¨®n con Top Shop o Longchamp son una prueba de ello. Pero va a desaparecer como personaje real. La era de Kate Moss ya se acab¨®, aunque es algo que no he cre¨ªdo necesario escribir en el libro. Siempre existe la posibilidad de que una tragedia, como la de Marilyn, alimente de nuevo el mito. Pero ¨¦se no es el deseo de nadie". Seguramente, Kate Moss tambi¨¦n encontrar¨¢ la forma de escapar de esos lobos.
?Kate Moss Machine? (Ediciones Pen¨ªnsula) sale a la venta el 8 de abril.
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