V¨ªctimas del oro rojo
Temporeras extranjeras denuncian abusos de sus patronos en la recogida de fresa en Huelva - La explotaci¨®n sexual en el campo es un secreto a voces, pero nunca hasta ahora han prosperado acusaciones contra los responsables de una actividad competitiva en Europa
Tienes que ser buena".
Los patronos se deslizaban por la noche en los barracones de las trabajadoras marroqu¨ªes. Las casas, prefabricados llenos de literas, quedan en medio del campo, perdidas entre los invernaderos de fresas, a kil¨®metros del pueblo m¨¢s cercano.
Levantaban las s¨¢banas y contemplaban el cuerpo de las mujeres desnudas sobre la cama. Luego pasaban al ba?o. Si alguna se estaba duchando, la obligaban a continuar delante de ellos. Y despu¨¦s:
-O te dejas, o te quedas sin trabajo.
Dos denuncias de abusos sexuales contra cinco patronos espa?oles presentadas por ocho mujeres marroqu¨ªes de entre 18 y 30 a?os siguen su curso en juzgados de Huelva. Hasta ahora, las trabajadoras de la fresa (mayoritariamente marroqu¨ªes, rumanas y polacas) que cada a?o recogen 250.000 toneladas de frutos nunca hab¨ªan levantado la voz contra empresarios y encargados. Contra otros extranjeros responsables de agresiones y violaciones, s¨ª -en los andenes de las carreteras, en los campos de noche, a las puertas de las discotecas-, pero las acusaciones no tocaban a los jefes y, en los contados casos en que lo hac¨ªan, no llegaban a juicio. Todo a pesar de que hace 20 a?os que en Huelva se habla de visitas nocturnas a la caseta de las mujeres.
"Uno de los acusados afirm¨® que ella le pidi¨® que lo hiciera. Claro: dos ya la hab¨ªan violado y ella quer¨ªa terminar"
Decir "no" nunca es f¨¢cil. Shadia, de 25 a?os, lo hizo. "Desde entonces he tenido problemas por los papeles, pero lo prefiero"
-O eres buena conmigo, o no vuelves el a?o que viene.
Eso es lo que presuntamente los acusados, de Palos de la Frontera y Moguer, susurraban al o¨ªdo de sus v¨ªctimas. Mujeres que soportaban el acoso a cambio de no ser despedidas. El fiscal de extranjer¨ªa de la Audiencia Provincial de Huelva, Miguel ?ngel Arias, ha reconocido la existencia de ambos procesos.
El primero nace de la denuncia que cuatro chicas interpusieron en abril de 2009 contra el propietario de la finca en la que trabajaban, su hijo y un encargado, todos entre 30 y 55 a?os. Les acusan de coacci¨®n, amenazas y acoso sexual continuado. Las humillaciones se trasladaban al campo. Si no se portaban como ellos quer¨ªan, les prohib¨ªan ir al ba?o y beber agua a 40 grados bajo el sol. "Hazme caso o te cuento menos cajas", recuerda una de las mujeres que le dec¨ªa riendo el encargado. El regreso de la trabajadora al a?o siguiente depende siempre de los kilos recogidos.
Las v¨ªctimas permanecieron calladas durante tres meses. Fue un testigo, un trabajador rumano, quien se person¨® ante la Guardia Civil de Moguer. Los agentes se encontraron en la finca con un amplio relato de horrores. El juzgado de la localidad entendi¨® que exist¨ªan suficientes indicios y envi¨® el caso a la Audiencia Provincial de Huelva, en donde se espera el juicio para el oto?o.
El segundo proceso est¨¢ en fase de investigaci¨®n. A finales de la campa?a pasada, en junio, otras cuatro marroqu¨ªes de una finca de Palos de la Frontera denunciaron acoso sexual directo bajo amenaza. Los argumentos de los agresores eran los mismos: ten¨ªan que ser "buenas". Presuntamente se consumaron actos sexuales en numerosas ocasiones. A este cuadro habr¨¢ que a?adirle un delito de prostituci¨®n coactiva si llega a probarse que el jefe recibi¨® dinero de amigos a cambio de franquearles el acceso a las chicas.
