Restos de una guerra muy fr¨ªa
Durante unas vacaciones, paseaba un d¨ªa con un amigo por un bosque en la Rep¨²blica Federal de Alemania y nos topamos con un muro entre los ¨¢rboles; no pod¨ªamos seguir; no se ve¨ªa nada al otro lado; s¨®lo se o¨ªa la quietud del sonido de los p¨¢jaros. Anduvimos en paralelo a la tapia hasta que descubrimos una torre de vigilancia; hab¨ªa un soldado. Yo le hice una foto all¨ª, solo, en lo alto; ¨¦l la tom¨® de nosotros. No hablamos". No. Corr¨ªa 1983. No hab¨ªa nada que hablar. Europa llevaba casi cuatro d¨¦cadas dividida en dos pedazos; dos ideolog¨ªas irreconciliables. Eran ciudadanos de dos mundos.
Y esa primera imagen robada del muro de Berl¨ªn fue semilla de un gran proyecto futuro en la vida del fot¨®grafo holand¨¦s Martin Roemers. Lo cuenta ¨¦l ahora para explicar su inter¨¦s por todos esos objetos arquitect¨®nicos -ya arqueol¨®gicos se dir¨ªa- repartidos por el este y el oeste de Europa, que han sido su obsesi¨®n profesional durante 11 a?os. "Heridas en el paisaje y en sus pobladores", dice, que ha convertido en libro y en hermosa exposici¨®n (Relics of the cold war, Reliquias de la guerra fr¨ªa) en gira desde hace meses.
"Yo mismo soy hijo de la guerra fr¨ªa; nac¨ª y crec¨ª entre tensiones pol¨ªticas y amenazas"
El mayor vestigio de aquel tiempo fue el Muro, llamado muralla antifascista al otro lado
"Eran dos culturas compartiendo el mismo pasado que disent¨ªan sobre el futuro"
Roemers sigui¨® la pista a cuarteles, aeropuertos, b¨²nkeres, instalaciones nucleares, t¨²neles, aviones, tanques y monta?as de municiones cubiertas por el ¨®xido del olvido. Restos todos de lo que fue la historia tensa de este mundo nuestro a mitad del siglo pasado. Construcciones o edificios que, tal como afirma el cr¨ªtico Deyan Sudjic en La arquitectura del poder. C¨®mo los ricos y poderosos dan forma a nuestro mundo (Editorial Ariel), "pueden ser muy reveladores acerca de nuestros miedos y nuestras pasiones, acerca de los s¨ªmbolos que definen una sociedad y nuestra manera de vivir".
"Yo mismo soy un producto, un hijo de la guerra fr¨ªa", afirma Roemers. "Nac¨ª y crec¨ª con y entre esas tensiones pol¨ªticas que acabaron con la ca¨ªda del Muro en 1989. Siempre supe de Europa del Este, aunque no ten¨ªa contacto directo con Alemania, s¨®lo iba de vacaciones. Y recuerdo bien que en la escuela organiz¨¢bamos mesas redondas sobre armamento o el peligro de lo nuclear; est¨¢bamos informados, era necesario, viv¨ªamos ah¨ª, pegados a la alambrada".
Su generaci¨®n, tan vulnerable. "Cuando vi por televisi¨®n los actos festivos en Berl¨ªn por el aniversario de la ca¨ªda del Muro el 9 de noviembre de 2009 pasado no puede dejar de pensar: Cuarenta a?os de historia mundial que se acaban en un sarao. Y entre tanto, una generaci¨®n ha crecido sin saber qu¨¦ fue aquello. Si uno teclea en Google las palabras guerra fr¨ªa, entre las cientos de miles de respuestas encontrar¨¢ una web que comienza as¨ª: ?Guerra fr¨ªa? ?Qu¨¦ demonios fue eso?", escribe el periodista H. J. A. Hofland en el pr¨®logo del libro de Roemers.
Fue la guerra fr¨ªa un tiempo marcado en el calendario en 1945, a?o que indica el final de la Segunda Guerra Mundial. Dicen que en febrero, en Yalta, para ser m¨¢s exactos, cuando Churchill, Stalin y Roosevelt organizaron el mundo en el Livadia Palace. "Ah¨ª debe estar el ADN de los tres a¨²n pegado a la mesa de la sala de conferencias, cuidadosamente conservada", ironiza Hofland.
