"Hemos ganado al Gobierno mexicano, pero es triste"
La cita es un d¨ªa fr¨ªo y plomizo, en un restaurante decorado en blanco y negro, pero la conversaci¨®n con Alba Cruz y Karla Michel Salas enseguida caldea el ambiente. Ambas rompen el hielo con una invitaci¨®n al viaje, y al gusto: "Si vas a M¨¦xico no dejes de visitar Oaxaca, ni de probar el chocolate de agua con pan de yema. Es bien sabroso", se relamen las abogadas. La recomendaci¨®n ser¨¢ la ¨²nica nota amable de la charla.
Cruz (39 a?os) y Salas (29) se zambullen en ella sin reparar en la carta. Los camareros esperan a apuntar la comanda entre denuncias de violaciones de derechos humanos; sentencias -alguna hist¨®rica, como la que condena al Estado mexicano por los feminicidios de Ciudad Ju¨¢rez-, y, como tel¨®n de fondo, los riesgos que corren en ese pa¨ªs los defensores de los derechos humanos.
Las abogadas de derechos humanos batallan contra los 'feminicidios'
Acaban de hablar de ello en la Fundaci¨®n del Consejo General de la Abogac¨ªa Espa?ola, y ante la mesa no dejan de hacerlo a borbotones, como si en ello les fuera la vida, que les va, porque Salas trabaja en Ciudad Ju¨¢rez, tristemente famosa por el exterminio de mujeres, y Cruz en Oaxaca, donde tambi¨¦n "proliferan los desmanes", desde "el caso Oaxaca, violaci¨®n en masa de garant¨ªas individuales por parte del gobernador de ese Estado, en 2006", explica Cruz, al ataque de un grupo armado a una caravana humanitaria, el pasado 27 de abril, d¨ªas despu¨¦s de la entrevista.
El peligro que corren ha hecho a la Corte Interamericana de Derechos Humanos dictar medidas cautelares para protegerlas. "No m¨¢s que un celular con un saldo de unos pocos euros que enseguida se acaba", explica Cruz, impotente. Las encargadas de la tutela son las autoridades mexicanas.
Pese a la exquisitez del men¨², la comida es secundaria; Salas come como un pajarito y Cruz, con empe?o. "Muchas violaciones de derechos humanos que denunciamos son cometidas por agentes del Estado, la mayor parte de las veces con total impunidad", dicen al alim¨®n. "Los derechos se exigen ejerci¨¦ndolos", a?ade Cruz, y me pregunto, entre la carrillera de untuosa salsa de yuca y las tiernas habitas baby de las cocochas, si la frase no podr¨ªa pronunciarse al rev¨¦s. "La gente, al ejercer su ciudadan¨ªa, fortalece la democracia", responde, apuntando con el deseo a M¨¦xico. "Tenemos un pa¨ªs corrupto, pero no nos podemos quedar en la denuncia", sentencia Salas.
Sale a relucir el caso Campo Algodonero, por el que la Corte ha condenado a M¨¦xico a indemnizar a las familias de las v¨ªctimas de los feminicidios de Ciudad Ju¨¢rez. "Nos satisface haber ganado una sentencia contra nuestro Gobierno, pero nos da mucha pena", cuenta Salas; "es una sensaci¨®n ambivalente, de satisfacci¨®n, pero tambi¨¦n de enorme tristeza al constatar la realidad, es decir, un sistema corrupto", a?ade.
"El Gobierno sigue diciendo que los feminicidios no son un problema porque la violencia est¨¢ institucionalizada desde las estructuras del poder. Pero M¨¦xico es un Estado constituido, no es Hait¨ª ni el S¨¢hara... Falta voluntad pol¨ªtica, pero ya existe una cierta conciencia ciudadana". Ni siquiera el postre, compartido, puede endulzar lo amargo de la charla.
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