Que tras una denuncia contra los patronos se llegue a juicio es tan infrecuente que la Guardia Civil decidi¨® grabar todos los testimonios para que no se frene el proceso si las mujeres desaparecen. Fuentes judiciales apuntan la extrema complejidad del asunto: "En muchos casos hablamos de consentimiento viciado. Los empresarios no tienen ni que forzarlas. La situaci¨®n de desprotecci¨®n absoluta predispone todo. No hay uso de fuerza, no les ponen un cuchillo al cuello".
El presidente de la Asociaci¨®n de Productores y Exportadores de Fresa de Huelva (Freshuelva), Alberto Garrocho, no ha o¨ªdo hablar de las denuncias, y recuerda que estos casos son delicados porque pueden esconder venganzas o chantajes. Pero para eso har¨ªa falta denunciar, y eso no es lo m¨¢s com¨²n: "Yo s¨®lo recuerdo un caso en el que se hayan visto envueltos mis asociados. Adem¨¢s, se desech¨® enseguida su culpabilidad", cuenta.
Resulta dif¨ªcil encontrar en Huelva a alguien que acepte hablar mal de la fresa a cara descubierta. El fruto se conoce como el "oro rojo" y factura anualmente 320 millones de euros. Guardia Civil, jueces, pol¨ªticos, empresarios, periodistas... Todo el mundo ha o¨ªdo algo sobre abusos, pero no es un tema de conversaci¨®n agradable: la fresa es el sustento de media provincia. Hace dos semanas, una campa?a institucional intentaba relanzar su proyecci¨®n internacional despu¨¦s de que una serie de documentales en Francia y Alemania hayan atacado las condiciones de trabajo y el desgaste medioambiental que supone el cultivo. Probablemente la indignaci¨®n europea no sea completamente altruista: la presi¨®n de Huelva, que exporta el 80% de su producci¨®n, est¨¢ siendo atroz para los freseros de Europa central, que han encontrado en la buena voluntad de ecologistas y activistas un asidero para relanzar su producto contra la "perversa" agricultura espa?ola.
La cosecha de este a?o, a punto de finalizar, ha empleado a unas 65.000 personas, bastantes menos que otros a?os debido a la crisis econ¨®mica y a las p¨¦rdidas provocadas por el temporal del invierno. El cupo mayor lo componen 50.000 trabajadoras locales, es decir, extranjeras con residencia en Espa?a, europeas (rumanas y polacas) y un m¨ªnimo de espa?olas. La situaci¨®n m¨¢s dura corresponde a las marroqu¨ªes contratadas en origen, que deben abandonar sus pa¨ªses durante cinco meses. Este a?o han sido unas 4.500, un contingente muy inferior a los 35.000 extranjeros que acudieron a Huelva en 2005, cuando los nacionales cambiaron el campo por El Dorado del ladrillo. Los empresarios prefieren mujeres por una retah¨ªla infinita de argumentos (mansedumbre, resistencia al dolor despu¨¦s de horas agachadas...), pero sobre todo porque conservan lazos familiares que les invitan a regresar a sus pa¨ªses. Tener ni?os suma puntos a la hora de lograr un contrato.
Pese a las suspicacias que pueda suscitar la cruzada europea, la realidad de la fresa es indiscutiblemente dura. Desde que el reportaje La ran?on de la fraise (El precio a pagar por la fresa) de France5 se?al¨® los invernaderos onubenses, Europa los observa con lupa. Una delegaci¨®n de eurodiputados los visit¨® hace casi un mes para elaborar un informe. "No me quedan ganas de comer fresas", anunci¨® la eurodiputada de los Verdes H¨¦l¨¨ne Flautre al fin de la inspecci¨®n. La francesa calific¨® la situaci¨®n de "tr¨¢gica". Protest¨® por la ausencia de agua potable, el hacinamiento y la "complicada" situaci¨®n de las mujeres, "muy vulnerables y absolutamente dependientes de su empleador". Lejos de los gritos de indignaci¨®n de Bruselas, en su despacho un abogado de oficio de Moguer pasa silenciosamente las p¨¢ginas de una agenda: dos o tres casos de violencia de g¨¦nero por semana, alguna rueda de reconocimiento por violaci¨®n... Un paseo por varios bufetes del pueblo deja un muestrario de historias terribles. "Tres marroqu¨ªes a una polaca", rememora un letrado: "Lo m¨¢s fr¨ªo que he visto. Uno de los acusados afirm¨® que ella le pidi¨® que lo hiciera. Claro: dos ya la hab¨ªan violado y ella quer¨ªa terminar".