Atr¨¢s quedaban millones de muertos y mucha huella arquitect¨®nica tambi¨¦n de la locura del nazismo. Desde las macroconstrucciones de la sede del partido en N¨¹remberg hasta las viviendas vacacionales en Prora, isla de R¨¹gen (siete kil¨®metros de bloques para el veraneo del pueblo a pie de playa que son una alucinaci¨®n); desde los barracones que serv¨ªan de campos de concentraci¨®n hasta el mism¨ªsimo laboratorio subterr¨¢neo de investigaci¨®n de los primeros misiles alemanes en Peenem¨¹nde (Usedom), que, aun remodelado, no deja fr¨ªo al visitante.
Todo esto no lo ha fotografiado Roemers. Son vestigios de una guerra caliente que otros antes que ¨¦l ya documentaron con maestr¨ªa. Valga el maravilloso empe?o de Paul Virilio por seguir la l¨ªnea del Muro Atl¨¢ntico, un prodigio de ingenier¨ªa militar: 15.000 fortificaciones, de Noruega a Espa?a. "S¨ª, lo conozco, incluso donde yo vivo hay un b¨²nker en la playa, pero es otra historia distinta a la m¨ªa", dice Roemers. A ¨¦l le interesaban s¨®lo las cicatrices de ese combate g¨¦lido que mantuvieron las dos hiperpotencias surgidas tras la batalla (rusos por un lado, los dem¨¢s por otro), con sistemas pol¨ªticos y econ¨®micos opuestos, capitalismo y comunismo. Y dispuestas a darlo todo por ser el n¨²mero uno en el concurso del poder mundial. Dos bandos y 44 a?os de paz pendiente de un hilo, repleta de ataques y jugadas disuasorias. Donde m¨¢s se represent¨® aquel baile fue en el Berl¨ªn hecho a?icos por las bombas que los bloques se repartieron en 1945, al igual que la Alemania entera. En cada d¨¦cada se vivi¨® mucho momento clave, se ofreci¨® mucha carne para la literatura y el cine en forma de esp¨ªas, amenazas, invasiones y guerras interesadas con v¨ªctimas colaterales en otros territorios.
Valga uno de los muchos incidentes que cortaron la respiraci¨®n mundial: cuando los tanques rusos y americanos se sit¨²an ca?¨®n frente a ca?¨®n en el paso fronterizo de Check Point Charlie de la hoy capital alemana para demostrar qui¨¦n manda aqu¨ª. Dieciocho horas de crispaci¨®n pol¨ªtica y diplom¨¢tica (sucedi¨® en 1961, hay mucha arqueolog¨ªa impresa, gr¨¢fica y radiof¨®nica de aquello) que nunca lleg¨® a nada quiz¨¢ porque detr¨¢s siempre andaba la amenaza del bot¨®n de lo nuclear, la activaci¨®n de esa bomba que tan mortal y estrat¨¦gicamente hicieron estallar los estadounidenses en Jap¨®n y colocaron en el horizonte apocal¨ªptico futuro.
"Al mirar al pasado vemos que una de las grandes iron¨ªas de la guerra fr¨ªa fue la de haber aportado un periodo de estabilidad sin parang¨®n durante el cual los contendientes se disuadieron mutuamente para no pasarse de la raya", concluye en Historia de la guerra Geoffrey Parker, publicado en 2005 en Cambridge y ahora en Espa?a (Akal). Y s¨ª, aquello result¨® ser una paz congelada que dio, en edificaci¨®n, para mucho escenario teatral id¨¦ntico en los dos lados, en forma de b¨²nker, silo nuclear, radar "Los mismos mecanismos de defensa para el mismo miedo", dice Roemers.
Un miedo permanente y cotidiano de gran impacto. Seg¨²n Ruiz-Domenec en Europa, las claves de su historia (RBA), la guerra fr¨ªa oper¨® en tres niveles: "Primero, una contienda entre EE UU y la URSS por el poder; segundo, una lucha ideol¨®gica entre la democracia y el totalitarismo; tercero, la eliminaci¨®n del adversario con purgas ideol¨®gicas". Concluye: "La guerra fr¨ªa fue una situaci¨®n extrema que requiri¨® la adopci¨®n de importantes decisiones por los hombres de cultura". Quedaron ah¨ª otro tipo de heridas, las intelectuales, m¨¢s dif¨ªciles de tasar: el conflicto entre los dos mundos adopt¨® muchas formas, la m¨¢s refinada fue el debate intelectual. "La divisi¨®n de Europa en dos bloques se visualiz¨® hacia 1953 en la formaci¨®n de dos culturas: la occidental, que sab¨ªa muchas cosas, pero se sent¨ªa culpable hasta el punto de dar argumentos a sus adversarios; la del Este, que sab¨ªa una sola cosa, pero para ella era realmente importante: el porvenir es el comunismo. Dos culturas compartiendo los mismos recuerdos del pasado que disent¨ªan claramente sobre el futuro".
