Elvis Presley y el sexo
Hace nueve a?os, un grueso tomo llamado Infinite Elvis establec¨ªa la bibliograf¨ªa de Presley, un fil¨®n aparentemente inagotable de la industria editorial (anualmente se publican entre diez y veinte t¨ªtulos). ?Meros subproductos de la cultura de las celebridades? S¨ª, pero estamos hablando de Elvis Presley, lo m¨¢s parecido a un santo popular en Estados Unidos. Efectivamente, ninguna de las figuras del siglo XX conserva un carisma similar. Da lo mismo que esos ilustres pertenezcan a la pol¨ªtica, al deporte o al mundo del espect¨¢culo: sus cifras p¨®stumas empeque?ecen junto a las de Presley. Su tumba es la m¨¢s visitada del pa¨ªs; Graceland, la mansi¨®n de Memphis, s¨®lo compite con la Casa Blanca en la categor¨ªa de residencias con gancho tur¨ªstico.
"Elvis no necesitaba un alma gemela. Priscilla encarnaba el imperativo de buscarse una buena esposa"
"Su equipo de amigos-asistentes se encargaban de que nunca le faltara carne fresca. Las juergas eran similares a org¨ªas cl¨¢sicas"
"Elvis prefer¨ªa mirar y masturbarse, y mostraba debilidad por las menores de edad o las que lo parec¨ªan"
La lucha por determinar el car¨¢cter de Elvis tiene dimensiones de batalla cultural. Enfrenta al sur con el resto de Estados Unidos. Divide a blancos y negros; estos ¨²ltimos reivindican el origen afroamericano de su m¨²sica, aunque realmente Elvis incorporaba otras influencias. Plantea la realidad del sue?o americano; es decir, si ¨¦ste se cumpli¨® fielmente para un chico procedente de lo que se denomina white trash (basura blanca). Confronta su bien ganada fama de fil¨¢ntropo con su inclinaci¨®n suicida por el derroche. Trat¨¢ndose de un hombre de alta religiosidad externa, se intenta comprobar hasta qu¨¦ punto vivi¨® de acuerdo con las exigencias morales de sus creencias.
La ¨²ltima novedad en el campo de las revelaciones es Baby, let's play house: Elvis Presley and the women who loved him, de Alanna Nash, periodista especializada en country. Ella logr¨® documentar historias incre¨ªbles, como la de su m¨¢nager, Tom Parker, que siempre escondi¨® el hecho de que era un inmigrante ilegal nacido en Holanda. En Baby, juguemos a las casitas, Nash dispara otro torpedo contra uno de los pilares m¨¢s s¨®lidos de la Presleyiada: el enamoramiento de cuento de hadas que desemboc¨® en su emparejamiento con Priscilla Ann Beaulieu. Se conocieron siendo ella una belleza de 14 a?os, cuando ¨¦l pasaba la mili en la Rep¨²blica Federal de Alemania, un gesto de patriotismo al que le empujaron sin contemplaciones.
en contra de la leyenda, Elvis no necesitaba un alma gemela que le animara mientras serv¨ªa en la 3? Divisi¨®n Acorazada. A Alemania viaj¨® su corte, aparte de nuevos amigos que se aseguraban de que se cumplieran todos sus deseos. Circula un libro, Private Elvis, que recoge lo que era una noche de permiso para el recluta Presley, fotos tomadas en un club nocturno de M¨²nich en 1959, y no cabe duda de que sab¨ªa divertirse. Para compensar tales excesos, el cantante escenificaba simult¨¢neamente un noviazgo convencional. Priscilla encarnaba el anhelo de pureza, el imperativo de buscarse una buena esposa.
Alana Nash desempolva acuerdos judiciales que rompen esa imagen de la impecable damita sure?a. Priscilla se querell¨® contra Currie Grant, un militar que presum¨ªa de haber mantenido relaciones sexuales con ella tras present¨¢rsela al ¨ªdolo reci¨¦n llegado. Alegando que fue un intento de violaci¨®n, ella gan¨® el juicio, pero renunci¨® a cobrar los 75.000 d¨®lares (unos 56.000 euros) concedidos en concepto de da?os y perjuicios; por el contrario, pag¨® 15.000 d¨®lares (algo m¨¢s de 11.000 euros) a cambio de unas fotograf¨ªas en poder de Grant y el compromiso de no volver a hablar de sus flirteos.
En realidad, Priscilla era menos inocente de lo que nos vendieron. Inquieta y rebelde, hubo novios antes y despu¨¦s del paso de Elvis por el ej¨¦rcito. De hecho, su matrimonio con la realeza del rock and roll parece obedecer a una obsesi¨®n de su padrastro, un oficial de las Fuerzas A¨¦reas que presion¨® cuando la relaci¨®n se fue enfriando por la distancia, con la complicidad de Vernon Presley, padre del cantante, y el llamado coronel Tom Parker, su m¨¢nager. Elvis acept¨® el acuerdo, mientras introduc¨ªa a Priscilla en algunos de sus secretos, como las pastillitas para animarse o relajarse. Tambi¨¦n sugiri¨® juegos l¨¦sbicos con otra doncella, ambas en ropa interior blanca. Aquellos entretenimientos se grabaron en v¨ªdeo por cortes¨ªa de Sony, que puso en sus manos un prototipo de grabadora y c¨¢mara para uso dom¨¦stico: el regalo perfecto para un voyeur.