Todos los abogados coinciden en que les llegan muy pocos abusos por parte de patronos. Aun as¨ª, son capaces de enumerar varios. Por ejemplo, el de una chica que present¨® una denuncia jur¨ªdicamente redonda despu¨¦s de que su jefe la subiera a un coche y la violase. Recordaba el modelo del veh¨ªculo, la matr¨ªcula, hab¨ªan quedado huellas de los zapatos de ¨¦l en el barro... Pero a ¨²ltima hora la mujer retir¨® la denuncia y desapareci¨®. "Le pag¨®", dice el abogado. Hay m¨¢s historias: "Cuatro polacas; una de ellas denunci¨® porque un pariente suyo conocido en el pueblo tom¨® la iniciativa. Un chico de la finca iba all¨ª con otros tres amigos y se aprovechaban de ellas".
El riesgo total en el que viven las braceras queda confirmado por una visita al cuartel de la Guardia Civil de Mazag¨®n. Un agente relata llamadas de mujeres acorraladas en sus barracones por borrachos que intentan entrar.
Mujeres acosadas. Para verlo basta con pasear por la tarde por la carretera de Moguer a Palos. En los lindes no hay pinos ni vegetaci¨®n, s¨®lo el pl¨¢stico de los invernaderos, un oc¨¦ano y, m¨¢s all¨¢, el skyline humeante del polo qu¨ªmico. Por el arc¨¦n camina una procesi¨®n de trabajadoras tras hacer la compra en el pueblo m¨¢s cercano. Algunas, cubiertas con pa?uelos; otras, las europeas del Este, a menudo escotadas y con grandes aros. Dos hombres marroqu¨ªes se acercan a un grupo de chicas cargadas de bolsas. Les dicen algo; las mujeres se alejan con cara de asco. Unos metros m¨¢s all¨¢ les esperan tres subsaharianos desocupados, habitantes de los poblados chabolistas que abundan en la zona: las devoran con los ojos.
El sexo y la dominaci¨®n son componentes de la cr¨®nica privada del campo onubense. Las mujeres trabajan con camisetas anudadas por encima del ombligo. No quieren gustar a nadie, explican en voz baja; simplemente, no soportan el calor. A la hora de recoger la mercanc¨ªa, camioneros y capataces se pasean entre ellas. Se detienen y lanzan alg¨²n piropo no demasiado elegante. Las muestras de hombr¨ªa se aplauden. "Ser guapa no siempre es bueno", sentencia el due?o de un cibercaf¨¦ de Mazag¨®n al que las chicas acuden para llamar a casa. All¨ª dice que le cuentan todo tipo de violaciones, agresiones, maltratos, abusos de poder... pero, a la hora de la verdad, ninguna quiere oficializarlo.
Acosadas, abusadas y tambi¨¦n moneda de cambio. En la finca El Morcillo se destap¨® en 2008 una trama de corrupci¨®n que desemboc¨® en la imputaci¨®n de cuatro t¨¦cnicos de Medio Ambiente de la Junta de Andaluc¨ªa. Los funcionarios hac¨ªan la vista gorda a la hora de denunciar la destrucci¨®n de monte p¨²blico para convertirlo en terreno agr¨ªcola. En la investigaci¨®n aparecieron fotos de chicas abrazadas a los guardias, y en las casas forestales, preservativos.
