?Hay quien d¨¦ m¨¢s?
En estos d¨ªas, no pocos portavoces cat¨®licos se preguntan con desgarro por qu¨¦ se hace hincapi¨¦ en los casos de pederastia protagonizados por curas, cuando esa pr¨¢ctica aberrante se da en todas las profesiones. El beato Prada, en un art¨ªculo de Abc particularmente farisaico, ven¨ªa a decir, incluso, que en una sociedad enferma como la nuestra es natural que se contagien -pobrecillos- hasta algunos de los m¨¢s virtuosos, una verdadera minor¨ªa en el conjunto de la poblaci¨®n pecadora, haciendo caso omiso de que los sacerdotes siempre son una minor¨ªa en ese conjunto -y cada vez m¨¢s-, y que el porcentaje de sus depravados resulta escandalosamente alto respecto a la totalidad del clero, que es como debe medirse y no respecto a la suma de los ciudadanos. (Y lo que ha salido a la luz lo ha hecho, adem¨¢s, contra presiones y omert¨¤ forzosa.) Sus palabras, como tantas otras veces, parec¨ªan dictadas por la Conferencia Episcopal, y en concreto por el Cardenal Ca?izares, quien ha tenido el cinismo de armar que las noticias relativas a los abusos sexuales de menores perpetrados por religiosos no s¨®lo no le preocupan en demas¨ªa, sino que son meros "ataques" que pretenden que "no se hable de Dios, sino de otras cosas", como si hablar de cualquier asunto impidiera hacerlo de Dios (tal vez aspire a eso, a que nadie hable de nada ? m¨¢s que ¨¦l y los suyos de Dios). El Secretario de Estado Vaticano ha declarado por su parte que "Hay personas que intentan desgastarnos". Es de suponer que esas "personas" est¨¢n encabezadas por los ni?os que, en silencio y temor, sufrieron manoseos y violaciones a cargo de sus custodios, y que, ya adultos y con menos p¨¢nico, se atreven ahora a levantar sus quejas. Pero quiz¨¢ la reacci¨®n m¨¢s taimada ha sido la del propio
"Confiar un hijo a los curas ha venido a ser como poner el gallinero al cuidado de una guarida de zorros"
Papa, quien ha quitado importancia a esos abusos recurriendo a la cita evang¨¦lica "El que est¨¦ libre de pecado, que tire la primera
piedra", como si su Iglesia no llevase siglos tirando piedras contra todos los pecadores (seg¨²n su criterio), aterroriz¨¢ndolos con
la amenaza del in& erno, persiguiendo a disidentes y herejes, quem¨¢ndolos de vez en cuando, forz¨¢ndolos a abjurar de sus
convicciones, expulsando a los que se desviaban del dogma, imponiendo a creyentes y a no creyentes su fe y su concepci¨®n
de la moral, obligando a todos a cumplir con sus preceptos, dictando leyes a su conveniencia. ?Por qu¨¦ se hace hincapi¨¦ en los
delitos sexuales cometidos por eclesi¨¢sticos? Porque ¨¦stos llevan la vida entera haciendo hincapi¨¦ en los "pecados" de los dem¨¢s,
y han condenado y castigado con dureza sus faltas y debilidades. Porque son ellos quienes en buena medida han decidido qu¨¦ era
delito y qu¨¦ no. Porque ellos han reclamado secularmente -y en Espa?a siguen, hasta donde pueden- la exclusividad en la formaci¨®n, ense?anza y adoctrinamiento de los ni?os. Porque a lo largo de la historia han dicho o exigido a los padres: "Entregadnos a vuestros v¨¢stagos, somos lo mejor para ellos". Hasta quienes tuvimos la suerte de no ir a colegios religiosos
en la clerical Espa?a de Franco sabemos que los tocamientos por parte de profesores con sotana estaban a la orden del d¨ªa, y
que legiones de cr¨ªos los padec¨ªan sin poder rechistar. La imagen del cura vergonzantemente sob¨®n o salido formaba parte
del paisaje nacional (y supongo que en algunos internados la actitud ya no era vergonzante, sino indisimulada y aun descarada).
Los religiosos no pod¨ªan ser denunciados ante la justicia y obraban impunemente, y, como se ha comprobado ya en
Irlanda, Estados Unidos, Austria, Alemania, Italia (el fen¨®meno se repite acusatoriamente), sus superiores, por lo general intolerantes con la poblaci¨®n, eran en cambio tan tolerantes con sus subordinados viciosos que nunca los castigaban ni expon¨ªan
ante la sociedad: los encubr¨ªan y se limitaban a trasladarlos de lugar, para que en el nuevo prosiguieran o reiniciaran, libres de sospecha, sus carreras delictivas. ?Es culpa del celibato? Puede ser, en parte. Pero si uno piensa en la mentalidad de un pederasta, es f¨¢cil imaginar que ¨¦stos optaran por adscribirse a la Iglesia en masa, por las enormes ventajas que les ofrec¨ªa: acercanza de los ni?os y permanente contacto con ellos; su obediencia asegurada y autoridad moral sobre sus creencias; lenidad o connivencia de la jerarqu¨ªa; impunidad garantizada, como la tuvo el fundador de los Legionarios de Cristo, Maciel, durante d¨¦cadas; certeza de que jam¨¢s ir¨ªan a dar con sus huesos en la c¨¢rcel, por mucho que se propasaran con las criaturas. Esta instituci¨®n ha sido, sin duda alguna, el ideal del pederasta vocacional: gozaba de patente de corso a su amparo y le pon¨ªa bien a tiro a sus v¨ªctimas. Visto lo visto, con& ar un hijo a los curas ha venido a ser como poner el gallinero al cuidado de una guardia infiltrada de zorros. No quiero decir que todos los sacerdotes sean sospechosos, en modo alguno. Pero es indudable que la Iglesia ha sido tradicionalmente no ya un magn¨ª& co refugio para los pederastas, sino el ¨¢mbito en que ¨¦stos han podido desenvolverse a sus anchas y sin peligro, y en el que sus posibles presas les eran servidas en bandeja o en patena. Cuando un eclesi¨¢stico comete abusos sexuales contra menores, claro que se hace hincapi¨¦ en ello: porque ese acto encierra varias bajezas a?adidas: abuso de con& anza y de poder, manipulaci¨®n de inocentes, aprovechamiento de posici¨®n dominante, doble rasero, hipocres¨ªa flagrante, profanaci¨®n y prevaricaci¨®n, corrupci¨®n y chantaje morales, amedrentamiento de la v¨ªctima cuando no su terror... En fin, ?hay qui¨¦n de m¨¢s?
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