Tres siglos de vida privada en La Moncloa
Un libro recorre desde sus or¨ªgenes hasta hoy los secretos del edificio presidencial
El cauce excavado durante milenios por las aguas del Manzanares en el Poniente de Madrid alza en el conf¨ªn noroeste de la Ciudad Universitaria un mirador excepcional. Una veintena de metros separan la atalaya del lecho del r¨ªo. En las ma?anas de primavera, la vista desde all¨ª se esparce mullidamente sobre las copas verdeoscuras de los ¨¢rboles situados enfrente, en la Casa de Campo. Del r¨ªo asciende una brisa que aroma la atm¨®sfera y dialoga en lontananza con las cumbres de la sierra del Guadarrama, resplandecientes hoy por las nieves de d¨ªas atr¨¢s. Tal es el escenario de un fragmento vivo de la historia de Madrid, el palacete de la Moncloa y sus jardines, que proceden del siglo XVII y albergan desde 1977, con Adolfo Su¨¢rez, la sede de Presidencia del Gobierno.
El predio procede del conde de Monclova, que lo adquiri¨® en 1614
Desde 1977, con Adolfo Su¨¢rez, es la vivienda de los presidentes
Machado y Aza?a, entre los asiduos que paseaban por los jardines
En sus estancias, hoy funcionales y sin lujos, pas¨® 14 a?os Felipe Gonz¨¢lez
La belleza del paraje explica por qu¨¦ uno de sus propietarios fuera el marqu¨¦s del Carpio y Eliches, due?o de tesoros del arte universal como la Venus del espejo, de Diego Vel¨¢zquez, o una Madonna de Rafael. El nombre del lugar procede del tercer conde de Monclova, que adquiri¨® la heredad por venta real en 1614. Un libro reci¨¦n publicado por Presidencia (en edici¨®n restringida), El palacete de la Moncloa, de Juan Antonio Gonz¨¢lez C¨¢rceles, cuenta la historia de este enclave, monumento nacional desde 1923. Por razones de seguridad es a¨²n muy desconocido por el p¨²blico.
D¨¦cadas atr¨¢s, sin embargo, entre 1930 y 1936, gracias a un tranv¨ªa de la l¨ªnea 22 que proced¨ªa de Embajadores, este paraje ¨²nico estuvo frecuentado por numerosos visitantes cautivados por la amenidad de siete jardines y el rumor de 14 fuentes. Entre los asiduos, el poeta Antonio Machado, que por las frondosas arboledas y los umbr¨ªos jardincillos se extasi¨® de los sabores de un amor prohibido con Pilar Valderrama, Guiomar en sus poemas. Manuel Aza?a, presidente de la Rep¨²blica, confes¨® haber descubierto en las veredas, parterres y horizontes de La Moncloa la emoci¨®n del paisaje.
Un paisaje compartido y contemplado en ¨¦pocas posteriores por invitados extranjeros de nombrad¨ªa, como Haile Selassie, Negus de Etiop¨ªa; el sahanshar, rey de reyes persa Mohamed Reza Pahlevi; o Richard Nixon, presidente de los EE UU de Am¨¦rica. Y ello porque el reinventado palacete de la Moncloa, que result¨® completamente destruido durante la Guerra Civil por hallarse en primera l¨ªnea del frente, fue reedificado en 1953 bajo la dictadura del general Franco para hu¨¦spedes de Estado.
Primero se concibi¨® como residencia de su alteza el Jalifa de Marruecos, a la saz¨®n semi colonia espa?ola. Quiz¨¢ por ello la zona trasera del edificio se proyect¨® cubierta de numerosas celos¨ªas. La participaci¨®n de tropas marroqu¨ªes en la contienda civil en el bando del dictador, tambi¨¦n y precisamente en ese mismo enclave, permitir¨ªa explicar tal deferencia hacia el l¨ªder pol¨ªtico-religioso del pa¨ªs vecino.
As¨ª lo ide¨® en sus primeros bocetos el arquitecto Diego M¨¦ndez -870 grandes obras y proyectos, en su mayor parte encomiendas estatales, como el Valle de los Ca¨ªdos-. En 1948 M¨¦ndez ide¨® para La Moncloa reconstruir un nuevo palacete inspir¨¢ndose en la casita del Labrador de Aranjuez. Seg¨²n sus propias anotaciones, la reconstrucci¨®n cost¨® 20.255.394,86 pesetas de entonces, la dolorosa posguerra aut¨¢rquica de Franco.
De estilo historicista, a base de ladrillo y piedra caliza, el edificio tiene hoy cubiertas empizarradas al modo escurialense; cuenta con dos plantas y otra abuhardillada, m¨¢s sellos de caliza con relieves en los ¨¢ticos; fachada con hornacinas y, bajo balc¨®n abalaustrado para las banderas, cuatro fustes corintios de un atrio columnado que, tras cinco escalones, recibe al visitante y le adentra al palacio.
