Presagio en Savoy Court
?Qu¨¦ hace en plena calle esa serpiente? ?Es la culebra de todos los cuentos? ?La de los presagios, la que habla de peligros inminentes? No piensa inmutarse, ni dedicarle m¨¢s tiempo al reptil. Sigue su camino. Va andando por Savoy Court, la ¨²nica calle del Reino Unido en la que es obligatorio conducir por la derecha. Va por la izquierda, de modo que, si fuera un autom¨®vil, ir¨ªa en direcci¨®n contraria. Pero va andando. En realidad, est¨¢ tratando de caminar de la forma m¨¢s parecida posible a como imagina que andaba un desamparado Bob Dylan el d¨ªa en que se fotografi¨® del brazo de su novia para la portada de The freewheelin. Pero va sin novia, va solo, y est¨¢ oscureciendo ya. Llueve, llueve como si la tierra quisiera llorar lava. No falta mucho para que vuelvan a raptar a Europa. Se oye pasar un tren a lo lejos. Se acuerda del sentimiento de intemperie que se apoder¨® de ¨¦l a los 15 a?os, justo poco despu¨¦s de que hubiera escrito sobre la intemperie misma. La desolaci¨®n se la hab¨ªa inspirado esa fotograf¨ªa de Dylan en la portada de su disco. De hecho, est¨¢ viajando ahora, casi sin darse cuenta, a la escena central de su adolescencia y seguramente a la secuencia central de su vida y de su obra. Como dec¨ªa el poeta Roberto Juarroz: "?Para qu¨¦ tantos lugares / si uno solo bastaba? / ?Para qu¨¦ tantas horas si bastaba una sola?".
Va por Savoy Court como si ese fuera el ¨²nico lugar donde ha estado siempre y como si al tiempo real de su vida le bastara con un lugar y una hora. Si la hora perdurara siglos, no le importar¨ªa entrar en la infinitud, quiz¨¢ porque encuentra muy c¨®modos los elementos que la componen, que hilan la escena: a fin de cuentas, ah¨ª est¨¢ todo su mundo felizmente detenido, comprimido, resumido. Si escribiera la novela de su vida le bastar¨ªa con concentrarse en esa secuencia sintetizadora de sus d¨ªas adolescentes. Titul¨¢ndolos como lo har¨ªa un artista incipiente y un tanto freaky, los cap¨ªtulos podr¨ªan llamarse de esta forma algo horrible: Parten carreteras desde el asfalto mojado. Se abren v¨ªas insospechadas partiendo del brazo de la novia. La oscuridad es de una complejidad temible...
En el ¨²ltimo cap¨ªtulo, dedicado al atardecer y a los trenes nocturnos, habr¨ªa un homenaje al Tristram Shandy, su libro talism¨¢n, y una evocaci¨®n de los d¨ªas de juventud en los que se dedic¨® a inventar los recuerdos de los otros (y luego tambi¨¦n citas de los otros; inventadas algunas, pero otras verdaderas) para poder tener una personalidad propia. A la larga, eso le tender¨ªa un puente hacia una actividad creadora parecida a la del pianista que utilizara el arte de los m¨²sicos cl¨¢sicos como plataforma flexible para inventar, para crear una nueva estructura est¨¦tica a partir de un conjunto de notas preexistentes.
?No fueron aquellos unos d¨ªas muy raros? Lo es tambi¨¦n hoy y tambi¨¦n esta hora en la que, al caer la tarde, va caminando por Savoy Court. A su lado, pasa un conocido que muri¨® hace d¨ªas. Lo ha visto en sue?os con cierta frecuencia ¨²ltimamente. El muerto est¨¢ hoy de un humor de perros y le dice con las manos que es la ¨²ltima vez, que ya basta, que se va, que termin¨® todo.
Siempre ha estado seguro de que la vida del sue?o se hunde a mayor profundidad que nuestra visi¨®n diurna del mundo. Hay seres -como ¨¦l mismo, sin ir m¨¢s lejos- que tienen el don de encontrar a los muertos en sue?os. A esa facultad no la considera en realidad un don, sino m¨¢s bien una capacidad receptiva. Recuerda a un amigo suyo que dec¨ªa encontrarse con los muertos en las casas que hab¨ªan sido desde hac¨ªa mucho tiempo destruidas por las bombas; so?aba con ellos durante unos a?os, y despu¨¦s ya no. Su amigo pensaba que existe una supervivencia p¨®stuma de los seres y de los lugares, aunque ¨¦stos terminan por desaparecer. Cree recordar que Ernst J¨¹nger sospechaba lo mismo: "Despu¨¦s de la muerte de mi abuela, durante mucho tiempo, so?¨¦ mucho con ella, la visitaba en su casa, habl¨¢bamos. Un d¨ªa, todo eso acab¨®. Puede que haya una segunda existencia que tambi¨¦n se debilita poco a poco y acaba por desaparecer completamente".
Sigue caminando por Savoy Court y se acuerda de que a ¨¦l tambi¨¦n le ocurri¨® algo parecido con una bisabuela, a la que durante mucho tiempo, en sue?os, visit¨® en su casa. Un d¨ªa, la mujer se despidi¨® de ¨¦l vali¨¦ndose de un gesto seco y de gran malhumor; un movimiento de brazos radical y casi brutal, como dici¨¦ndole ah¨ª te las apa?es.
Al llegar al final de Savoy Court, ha visto que pasaba de nuevo a su lado el conocido que muri¨® hace d¨ªas y que parece que acaba de ver a la serpiente porque ha comenzado a despedirse enloquecidamente. ?Qu¨¦ hace en plena calle esa culebra? ?Es la serpiente de todos los cuentos? ?La de los presagios, la que anuncia cat¨¢strofes? En todo caso, es la m¨¢s preparada para esta clase de actividades. ?No dec¨ªa Nietzsche que la serpiente era el m¨¢s inteligente de los animales? ?Lo dec¨ªa tal vez porque vio en ella una forma diferente de la inteligencia, la proximidad a la tierra?
A fin de cuentas, lo peor en este mundo es dudar de lo que la tierra quiere y justamente la serpiente sabe lo que ella desea. La calle es un atajo que conduce al hotel Savoy y cada vez hay m¨¢s sombras. En realidad, s¨®lo hay una calle. Para qu¨¦ tantos lugares, piensa, si uno solo bastaba. No lo nota, pero se intuye que una amenaza est¨¢ arraigando en el ambiente. Dobla una esquina, entra en el hotel. Cuando llega a recepci¨®n, una radio escupe las primeras noticias de la nube de ceniza que en pocas horas paralizar¨¢ Europa. No le da, al principio, mayor importancia al asunto, y ni lo asocia con la serpiente. No sabe que no falta mucho para que sepa Europa lo que la tierra quiere.
www.enriquevilamatas.com
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.