La muerte de un Pimpollo
Le¨®n Est¨¦vez, yerno del dictador dominicano Trujillo y compa?ero de org¨ªas y torturas de su hijo Ramfis, se ha suicidado, ya octogenario. Fue muy famoso, en el peor sentido que puede tener la expresi¨®n
Hace unos d¨ªas, en el piso A3.1 de un edificio que hace esquina entre la avenida Francisco Prats Ram¨ªrez y la calle N¨²?ez de C¨¢ceres del barrio residencial El Mill¨®n de Santo Domingo, Rep¨²blica Dominicana, se encontr¨® muerto a un octogenario llamado Luis Jos¨¦ Le¨®n Est¨¦vez que, seg¨²n testimonio de los vecinos, viv¨ªa solo como un hongo y nunca recib¨ªa visitas. A todas luces, hab¨ªa puesto fin a su vida por su propia mano, descerraj¨¢ndose un disparo en la cabeza. La pistola Colt, calibre 45, estaba junto al cad¨¢ver, que yac¨ªa de espaldas en una cama simple en la que, para entrar en la muerte con m¨¢s comodidad, el suicida hab¨ªa colocado dos almohadones bajo su espalda. Antes de tumbarse, se hab¨ªa quitado los zapatos. En el cuarto hab¨ªa, adem¨¢s, varias maletas hechas, un tel¨¦fono, un televisor y un novenario.
Los testimonios de casi todos coincid¨ªan en se?alarlo como uno de los m¨¢s crueles torturadores
Con ¨¦l desaparece un personaje que fue muy famoso, en el peor sentido que puede tener esta expresi¨®n, en los a?os cincuenta del siglo pasado, durante la llamada Era de Trujillo, esos 31 a?os (1930-1961) en los que el General¨ªsimo Rafael Trujillo Molina, Jefe M¨¢ximo y Benefactor y Padre de la Patria Nueva, fue el amo y se?or -un verdadero dios- de la Rep¨²blica Dominicana. Le¨®n Est¨¦vez era entonces oficial de la Fuerza A¨¦rea, ¨ªntimo amigo y compa?ero de francachelas, correr¨ªas y org¨ªas del hijo mayor del dictador, Ramfis Trujillo, del que ser¨ªa tambi¨¦n asesor y cu?ado pues tuvo la suerte de casarse en 1958 con Angelita, la hija mimada de Trujillo. A ¨¦sta se la proclam¨® Reina en el m¨¢s fastuoso acontecimiento de la Era, la Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre, con que en el a?o 1955 se celebraron los 25 a?os del General¨ªsimo en el poder. Cerca de 70 millones de d¨®lares costaron los milyunanochescos festejos en los que participaron las coristas del Lido de Par¨ªs, la orquesta de Xavier Cugat y delegaciones de 42 pa¨ªses "libres" del mundo, muchos presidentes, entre ellos el brasile?o Juscelino Kubitschek, y dignatarios internacionales como el cardenal Spellman de New York. El vestido de su Graciosa Majestad, Angelita I, confeccionado por dos c¨¦lebres modistas romanas era de gasa, encaje y 45 metros de armi?o ruso. Su toga era id¨¦ntica a la que llev¨® la reina Isabel de Inglaterra en su coronaci¨®n.
Angelita Trujillo est¨¢ todav¨ªa viva, en Miami, donde, desde que se volvi¨® una born-again Christian, suele cantar himnos b¨ªblicos en las iglesias evang¨¦licas. ?ltimamente ha publicado unas memorias en las que muestra una frialdad polar para con su primer esposo, Le¨®n Est¨¦vez, incluso en un tema delicado que debi¨® de ser materia de los primeros conflictos en el matrimonio. La inverificable leyenda dice que Angelita se prend¨® de un joven oficial, el teniente Jean Awad Cana¨¢n, quien muri¨® por esa ¨¦poca en un oportuno accidente. La familia de ¨¦ste no crey¨® nunca que aquella muerte fuera casual y acus¨® siempre al marido de Angelita de haberla provocado, por celos. En estos d¨ªas, con motivo del suicidio de Le¨®n Est¨¦vez, la hija de aquel teniente, Pilar Awad B¨¢ez, ha resucitado aquellas acusaciones.
Gracias a su matrimonio y su amistad con Ramfis, Le¨®n Est¨¦vez hizo una carrera mete¨®rica. Fue nombrado director de la Academia Militar Batalla de las Carreras a los 23 a?os y muy poco despu¨¦s ascendido a teniente coronel. Pero su fama de entonces no se deb¨ªa a sus m¨¦ritos profesionales, sino a su elegancia y su apostura. Aunque su seud¨®nimo era Pechito la gente com¨²n y corriente, y sobre todo las muchachas, lo llamaban "Pimpollo", es decir, guapo, galano y gentil. En las fotos aparece siempre vestido de manera impecable e imitando el atuendo y las coqueter¨ªas de Ramfis, los anteojos oscuros Ray Ban, el bigotito recortado a la manera de los astros del cine mexicano como Arturo de C¨®rdoba, los zapatos brillando como espejos y la sonrisita de triunfador.
