La condici¨®n miserable
En alg¨²n momento de la d¨¦cada de 1960, Luis Cernuda acudi¨® a una universidad norteamericana para ofrecer una lectura de poemas. Al terminar, un hombre de su edad se acerc¨® a ¨¦l y le cont¨® que era un antiguo soldado de la Brigada Lincoln, que hab¨ªa luchado por la Rep¨²blica en la Guerra Civil. El encuentro perturb¨® de tal manera a Cernuda, que esa misma noche, en su cuarto del hotel, escribi¨® un poema memorable que se titula 1936, aunque la mayor¨ªa de sus lectores lo identifican por su primer verso, que se ha hecho c¨¦lebre: Recu¨¦rdalo t¨², y recu¨¦rdalo a otros. Igual de imborrable es su ¨²ltima estrofa: Gracias, compa?ero, gracias / por el ejemplo. Gracias porque me dices / que el hombre es noble. / Nada importa que tan pocos lo sean; / uno, uno tan s¨®lo basta / como testigo irrefutable / de toda la nobleza humana.
"Un solo hombre basta como testigo de toda la nobleza humana, y para todo lo contrario"
En 1992, cuando su porvenir pol¨ªtico en el Partido Socialista Obrero Espa?ol estaba intacto, Joaqu¨ªn Leguina escribi¨® una novela sobre la Guerra civil, titulada Tu nombre envenena mis sue?os. Aquel libro arrancaba de la actuaci¨®n de la quinta columna, los fascistas emboscados que se dedicaban a sabotear la retaguardia republicana en la capital, y en concreto, de los llamados "coches fantasma", que circulaban por la noche con las luces apagadas, recorriendo las calles hasta encontrar un objetivo apetecible, una terraza llena de soldados del Ej¨¦rcito Popular, por ejemplo, a los que ametrallaban mientras estaban tomando tranquilamente el fresco, antes de darse a la fuga.
En aquella novela, como en la inmensa mayor¨ªa de las obras de ficci¨®n escritas a favor de la causa de la legitimidad republicana, desde Max Aub en adelante -incluidos el propio Leguina de 1992 y la autora de este art¨ªculo-, se recog¨ªan tambi¨¦n los cr¨ªmenes propios. Ning¨²n autor republicano espa?ol ha dejado de acusar la verg¨¹enza de las checas y las patrullas de limpieza que -siempre por su cuenta y nunca jam¨¢s, es importante recordarlo, bajo mandato gubernamental- desataron el terror, aprovechando el caos que supuso un golpe de Estado que diezm¨® casi por completo las escalas de mando de las fuerzas de orden p¨²blico de la Rep¨²blica. La mayor¨ªa de los oficiales del Ej¨¦rcito, la Polic¨ªa y la Guardia Civil apoyaron ese golpe, y pasaron unos cuantos meses antes de que el Gobierno pudiese reestructurar dichos cuerpos. Cuando lo consigui¨®, las checas se cerraron y las patrullas pasaron a ser, al menos oficialmente, perseguidas por la ley. Esto es tan bien conocido, est¨¢ tan exhaustivamente documentado y explicado, tantos historiadores lo han dado ya por tema concluido, que no deber¨ªa ser necesario mencionarlo una vez m¨¢s.
Sin embargo, Joaqu¨ªn Leguina escogi¨® el 24 de abril de 2010, fecha en la que se hab¨ªan convocado las primeras manifestaciones en democracia contra la impunidad del franquismo, para publicar una tribuna en la edici¨®n diaria de este mismo peri¨®dico, trayendo de nuevo a primer t¨¦rmino el tema de la represi¨®n republicana. Centr¨® su discurso en un criminal -Agapito Garc¨ªa Atadell- a quien el Gobierno de la Rep¨²blica consider¨® como un simple delincuente com¨²n al ponerlo en busca y captura, y en una novela de 1977 titulada D¨ªas de llamas, cuya lectura produjo una inconmensurable inquietud en la autora de estas l¨ªneas. Tan inconmensurable, que desde hace ocho a?os, por lo menos, ha buscado en todos los libros que est¨¢n a su alcance, un solo ejemplo real en el que pueda basarse la experiencia del protagonista de esta novela, un juez republicano de simpat¨ªas socialistas, con un cu?ado oficial del Ej¨¦rcito Popular, un maestro tras el que se puede vislumbrar la figura de Juli¨¢n Besteiro, y una amante comunista -o sea, el Frente Popular al completo-, detenido ilegalmente en una checa de Madrid en una ¨¦poca que parece posterior a enero de 1937, y al que nadie, ni su partido, ni su cu?ado, ni su maestro, ni su amante, consigue sacar de all¨ª. Hasta la fecha, ella no ha encontrado a nadie que, en una situaci¨®n parecida, sufriera una experiencia semejante. Si Joaqu¨ªn Leguina puede aportar una identidad concreta, con nombre y apellidos, que avale el argumento de esa obra de ficci¨®n, esta autora le estar¨¢ eternamente agradecida.
Dejando a un lado esta cuesti¨®n personal, hay que celebrar que Luis Cernuda no haya vivido para leer la tribuna que firm¨® Joaqu¨ªn Leguina. ?l, que escribi¨® en aquel poema memorable que un solo hombre basta como testigo irrefutable de toda la nobleza humana, se habr¨ªa estremecido al comprobar que un solo hombre basta tambi¨¦n para expresar todo lo contrario. Entre 1992 y 2010 caben 18 a?os, sucesivas derrotas pol¨ªticas y la gratitud a una presidenta auton¨®mica, Esperanza Aguirre, que le ha arreglado un puestecito. Cabe, tambi¨¦n, la traici¨®n a un poeta, a su causa y a su esp¨ªritu.
Porque Tu nombre envenena mis sue?os, antes de ser el t¨ªtulo de una novela de Joaqu¨ªn Leguina, fue un verso. ?Y saben de qui¨¦n? De Luis Cernuda.
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