?Y si el orden fuera el desorden?
Perdidos pero, acaso, no se hallan descaminados. El confuso final de la serie televisiva (Perdidos), la m¨¢s famosa de la historia y la m¨¢s vista de un conf¨ªn a otro del mundo, termin¨® esta semana sus m¨¢s de cien cap¨ªtulos que, en vez de hallarse escritos de antemano, se conceb¨ªan uno tras otro, improvisadamente y de acuerdo a la dudosa gestaci¨®n anterior. Una gestaci¨®n y una deriva que, en sus vaivenes, ha llenado esta historieta de interrogantes y ambig¨¹edades pero que al cabo, quedar¨¢ como el primer vericueto audiovisual en el que participaron al mismo tiempo millones de personas guiando a sus guionistas para terminar siendo todos autores y receptores de una pieza tan aut¨®noma como inaugural.
La formaci¨®n de vidas nuevas a partir del azar colectivo va siendo el estilo general de la cultura
Tres elementos, al menos, se han conjuntado sobre esta experiencia en el momento precisamente en que la televisi¨®n decrece en audiencia y, como consecuencia, desde la escasez, ha impulsado su creatividad. Una especial creatividad que, de otra parte, va dejando de ser ins¨®lita tanto en los medios visuales como en casi todos los dem¨¢s.
Los tres elementos que se han acoplado en esta famosa producci¨®n de entretenimiento ser¨ªan: 1. La creaci¨®n de un relato en vivo tan incierto como es el desarrollo de la biograf¨ªa y, por tanto, fuera de la l¨®gica de la predicci¨®n o la predestinaci¨®n. 2. El proceso no desemboca en un destino fijo, sino que (como la vida misma) baila seg¨²n el azaroso cortejo de cada tesitura. Y 3, en la configuraci¨®n de la historia no domina la inspiraci¨®n de un creador excelso, no hay un maravilloso intelecto que da vida, sino que una espora mental va sembrando, en diferentes lugares, sucesos para denegarse o ampliarse sin rehuir nunca tanto la contradicci¨®n.
Todo ello, adem¨¢s, en dosis suficientes para convertir el art¨ªculo en un delirante artefacto que escapa de las manos. Y no ya de alg¨²n divino conductor sino de una ordinaria multitud de complicados (y c¨®mplices) conductores, tal como viene a ocurrir con los embotellamientos y accidentes de tr¨¢fico, con las actuales medidas econ¨®micas o incluso con los presentes hallazgos de la ciencia que explosionan en la nueva creaci¨®n de vida.
Precisamente la formaci¨®n de vidas nuevas a partir del azar colectivo va siendo el estilo general de la cultura. Programas de radio, tertulias televisadas, narraciones period¨ªsticas, escapes de pozos petrol¨ªferos, cambios clim¨¢ticos, crisis financieras, quiebra de Estados, cualquiera de ellos puede servir como ejemplo de que "la cosa" se halla actualmente fuera de control, se escapa de las manos.
Frente al orden, "el tema" de mayor importancia adquiere la forma del desorden. El desorden o la forma general del nuevo orden. "Debemos hallar el orden en el desorden", dicen los urbanistas. Pero tambi¨¦n los cient¨ªficos, los artistas pl¨¢sticos, los m¨®viles de tercera o cuarta generaci¨®n, las webs sociales, el mundo de la comunicaci¨®n y la informaci¨®n nada en la indeterminaci¨®n de su destino.
Vivir en el desorden -y no en el orden- constituye la exigencia central de esta Gran Crisis. Crisis que, contra el insoportable reduccionismo de los economistas, afecta frontalmente al desorden familiar y escolar, al desorden amoroso o al desorden moral, cultural o laboral del mundo.
El jard¨ªn geom¨¦trico franc¨¦s y su repelada visi¨®n de los setos y las copas, sus rectos parterres y paseos, propios todos ellos de la m¨¢xima raz¨®n ilustrada se desmochan arrasados por esta met¨¢fora de la naturaleza inmediata despeinada. Frente al orden de la fe, la complejidad de la culpa o el pecado, frente a la gu¨ªa del bien y el mal, ante el recto planteamiento, de presentaci¨®n, nudo y desenlace, se alza la imponente presencia del desorden (no ya de un nuevo orden que en su caso podr¨ªa ser objeto de ense?anza o de predicaci¨®n, sino del desorden como elemento central de la materia y de su relato, del esp¨ªritu de la cultura y de la apabullante realidad mundana, aqu¨ª y all¨¢).
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