En los a?os noventa, cuando yo investigaba sobre la Era de Trujillo, el nombre del teniente coronel Luis Jos¨¦ Le¨®n Est¨¦vez se me aparec¨ªa por doquier en los testimonios escritos y orales y casi todos coincid¨ªan en se?alarlo como uno de los m¨¢s crueles y feroces torturadores y asesinos de aquellos a?os terribles, sobre todo en los seis meses que siguieron a la muerte del dictador, cuando Ramfis Trujillo, al frente de las Fuerzas Armadas (Balaguer era el presidente nominal) desencaden¨® una vertiginosa represi¨®n en venganza por el asesinato de su padre, en que cientos de dominicanos fueron torturados y asesinados por todo el pa¨ªs. Es seguro que Pechito estuvo en la Hacienda Mar¨ªa, de Ramfis, el d¨ªa que seis de los ajusticiadores del tirano fueron arrebatados a la Justicia, secuestrados por militares y llevados all¨ª para que Ramfis y sus compinches, con vasos de whisky en las manos, los mataran a balazos. Por participar en este crimen, Pechito Est¨¦vez fue condenado en contumacia a 30 a?os de c¨¢rcel en febrero de 1965. Pero no cumpli¨® un solo d¨ªa tras las rejas, porque ya viv¨ªa en el exilio, y en 1977, por prescripci¨®n de la pena, pudo volver a Santo Domingo, donde se convirti¨® en un pr¨®spero empresario.
En el exilio se hab¨ªa separado de su mujer, a la que acus¨® de haber "secuestrado" a sus tres hijos, contra¨ªdo una nueva uni¨®n con una se?ora acomodada, y experimentado una conversi¨®n a una forma afiebrada y extrema del catolicismo. Se lo dec¨ªa miembro de una organizaci¨®n integrista, tal vez el Opus Dei. Yo visit¨¦ la iglesita donde el Pimpollo o¨ªa misa todas las ma?anas y pasaba el cop¨®n de las limosnas. Aparentemente estaba ya desencantado de la pol¨ªtica, pues, en la cena que me organiz¨® el simp¨¢tico Kalil Hach¨¦, antiguo secretario de Trujillo, para que pudiera conversar con los trujillistas sobrevivientes y fieles a la memoria del tirano -la m¨¢s inolvidable de todas las cenas a la que me ha tocado asistir- el teniente coronel no se hizo presente. S¨®lo le interesaban entonces la religi¨®n y los negocios.
Despu¨¦s de muchas gestiones e intermediarios, acept¨® recibirme en su despacho. Hab¨ªa dejado de ser un Adonis hac¨ªa tiempo, pero conservaba la pulcritud en el vestir. Era un hombre fr¨ªo, desconfiado, y no ocultaba su veneraci¨®n a la memoria de Trujillo. En un momento dado, me dijo que hab¨ªa conversado con una mujer humilde a la que el Jefe le hab¨ªa besado los pies porque ella, en la cama, le dijo que los ten¨ªa muy fr¨ªos. "Ya ve usted, en contra de lo que se dice, era un hombre compasivo", concluy¨®.
Le record¨¦ que casi todos los dominicanos que hab¨ªan sido torturados en la ¨¦poca de Trujillo en la c¨¢rcel La Cuarenta y sentados en la famosa Silla El¨¦ctrica para recibir descargas que les quemaran el cuerpo, aseguraban que ¨¦l siempre estaba all¨ª, presenciando el horror, y muchas veces participando en ¨¦l con su inseparable fusta de jinete, con la que le gustaba azotar a las v¨ªctimas. A?ad¨ª que, sin ir muy lejos, mi amigo Jos¨¦ Israel Coello, que me acababa de dejar en la puerta de su despacho, hab¨ªa sido una de ellas, y que todav¨ªa le quedaba en el cuerpo alg¨²n rastro de las cicatrices de los fustazos que le infligi¨® mientras, amarrado en la silla, recib¨ªa descargas el¨¦ctricas.
Estuvo mir¨¢ndome un buen rato en silencio, mientras palidec¨ªa. Pens¨¦ que iba a echarme de su oficina o agredirme. Pero se limit¨® a murmurar, con un gesto de disgusto: "Si quiere que le diga la verdad, no me acuerdo de ese episodio". Su respuesta me produjo un escalofr¨ªo. Probablemente era cierto, lo habr¨ªa hecho tantas veces y con tantos, que ya no quedaban caras y nombres concretos de los martirizados en su memoria.
Ahora veo en los diarios de Santo Domingo que algunos de los disidentes antitrujillistas que sobrevivieron a las torturas de La Cuarenta, como la doctora Asela Morel, que estuvo all¨ª presa con las hermanas Mirabal, han recordado las siniestras haza?as que perpetraba Pechito Est¨¦vez, en 1961, en aquellos calabozos inmundos, oscuros, llenos de humo, sangre, injurias y dolor, en una ¨¦poca en que, casi por doquier en Am¨¦rica Latina, las dictaduras perpetraban monstruosidades parecidas.
Los j¨®venes dominicanos de nuestros d¨ªas deben o¨ªr hablar de todo aquello como de algo prehist¨®rico. Por fortuna, su pa¨ªs ha dejado atr¨¢s y cada d¨ªa se aleja m¨¢s de semejante barbarie. Es uno de los pa¨ªses latinoamericanos donde la democracia ha arraigado mejor y donde unas pol¨ªticas sensatas han tra¨ªdo progreso econ¨®mico e institucional considerable. Desde luego que hay mucha pobreza todav¨ªa y la violencia no ha desaparecido en la vida social. Pero, comparada con el horror de aquellos a?os, la situaci¨®n actual est¨¢ a a?os luz de la de entonces, aunque s¨®lo fuera porque en la Rep¨²blica Dominicana de hoy un Pechito Est¨¦vez ser¨ªa inconcebible.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PA?S, SL, 2010.? Mario Vargas Llosa, 2010.
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