La pizarra del cielo
Cuando era ni?a Vija Celmins ve¨ªa los aviones militares volando en los cielos de Europa. Nacida en 1938, las im¨¢genes de la guerra se le grabaron con claridad en la memoria, al mismo tiempo que la sensaci¨®n de peligro, de intemperie y de tr¨¢nsito. Despu¨¦s de escapar de su pa¨ªs ensombrecido por la invasi¨®n sovi¨¦tica y de atravesar una Alemania en ruinas sus padres emigraron con ella a los Estados Unidos. Con diez a?os era una ni?a aplicada y solitaria que no hablaba ingl¨¦s y que para hacerse entender por su maestra o por los compa?eros de la escuela dibujaba las cosas que a¨²n no sab¨ªa nombrar. No hace falta conocer su biograf¨ªa para intuir que Vija Celmins era de esos ni?os que disfrutaron de la escuela, de la felicidad del olor de la goma y de la madera, de los cuadernos y los l¨¢pices, del ensimismamiento en el dibujo y en la caligraf¨ªa, la cabeza inclinada sobre el pupitre, la cara casi rozando el papel, la mano derecha apretando con mucha fuerza el l¨¢piz, que acaba formando un callo en la primera falange del dedo coraz¨®n. Se la ve dibujar en algunas filmaciones recientes y en su cara de mujer que no es joven hace mucho pero que tiene todav¨ªa un redondeado infantil hay ese mismo gesto de atenci¨®n sosegada con que dibujar¨ªa de ni?a en un cuaderno escolar las siluetas de los aviones de guerra que atronaban el cielo. M¨¢s de veinte a?os despu¨¦s, en su otra vida americana, los aviones nunca borrados del recuerdo irrumpieron de nuevo, en el blanco y negro de los noticiarios de otra guerra que ahora no se ve¨ªan en los cines, sino en las pantallas de los televisores: Vija Celmins volvi¨® a dibujarlos, ahora con su pleno dominio del oficio, el blanco y negro del l¨¢piz sobre el papel mostrando con exactitud documental los aviones americanos que bombardeaban Vietnam, detallados e inm¨®viles en el cielo como ilustraciones en una enciclopedia.
La quietud es uno de los placeres de la pintura, dice Celmins; la quietud que requiere su ejercicio y la que es necesaria para su contemplaci¨®n. No le basta que un cuadro o un dibujo sean mirados: utiliza con frecuencia el verbo inspeccionar. Uno se acerca a una obra de Vija Celmins y ha de inclinarse sobre ella para inspeccionarla, porque de otro modo no hay manera de percibir sus detalles inagotables, de intuir m¨¢s all¨¢ de la evidencia del trabajo entregado la duraci¨®n del tiempo que hizo falta para su culminaci¨®n. La negrura de uno de sus cielos nocturnos punteados de constelaciones no ocupa un tama?o mayor que el de una hoja de cuaderno de dibujo, pero puede haberle costado un a?o. El negro del grafito se ha ido volviendo m¨¢s profundo y m¨¢s ilimitado seg¨²n la mujer afanosa continuaba frotando contra el papel la punta del l¨¢piz. La luz de una estrella rodeada por un tenue halo de claridad es el espacio m¨ªnimo de papel dejado en blanco. El l¨¢piz se habr¨¢ ido reduciendo de tama?o entre sus dedos, como en la ¨¦poca de la infancia de Vija Celmins en la que un solo l¨¢piz o una hoja de papel eran tan valiosos que no pod¨ªan desperdiciarse, y en la que los ni?os aprend¨ªan las primeras letras sobre una pizarra. El dibujo final es tan esmerado como si debiera pasar la inspecci¨®n de un maestro severo, en una escuela con bolas del mundo y mapas de hule y pupitres de madera muy frotada en la que los cristales de las ventanas vibran cuando pasan aviones.
