El semillero del mundo
Uno se siente all¨ª como al final de un vuelo transoce¨¢nico: ha ido bajando la temperatura en cabina mientras dorm¨ªa, y se revuelve en el asiento ligeramente inc¨®modo. Los dedos y la punta de la nariz se le han quedado fr¨ªos, el ox¨ªgeno entra raspando en las fosas nasales y valora la posibilidad de pedir otra manta a la azafata. O quiz¨¢ un vaso de agua. Agua, eso es. Nota la piel tensa, y las u?as dejan un rastro blanco en la epidermis. Lo que le ocurre es que ha empezado a desecarse. Hay que atravesar dos puertas herm¨¦ticas para entrar en la estancia de unos 40 metros cuadrados. Diecis¨¦is grados. Quince por ciento de humedad. Como en cabina. Cestas. Sacos. Bolsas. Apilados con estricto orden brit¨¢nico junto a las paredes y formando una isleta en el centro. El ambiente seco y fresco adormece miles de semillas a un tiempo. Les extrae casi toda el agua. Paraliza sus mol¨¦culas. Detiene su metabolismo. Ya s¨®lo despertar¨¢n en condiciones favorables, cuando vuelvan a beber y a sentir la noche y el d¨ªa y el paso de las estaciones.
Los bi¨®logos calculan que hay unas 300.000 especies vegetales en el planeta. En este banco se guardan 26.000
"Todas las especies est¨¢n aqu¨ª por algo. Cada una de ellas tiene valor", sostiene Roger Smith, visionario del proyecto
La biodiversidad est¨¢ desapareciendo a un ritmo nunca visto, entre 50 y 100 veces superior al natural
Por cada cinco grados que disminuya la temperatura, se duplica la longevidad potencial de una semilla
"Las plantas son como libros. Pero muchos los estamos perdiendo sin haberlos le¨ªdo", dice un horticultor
Se les ha frenado artificialmente la vida, su reloj biol¨®gico, con una simple regla de tres que manejan los bot¨¢nicos: por cada 10% que se disminuya su humedad, se duplica la longevidad. Es el principio del almacenamiento. La primera fase en esta caja fuerte de la biodiversidad, el proyecto m¨¢s ambicioso de conservaci¨®n de la flora mundial. El Banco de Semillas del Milenio. Cuando naci¨®, en el a?o 2000, se fij¨® como objetivo reunir una d¨¦cima parte de las especies silvestres del planeta en 10 a?os. Entonces se conoc¨ªan 240.000 especies. Hoy, el n¨²mero que manejan los bi¨®logos, sin ser exacto, ronda las 300.000. Y en el banco guardan cerca de 26.000. Yacen bajo tierra, en botes transparentes. Sellados. En una c¨¢mara acorazada, a -20? C. En estas condiciones, las semillas podr¨ªan aguantar cientos, incluso miles de a?os. Para 2020, se han propuesto almacenar un cuarto de las especies conocidas. El futuro encapsulado en miniatura.
Llovizna sobre Wakehurst Place, la sede del proyecto, en el condado de Sussex. Algunos jirones de niebla se enredan entre las colinas inglesas. La humedad relativa debe de rondar el 80%, quiz¨¢ m¨¢s, y Roger D.?Smith, el ide¨®logo del banco, un bi¨®logo ya jubilado a los 65, oficial del Imperio Brit¨¢nico, trata de explicar que tiene bastante sentido acumular semillas. Por lo que pueda venir. Por puro ego¨ªsmo. Porque todo lo que perdamos se habr¨¢ ido para siempre. ?l comenz¨® a almacenarlas en los setenta, cuando no era m¨¢s que un prometedor naturalista en los Reales Jardines Bot¨¢nicos de Kew, a las afueras de Londres. En las reuniones de l¨ªderes mundiales se empezaban a emplear t¨¦rminos como "biodiversidad" y "especies amenazadas", y ¨¦l trabajaba para uno de los jardines m¨¢s completos y mejor conservados del planeta. El reflejo de un pasado de grandeza colonial, con invernaderos victorianos y especies vivas tra¨ªdas de los siete mares. Pero muy pocos bot¨¢nicos se hab¨ªan tomado la molestia de preservar la simiente. Y menos de plantas silvestres. ?Qui¨¦n querr¨ªa conservar un cardo? El primero fue C¨¦sar G¨®mez-Campo; en 1966 comenz¨® a reunir semillas silvestres en un banco de la Universidad Polit¨¦cnica de Madrid. Smith, junto a un peque?o equipo de Kew, traslad¨® su visi¨®n lejos de la contaminaci¨®n londinense, a este lugar llamado Wakehurst, entonces un viejo caser¨®n isabelino rodeado de praderas. Empez¨® por las especies brit¨¢nicas, como una divisi¨®n m¨¢s del Real Jard¨ªn Bot¨¢nico. Dos d¨¦cadas despu¨¦s, con esta colecci¨®n a medias, le toc¨® el gordo: el fondo de la Loter¨ªa Nacional financiar¨ªa gran parte de su sue?o. El Arca de Smith comenz¨® a construirse en 1998. Un semillero para un planeta en quiebra.
