La afici¨®n ha muerto

Estaba Uceda Leal haciendo como que daba pases insulsos al toro cuarto, pura basura, y la plaza de La Ventas, en completo silencio, aguantando lo inaguantable. Estaba un torero haciendo el rid¨ªculo, y la plaza, ap¨¢tica e insensible ante tama-?a estafa. Era la confirmaci¨®n de que la afici¨®n, afligida y escasa, no existe. Ha muerto. Los que pueblan los tendidos y mantienen este espect¨¢culo son respetables espectadores a los que el toro, el torero y el que fund¨® la fiesta les importan un pimiento. Y as¨ª se entiende que ante enga?os como el de ayer, nadie se inmute.

?Qu¨¦ pas¨®? Pues, lo de siempre, corregido y aumentado: toros de su padre y de su madre, inv¨¢lidos, mansos de libro, descastad¨ªsimos, noqueados, lisiados sin clase, borrachos o enfermos, aut¨¦ntica bazofia... Y dos toreros, Uceda y El Capea, tristes, son¨¢mbulos, de vuelta de todo; y un tercero, joven y animoso, afortunadamente, que fue el ¨²nico que anim¨® por momentos la desastrosa tarde.

Los toros no se devolvieron porque al p¨²blico se la trae al fresco

Cort¨¦s confirm¨® su alternativa, su pundonor y buenas maneras

Qu¨¦ pena que se haya perdido el sentido de la exigencia. Qu¨¦ dolor que los taurinos hayan impuesto un espect¨¢culo sin toro, sin apenas toreros, y qu¨¦ suerte que todav¨ªa haya una gente, bendita gente, que se agolpa en las taquillas con la esperanza de un milagro.

Corridas como las de ayer se celebran porque no hay afici¨®n; los toros de ayer no se devolvieron porque al p¨²blico se la trae al fresco. Y el palco presidencial admite un espect¨¢culo plagado de trampas, desnaturalizado y ausente. Habr¨¢ que recordar aquella frase famosa que ya no se oye: ?a qui¨¦n defiende la autoridad?

Algunos protestaron la lidia -por decir algo- del quinto de la tarde, que se ech¨® en la arena, derrengado, en el ¨²ltimo tercio, pero ya est¨¢ todo olvidado.

Qu¨¦ tristeza produce ver a Uceda intentado ponerse bonito delante de un presunto cad¨¢ver. Hay que tener dignidad torera y se debe torear de verdad, si es que el toro lo permite, o matar con prontitud y acabar cuando antes con la tomadura de pelo. ?C¨®mo puede estar a estas alturas de su carrera dando mantazos sopor¨ªferos a una birria caricatura de toro? Eso ocurr¨ªa en el cuarto, pero no fue m¨¢s que una copia de lo sucedido en el primero.

Tampoco tuvo toros El Capea, un torero limitad¨ªsimo, apocado, sin ideas y sin calidad alguna. De un infame bajonazo mat¨® a su primero, y el otro se muri¨® solo.

Cort¨¦s confirm¨® su alternativa, su ilusi¨®n, su pundonor y buenas maneras. Un par de tandas de largos derechazos rob¨® al primero y otras dos al ¨²ltimo. Su lote no dio para m¨¢s. Se jug¨® el tipo sin cuento, y su pundonor le pudo costar caro: el sexto lo volte¨® de mala manera al entrar a matar, pero, por fortuna, solo result¨® magullado.

Lo mejor de la tarde es que amenazaba una fuerte tormenta y s¨®lo cayeron cuatro gotas. Si descarga, hubiera sido el remate de los tomates.