Lo que nos hace admirables
En el mundo se admiran algunas cosas de Espa?a, pero no nuestra pol¨ªtica. No de ahora sino, en general, desde siempre: desde que la expulsi¨®n de los jud¨ªos nos priv¨® de una clase empresarial de primer orden, pasando por la pol¨ªtica de bancarrotas imperiales de Felipe II, la nefasta Inquisici¨®n castradora del pensamiento y culpable de atrasos seculares, la ceguera autosatisfecha del XVIII, el ombliguismo cainita y provinciano del siglo XIX y el enfrentamiento de media Espa?a con la otra media en nuestra terrible Guerra Civil, la verdad es que tenemos una historia llena de heroicidades mal rentabilizadas por nuestros dirigentes. Y lo que pod¨ªa unirnos en el orgullo, la incorporaci¨®n de Am¨¦rica a la Historia, no es compartido en toda la Pen¨ªnsula. No hay muchas razones para envidiarnos y, en consecuencia, no nos envidia nadie que yo conozca. Hasta aqu¨ª, todo normal.
La Transici¨®n nos ha hecho vivir los mejores a?os de nuestra historia colectiva
No ocurre lo mismo en otros campos, donde hay de todo: en pintura podemos presumir de campeones mundiales desde que Vel¨¢zquez pint¨® el aire, hasta los fondos marinos de la c¨²pula de Barcel¨®, pasando por Goya, Picasso y Dal¨ª. No es f¨¢cil igualar esta alineaci¨®n. El mundo respeta y aprende la lengua que utiliz¨® Cervantes al contar la historia de un so?ador en un libro que los anglosajones, amantes de estad¨ªsticas, colocan en el n¨²mero uno mundial. No tenemos un Mozart ni un Beethoven y tampoco nacieron aqu¨ª Kant o Hegel y es que, como dec¨ªa Salvador de Madariaga, los espa?oles somos gente de pasi¨®n m¨¢s que de reflexi¨®n y ah¨ª est¨¢n los sanfermines o El Roc¨ªo para probarlo.
La frontera de la innovaci¨®n cient¨ªfica queda lejos de la piel de toro, como muestra el dato de que entre 1990 y 2010 en Estados Unidos hayan producido 120 premios Nobel. En cambio, tenemos buenos cocineros y deportistas, que siempre sube la moral.
El resultado final muestra desde el exterior un pa¨ªs de fuerte personalidad con una identidad muy definida, que puede gustar o no, pero que nunca deja indiferente. Tambi¨¦n se nos percibe con m¨¢s capacidad de iniciativa y m¨¢s peso en el ¨¢mbito internacional de los que nosotros mismos nos concedemos, algo que probablemente refleja inercias hist¨®ricas que ya es hora de superar.
Pero hay una excepci¨®n a eso de que la pol¨ªtica se nos da mal: la Transici¨®n espa?ola desde la dictadura del general Franco hasta la democracia actual, con todas sus imperfecciones. Ha sido una forma de hacer pol¨ªtica que ha inspirado el Rey, que se ha plasmado en la Constituci¨®n y que ha producido una democracia construida por gentes como Su¨¢rez, Gonz¨¢lez, Carrillo y otros 40 millones de espa?oles, que ha despertado admiraci¨®n sin l¨ªmites fuera de nuestras fronteras.
Un periodo al servicio de una idea de Espa?a amplia, variada y acogedora donde se ha hecho pol¨ªtica pensando en el otro, renunciando a los sue?os en aras de lo posible, buscando siempre terrenos de entendimiento que evitaran la confrontaci¨®n. ?Exigi¨® sacrificios? Pues claro que los exigi¨® y uno de ellos, el m¨¢s importante, fue renunciar a ajustar las cuentas de la Guerra Civil -sin que amnist¨ªa significara amnesia-, algo en lo que los hombres y mujeres de 1975 fueron capaces de mayor generosidad y altura de miras que muchos de los que llenan las p¨¢ginas de los peri¨®dicos 35 a?os m¨¢s tarde. Precisamente la memoria de los que entonces murieron deber¨ªa servirnos de acicate para unir y no para dividir, para construir pa¨ªs y no para destruirlo, para mirar al futuro y no por el retrovisor. Los escasos nost¨¢lgicos del franquismo saben que se les ha pasado el arroz y a los que idealizan la Rep¨²blica hay que recordarles que fue una ilusi¨®n frustrada que acab¨® como sabemos.
Por eso quiero defender no la memoria sino la esencia de esa Transici¨®n pol¨ªtica que nos ha hecho vivir los mejores a?os de nuestra historia colectiva de los ¨²ltimos cinco siglos -y no exagero- sin imponer, sin recriminar ni olvidar, con tolerancia y respeto, haciendo del pacto un arte y de la reconciliaci¨®n un objetivo, tratando de entender la postura del otro y buscando siempre terrenos de entendimiento por encima del estrecho inter¨¦s de cada d¨ªa.
Podr¨ªamos empezar respetando todos -y no s¨®lo de boquilla- la Constituci¨®n que regula y garantiza nuestra convivencia, continuar por respetar las instituciones que nos hemos dado y dejar que los muertos -todos- sean enterrados con dignidad porque todos son nuestros, y finalizar arrimando juntos el hombro para sacar al pa¨ªs de la crisis en la que estamos, que es descomunal. Tampoco vendr¨ªa mal sacar de la discusi¨®n diaria temas como la estructura territorial del Estado o la pol¨ªtica antiterrorista.
Y ya puestos a pedir, habr¨ªa que aprovechar la oportunidad que se nos ofrece para hacer de una vez un acuerdo que garantice la estabilidad educativa que desde hace a?os demandan nuestros hijos.
Ser¨ªa una bonita forma tanto de mantener vivo el esp¨ªritu de esa Transici¨®n que el mundo admira como de honrar a la generaci¨®n de espa?oles que la hizo posible. Y de ayudarnos a nosotros mismos en estos momentos.
Jorge Dezcallar es embajador de Espa?a en Estados Unidos.
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