"Resilience", pronuncia el bi¨®logo con su ingl¨¦s exquisito. Flexibilidad. Si uno quiere entender la importancia del proyecto, ha de imaginar el mundo como una red, un entramado de organismos interdependientes. Como un panel de caucho del tama?o de un folio: "Si uno ejerce presi¨®n sobre ¨¦l, en el centro, enseguida vuelve a su estado original. Ahora imaginemos que recortamos peque?os c¨ªrculos de ese panel de caucho. Uno, y otro, y otro. Si volvemos a ejercer presi¨®n sobre la superficie agujereada, lo m¨¢s probable es que la traspasemos y no vuelva nunca m¨¢s a su estado original". Cultivos, extracciones, perforaciones. El ser humano. Desde 1950, la poblaci¨®n se ha m¨¢s que duplicado. Las especies se desvanecen a un ritmo nunca visto, entre 50 y 100 veces superior al natural. El 45% de los bosques de la Tierra han desaparecido; 34.000 especies vegetales est¨¢n abocadas a la extinci¨®n; un tercio de la flora se encuentra amenazada. Un mundo resiliente exigir¨ªa que todos vivi¨¦ramos con los est¨¢ndares de Burkina Faso. Vamos agujereando el panel de caucho. Evaporando el contexto del que surgi¨® el hombre.
"Todas las especies est¨¢n aqu¨ª por algo", sostiene Smith. "Supieron adaptarse, compitieron mejor que otras. Cada una de ellas tiene valor. Si existen es porque debe ser as¨ª". El destino de la flora. Lo suyo, cuenta el bi¨®logo, ser¨ªa poder conservarla en su h¨¢bitat. Pero si se asume que nadie est¨¢ dispuesto a ceder un palmo en su tren de vida, entonces el almacenamiento ex situ entra en juego. Los bancos de semillas son una copia de seguridad de la biodiversidad. Millones de organismos vivos en su unidad primigenia. Ultrasecos, congelados, en estado latente. Un segundo ¨®ptimo -ya que el primero es inalcanzable- para poder devolver al mundo a su estado original, si fuera necesario. Para no resbalar por entre los agujeros del panel de caucho.
Hasta los setenta, los bot¨¢nicos se iban pasando de unos a otros semillas de las mismas plantas de los mismos jardines bot¨¢nicos. Pero asegurar el despliegue de toda la diversidad gen¨¦tica de una especie requiere unas 10.000 unidades. No es f¨¢cil conseguirlas. Los bot¨¢nicos del Banco del Milenio no se pasean por el mundo extirpando muestras de flora amenazada en nombre de la madre naturaleza. Los tiempos han cambiado. La acci¨®n comienza entre oficinas. Hay negociaciones y mucho papeleo, convenios y tratados que respetar. Aduanas. Hasta la fecha, el equipo ha fijado acuerdos con 50 Estados y un centenar de instituciones. Trabajan en colaboraci¨®n con bot¨¢nicos y bi¨®logos locales, y los pactos suelen incluir la puesta en marcha de un banco de semillas en el pa¨ªs de origen, si no existe a¨²n, y cl¨¢usulas para compartir el conocimiento y la formaci¨®n de equipos. Cualquier beneficio o innovaci¨®n derivados de la planta ha de revertir sobre quienes cedieron un pedacito de su flora.
