Una vida entre peri¨®dicos
Cierra un quiosco de Chamber¨ª regentado durante 50 a?os por un matrimonio
Hay negocios que al morir se llevan consigo un trocito del coraz¨®n de un barrio. La historia de Manuel Francisco Jos¨¦ Cogollor -Paco para todo el mundo- y la de su esposa Mar¨ªa Magdalena Paniagua -Mari- es la historia de su quiosco de prensa. Un cub¨ªculo de seis metros cuadrados frente al n¨²mero 76 de la calle Santa Engracia en pleno distrito de Chamber¨ª. "Ha costado todo el esfuerzo del mundo", cuentan estos mercaderes de la palabra impresa. Desde 1960, su diminuto ventanuco apenas estuvo bajado un pu?ado de d¨ªas. Medio siglo de trabajo sin tregua que el pr¨®ximo 1 de agosto escribe su punto y final. Mari y Paco se jubilan y, con su marcha, el quiosco cerrar¨¢.
Un total de 20.000 pesetas a pagar en 20 a?os les cost¨® la caseta cuando eran unos reci¨¦n casados. "Mucha tela", precisa Paco. Adi¨®s a la luna de miel. Adi¨®s a las vacaciones de las siguientes dos d¨¦cadas. Trabajo sin tregua de lunes a domingo: de seis de la ma?ana a doce de la noche. ?Descanso? En A?o Nuevo y Navidad. Y ya. Al alba hab¨ªa que recoger el material en los almacenes porque no hab¨ªa repartidores. As¨ª que a las 5.00 ya estaban en pie. Viaje en moto de Vallecas a Santa Engracia. Y 18 horas de trabajo por delante.
"El 23-F se vendi¨® poco, la gente no sal¨ªa de casa ni para comprar"
"Fueron especiales la boda de Fabiola, la muerte de Manolete y el d¨ªa-D"
En el frontal de la caseta se amontonaban por las ma?anas ejemplares de Abc, Ya o Arriba. Por la tarde ven¨ªan El Alc¨¢zar, Pueblo Madrid, Informaciones.... Y si a alguien no le daba tiempo a acercarse por el quiosco, servicio a domicilio. All¨¢ que iba Paco repartiendo la prensa, por ejemplo, al hospital de la Milagrosa al que sirvi¨® durante d¨¦cadas. Mientras Mari regentaba el local. Para ¨¦l esto de la prensa no era nuevo. Su madre vend¨ªa peri¨®dicos en un banco de la calle y dejaba a su hijo en un bar con una pila de diarios para expandir el negocio. Por entonces a Paco le bastaba una mano para contar sus a?os. Y ya ha cumplido 77.
Tal era el traj¨ªn en los primeros a?os que una vez, de vuelta a casa, en un despiste un bache dej¨® a Mar¨ªa en el suelo y a Paco inconsciente a lomos de su moto. "No sabe lo que fue levantar esto. No descans¨¢bamos. Y claro, uno no sab¨ªa d¨®nde pon¨ªa la cabeza", se justifica el quiosquero. Mari le da un codazo c¨®mplice. "No me hice da?o", suspira. A ella, que tiene 65 a?os, se la "trajo" Paco del campo toledano. Hasta llegar a la ciudad no hab¨ªa hecho otra cosa que trabajar la tierra. "No le¨ªa muy bien y las cuentas, imposible", recuerda la incombustible quiosquera. "Qui¨¦n me iba decir que iba a llegar a manejar con esta soltura los n¨²meros y las palabras", se enorgullece mientras reparte el cambio a clientes sin despistarse un c¨¦ntimo.
Por el quiosco de Paco y Mari ha pasado la Historia. Desde la elecci¨®n de Kennedy hasta los mundiales de Sud¨¢frica. Pasando por la Transici¨®n, el fin de la guerra fr¨ªa o la llegada del hombre a la luna. Miles de titulares que les han pasado por las manos. "Recuerdo tres d¨ªas en especial", dice Paco: "La boda de Fabiola, la muerte de Manolete y el desembarco de Normand¨ªa. Con el desembarco fuimos los que m¨¢s vendimos de toda Espa?a", asegura. "Sal¨ª del almac¨¦n con la pila de peri¨®dicos, y no lleg¨® ninguno hasta el quiosco. Los despach¨¦ por el camino". Tambi¨¦n recuerdan que el 23-F no se vendi¨® mucho. "Es que la gente estaba asustada y no sal¨ªa de casa ni para comprar", explica. "Pero no ser¨ªa porque no est¨¢bamos aqu¨ª", deja claro Mar¨ªa.
Cuando la boda del pr¨ªncipe Felipe y do?a Letizia las cosas ya les iban mejor. Por entonces la pareja ya se daba el lujo de tomarse unos pocos d¨ªas de vacaciones en verano. Se hab¨ªan mudado m¨¢s cerca del negocio y ya no hab¨ªa diarios vespertinos. Pero tienen la espinita clavada de no haber podido asistir ni a bodas, ni a bautizos, ni a comuniones. Incluso, a los entierros de su padres fueron tras echar la ma?ana trabajando. Todo eso les vali¨® la medalla de bronce que les concedi¨® hace 30 a?os el Ministerio de Obras P¨²blicas por ser uno de los puestos con mejores ventas de Espa?a (ahora se rumorea que aspiran a la de oro). Y les gan¨® el cari?o de una clientela que uno tras otro le insisten al periodista que Paco Y Mari deber¨ªan quedarse all¨ª de por vida, porque no se imaginan el barrio sin ellos.
El matrimonio, tantos a?os juntos como los que lleva en marcha su quiosco, no ha perdido su complicidad. Cuando uno se agacha, el otro aprovecha para coger cosas por encima de su espalda. Una coreograf¨ªa perfectamente sincronizada que da fe de los a?os que llevan ensayando este oficio. La convivencia en su peque?o agujero, lejos de desgastarles, parece que les ha hecho uno. "Y la primera caseta que ten¨ªamos era la mitad", subraya Paco. "Menudo agobio", recuerda Mari. Y se arrechuchan. Y se sonr¨ªen. Y Paco le besa la frente como reconociendo a su mujer los a?os de esfuerzo que han pasado entre todos esos papelotes apilados. Entonces Paco se da cuenta de que se le ha agotado el peri¨®dico que le provee a diario a uno de sus fijos. Y pide disculpas para salir corriendo a toda velocidad a comprar un ejemplar al quiosco m¨¢s cercano. Para pagarlo al mismo precio. Para no ganar nada. Solo porque se lo "debe" a su cliente.
Tienen dos hijos. "Uno economista y el otro qu¨ªmico", dicen hinchados de orgullo. Ellos han podido estudiar y tienen buenos trabajos. "Y todo", dice Paco emocionado, "gracias a esta jod¨ªa caseta".
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