Abdul Wahid, el alma de Darfur
Las elecciones en Sud¨¢n vuelven a poner en primera l¨ªnea al combativo Wahid, se?or de la guerra que se niega a someterse sin condiciones y a olvidar a los miles de muertos causados por el r¨¦gimen de Jartum
Esta semana han empezado las primeras elecciones plurales celebradas en Sud¨¢n en los ¨²ltimos 24 a?os de la historia de ese pa¨ªs.
Ahora bien, la mayor parte de los observadores internacionales -con V¨¦ronique de Keyser, jefa de la misi¨®n de la Uni¨®n Europea, a la cabeza- nos dicen que todo est¨¢ organizado para que estas elecciones sean falseadas, trucadas y terminen en una mascarada.
Como nadie ignora, su resultado ser¨¢ el de salvar la cara a Al Bashir, inculpado por cr¨ªmenes de guerra y cr¨ªmenes contra la humanidad por un Tribunal Penal Internacional, al que ¨¦ste intentar¨¢ oponer el pretendido "veredicto de las urnas".
Adem¨¢s servir¨¢n como punto de apoyo para un vasto cambio de perspectiva, no s¨®lo geoestrat¨¦gico, sino mental, que llevar¨¢ a la comunidad internacional a situar de nuevo en el centro de sus preocupaciones (lo que est¨¢ bien) al inmenso sur de Sud¨¢n animista y cristiano, rico en recursos, especialmente petroleros, que ha comenzado a resta?ar las heridas de la atroz guerra que soport¨®, tambi¨¦n ¨¦l, durante 30 a?os, pero ser¨¢ en detrimento (lo que, evidentemente, no est¨¢ tan bien...) del Darfur sin recursos, exang¨¹e, al que la comunidad internacional parece a punto de dar la espalda.
El resultado de las urnas servir¨¢ para salvar la cara a Al Bashir, inculpado por cr¨ªmenes contra la humanidad
Abdul Wahid no es un ¨¢ngel. Cuando sus hombres derrotan a una columna enemiga, no se paran a tomar prisioneros
Salvo que hay un hombre aqu¨ª en Par¨ªs, donde vive exiliado, que lucha con todas sus fuerzas contra ese aciago destino.
Hay un hombre que se rebela contra la idea de que se haga borr¨®n y cuenta nueva con los innumerables m¨¢rtires de su pa¨ªs, y que lo hace neg¨¢ndose, por una parte, a participar en la farsa electoral y, por otra, a prestarse a la otra puesta en escena, diplom¨¢tica esta vez, que se est¨¢ desarrollando en Doha, capital de Qatar, y que se supone tiene que desembocar en un acuerdo que "pacifique" el desventurado Darfur.
Este hombre, este aguafiestas, este grano de arena en la mec¨¢nica bien engrasada de aquellos que quisieran pasar la p¨¢gina de los 300.000 muertos que causaron los islamistas de Jartum en su provincia occidental, se llama Abdul Wahid al Nour.
Y como le conozco un poco; como fue con sus combatientes con quienes entr¨¦ en Darfur, hace ahora cerca de tres a?os, acompa?ado por Gilles Hertzog y el fot¨®grafo de Gamma Alexis Duclos; como cuento con su confianza, soy objeto de fuertes presiones, desde hace ahora varias semanas, para que "le haga entrar en raz¨®n" y le convenza de que tome el camino, si no de las elecciones, al menos de Doha y de su proceso de discusiones.
As¨ª que he hablado con Abdul Wahid.
He vuelto a ver a este jefe de guerra sobre el cual corren los rumores m¨¢s terribles y al que se acusa, particularmente, de haber hecho ejecutar a distancia en DJebel Marra, la ¨²ltima zona que controla, a algunos de los comandantes que cuestionaban su "l¨ªnea radical".
Y he llegado a la siguiente doble conclusi¨®n.
Para empezar, no creo en esas historias de ejecuciones a distancia. No creo en la fiabilidad de las "notas" que me han pasado las almas caritativas encargadas de darme a entender que no es ese resistente, ese combatiente de la libertad que he descrito varias veces. De que no es un ¨¢ngel, estoy seguro. Que sus hombres, cuando derrotan a una columna enemiga, no siempre se toman el tiempo de hacer prisioneros es algo que yo mismo denunci¨¦, entonces, en el reportaje que hice para Le Monde y The New York Times. Pero invito a aquellos de nuestros diplom¨¢ticos que se alegrar¨ªan de encontrar por fin "la" buena raz¨®n para proceder a su expulsi¨®n y contentar as¨ª a nuestros poderosos amigos qatar¨ªes a examinar con ¨¦l, digo bien: con ¨¦l, como he hecho yo mismo, cada uno de los casos se?alados con el dedo...
Y, sobre todo, no creo en la imagen demasiado simple del se?or de la guerra alejado de sus tropas, apartado de las realidades del terreno y dispuesto a luchar para que viva su sue?o de un Darfur laico y democr¨¢tico hasta el ¨²ltimo darfur¨ª de carne y hueso. Sin duda, Abdul Wahid se expresa mal, o no lo suficiente. Pero dice tres cosas, al menos, que no carecen de l¨®gica y me parecen eminentemente respetables. Dice que, aunque, por definici¨®n, uno habla de paz con su adversario, no por ello est¨¢ obligado a hablar de gastronom¨ªa con un can¨ªbal. Dice que, aunque es exacto que, antes o despu¨¦s, siempre se acaba uno sentando a la mesa de negociaciones con su enemigo, no est¨¢ obligado a hacerlo con una pistola en la sien, otra en la espalda y la mitad de su pueblo pudri¨¦ndose en los campos. Y a?ade, finalmente, que ir¨¢ a Doha, s¨ª, por supuesto; que se sentar¨¢ a la mesa de negociaciones, tal y como le han invitado; pero a condici¨®n de que: a) cesen los bombardeos sobre Djema Marra; b) se desarme a las milicias janjawids que siembran el terror a la puerta de los campos, as¨ª como en el resto de los pueblos fur, y c) que empiecen a volver los desplazados a los que les han robado sus casas para instalar en ellas a gentes de N¨ªger, Mal¨ª, Chad u otros lugares.
"?ste es el pa¨ªs del general De Gaulle -me dijo Abdul Wahid el pasado domingo por la noche-. Su presidente surgi¨® de una tradici¨®n pol¨ªtica fundada por el general De Gaulle. ?No se dan cuenta de que, al invitarme a la rendici¨®n, al exhortarme a someterme sin condiciones a un r¨¦gimen islamista, racista y, en el fondo, fascista, me piden que act¨²e como P¨¦tain y no como De Gaulle?".
Evidentemente, Abdul Wahid al Nour no es De Gaulle. Pero lo que le piden es, en efecto, que sea una especie de P¨¦tain. Por desgracia, hoy, estoy convencido de ello.
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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