Las partidas llegan al condado de Sussex por correo. O las trae alguno de los bi¨®logos a la vuelta de una expedici¨®n. Lo primero que buscan en el interior del paquete es un esp¨¦cimen de la planta, prensado entre hojas de peri¨®dico. Muy pocos sabr¨ªan identificar a simple vista una semilla. Esta tarea requiere el cotejo minucioso del tallo, la flor y las hojas de la muestra. Han de asegurarse de que guardan lo que corresponde, de que no duplican, de que realmente se trata de la especie que buscaban. El ejemplar desecado se manda al herbario de los jardines de Kew, la biblioteca taxon¨®mica m¨¢s completa del mundo. Siete millones de plantas secas ordenadas con rigor por familia, g¨¦nero, especie y localizaci¨®n geogr¨¢fica, en cuatro salas de tres plantas, llenas de archivos y capetas que a¨²n desprenden perfume. En un silencio sepulcral, bot¨¢nicos encanecidos desempolvan muestras de hace siglos, comparan con las que les env¨ªan desde el Banco del Milenio y dan su aprobado.
Las semillas, para entonces, ya est¨¢n casi secas en Sussex. Fase dos del proceso. La tarea requiere buena vista, "y mucha paciencia", dice la anciana en bata blanca. Parece a punto de enhebrar una aguja. Un chorro de luz sobre las manos. Sus gafas de concha en la punta de la nariz. En la estancia contigua a la habitaci¨®n secadora, un equipo de voluntarios limpia y desecha. Las semillas han estado perdiendo humedad durante tres meses. El equipo de limpieza aplica un lavado creativo, seg¨²n lo que llegue. Una de las voluntarias acaba de abrir un paquete b¨²lgaro. Un cardo cuyas semillas se encuentran en la base de la flor, formada por mechones blancos. La especie se propaga con el viento; la di¨¢spora asegura la supervivencia. La mujer separa con los dedos los filamentos y los frota contra una superficie rugosa. Cientos de semillas oscuras se desprenden como juanolas de su paraca¨ªdas. Luego son contadas y sometidas a una prueba de rayos X. La simiente muerta resulta hueca y transparente a los ojos de la m¨¢quina. Una viva es energ¨ªa concentrada. Alimento para el embri¨®n. Az¨²cares, prote¨ªnas, aceites. Una masa densa de tejidos en la que el tiempo se ha detenido.
Una semilla est¨¢ preparada para durar. Busca perpetuarse. Puede llegar a vivir de cinco a 25 a?os en condiciones normales. Espera a que llegue su momento, y se autorregula gestionando su concentraci¨®n de agua. A partir del 40% de humedad empieza a moverse. Metaboliza. Por debajo, las mol¨¦culas renquean. Es como si respirara hondo para bajar el ritmo de las pulsaciones. La m¨¢s antigua jam¨¢s germinada se encontr¨® en unas excavaciones en Israel. Una palmera que se cre¨ªa extinguida. Ten¨ªa unos 2.000 a?os, seg¨²n revel¨® la prueba de carbono?14. Los pas¨® enterrada, en condiciones fr¨ªas y secas. Durmiendo. La segunda regla de tres que manejan los bi¨®logos es tan simple como la primera: por cada cinco grados menos de temperatura, se duplica la longevidad de una semilla. El fr¨ªo frena un poco m¨¢s su metabolismo, inhibe la aparici¨®n de hongos, insectos y bacterias. No mata la vida. La detiene. Un paso cr¨ªtico. S¨®lo se puede cruzar el umbral de congelaci¨®n si una muestra ha sido previamente desecada. Ser¨¢n almacenadas a -20? C. Si contuvieran demasiada agua, podr¨ªa cristalizar, desgarrando los tejidos internos. Crac. Reventar¨ªan por dentro.
El Banco del Milenio fue concebido con tres patas. Por un lado, el almac¨¦n de seguridad; luego estar¨ªan las salas de procesamiento y los laboratorios donde insuflar la vida, y har¨ªan un museo para costear parte de los gastos y difundir su labor. Todo bajo el mismo edificio de una altura, del arquitecto Stanton Williams. Funcional, ondulante, integrado en una colina. Los visitantes acceden desde el exterior a una sala central desde la que se puede observar el movimiento de las 70 personas del equipo. El ala izquierda corresponde a las tareas de secado y limpieza. A la derecha, los cient¨ªficos ponen a prueba su creatividad. Bajo la estancia central queda la c¨¢mara frigor¨ªfica, acorazada, inaccesible para el ciudadano.
