Si yo fuera fumador
No he fumado ni un solo cigarrillo en mi vida, una vida pasada desde la infancia entre fumadores, algunos de ellos orgullosos de serlo, es decir, no pertenecientes a ese grupo mayoritario de quienes, al ofrecerte uno y rechazarlo t¨² diciendo que no fumas, te dicen en serio, con una leve sonrisa de a?oranza: "Pues no sabes la suerte que tienes, chico". Como soy de naturaleza hedonista, para bien y para mal, siempre he pensado que el pobre soy yo por privarme, pues no me cabe duda de que el tabaquismo es el ismo m¨¢s contundente, m¨¢s comprensible y m¨¢s democr¨¢tico de la historia de las vanguardias del placer.
Como al que m¨¢s, me molesta tener que tragarme a la fuerza el humo de los desconocidos en los lugares p¨²blicos, sobre todo si me lo echan en la cara, pero contemplo estupefacto los torpes preparativos de una nueva ley antitabaco que el Gobierno de Zapatero, con su conocida pol¨ªtica general de declaraciones vibrantes y rectificaciones vergonzantes, vuelve a anunciar. Al igual que en otros asuntos donde confluyen la salud p¨²blica y el derecho privado, me parece indignante que al fumador, hoy por hoy todav¨ªa un sujeto que vive en la legalidad, se le degrade socialmente, se le a¨ªsle y se le confine, mientras se le intimida con cajetillas truculentas que recuerdan las estampitas de Pedro Botero rodeado de ni?os disolutos quem¨¢ndose en el infierno con las que los curas y monjas quer¨ªan infundirnos la aversi¨®n al pecado. Ya se saben los resultados de aquellas campa?as de profilaxis moral: los pecados de la carne est¨¢n que arden, cada d¨ªa m¨¢s, y la tendencia progresista universal es que cualquier acto placentero que se practique sin coacci¨®n ni abuso es aceptable -por at¨ªpico o extremo que resulte-, quedando la consideraci¨®n de su posible da?o individual al criterio de cada persona.
Contemplo estupefacto los torpes preparativos por parte del Gobierno de una nueva ley antitabaco
Ahora bien, creo que el fumador espa?ol ha ca¨ªdo en un vicio peor que el de encender compulsivamente sus cigarrillos y aspirar su humo. No ha entendido lo f¨¢cil que ser¨ªa un pacto social entre ¨¦l, directamente, y el no fumador, que hiciera innecesario, e incluso rid¨ªculo, el arbitrismo avasallador de la nueva ley preparada por la ministra Jim¨¦nez. Ese pacto tan s¨®lo tendr¨ªa que tomar en cuenta que una tendencia salut¨ªfera mundial -con la que se puede o no estar de acuerdo- ha puesto de relieve en los ¨²ltimos a?os la evidente injusticia hist¨®rica de que el fumador, antes, pudiera fumar en todas partes a su antojo sin reparar en los que no lo hac¨ªan. El asumido respeto de unas m¨ªnimas normas de educaci¨®n cort¨¦s, de atenci¨®n al otro, de auto-control c¨ªvico, deber¨ªa facultar a los fumadores a exigir una similar tolerancia con ellos.
As¨ª que si yo fuera fumador, me levantar¨ªa en armas dial¨¦cticas contra una ley desproporcionada que pretende no la regulaci¨®n de una molestia, sino la eliminaci¨®n de un h¨¢bito, convirtiendo al que lo ha adquirido libremente en un paria de la sociedad.
Pero tambi¨¦n, si yo fuera fumador, huir¨ªa como de la peste del romanticismo literario del hecho de fumar, que me parece superfluo y puede llegar a cursi. Igual de cursi que el de esos activistas de la igualdad sexual que para dorar la p¨ªldora de algo tan natural como la homosexualidad se sienten obligados a citar a las grandes autoridades que lo fueron: S¨®crates, Safo, Miguel ?ngel, Tchaikovski, Virginia Woolf. El sistema de prelaciones ha de ser irrelevante a la hora de exigir que a todo ser humano no forzado se le deje hacer aquello que desea: acostarse con la gente de su mismo sexo, beber hasta no decir basta (otro campo donde los aficionados a las listas de ilustres predecesores tienen el cielo abierto), practicar los juegos de azar y, por supuesto, fumar.
