La copla de la pelona
La sevillana Ana Mac¨ªas, rapada por los franquistas, desvela con su testimonio la represi¨®n que sufrieron las mujeres
-Ma, cuenta qu¨¦ te pas¨®.
-A m¨ª me pelaron bien pel¨¢ en la Guerra Civil.
-Qu¨¦ te hac¨ªan pregonar, ma.
-?Alcaparrones curaos!, ?alcaparrones curaos!
Ana Mac¨ªas suelta una carcajada. Eso era lo que gritaban, hace 70 a?os, las vendedoras ambulantes para ofrecer alcaparras. Se r¨ªe de que fue rapada por los sublevados franquistas cuando ten¨ªa 18 a?os; de que la obligaron a beber aceite de ricino para purgar su alma de izquierdas, y de que la pasearon por el centro de su pueblo para mofa de sus vecinos. Se r¨ªe porque sus agresores est¨¢n muertos.
Ana no pertenec¨ªa a ning¨²n partido, pero nunca comulg¨® con el ideario falangista. En 1936, era la sirvienta del alcalde, un republicano, ese fue su delito. Con 91 a?os, recita coplillas sin miedo y camina vivaracha por las calles de Los Corrales (Sevilla). "Tuve mala suerte".
Los falangistas le dieron aceite de ricino y la pasearon para mofa p¨²blica
Durante el alzamiento, las tropas franquistas maquinaron un tipo de represi¨®n para denigrar a las mujeres republicanas que reprodujeron durante la dictadura: rapado de cabeza, purga con aceite de ricino y, en los casos m¨¢s salvajes, violaci¨®n y muerte. Este escarmiento, copiado de los fascistas italianos, ten¨ªa a las "individuas de dudosa moral" como v¨ªctimas. As¨ª llamaban los falangistas a las militantes de izquierdas y a las esposas y familiares de los rojos. Por verg¨¹enza, los centenares de andaluzas que sobrevivieron, no quisieron volver a hablar de ello. Muchas no se lo contaron a nadie. Ni a sus parientes. El testimonio de Ana Mac¨ªas es crucial porque la mayor¨ªa de personas que pasaron por este trance ya ha fallecido. Ella es la ¨²nica superviviente de la opresi¨®n femenina en Los Corrales.
A las rapadas, en Andaluc¨ªa, los franquistas las llamaban pelonas. Era la forma m¨¢s suave de someterlas a la verg¨¹enza p¨²blica. A Ana la quisieron matar, pero un hermano suyo convenci¨® a los soldados. La excusa para asesinarla fue que trabajaba para un republicano, pero revela que un militar falangista de su localidad, al que elude mentar, se encaprich¨® de ella. "Yo no le quer¨ªa porque era un criminal".
Cuenta que la rap¨® un viejo gitano con una maquinilla de pelar burros en una cafeter¨ªa de la plaza mayor de Los Corrales. "El pobre lloraba porque no quer¨ªa". Despu¨¦s, con otras vecinas, tuvo que pasear gritando arengas franquistas. "Nos dec¨ªan: ?venga las pelonas!, porqu¨¦ no cantan esas coplas, que ustedes saben muchas coplas de soldados".
Ana no sabe leer ni escribir, y su memoria flaquea, pero aprendi¨® un mont¨®n de romances que hoy recuerda con precisi¨®n: "Garc¨ªa se va a su casa/ y le dice a su mujer/ s¨¢came el traje de gala/ que me lo voy a poner/ Estando sacando el traje/ le pregunto su mujer/ ?Qu¨¦ hacen tantos soldaditos/ en la puerta del cuartel/ No te lo quiero decir, pero te voy a abrazar/ Saca a la hija que la bese/ que me van a fusilar".
La sierra sur fue la ¨²ltima zona de Sevilla ocupada por los sublevados. All¨ª est¨¢ enclavado Los Corrales, conquistado el 7 de septiembre de 1936. Entre ese mes y febrero del 37, cuando se tom¨® M¨¢laga, esa franja territorial concentr¨® el mayor n¨²mero de v¨ªctimas. Seg¨²n los c¨¢lculos del investigador Rafael Velasco, un centenar de mujeres fueron peladas en este municipio de 4.000 habitantes. Tantas, apunta, como falangistas hab¨ªa en el pueblo.
Antes de que la rapasen, Ana, con sus parientes y la familia del alcalde republicano Antonio Rueda, huy¨® durante cinco meses. Se ocultaron hasta que les apresaron en M¨¢laga. Una vez en Los Corrales, durante 90 d¨ªas, cada vez que las tropas tomaban una gran capital, el jefe de las pelonas, apodo por el que se conoc¨ªa al falangista del pueblo que las reclutaba, sacaba a Ana y a otras mujeres a pasear. ?l, sobre un caballo y con la fusta. Ellas, con el brazo en alto.
Sentadita en el comedor de su casa, Ana, que apenas mide 1,40 metros, crece con cada copla que canta. Pero la sonrisa de esta anciana que recita m¨¢s que habla, desaparece cuando su familia le pide que nombre a sus agresores.
Quinientas mujeres, seg¨²n el historiador Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa M¨¢rquez, fueron asesinadas en aquellos a?os en la provincia de Sevilla. Una cifra provisional que, advierte, ir¨¢ en aumento. "En toda Andaluc¨ªa es imposible calcular el n¨²mero".
Para resarcir a personas que, como Ana, fueron vejadas entre 1936 y 1950, la Junta de Andaluc¨ªa planea indemnizarlas con 1.800 euros si prueban con medios admitidos a Derecho que sufrieron tal represi¨®n. Seg¨²n el borrador del decreto, servir¨¢n las declaraciones de los testigos. Se asume que, en estos casos, no hay documentos.
Las principales asociaciones de memoria hist¨®rica andaluzas reprochan que el reconocimiento llega tarde porque la mayor¨ªa ha muerto. La familia de Ana Mac¨ªas baraja solicitar la ayuda. Testigo hay uno seguro: su hermano Jos¨¦ Antonio, de 86 a?os.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.