Armstrong se cruza, al fin, con su destino
El tejano dice adi¨®s al triunfo al perder m¨¢s de 11 minutos mientras Contador cede 10s a Schleck
El Tour no permite que ninguno de sus grandes campeones se retire invicto. Para todos guarda un puerto, un lugar, un nombre, una etiqueta, un s¨ªmbolo. El lugar que encontr¨® ayer Armstrong, el que se hab¨ªa retirado en 2005 desde lo alto de su s¨¦ptima victoria consecutiva y regresado cuatro a?os despu¨¦s en su b¨²squeda. A los 38 a?os y 10 meses, el viejo h¨¦roe se cruz¨® por fin con su destino en un col de los Alpes, un puerto sin apenas historia, como los de los dem¨¢s.
Antes, como todos, tuvo un presagio, una se?al de que su inmortalidad deportiva se acercaba a su final. Los que cuando ganaban nunca sufr¨ªan, nunca pinchaban, nunca se ca¨ªan, se despertaron un d¨ªa sufriendo, cay¨¦ndose, pinchando. Los que nunca en su vida hab¨ªan tenido mala suerte descubrieron que tambi¨¦n exist¨ªa.
Lance se cay¨® dos veces y en otra ocasi¨®n tuvo que echar pie a tierra
A Merckx, intocable hasta entonces durante cinco Tours -salvo el d¨ªa de 1971 en que Oca?a le hizo temblar, pero no caer definitivamente-, un espectador le dio un pu?etazo en el h¨ªgado en la meta del Puy de D?me. Un par de d¨ªas despu¨¦s se qued¨® clavado en el peque?o Pra-Loup. A Indurain, cinco Tours consecutivos sin flaquear, le cay¨® encima un diluvio premonitorio poco antes de deshidratarse en la estaci¨®n de esqu¨ª de Les Arcs. A LeMond le golpe¨® y derrib¨® un coche del Gatorade en Aspin poco antes de quedarse en el Tourmalet sin tiempo para ver el ataque con el que Indurain inauguraba su reinado.
Armstrong, el que nunca se ca¨ªa, como demostr¨® cuando Beloki se destroz¨® la cadera y ¨¦l lo evit¨® atravesando campo a trav¨¦s, o al que las ca¨ªdas le hac¨ªan bien, como cuando choc¨® con Mayo en Luz Ardiden en 2003, se cay¨® ayer dos veces y una tercera, desesperado, tuvo que poner pie a tierra tras chocar con un amasijo de corredores delante de ¨¦l. De la primera, un enganch¨®n con varios, Evans entre ellos, sali¨® casi ileso. De la segunda, un pinchazo antes de una rotonda, un bordillo insalvable, un golpe en el codo y en la rodilla izquierdos, un sill¨ªn roto, sali¨® muy tocado, casi hundido. Se produjo simb¨®licamente al pie de La Ramaz, el primer puerto de primera del Tour. Cuando logr¨® enlazar con el pelot¨®n, ya iba sin fuelle. "Yo llegaba y ellos ya sub¨ªan a tren. No me pude acoplar", dijo Armstrong. A tren y acelerando. Su ca¨ªda hab¨ªa dado ideas a los favoritos. Primero, a Wiggins, que mand¨® acelerar a Flecha; despu¨¦s, a Andy Schleck, que hizo vaciarse a Sorensen. Fue el empuj¨®n definitivo. El momento en el que Armstrong oy¨® un clic: la cuerda invisible que le un¨ªa al grupo acababa de romperse. El clic se oy¨® por todo el puerto y hasta en el valle que terminaban de dejar. Rebot¨® en eco tumultuoso contra las paredes de roca, contra los pilares de los paraavalanchas que atravesaban, contra la b¨®veda del t¨²nel de un kil¨®metro que aumentaba el tormento, un t¨²nel que, para Armstrong, no ten¨ªa luz al final. Oy¨® el clic Contador e inmediatamente azuz¨® a sus chicos, a los indesmayables escaladores Tiralongo y Navarro, a Vinok¨²rov, aplastado sobre su montura. All¨ª se qued¨® Armstrong, el maillot destrozado, el rostro serio, a quien auxiliaba su fiel Horner. Por la cima, cuatro kil¨®metros despu¨¦s, perd¨ªa un minuto apenas. Entre el descenso y el ¨²ltimo ascenso, a Avoriaz, la diferencia se multiplic¨® por casi 12. "Ha sido un mal d¨ªa, un muy mal d¨ªa", dijo Armstrong; "el Tour se ha terminado para m¨ª, pero no abandono, seguir¨¦".
A la escabechina contribuy¨® decisivamente Navarro, el escalador asturiano que, delante de Contador, marc¨® un ritmo demoledor en toda la ascensi¨®n a Avoriaz. A su rueda, mientras poco a poco se iba deshaciendo el grupo de resistentes -a cinco kil¨®metros de la cima quedaban 14: todos los importantes salvo Armstrong-, el chico de Pinto calculaba. No iba a atacar porque no deseaba alcanzar el liderato: le iba bien con que Evans, l¨ªder virtual casi toda la etapa ante el hundimiento previsible de Chavanel, se vistiera de amarillo. Pero, aunque no atacara, no iba a permitir que nadie se moviera. Para ello hizo incrementar el ritmo. Con ello se desnud¨®; con su exceso de fuego bajo el calor, tambi¨¦n. A dos kil¨®metros de la cima, cuando el puerto se convirti¨® en falso llano, comenzaron los ataques de los que buscaban ganar la etapa. Kreuziger, Van den Broeck... A por los dos sali¨® Contador. Tambi¨¦n a por Samuel y tambi¨¦n lo intent¨®, a 500 metros, con el m¨¢s duro, Andy Schleck. El ataque con el que no pudo y en el que cedi¨® 10 segundos que solo tienen valor simb¨®lico en un d¨ªa plagado de s¨ªmbolos.
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