?Cu¨¢nto mercado puede tolerar la democracia?
A l desapego ciudadano en las democracias occidentales -debatido durante m¨¢s de un cuarto de siglo-, se suma ahora la gran crisis econ¨®mica del ¨²ltimo bienio. ?Coincidencia? Conviene analizar el asunto antes de achacar nuestras desgracias a la mala fortuna, a la incompetencia de los pol¨ªticos o a la perversidad de ciertos sujetos especialmente h¨¢biles para sacar partido de las circunstancias. Probablemente haya algo m¨¢s.
Para explicar el fen¨®meno del desapego ciudadano en la mayor¨ªa de las democracias contempor¨¢neas, no puede olvidarse la persistente descalificaci¨®n de la pol¨ªtica que ide¨®logos y grupos de presi¨®n han predicado desde los a?os setenta del pasado siglo. "La pol¨ªtica es prescindible". "Cuanta menos pol¨ªtica y cuanto menos gobierno, tanto mejor". "Las grandes decisiones de trascendencia colectiva deben tomarse al margen de la pol¨ªtica". A esta doctrina se sumaron los dirigentes pol¨ªticos conservadores, coherentes con sus presupuestos ideol¨®gicos.
Los conservadores y cierta izquierda llevan a?os sembrando el desprestigio de la pol¨ªtica democr¨¢tica
Pero la adoptaron tambi¨¦n pol¨ªticos de la izquierda, lanzando mensajes que sembraban desconfianza en la pol¨ªtica. Conven¨ªa apartarla del mercado para liberarlo de intervenciones abusivas por parte de las instituciones democr¨¢ticas. Su regulaci¨®n indispensable -admitida con m¨¢s o menos convicci¨®n- corresponder¨ªa en todo caso a instancias situadas al margen o por encima de la pol¨ªtica: bancos centrales, agencias de calificaci¨®n, organismos independientes, reguladores aut¨®nomos, jurisdicciones especiales, organizaciones internacionales alejadas de la legitimidad democr¨¢tica. Se ped¨ªa a los ciudadanos que confiaran ciegamente en estas instancias porque las instituciones que ellos eleg¨ªan con sus votos no eran de fiar.
Si los propios pol¨ªticos insist¨ªan en la escasa idoneidad de las instituciones nacidas de la voluntad popular, ?no era esperable que los ciudadanos fueran perdiendo confianza y respeto hacia las instituciones representativas y hacia sus titulares? Es cierto que este creciente desafecto se ha visto agravado por errores y delitos de algunos pol¨ªticos. Pero no han sido estos errores ni estos delitos su motivo principal.
En este contexto se desencadena la descomunal crisis financiera y econ¨®mica de los ¨²ltimos a?os. Sus efectos dejan claro que un mercado someramente tutelado por las llamadas instancias "independientes" ha obtenido resultados muy alejados de lo que pronosticaban los partidarios del "minimalismo pol¨ªtico". Para mayor sarcasmo, la factura monumental de este desaguisado est¨¢ recayendo no sobre sus principales responsables sino sobre el conjunto de la ciudadan¨ªa. Una ciudadan¨ªa a la que se hab¨ªa convencido de que le conven¨ªa apartarse de las grandes decisiones colectivas en beneficio de aquella trama de auditores, reguladores, calificadores y supervisores.
En ¨²ltimo t¨¦rmino, ?no estaremos ante una nueva manifestaci¨®n de la cr¨®nica tensi¨®n entre el principio liberal y el principio democr¨¢tico? Pese a las apariencias de armon¨ªa, liberalismo y democracia han constituido siempre una pareja de conveniencia, en lo doctrinal y en lo pr¨¢ctico. La econom¨ªa liberal tolera de mala gana las instituciones democr¨¢ticas. La democracia igualitaria no entiende que sus reglas se detengan a las puertas del sistema econ¨®mico. La historia europea del siglo XX es en gran parte la historia de este conflicto: en lo econ¨®mico, en lo social, en lo jur¨ªdico-constitucional. Para neutralizarlo se pact¨® una tregua interesada que dur¨® desde el final de la II Guerra Mundial hasta la d¨¦cada de los setenta del siglo pasado. La amenaza del modelo sovi¨¦tico hizo que los gestores del mercado aceptaran un mayor grado de regulaci¨®n democr¨¢tica. Pero tal aceptaci¨®n se disip¨® cuando la amenaza fue debilit¨¢ndose. Se rompi¨® la tregua. Se desat¨® la ofensiva para reducir el control democr¨¢tico de las relaciones socioecon¨®micas, especialmente en el mundo financiero. La ofensiva prosper¨® y desarm¨® -tambi¨¦n ideol¨®gicamente- a sus te¨®ricos adversarios. Treinta a?os despu¨¦s el resultado est¨¢ a la vista: quiebra econ¨®mica, precaria solidaridad social, profundo desapego pol¨ªtico.
No creo, pues, que apat¨ªa democr¨¢tica y crisis financiera sean fen¨®menos paralelos sin ninguna relaci¨®n. Una determinada visi¨®n de las relaciones socioecon¨®micas hac¨ªa previsible -e incluso deseable para algunos- la apat¨ªa democr¨¢tica de unos ciudadanos convertidos en d¨®ciles consumidores. Lo que no tuvieron en cuenta quienes sosten¨ªan aquella visi¨®n del mundo era la crisis financiera que iban a provocar.
Salir ahora del embrollo y prevenir su repetici¨®n exige un nuevo arreglo de conveniencia entre liberalismo y democracia. En este nuevo arreglo, hay que definir otra vez cu¨¢nto mercado es soportable para un grado cre¨ªble de democracia. Y cu¨¢nta democracia est¨¢ dispuesta a tolerar el mercado. No ya a escala estatal sino a escala europea y global, donde se ventila nuestro futuro. Pese a los malos resultados de su p¨ªrrica victoria, la resistencia de los gestores del mercado a admitir una mayor dosis de regulaci¨®n est¨¢ siendo feroz. Cada d¨ªa parece menos probable que la pol¨ªtica democr¨¢tica consiga terminar con la barra libre abierta a los denominados mercados. Pero si no lo consigue, pocas esperanzas podr¨¢n albergarse en una recuperaci¨®n duradera de m¨¢s confianza democr¨¢tica, de m¨¢s estabilidad social e incluso de mayor crecimiento econ¨®mico.
Josep M. Vall¨¨s es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la UAB.
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