La puerta es de acero, de unos cuarenta cent¨ªmetros de grosor. Doble llave. Luego, un pasillo estrecho, dos metros, y una puerta herm¨¦tica. Entramos en la antesala. Un nuevo cuarto con el ambiente regulado. Diecis¨¦is grados. Quince por ciento de humedad. Otra vez en cabina. Las semillas son sometidas a nuevo secado de dos meses. Un protocolo de seguridad. Son organismos vivos. Aprovechan cualquier contacto con el ambiente para reabsorber agua y volver a latir. No puede haber errores. Los operarios revisan su humedad con higr¨®metros, antes de introducirlas en recipientes transparentes. Poco glamour hi-tech en la tarea. Entre las semillas dejan caer un sobrecito con gel de s¨ªlice, bolitas doradas de un compuesto sint¨¦tico y absorbente como una esponja. Cualquier brote de humedad ser¨¢ atajado. Un fallo en el sellado herm¨¦tico, y las bolas se vuelven azules. Es la se?al de alarma.
Cuando se abre la puerta de la c¨¢mara frigor¨ªfica, la visi¨®n resulta as¨¦ptica. El protocolo exige cubrirse con un abrigo polar. Pero no hay hielo, ni culebras de vaho. El ambiente parece hecho de alfileres. Una hilera de estanter¨ªas grises contiene los tarros con el n¨²mero de colecci¨®n. Semillas con la vida desecada. Da la sensaci¨®n de que uno podr¨ªa pulverizarlas con dos dedos. Se deshar¨ªan en la mano como si fueran de arena. Hay tres c¨¢maras como esta en el semillero del mundo. Est¨¢n creando una nueva para las almacenadas en nitr¨®geno l¨ªquido, a -196? C. Podr¨ªa ser el futuro para conservar las semillas que no sobreviven al secado. "Nos encontramos en el lugar del planeta con mayor biodiversidad por metro cuadrado", dice Robin Probert, jefe de conservaci¨®n y tecnolog¨ªa. Un escoc¨¦s experto en la humedad y sus consecuencias.
Al poco de entrar en fase de congelaci¨®n, su equipo toma una peque?a muestra de semillas. Examen de germinaci¨®n. Igual de importante que dormirlas es saber reanimarlas. La prueba la repiten a los diez a?os, para comprobar su viabilidad. Cada especie necesita su tiempo, sus horas de luz y calor. Hay semillas corrientes, semillas complicadas, y un selecto grupo extremadamente caprichoso que s¨®lo nace a plena oscuridad o despu¨¦s de sentir dos inviernos, por ejemplo. Pero tambi¨¦n hay trucos. Se sabe que las m¨¢s peque?as requieren m¨¢s luz. Es un mecanismo de supervivencia: su tama?o indica que poseen menos energ¨ªa almacenada. Suelen crecer pr¨®ximas a la superficie, para que el brote encuentre el exterior enseguida. Para las semillas del desierto, lo importante es la oscuridad: de esa forma se aseguran permanecer enterradas cerca del agua. Las hay que nunca crecer¨ªan a la sombra, para cerciorarse de que no nacen rodeadas de competidores. Puro instinto. Siglos de evoluci¨®n.
El doctor Probert y su gente funcionan como detectives. Ensayo y error hasta que descubren la llave que abre la puerta del letargo. Un brote verde en las placas petri indica el camino. Tienen cientos en el interior de las incubadoras. Replican condiciones ambientales: agua, nutrientes, un termostato regulable y un n¨²mero de horas de luz. El principio de la vida. Hasta el momento han confirmado la germinaci¨®n del 40% de las especies guardadas. La informaci¨®n es de un valor incalculable, y se hace p¨²blica. Por muchas semillas que uno tenga, no ser¨ªa posible reproducir una especie a menos que se posea tambi¨¦n la llave. Unas 420 colecciones del banco ya han sido empleadas para la propagaci¨®n de variedades amenazadas. En un vivero contiguo al edificio principal crece estos d¨ªas una veintena de leucadendron. Ejemplares nacidos de semillas almacenadas. S¨®lo quedan dos poblaciones de esta especie en Sur¨¢frica. Los prop¨¢gulos ser¨¢n devueltos al h¨¢bitat del que surgieron. "La tecnolog¨ªa es tan sencilla que ser¨ªa absurdo no tomarse la molestia de conservarlas. No sabemos qu¨¦ nos podr¨¢ ofrecer cada especie en el futuro", dice Robin Probert.