Una de las naves en terreno ilegal estaba destinada a fiestas con las inmigrantes. La sala-discoteca se iluminada con luces tenues y ten¨ªa una barra para servir bebidas. El trasiego de coches era constante, tanto que la polic¨ªa lleg¨® a sospechar que existiera una red de prostituci¨®n. Las chicas declararon que eran "novias" de los imputados. El juicio se celebrar¨¢ en los pr¨®ximos meses y el fiscal solicita 20 a?os de prisi¨®n por cohecho, negociaciones prohibidas y omisi¨®n del deber de denunciar delitos. "Esos cargos est¨¢n muy claros, pero en lo sexual no se puede demostrar nada m¨¢s all¨¢ de que exist¨ªa un trato de favor hacia las chicas que los guardias identificaron como sus novias", apunta una fuente de la investigaci¨®n. Entre los beneficios, las mujeres trabajaban menos horas y contaban con habitaciones individuales.
El de El Morcillo puede parecer un caso en el que se difumina la relaci¨®n explotador-explotado. Las braceras proceden en muchos casos de realidades sociales duras. En Espa?a recolectan fresas durante seis horas y media diarias y, en ocasiones, despu¨¦s trabajan por la noche en los almacenes. La recompensa por jornada es de unos 36 euros, como marca el convenio del campo m¨¢s bajo de Andaluc¨ªa (junto al de Almer¨ªa, reina de la f¨®rmula "invernaderos e inmigrantes"). Caer en los juegos de seducci¨®n de los patronos puede resultar rentable, repiten muchas de las fuentes consultadas.
Pero no hay que perder de vista que hay ocasiones en las que no queda opci¨®n: aceptar los envites del patr¨®n puede ser la ¨²nica alternativa, m¨¢s a¨²n cuando se han detectado casos de mujeres que pagan altas cifras en sus pa¨ªses para conseguir un contrato. Con deudas, hijos, etc. es dif¨ªcil negarse a nada, ni resistir amenazas.
El silencio es una consecuencia l¨®gica. Ante los abusos sexuales algunas mujeres no s¨®lo temen perder el trabajo, tambi¨¦n quedar se?aladas, convertidas a ojos de los dem¨¢s en fresas podridas. "Si se entera su familia, es un problema", explica el secretario general del Sindicato de Obreros del Campo, Diego Ca?amero. "No tienen una mentalidad reivindicativa ni feminista. Temen que las culpen a ellas".
Plantarse nunca es f¨¢cil. Shadia, de 25 a?os, lo hizo. Como muchas marroqu¨ªes, lleg¨® a Huelva dejando en su pa¨ªs a un ni?o de pocos meses y empez¨® a trabajar en las fincas. Pero ante la presi¨®n de su jefe -un empresario espa?ol- para que mantuviera relaciones con ¨¦l, se despidi¨® a las seis semanas. "Le gustaban las chicas que ven¨ªan de Marruecos", cuenta. "Cuando una no quer¨ªa estar con ¨¦l, la mandaba de vuelta a casa. Muchas dec¨ªan que s¨ª, pero yo no quer¨ªa eso, as¨ª que me fui a Almer¨ªa. Desde entonces he tenido muchos problemas por los papeles, pero lo prefiero".
En los invernaderos se suda y se sufre, pero afuera hace fr¨ªo. As¨ª lo relata Milouda. A?ora con todas sus fuerzas los a?os en los que trabajaba en la fresa. Quiso quedarse en Espa?a, se convirti¨® en una ilegal y ahora en ninguna finca quieren contratarla. Vive de la prostituci¨®n, y habla de clientes viejos que le hacen cosas que no quiere. Ese parece ser el destino de parte de las mujeres que pasan por la fresa: terminar haciendo cosas que no quer¨ªan. El presidente de Freshuelva insiste en que no puede demonizarse a la ligera un negocio del que viven miles de familias, pero es innegable que los invernaderos y barracones mueven mucho dinero, tanto como para crear una euforia similar al sentimiento de impunidad. Un caldo de cultivo ideal para el abuso de poder. -
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