Si yo fuera fumador y viajero habr¨ªa luchado (?es hoy ya demasiado tarde, dada la inercia de los c¨®digos de buenas pr¨¢cticas?) por el mantenimiento en los medios de transporte que permiten una separaci¨®n efectiva de espacios donde fumar. El tren. Es t¨ªpico del bondadoso maximalismo de los dirigentes, no solo espa?oles, haber pasado radicalmente de un tiempo en que se fumaba en todas partes a no dejar que el viajero que hacomprado su billete al mismo precio no pueda echar ni un pitillo en ning¨²n lugar de un largo convoy ferroviario que a veces hace trayectos largos.
Si yo fuera fumador, me rebelar¨ªa y tratar¨ªa de boicotear los hoteles que proh¨ªben ya pr¨¢cticamente del todo fumar en cualquier habitaci¨®n, por cara que esta sea. Me impresion¨® la an¨¦cdota, sucedida hace poco, de la visita de un reputado escritor espa?ol a Par¨ªs, donde su editorial francesa le hospedaba en un hotel de cinco estrellas al que acudi¨® a verle una amiga com¨²n. Al preguntar ella por el hu¨¦sped, el recepcionista, con un moh¨ªn desde?oso, le indic¨® un n¨²mero de habitaci¨®n del ¨²ltimo piso, para el que hab¨ªa que tomar un ascensor peque?o y de poca luz situado en un recodo del hall. Al llegar a lo alto, una especie de gallinero sin el alfombrado por el que es famoso el hotel, la amiga comprob¨® que el escritor ocupaba un habit¨¢culo m¨¢s bien l¨®brego en el que la recibi¨®, eso s¨ª, cigarrillo en mano.
Si yo fuera, finalmente, fumador madrile?o, habr¨ªa sido m¨¢s cuco, no dej¨¢ndome engatusar por la demagogia barata de Esperanza Aguirre, que burl¨® la anterior ley Salgado, dejando fumar de manera indiscriminada en la inmensa mayor¨ªa de los sitios de ocio de la comunidad que preside, sin que los fumadores, al menos los de izquierda, objetaran.
No est¨¢ a¨²n probado que el tabaco sea una religi¨®n, en cuyo caso ser¨ªa la creencia m¨¢s extendida del mundo. Escribo esto desde mi condici¨®n de ateo de todos los credos y de todas las nicotinas, incluso la m¨¢s baja.
No me mueve a escribir la caridad, sino la raz¨®n. Libertad de ritos. De eso se habla ahora, tambi¨¦n desde una conciencia avanzada, y es una libertad a considerar, por mucho que implique a menudo el convertirnos a los laicos en v¨ªctimas pasivas de sus emanaciones dogm¨¢ticas.
A los practicantes sobrenaturales se les permite, incluso en un Estado no-confesional, echar campanas al vuelo, llamar chillonamente a la oraci¨®n, hacer procesiones o rogativas al santo (puro humo para quienes no creemos en milagros), mientras que todos los d¨ªas, cuando bajo a comprar la prensa, veo junto al portal a un pu?ado de oficinistas de mi edificio practicando vergonzantemente, en mangas de camisa incluso si hace fr¨ªo, el rito infame del cigarrillo de media ma?ana, que sabe a gloria, seg¨²n parece.
No puedo impedir que me venga entonces a la cabeza la imagen de los primeros cristianos api?ados para rezar en las catacumbas. El da?o del tabaco. Eso s¨ª est¨¢ probado, y ning¨²n fumador lo ignora.
Dej¨¦mosle su libre albedr¨ªo, su derecho humano al placer peligroso, s¨®lo atentos a que su ismo, su religi¨®n o su vicio no perjudiquen la salud terrenal de los que est¨¢n a su alrededor, frase que veo impresa en la cajetilla de un amigo que acaba de encender su Fortuna en mi sal¨®n.
Vicente Molina Foix es escritor.
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