Una especulaci¨®n salvaje
Vivimos tiempos fuera de lo com¨²n, dif¨ªciles, y la mayor¨ªa de los ciudadanos empezamos a darnos cuenta de que se est¨¢n desarrollando formidables batallas de intereses por encima de nuestras cabezas, enfrentamientos que no conocemos en su verdadero alcance, pero de cuyo resultado depender¨¢ en buena parte nuestro futuro personal y colectivo. Tolst¨®i describi¨® muy bien esa sensaci¨®n de estar participando en algo enorme, pero desconocido, al detallar el desconcierto de los soldados en una batalla. En mitad de la acci¨®n, ellos no saben qu¨¦ est¨¢ pasando, si los suyos avanzan o retroceden, si hace tiempo que todo est¨¢ ya perdido, si a¨²n tienen por delante horas o d¨ªas de incertidumbre, o si todav¨ªa existe una posibilidad de que las cosas puedan decantarse de su lado; si hay tiempo para hacer algo o si solo queda sentarse en el suelo a esperar que alguien traiga la noticia de tu propio destino.
Los especuladores siempre han sacado beneficio de enfrentarnos por ideas que no significan nada
No deber¨ªa ser as¨ª. Los ciudadanos de hoy, intercomunicados como nunca antes, no deber¨ªamos comportarnos como soldados en una batalla napole¨®nica. La guerra que se desarrolla desde hace meses en el mundo de los mercados financieros no es algo impenetrable ni fuera del alcance de nuestro entendimiento. Seguramente hay conceptos dif¨ªciles de entender (los hedge funds, las operaciones bajistas al descubierto o los CDS, productos de ingeniera financiera que no comprenden bien ni quienes los venden y compran). Pero detr¨¢s de todo eso est¨¢ una cosa muy antigua, que conocemos todos nosotros y que conocieron nuestros padres y nuestros abuelos: una especulaci¨®n feroz. Son operaciones de desestabilizaci¨®n de pa¨ªses y sociedades que pueden rendir formidables beneficios econ¨®micos a determinados grupos de personas que ni trabajan ni hacen el menor esfuerzo.
En ¨¦poca de nuestros abuelos se trataba quiz¨¢ de la especulaci¨®n con el trigo, en ¨¦poca de escasez. Ahora se trata de especulaciones bestiales con el dinero mismo. Ahora vuelan los cuchillos, las amenazas y los presagios de males inminentes para evitar que se impongan controles y cortapisas a esas operaciones especulativas que han permitido enriquecerse fuera de toda medida a un determinado grupo de personas.
No ser¨ªa razonable que la confusi¨®n y el desorden que han creado ellos mismos nos haga pensar que no podemos comprender lo que ocurre y nos lleve a la tonta idea de sentarnos a esperar que nos anuncien nuestro destino. Hay que mantenerse atento: lean ustedes la secci¨®n de econom¨ªa o los magn¨ªficos informes y reportajes que se publican en el suplemento de Negocios. En esas p¨¢ginas se cuentan aut¨¦nticas tragedias dignas de los cl¨¢sicos griegos o de Shakespeare, sagas comparables a El se?or de los anillos. Y como en las tragedias o en las peripecias de Frodo, se trata de comprender y de actuar. Lo primero, comprender que los especuladores siempre han sacado beneficio de enfrentar a grupos de hombres y mujeres por ideas que no significan nada. Lo segundo, que para actuar contra ellos hace falta coordinaci¨®n.
Hay que reunir medios y esfuerzos para una acci¨®n com¨²n. Hay que exigir, como ciudadanos de la Uni¨®n, que los pa¨ªses del ¨¢rea euro se pongan de acuerdo sin m¨¢s dilaci¨®n en frenar el abuso a que se nos somete. El presidente de la Comisi¨®n Europea, Dur?o Barroso, tiene raz¨®n cuando advierte ahora de que la ¨²nica manera de que los mercados asimilen ese mensaje es lanzarlo de forma coordinada y no a niveles nacionales. La debilidad de la Uni¨®n nos perjudica a todos y hace a¨²n m¨¢s vol¨¢til la situaci¨®n de la moneda ¨²nica. "El euro sufre una crisis existencial", afirm¨® Angela Merkel. Las monedas no sienten ni padecen. Son los seres humanos quienes tienen dificultades de ese tipo. Es Merkel y son sus colegas quienes deben tomar decisiones existenciales. Somos nosotros quienes debemos dejar de comportarnos como soldados desconcertados y quienes debemos expresar claramente nuestra voluntad de defender lo que significa Europa y de no seguir sometidos a ese brutal abuso sin instrumentos eficaces de protecci¨®n.
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