Hay pupitres y pizarras en la exposici¨®n de Vija Celmins que acaba de empezar en la galer¨ªa McKee de Nueva York; hay grabados y dibujos de constelaciones, de telas de ara?a tejidas con una liviana geometr¨ªa como de Paul Klee; hay un peque?o cuadro al ¨®leo que parece un espacio en blanco poblado de cuerpos celestes y que cuando se lo mira m¨¢s despacio y m¨¢s de cerca resulta ser la superficie moteada y convexa de una caracola. Vija Celmins ejerce con perseverancia m¨¢s bien solitaria las tareas artesanales de su oficio: pero tambi¨¦n tiene un talento muy agudo para la poes¨ªa de los objetos encontrados, y si en otras ¨¦pocas ha creado singulares esculturas ordenando sobre superficies planas piedras recogidas por ella en los desiertos de California y de Nuevo M¨¦xico esta vez ha elegido mostrar peque?as pizarras con marcos de madera como las que usar¨ªa en las escuelas de su infancia. Encontr¨® por casualidad docenas de ellas en uno de esos mercadillos de objetos absurdos que se instalan las ma?anas de domingo en garajes y en aparcamientos vac¨ªos de Nueva York y le despertaron los recuerdos. En una pared blanca de la galer¨ªa McKee cuelga una peque?a pizarra que tiene atado de un hilo el pizarr¨ªn con el que se escrib¨ªa sobre ella. Un poco m¨¢s all¨¢, sobre un pupitre de otra ¨¦poca, hay una pizarra y encima de ella un rev¨®lver de juguete que despierta por igual amenaza y ternura: es uno de esos rev¨®lveres que nos parec¨ªan m¨¢s verdaderos porque estaban hechos de metal y no de pl¨¢stico, los que recib¨ªan como regalos los mismos ni?os pudientes a los que los Reyes Magos les tra¨ªan tambi¨¦n balones de reglamento y trenes el¨¦ctricos. Algunas de las pizarras son cuidadosas reproducciones en bronce, tan bien hechas que se confunden con las otras puestas junto a ellas. Una escultura es un objeto laboriosamente construido y tambi¨¦n puede ser la conjunci¨®n de dos o tres cosas encontradas por azar. Vija Celmins no dibuja premiosamente un pupitre y sobre ¨¦l una pizarra y un rev¨®lver: toma un pupitre de verdad, comprado en alg¨²n anticuario, y la pizarra tangible y el rev¨®lver tienen esa belleza inesperada que encontraba Lautr¨¦amont en una m¨¢quina de coser y un paraguas encima de un quir¨®fano.
Ahora comprendo que la exposici¨®n es una sutil autobiograf¨ªa sin palabras, el esbozo de una po¨¦tica. Y lo mismo que las mejores autobiograf¨ªas le cuentan su propia vida al lector, en la de Vija Celmins yo reconozco la m¨ªa. Yo aprend¨ª a escribir y a hacer los n¨²meros y las primeras cuentas en una pizarra como ¨¦sta. Si me fuera permitido tocarla reconocer¨ªa la superficie lisa y las nervaduras gastadas de la madera del marco: mis dedos apretar¨ªan ese pizarr¨ªn casi gastado que cuelga de su hilo, para que no se pierda. El negro mineral sobre el que Vija Celmins traz¨® de ni?a sus primeros signos prefigura los poderosos negros de grafito con los que despu¨¦s dibuj¨® cielos estrellados. Pero no fue un prop¨®sito, sino un descubrimiento nacido del mismo material, ha explicado: Los cielos nocturnos surgieron del l¨¢piz, de apretar el l¨¢piz tan fuerte y enamorarme de esa negrura. En algunas de las pizarras se pueden distinguir rastros de n¨²meros y letras casi borrados, igual que se leen en los marcos incisiones de nombres. En un mercadillo de Nueva York Vija Celmins examinar¨ªa como un tesoro ese mont¨®n de pizarras, venidas qui¨¦n sabe de d¨®nde, y se imaginar¨ªa que alguna de ellas pod¨ªa haberle pertenecido de ni?a, llevar todav¨ªa huellas de sus dedos manchados de tiza.
Vija Celmins: New Paintings, Objects and Prints. McKee Gallery. Nueva York. Hasta el 25 de junio. www.mckeegallery.com.
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