Elvis hab¨ªa compartimentalizado su vida. En Memphis, bajo la mirada de familiares y conocidos, procuraba llevar una existencia discreta. Pero tras el intervalo militar concentr¨® su actividad profesional en el cine, lo que justificaba largas estancias en Los ?ngeles; all¨ª alquil¨® un palacete anteriormente usado por otro gran hedonista, el sah de Persia. Corr¨ªan los a?os sesenta y aquello, efectivamente, era Hollywood Babilonia. Los compromisos cinematogr¨¢ficos garantizaban un desfile constante de starlettes y aspirantes. Se susurra que Elvis intim¨® con Ann-Margret, Natalie Wood, Tuesday Weld, Candice Bergen, Cybill Shepherd o -?que no se entere Frankie!- Nancy Sinatra.
Pero Elvis no se conformaba. Su equipo de amigos-asistentes, la llamada Memphis Mafia, se ocupaba de que nunca le faltara carne fresca en Bel Air, Palm Springs o Las Vegas. Bastaba con abordar a cualquier desconocida: nadie rechazaba una fiesta con Elvis. Seg¨²n avanzaba la d¨¦cada, aumentaron las drogas y las juergas se hicieron m¨¢s salvajes, similares a las org¨ªas cl¨¢sicas.
Excepto que el jefe no se mezclaba en las bacanales. Ten¨ªa, obviamente, derecho de pernada y nadie rechistaba cuando eleg¨ªa una o m¨¢s compa?eras de cama. Prefer¨ªa mirar y masturbarse, por lo que se enfrent¨® imp¨¢vido a las demandas de paternidad que le cayeron. Sol¨ªa rechazar a las casadas o divorciadas, de forma tajante si ya hab¨ªan sido madres. Por el contrario, demostraba debilidad por las menores de edad o las que lo parec¨ªan. Algo que incomodaba a los m¨¢s despiertos de sus amigotes. Ven¨ªan del Sur, donde las muchachas se casaban muy j¨®venes, pero hasta un paleto era consciente del abismo: la carrera de un temible competidor, Jerry Lee Lewis, se fue al garete en 1958 cuando se difundi¨® que su ¨²ltima esposa era una prima segunda de 13 a?os.
Aqu¨ª y ahora, todo eso suena aberrante. Pero abundan los ejemplos de artistas de otros tiempos y otras culturas que no escondieron su gusto por las menores, algo que tampoco les impidi¨® convertirse en s¨ªmbolos nacionales, caso de Carlos Gardel y la Argentina. El tanguero sol¨ªa defender su preferencia con un refr¨¢n campesino: "A burro viejo, pasto joven".
Esas diferencias de edad comportan peligros. Como ocurr¨ªa en la novela de Nabokov, puede que la Lolita acaricie planes particulares. Priscilla digiri¨® mal la vida disoluta del Elvis viajero, de la que inevitablemente se enter¨®. Dol¨ªa a¨²n m¨¢s el desinter¨¦s sexual del artista: la maternidad funcionaba como tab¨² paralizante.
Nunca subestimes la determinaci¨®n de una magnolia sure?a herida. Unos meses despu¨¦s del nacimiento de Lisa Marie, Priscilla se qued¨® prendada de Mike Stone, un campe¨®n de k¨¢rate al que descubri¨® en unos combates de exhibici¨®n. Estaba casado, le dijeron, pero no aparentaba ser feliz.
Sinuosa, Priscilla se apunt¨® a la escuela de artes marciales de Chuck Norris en Los ?ngeles, asegur¨¢ndose un encuentro casual con Stone. Le contrat¨® como instructor personal y, sin tardar demasiado, tom¨® la iniciativa de llevarle a la cama. Su habilidad para el subterfugio result¨® extraordinaria: compr¨® un apartamento en una playa californiana y el adulterio se mantuvo oculto durante tres a?os y medio.
Fue ella misma qui¨¦n descubri¨® el pastel: a principios de 1972 viaj¨® a Las Vegas para informar a Elvis que iba a dejarle. La hecatombe: aunque Presley debi¨® aceptarlo, hubo noches de delirio, el cantante y sus colegas planeando diferentes formas de liquidar al karateca (para mayor ofensa, un mulato de madre hawaiana). Seg¨²n algunos, ese fue el momento en que todo descarril¨®, cuando Elvis empez¨® su pantagru¨¦lico consumo de productos farmac¨¦uticos. No se lo crean. Mucho antes, Presley pod¨ªa recitar el cat¨¢logo de medicamentos interesantes que se consegu¨ªan con o sin receta.
Como si pretendiera construir el negativo de una historia ejemplar, los cinco a?os finales le muestran acelerando hacia el desastre. Se deteriora su cuerpo, hasta el punto de necesitar cors¨¦ y pa?ales para presentarse en p¨²blico. Sin embargo, aumenta el ritmo de trabajo: le vemos actuando en ciudades perdidas de Estados Unidos, mientras su representante rechaza generosas ofertas para presentarse en el extranjero. Pero, ?ay!, por mucho que aumenten las taquillas, los gastos crecen m¨¢s, muy por encima de los ingresos. El puro disparate llega cuando, apurado por las deudas, cede a RCA, su discogr¨¢fica, los ingresos futuros de sus grabaciones por una cantidad millonaria que se queda en calderilla una vez que el m¨¢nager aparta su 50% y Hacienda pega su mordisco. Se distancia del sexo activo igual que del cristianismo convencional, reemplazado por doctrinas esot¨¦ricas. De alguna manera, la muerte llega justo a tiempo, antes de que se desmoronara todo el tinglado.
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