Su interior es hoy un recinto funcional, de muros gruesos, que alberga una vivienda distinguida sin grandes lujos, donde los muebles dominantes m¨¢s visibles son alargados sof¨¢s de raso que sirven para escenificar las poses dialogadas del anfitri¨®n y numerosos hu¨¦spedes. Felipe Gonz¨¢lez pase¨® 14 a?os leyendo informes por sus estancias, donde tambi¨¦n ve¨ªa partidos de f¨²tbol por televisi¨®n con un gran cigarro en la mano, entre muebles de cualquier vivienda burguesa.
Pero mucho tiempo atr¨¢s, cuando en 1789 heredara el palacio Mar¨ªa del Pilar Teresa Cayetana, duquesa de Alba, y lo disfrutara durante dos d¨¦cadas de fiestas y saraos, todo el palacio fue un canon de ornamentaci¨®n neocl¨¢sica: decoraci¨®n externa a base de pinturas clasicistas al temple y adornos interiores de estilo pompeyano; ara?as de cristal de hasta 54 mecheros de luz; frescos de Vicente L¨®pez; vistas napolitanas de Fernando Brambilla; comedores de sillas y mesas estilo imperio; vajillas de Limoges, cuberter¨ªas de plata maciza; claves de pluma, del constructor de pianos Fl¨®rez, de suave teclado; dormitorios de camas de caoba con dosel tapizado de raso entre paredes pintadas con escenas nocturnas; antealcobas con estampas diurnas... Incluso lleg¨® a contar con una mantequer¨ªa propia, situada en una zona soterrada de la fachada noroeste del palacete, frente a un jard¨ªn superior, de donde sal¨ªan la mantequilla y los quesos que consum¨ªa la duquesa de Alba en su palacio de la calle del Barquillo.
Se cuenta que un hijo del primer presidente democr¨¢tico inquilino de La Moncloa, Adolfo Su¨¢rez, mientras jugaba en el jard¨ªn, descubri¨® los muros de la vieja mantequer¨ªa. A?os despu¨¦s, el primer presidente socialista, Felipe Gonz¨¢lez, convirti¨® la estancia en la famosa bodeguiya, escenario de encuentros amistosos con intelectuales, artistas y personalidades varias.
Todos los secretos ornamentales perdidos del viejo palacio desaparecido en la Guerra Civil han podido ser ahora descubiertos. Y ello gracias a la reedici¨®n de este libro, ilustrado con l¨¢minas, que reproduce en facs¨ªmil el elaborado en 1929 por encomienda del dictador Miguel Primo de Rivera a iniciativa de la Sociedad Espa?ola de Amigos del Arte, que restaur¨® el palacio y sus jardines. Estos fueron previamente recobrados en 1922 a manos del paisajista y pintor sevillano Javier de Winthuysen, tras recibirlo muy deteriorado pese a haber sido el edificio habitado ocasionalmente por los presidentes Sagasta y Canalejas en el siglo XX.
A partir de 1868, fecha de la revoluci¨®n antimon¨¢rquica llamada Gloriosa, y hasta el fin de la Guerra Civil en 1939, el palacio de la Moncloa y sus entonces 22 hect¨¢reas de jardines, labrant¨ªos y regad¨ªos hab¨ªan pertenecido al Estado, concretamente, al Ministerio de Fomento. Antes, fue un conjunto de propiedades, que inclu¨ªa la finca y el palacio de La Florida, comprada por la Corona a diferentes arist¨®cratas y unificada a comienzos del siglo XIX, concretamente en 1802, por el frenes¨ª del monarca Carlos IV por dotarse de un corredor verde que le permitiera acceder sin interrupci¨®n por sus propiedades al palacio de El Pardo, hist¨®rico cazadero del pueblo -comunero- de Madrid hasta que en el arranque del siglo XVI lo perdiera ante las tropas de Carlos I, cuyo hijo Felipe II, lo convirti¨® en cazadero real.
Lo m¨¢s singular del enclave de La Moncloa, donde residi¨® 15 d¨ªas de 1808 el duque de Berg, gobernador napole¨®nico de Madrid, es su accidentado relieve, ataludado hacia el r¨ªo Manzanares. Hasta ¨¦l descend¨ªa el llamado arroyo Cantarranas. El tumultuoso regato era salvado por un accidentado camino que fue transformado en 1933 en el puente del Aire por el ingeniero Eduardo Torroja. Ten¨ªa 18 metros de altura, 36 metros de luz y se soportaba sobre dos arcos gemelos. Por encima del puente cruzaba el tranv¨ªa. Torroja fue autor igualmente de otro puente cercano, llamado de los Quince Ojos, de 130 metros de longitud y 35 de anchura, hoy semienterrado, sobre el que cruza la carretera de A Coru?a. Al ingeniero se debe adem¨¢s la estaci¨®n de tranv¨ªa bajo el estadio edificado durante la construcci¨®n de la Ciudad Universitaria, a partir de 1931.
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