El mayor vestigio tangible de aquel tiempo fue, claro, el Muro mismo que (hay que decirlo, al otro lado se llamaba muralla antifascista) los rusos levantaron para no perder poder ni p¨²blico, dado que los alemanes del Este ten¨ªan la man¨ªa de querer irse hac¨ªa Occidente. Lo mantendr¨ªan bien cuidado y vigilado durante d¨¦cadas. "Y cuando cay¨®, yo era estudiante, conduje a trav¨¦s de Alemania del Este, pas¨¦ por cuarteles rusos, me mor¨ªa por verlos por dentro, pero la respuesta siempre fue: Njet. Cuando ellos se marcharon quedaron abandonados, est¨¢n por todas partes. Fue el final de la guerra fr¨ªa, pero tambi¨¦n el de la URSS, el de aquella supuesta revoluci¨®n. En Alemania est¨¢ desperdigada por todas partes su historia, tan dif¨ªcil, tan complicada. Me parece fascinante eso". Fascinantes fueron muchas escenas del fin de esa era. Como aquella panor¨¢mica de 1991 con la hilera interminable de tanques sovi¨¦ticos abandonando la Alemania ya unida camino de la URSS, cargados en los barcos del puerto de Rostock.
El poder de la imagen. Roemers tuvo c¨¢mara desde ni?o. Y retrataba y retrata al estilo de Bernd y Hilla Becher, pareja empe?ada en rescatar del olvido -en blanco y negro, y como si de una lecci¨®n de anatom¨ªa se tratara- los edificios industriales cuando quedan vac¨ªos, sin funci¨®n. "Pero mi gran maestro es Auguste Sander", confiesa. Siempre supo que su obra ser¨ªa documental. Aunque ha producido grandes historias, en estilos distintos, ha sido reportero en conflictos, Afganist¨¢n, los Balcanes Pero se inclina ya m¨¢s por la slowfotografie. "Me interesa mostrar lo que la guerra puede hacer en el hombre, el paisaje, la arquitectura. La guerra produce tantas v¨ªctimas. Hice una serie sobre veteranos y ahora preparo otra sobre ciegos en la Segunda Guerra Mundial".
Su primera foto fue del Muro. La ¨²ltima de este trabajo la tom¨® Roemers en Mosc¨². "Son dos t¨²neles. Coincidi¨® que estaba all¨ª al cumplirse los 20 a?os del fin de la guerra fr¨ªa y me pareci¨® un s¨ªmbolo: era ese el pa¨ªs m¨¢s activo en esa contienda pol¨ªtica y armament¨ªstica. Mosc¨², centro de la historia". Simb¨®lica es tambi¨¦n la ¨²nica imagen con personas que ha incluido: dos ni?os pintan en la boca de un silo nuclear en Polonia. "Otra generaci¨®n dibuja en un lugar anta?o prohibido".
?Qu¨¦ pasar¨¢ con todas estas reliquias del pasado? "Muchas est¨¢n abiertas para visitas, pero la mayor¨ªa se cierran y ocultan. Estuve el ¨²ltimo d¨ªa en el b¨²nker de H?necker, al norte de Berl¨ªn. Pero ya nadie lo podr¨¢ ver m¨¢s. Lo han tapiado. Otros esperar¨¢n hasta la pr¨®xima guerra para ser usados. S¨ª. Uno en Chequia, ya exist¨ªa en la Primera Guerra Mundial. Y no quiero decir que crea que va a haber otra guerra, no. No soy pesimista, creo que hoy estamos mejor que nunca. Naturalmente tenemos problemas, Afganist¨¢n, Irak, pero Europa, uff, a?os luz. Esa tensi¨®n es agua pasada". Y confiesa que hay objetos que no ha conseguido: "En Kaliningrado me detuvieron un d¨ªa y perd¨ª la pel¨ªcula, y aqu¨ª en Holanda, al lado de casa, hay un b¨²nker en un edificio oficial; lo he intentado todo para entrar, y nada. Secreto de Estado".
Relics of the cold war, editado por Hatje Cantz Verlag. www.martinroemers.com. Algunas de sus fotos son parte de la colecci¨®n del Rijksmuseum de ?msterdam.
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