?Principio del fin para el r¨¦gimen castrista?
Uno de los peores negocios del mundo a lo largo del ¨²ltimo medio siglo ha sido apostarle al fin de r¨¦gimen de la llamada revoluci¨®n cubana. El n¨²mero de libros, ensayos, art¨ªculos, declaraciones y resoluciones vaticinando la ca¨ªda de Fidel Castro es casi infinito, superado s¨®lo por la cantidad de errores de informaci¨®n y de an¨¢lisis a los que debemos tanta frustraci¨®n para quienes el cambio de fondo o el fin del r¨¦gimen constitu¨ªa un deseo inocultado. Recuerdo una columna que publiqu¨¦ en este diario y en la revista Newsweek en 1990, titulada El viejo y la isla, casi suplic¨¢ndole al "caballo" que se fuera; tal vez nos entierre a todos.
Pero a pesar de los antecedentes negativos, y de la enorme carga de los yerros pasados, es posible que la dictadura tropical empiece a escuchar por primera vez pasos en la azotea. La conjunci¨®n de tres factores justifica una nueva aventura anal¨ªtica: tal vez esta ocasi¨®n sea la buena (o la mala, seg¨²n para quien).
La crisis econ¨®mica, la protesta de los disidentes y la debilidad de Fidel crean una situaci¨®n in¨¦dita
Fidel jam¨¢s hubiera permitido que el asunto Zapata se le fuera de las manos
El primer elemento nuevo, o en todo caso ausente desde el "Per¨ªodo especial" en 1994, es una crisis econ¨®mica feroz, que ha introducido elementos de hambre y miseria en Cuba desconocidos desde aquella ¨¦poca. La ca¨ªda del precio del n¨ªquel y del turismo el a?o pasado, el estancamiento de las remesas procedentes de Miami y los huracanes en tiempos recientes han paralizado la actividad en la isla; los apagones, las terribles deficiencias del sistema de salud, la falta de alimentos producidos nacionalmente o importados principalmente desde Estados Unidos, la crisis de vivienda generalizada y la suspensi¨®n de pagos de Cuba a todos sus acreedores -amigos o adversarios- desde enero del 2009, pintan un panorama desolador.
El subsidio venezolano resulta a la vez indispensable e insuficiente: las privaciones y las dificultades de la vida cotidiana alcanzan un grado inusitado, incluso para un pueblo acostumbrado a sufrir. Y ya no es tan f¨¢cil echarle la culpa al "imperio": no es lo mismo George Bush o Ronald Reagan que Barack Obama, cuya popularidad entre el cubano de a pie parece ser descomunal. Como lo han se?alado muchos autores, una crisis econ¨®mica m¨¢s, por s¨ª sola, no va a derrocar a los Castro. Pero junto con los factores siguientes, tal vez nos conduzca a territorios inexplorados.
En efecto, a pesar de su car¨¢cter l¨®gicamente minoritario y aislado, tanto el movimiento de los huelguistas de hambre como el de las Damas de Blanco han generado un elemento discordante y novedoso en la pol¨ªtica cubana. La muerte de Orlando Zapata coloc¨® al Gobierno a la defensiva, y cancel¨® cualquier posibilidad de una normalizaci¨®n con la Uni¨®n Europea o con M¨¦xico, a pesar del vergonzoso cinismo de Lula, Calder¨®n y Moratinos, y pospuso indefinidamente el acercamiento con Washington. La perseverancia de Guillermo Fari?as en su propia huelga de hambre, su rechazo a las invitaciones espa?olas, su creciente car¨¢cter de l¨ªder opositor articulado y centrado, adem¨¢s del claro altruismo de su causa (no es un preso pol¨ªtico, pero suspendi¨® el consumo de agua y alimentos para obtener la liberaci¨®n de los que s¨ª lo son) le dan un relieve interno y externo que pocos disidentes hab¨ªan logrado. Si se confirman las noticias sobre Darsi Ferrer y Franklin Pelegrino, dos nuevos huelguistas de hambre que se unieron en solidaridad con Fari?as el 30 de marzo, y si se complicara el cuadro m¨¦dico del propio Fari?as, los acontecimientos podr¨ªan tomar un giro insospechado.
