"En Namibia s¨ª sabemos d¨®nde est¨¢ Madrid"
Es su primer viaje a Europa, un continente "peque?ito", dice, en comparaci¨®n con la inmensidad de ?frica, y le sorprende que en Madrid todos le pregunten d¨®nde est¨¢ Namibia. "S¨ª, es un pa¨ªs de dos millones de habitantes y unos pocos rascacielos en Windhoek [la capital], vale... Pero all¨ª s¨ª sabemos d¨®nde est¨¢n Madrid o Londres", bromea Justina Ndaambelela Shilongo, de 27 a?os, activista contra el sida.
Justina, hechuras de modelo, ha venido a Madrid de la mano de RedActivas para denunciar, entre otras realidades amargas -el dif¨ªcil acceso a antirretrovirales, por ejemplo-, la esterilizaci¨®n forzosa de decenas de namibias portadoras del VIH, a quienes el personal sanitario ha ligado las trompas al dar a luz al primer hijo para evitar nuevos contagios fetales. "Son mujeres muy j¨®venes; en ?frica es impensable tener solo un hijo, es un tab¨², igual que no tenerlos", explica mientras inspecciona los variados brotes de la ensalada, que constituye toda su comida, con dos tazas de caf¨¦.
Esta ingeniera electr¨®nica se dedica al sida desde que le toc¨® cerca, a los 17
"Hemos detectado unos 45 casos, y llevado varios a los tribunales. Si a las mujeres les han anudado las trompas, a¨²n es reversible, pero si se las han cortado, pedimos una indemnizaci¨®n", dice, ensartando un trozo de calabaza en el tenedor como un trofeo.
Justina pertenece a la Comunidad Internacional de Mujeres con VIH y Sida, que desarrolla un proyecto, financiado por la fundaci¨®n estadounidense Ford, para capacitaci¨®n de j¨®venes afectados en Namibia. No satisfecha, lidera otro grupo, Red Joven Conexi¨®n Namibia. Sana, lista y fuerte, Justina ha comprometido su vida con el sida -que afecta a alrededor del 25% de sus compatriotas- de la manera m¨¢s cotidiana. "Me toc¨® cuidar a mi prima, en la aldea. Se contagi¨® y, cuando fue al hospital, ya era demasiado tarde, estaba avanzada la enfermedad. Estuve a su lado hasta que muri¨®. Yo ten¨ªa 17 a?os. Luego hubo otros casos en la familia y hoy acojo en mi casa a tres hu¨¦rfanos del sida; la asistencia del Estado es escas¨ªsima y la gente no quiere asumir el problema", explica.
De ni?a, Justina fue a una escuela cat¨®lica, y no hace distingos entre las tradiciones africanas y la formaci¨®n religiosa: "Falta educaci¨®n, el sexo se trata de manera antinatural en la Iglesia, pero en ?frica hay mucha gente envuelta en actividades de riesgo", dice. Con respecto a sus ni?os, lo tiene claro: "Educarlos tanto en casa como en el colegio".
La educaci¨®n ha sido un motor en la vida de Justina -originaria de una remota aldea del norte-, a la que una beca ha permitido estudiar ingenier¨ªa electr¨®nica en un pa¨ªs "donde solo hay acceso a Internet en unos pocos colegios privados de Windhoek". Por eso, en el futuro quiere abrir una escuela t¨¦cnica, de capacitaci¨®n profesional. Con conexi¨®n a Internet. Para sus hijos, los acogidos, porque, susurra muy bajito -como si la fueran a o¨ªr en su aldea-, no quiere tenerlos biol¨®gicos.
A los pocos d¨ªas del encuentro, un correo electr¨®nico de remitente desconocido parpadea en la bandeja de entrada. Justina ha encontrado un ordenador con conexi¨®n y saluda, risue?a e ilusionada, desde ese conf¨ªn de ?frica. Quiere saber si su mensaje ha llegado con claridad a destino.

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