El dios escondido
Soy el dios escondido entre las piedras blancas de Jerusal¨¦n. Mi rostro, apenas una sombra adivinada entre los sillares cincelados por las huellas del sol, del viento y de la sangre. Os observo desde el principio de los tiempos. En mi nombre viv¨ªs, mor¨ªs y mat¨¢is en una tr¨¢gica partida de ajedrez inacabable. Cada d¨ªa espero la crueldad de un nuevo movimiento. Cada d¨ªa, nuevas l¨¢grimas derramadas.
Hoy es posible que un palestino muera por el impacto de una bala de caucho en la cabeza. Quiz¨¢s ¨¦l tambi¨¦n est¨¦ armado. Quiz¨¢s, simplemente, est¨¦ en el lugar equivocado.
Hoy es posible que un israel¨ª muera destripado en un autob¨²s o en una cafeter¨ªa por la bomba que una joven palestina lleva adherida a su cuerpo. Un vientre pre?ado de muerte.
El 15 de mayo de 1948, los brit¨¢nicos abandonaron Palestina Y yo sigo aqu¨ª, arrodillado, utilizado por unos y por otros
Las madres de ambos se golpear¨¢n las cabezas contra mi rostro p¨¦treo, inquebrantable; sus l¨¢grimas de sangre esperar¨¢n una caricia de consuelo y me escupir¨¢n interrogantes para los que yo, como siempre, no tengo respuesta. Y los hijos de los muertos, santificados sean sus nombres, heredar¨¢n el odio, la rabia y el miedo. Hermanados, al fin, por la barbarie.
Hace 62 a?os que me arrastro impotente por este reino de quimeras. El 15 de mayo de 1948, los brit¨¢nicos abandonaron Palestina. El d¨ªa antes, Ben Gurion hab¨ªa declarado la independencia de Israel y los soldados transjordanos, a las puertas de Jerusal¨¦n, se preparaban para conquistar esta maldita ciudad santa.
Entonces, cuando la sangre viol¨® la blancura que me acoge, mientras las balas se hend¨ªan en las carnes, los cuchillos cercenaban las gargantas y la gente hu¨ªa dejando su vida atr¨¢s, os supliqu¨¦ el perd¨®n de las ofensas. Pero respondisteis con las armas. Y yo acept¨¦ vuestra voluntad.
Durante todo este tiempo, se han sucedido m¨¢s partidas. El tablero ha crecido tanto que ha cubierto el mundo entero con sus casillas. Mientras Oriente y Occidente dibujan sus estrategias e intereses sobre esta pobre tierra, las piezas blancas y negras -reyes, caballos, torres, alfiles y peones- tratan de abrirse camino con la guada?a de la muerte. Y yo, agazapado como una alima?a herida, contemplo desde mi atalaya p¨¦trea c¨®mo las razones pierden las batallas ante la desproporci¨®n de cada nuevo movimiento.
Este juego perverso ha envenenado el alma de la humanidad. En esta doliente partida no hay moralejas ni finales felices. Las v¨ªctimas de ayer, los m¨¢rtires del pasado vergonzoso de Europa, se han convertido en los verdugos de hoy. Y aferrados a la injusticia de la historia, replican la sinraz¨®n en el presente. Sin querer reconocer que las causas se convierten en una trampa cuando impiden crear un futuro.
Enredado en las tinieblas, el miedo engendra valientes a los que no les importa morir. J¨®venes peones llenos de rabia, impotentes ante los muros que crecen a su alrededor. Dirigen sus rostros hacia m¨ª y creen ver en mi mirada la luz que no hallan en sus vidas. Sus rezos son gritos con sed de sangre. Voces airadas que se multiplican hasta llegar al ¨²ltimo rinc¨®n del planeta, amplificadas por la injusticia y la incomprensi¨®n. Voces que, de tan potentes, s¨®lo se oyen a s¨ª mismas. Sordas a los gritos del otro. Sordas, tambi¨¦n, a mis ruegos.
Y yo sigo aqu¨ª, arrodillado, amordazado, utilizado por unos y por otros. Poderoso de la nada, se?or de las ruinas.
Hoy, un colono jud¨ªo ha ocupado tierras palestinas. A¨²n lleva un fusil en una mano. Con la otra, acaba de tomar un pu?ado de tierra seca y lo ha elevado al cielo. Cree que su gesto es un regalo para m¨ª. Unos cent¨ªmetros recuperados de Eretz Israel, la tierra prometida. Una ofrenda a Yahv¨¦.
Ma?ana, un palestino desesperado, sin nada con que alimentar a sus cuatro hijos, se humillar¨¢ y suplicar¨¢ un empleo en la construcci¨®n de la nueva casa del ocupante. Las autoridades palestinas saben que en cada nuevo ladrillo que coloque, en cada metro arrebatado a sus fronteras, estar¨¢ demoliendo el sue?o de un Estado propio. Por ello le prohibir¨¢n trabajar en los asentamientos jud¨ªos ilegales. M¨¢s miseria. M¨¢s desesperanza. M¨¢s rezos a gritos. Y, quiz¨¢s, otro vientre pre?ado de muerte. Una ofrenda a Al¨¢.
Me hab¨¦is convertido en el dios de la guerra. Pero no os confund¨¢is, yo nunca os eleg¨ª. No quiero revolcarme m¨¢s en esta tierra ensangrentada. No m¨¢s sacrificios ni entregas ni renuncias. Libradme de este mal. Si clam¨¢is venganza, callad mi nombre y dejadme escapar de estas piedras que me aprisionan. No quiero permanecer entre ellas cuando la cat¨¢strofe definitiva caiga sobre vosotros.
En alg¨²n momento tendr¨¦is que decidir qui¨¦n gana y qui¨¦n pierde la partida. La disputa ya no se libra entre las piezas blancas y las negras. Esa hace mucho que se perdi¨®. Ahora s¨®lo queda elegir entre la vida y la muerte. Pero no habr¨¢ supervivencia si antes no os libr¨¢is del pasado. Soltad a los muertos y superad vuestros s¨ªmbolos. Vencedlos. Olvidadlos. Matadlos...
Aunque algunos lleven mi nombre.
http://alteregosalterados.blogspot.com/
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