Las Damas de Blanco han producido una expectativa semejan
-te. Llevan a?os marchando y yendo a misa cada domingo buscando la liberaci¨®n de los presos pol¨ªticos detenidos en el 2003 y con posterioridad. Pero, de repente, sus esfuerzos han cobrado un nuevo ¨ªmpetu. Por un lado, las autoridades ya no pueden impedir las marchas; por el otro, tampoco desean que tengan lugar libremente. Han optado, con la cl¨¢sica picard¨ªa cubano-castrista, por un ardid ingenioso y mal¨¦volo: echarle encima a las Damas turbas revolucionarias semioficiales, y resguardar a las Damas con fuerzas del orden que las protegen de posibles agresiones... procedentes de las turbas semioficiales. Pero las multitudes conformadas por las Damas, los agresores, los cuidadores y los espectadores han sido captadas en fotograf¨ªas que le han dado la vuelta al mundo. Lo que no sabemos es si junto con el martirio de Zapata y el reto de Fari?as, le hayan dado la vuelta a Cuba.
Hasta hace muy poco, seguramente no hubiera sido el caso. Una de las grandes fortalezas del autoritarismo cubano consisti¨® en el aislamiento de los opositores, y la ignorancia en la que manten¨ªa sumida a la poblaci¨®n cubana. Nadie se enteraba de nada, salvo por la versi¨®n truncada de Radio Bemba, una transmisi¨®n de boca a boca basada en la tradicional locuacidad cubana.
Pero en esta ocasi¨®n, en parte debido a la peque?a rendija abierta por Ra¨²l Castro en materia de celulares, Internet, llamadas telef¨®nicas desde Miami, un peque?o aumento en los viajes de familiares en Estados Unidos gracias a Obama, resulta m¨¢s dif¨ªcil saber qu¨¦ saben los cubanos. Es posible que ahora sepan mucho m¨¢s que antes.
Lo que s¨ª todos saben, sin lugar a dudas, es que Fidel ya no lleva los asuntos del d¨ªa a d¨ªa. He aqu¨ª el tercer factor. El comandante jam¨¢s hubiera permitido que un asunto como el de Orlando Zapata se le fuera de las manos: o lo libera antes de que iniciase su huelga de hambre, o lo fusila, o lo condecora, pero nunca se habr¨ªa visto arrinconado como sucedi¨® con su hermano menor. Lo mismo con Fari?as, con las Damas de Blanco, y sobre todo, con los posibles efectos de la simultaneidad de una debacle econ¨®mica y un incipiente movimiento de protesta. Esta vez, no estar¨¢ Fidel para dirigirse al Malec¨®n de La Habana como en agosto de 1994, en pleno ¨¦xodo de los balseros, para confrontar a un nutrido -all¨ª s¨ª- grupo de manifestantes y doblegarlos con la magia de su verbo y con su aparato de seguridad. Ra¨²l Castro es incapaz de semejante faena. Carece por completo de los instintos pol¨ªticos que le permitieron a su hermano durante medio siglo detectar a opositores en potencia antes de que ellos mismos se les ocurriera serlo.
La pradera est¨¢ seca. La chispa, min¨²scula, existe. Los bomberos est¨¢n agotados. Y la ¨²nica tabla de salvaci¨®n -ubicada en Caracas- puede hundirse en cualquier momento. Esta conjunci¨®n de factores se antoja in¨¦dita en la historia del castrismo. Puede ser una llamarada m¨¢s, o el principio del fin.
Jorge Casta?eda, ex secretario de Relaciones Exteriores de M¨¦xico, es profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York.
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