?Celebraci¨®n?
Marcelino a¨²n lleva la bala dentro. Muy cerca del o¨ªdo. Desde que le dispararon, no oye del lado izquierdo. Al menos, salv¨® su vida y la de su familia. Eso ya es mucha suerte para un indio triqui nacido en San Juan Copala, una peque?a comunidad al sur de M¨¦xico, en el estado de Oaxaca, cuyos habitantes est¨¢n sometidos a la m¨¢s brutal marginaci¨®n.
No tienen agua, no tienen luz, no hay comida, no hay atenci¨®n m¨¦dica, no hay escuelas. Quien se atreve a buscar alimentos, as¨ª sean mujeres o ni?os, son alcanzados por las balas que tiran paramilitares al servicio del Gobierno estatal, un grupo creado por el PRI, partido que gobierna Oaxaca, para reprimir a la regi¨®n, el cual lleva el ir¨®nico nombre de Uni¨®n de Bienestar Social de la Regi¨®n Triqui (Ubisort).
Quienes denuncian la situaci¨®n son tambi¨¦n silenciados. Hay desaparecidos. Ni?os hu¨¦rfanos cuyos padres han muerto por defender sus tierras, su cultura, su autonom¨ªa, la que el municipio de San Juan Copala, alcanz¨® en 2007 como ¨²nica manera de hacer valer sus derechos y salir de la exclusi¨®n que han vivido por siglos. Esta autonom¨ªa no es reconocida por el Gobierno, pues el saqueo de los recursos naturales de la zona es el inter¨¦s de grupos de poder que dominan la regi¨®n.
La represi¨®n y la extrema pobreza en que viven los triquis se extiende a casi todo el M¨¦xico ind¨ªgena; la diferencia, quiz¨¢, es que el pueblo triqui ha sido desde siempre rebelde. Una vez consumada la independencia de Espa?a, se levant¨® contra los criollos que le despojaron de sus tierras. Ahora, 200 a?os despu¨¦s, el Gobierno mestizo de Ulises Ruiz, es su principal yugo.
Hay poca esperanza en Copala. Ya fracasaron las dos caravanas internacionales que intentaron, en los ¨²ltimos dos meses, llevar v¨ªveres y medicinas. A la primera, la embosc¨® el Ubisort matando a dos de sus activistas. Nadie se atreve a entrar. Tampoco nosotros. A Marcelino, uno de los 25.000 triquis que han huido de la violencia, le encuentro a varios kil¨®metros de su pueblo junto a sus hijas y su nieto de cinco meses de edad, que duerme en una cuna de cart¨®n. A lo lejos, repican las campanas alist¨¢ndose, como si fuera una broma, para el bicentenario de independencia.
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