Dos ni?as que jugaban
Cuando descolg¨® el tel¨¦fono, no reconoci¨® su voz, pero al escuchar su nombre volvi¨® a verla, y se vio a s¨ª misma, las dos tan peque?as, tan menudas, dos ni?as que jugaban en la calle.
-Como ahora eres tan famosa?
No quiso apreciar siquiera un indicio de iron¨ªa en este comentario, porque su interlocutora ten¨ªa raz¨®n. Para su alegr¨ªa, pero por su desgracia, se ha vuelto famosa ¨²ltimamente. Esa repentina condici¨®n ha infiltrado en su ¨¢nimo una sensaci¨®n agridulce. Por un lado, le resulta muy triste ser famosa m¨¢s all¨¢ de los setenta a?os por haberse quedado hu¨¦rfana de padre y madre cuando ten¨ªa solo tres. Por otro, despu¨¦s de setenta a?os de luto oculto, la amargura de un duelo clandestino impuesto primero por las circunstancias, y despu¨¦s por la indiferencia de sus compatriotas, es un alivio que su nombre, su historia, se comenten en los peri¨®dicos, en las tertulias de radio, en las conversaciones de las barras de los bares.
"Los partidarios de la equidistancia no son partidarios de la equidad"
Me llamo Balbina Guti¨¦rrez Gayo. Soy republicana, maestra, directora de una escuela. Tengo tres hijas muy peque?as? Una actriz espl¨¦ndida narra espl¨¦ndidamente la historia de su madre, y la de su padre, ambos maestros, fusilados ambos con un d¨ªa de diferencia en los primeros d¨ªas de la posguerra, en uno de esos v¨ªdeos que han hecho tanto ruido. Esa historia, que ha marcado su vida con la huella de una tragedia indeleble, la ha hecho famosa. Qu¨¦ horror, y qu¨¦ alegr¨ªa. Habr¨ªa dado cualquier cosa por haber sido una ni?a normal, con su pap¨¢ y su mam¨¢, cuando jugaba en la calle con aquella vecina que ha llamado por tel¨¦fono, y sin embargo, tantos a?os despu¨¦s, que la cr¨®nica del terror se haga p¨²blica la reconforta. Pero ella es mucho m¨¢s que una hu¨¦rfana, una mujer muy inteligente, muy culta. Maestra como sus padres, directora de una escuela como su madre, jubilada ya, pero curiosa, atenta a cuanto sucede a su alrededor, modera sus esperanzas. Nada de lo que est¨¢ sucediendo la sorprende. Ni lo bueno, ni lo malo. Conoce bien la funci¨®n de los prefijos. Es maestra.
Los que siguen neg¨¢ndose a condenar el golpe de Estado que desat¨® la Guerra Civil recurren a la equidistancia -todos eran iguales- para intentar repartir entre los dos bandos una responsabilidad que, en 1936, en 2010 y en cualquier otro momento del tiempo venidero, correspondi¨®, corresponde y corresponder¨¢ exclusivamente a los generales que se sublevaron contra la legalidad. Esa es la funci¨®n del prefijo de origen griego equi, que significa igual. Pero la etimolog¨ªa, la sem¨¢ntica, y hasta el sentido com¨²n se estrellan contra determinadas realidades espa?olas. As¨ª, los partidarios de la equidistancia no solo no son partidarios de la equidad, sino que reaccionan ante ese t¨¦rmino, tan esencialmente vinculado a la palabra que enarbolan como bandera, con una virulencia tal que se dir¨ªa que les ofende. Responsabilidades y culpas para todos, s¨ª. ?Los mismos derechos para todos, entonces? ?Ah! Eso ya no. De eso, ni hablar.
Equidistancia no significa para ellos lo mismo que equidad. Y su reacci¨®n frente a una campa?a que no es pol¨ªtica, que no es ideol¨®gica, que es una simple cuesti¨®n de derechos humanos que afecta a m¨¢s de cien mil familias, lo demuestra. Su respuesta, activada por el mismo incomprensible mecanismo que les lleva a oponerse a la ley del aborto, como si estableciera el aborto obligatorio, o a los matrimonios homosexuales, como si fuera a obligarles a casarse por la fuerza con alguien de su mismo g¨¦nero, es, sin embargo, m¨¢s despiadada que nunca. ?Tienen ellos alg¨²n abuelo en una fosa com¨²n? No. ?Les afecta en algo la reclamaci¨®n de personas como ella, que solo aspira a recuperar los restos de sus padres para enterrarlos con dignidad? Tampoco. ?Les impidi¨® alguien a ellos ejercer ese derecho cuando estaban en la misma situaci¨®n? Todo lo contrario. Y sin embargo, no solo se oponen. Tambi¨¦n insultan, ofenden, ridiculizan, escarnian a personas como ella. ?Por qu¨¦? ?Carecen de sensibilidad, de imaginaci¨®n para comprender el infierno por el que se ha arrastrado durante d¨¦cadas la vida de tanta gente, sus vecinos, sus compa?eros de trabajo, las personas con las que se cruzan por la calle? Que no saben perdonar, les dicen, que no saben olvidar. ?Es que alguien puede olvidar a sus padres? Para muchos espa?oles, el perd¨®n y el olvido significan ostentar el monopolio exclusivo de los derechos que les niegan a los dem¨¢s.
Lleva muchos d¨ªas, despu¨¦s de demasiados a?os, d¨¢ndole vueltas a todo esto. Y lo ¨²ltimo que esperaba es que aquella vieja amiga de la infancia le d¨¦ una respuesta. Pero as¨ª es. Despu¨¦s de contarse sus vidas, sus achaques, lo que han hecho desde que no se ven, se hace el silencio.
-Hay que ver -y es su antigua compa?era de juegos quien lo rompe-, qu¨¦ buena era mi madre, ?verdad? Mira que dejarme jugar contigo?
(Hilda Farfante Gayo me cont¨® hace muy poco esta conversaci¨®n. Aunque parezca incre¨ªble, ella y yo sabemos que es verdad).
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