Las plantas son como libros. De algunas hemos le¨ªdo la edici¨®n entera, o al menos varios pasajes. De la mayor¨ªa no conocemos ni siquiera el alfabeto en que fueron escritas. A la Ramosmania rodriguesii la llamaban "el muerto viviente", porque era la ¨²ltima de su especie. Permanec¨ªa siempre en flor, como si emitiera un grito de vida, un ¨²ltimo suspiro: no daba semillas. Pod¨ªa ser multiplicada mediante esquejes. Pero se obten¨ªa un clon, incapaz de fructificar, como el original. Carlos Magdalena, uno de los pocos espa?oles empleados en los jardines de Kew, y que suele trabajar en consonancia con sus compa?eros del Banco del Milenio, se obsesion¨® con ella nada m¨¢s entrar como voluntario. La planta que ten¨ªa en su vivero ven¨ªa a su vez de un esqueje del ¨²ltimo ejemplar conocido de esta especie end¨¦mica de Isla Rodr¨ªguez (Mauricio). Hab¨ªa nacido para enfrentarse a miles de tortugas, pero no estaba lista para miles de cerdos y ovejas.
Magdalena prob¨® de todo con ella. Cort¨® un estigma, poliniz¨® el estilo. Forz¨® a un macho a ser hembra. Y al poco le apareci¨® un saco rojizo plagado de semillas. El ovetense rompi¨® la maldici¨®n, sin saber muy bien c¨®mo. Reley¨® sus pasos y not¨® dos cosas: aquel verano hab¨ªa sido uno de los m¨¢s calurosos de Inglaterra, y uno de los paneles que cubr¨ªan el vivero hab¨ªa fallado. M¨¢s calor y m¨¢s sombra. Obtuvo otro saco rojizo, y otro. La planta comenz¨® a soltar toda la diversidad gen¨¦tica que conten¨ªa. Nacieron hembras y frutos en progresi¨®n exponencial. Hasta hoy. "Ma?ana marcho a Mauricio", contaba el espa?ol hace un par de semanas. Estos d¨ªas se encuentra en mitad del ?ndico, donde es una leyenda. El salvador de la Ramosmania ha viajado con una veintena de prop¨¢gulos y una maleta llena de simiente. "Una de las primeras partidas la enviamos al Banco del Milenio. Ellos guardan la copia de seguridad". Sonr¨ªe el horticultor en su vivero y dice: "Las plantas son como libros. Pero muchos los estamos perdiendo sin haberlos le¨ªdo".
Guardarlas en un banco quiz¨¢ no sea la mejor soluci¨®n. Pero habr¨¢ semillas en el futuro y podr¨¢n ser germinadas. Roger Smith contaba que ¨¦l sol¨ªa ver aquel lugar como un cintur¨®n de seguridad: una soluci¨®n barata y no demasiado molesta que podr¨ªa salvarnos la vida. Pero ha cambiado de opini¨®n. Su Arca, cree ahora, se parece m¨¢s a una paleta con pigmentos: ser¨¢n otros quienes tomen de all¨ª lo necesario y lo conviertan en una obra de arte. "Estamos legando algo al ingenio humano", dijo. Son¨® algo oscuro y a?adi¨® que de aqu¨ª a 40 a?os estaremos obligados a que la modificaci¨®n gen¨¦tica de las especies sea aceptada socialmente, la ¨²nica soluci¨®n al crecimiento de poblaci¨®n y la sequ¨ªa. "Al final, la ¨²nica pregunta que realmente importa es si habr¨¢ agua y comida para mis hijos". Si llegara el momento, en Sussex, el ser humano encontrar¨ªa a¨²n intacto todo lo que podr¨ªa necesitar. Bajo tierra. Seco. A -20? C.?P
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