Un mal despeje
Mi afici¨®n al f¨²tbol es, m¨¢s bien, tard¨ªa. Yo era de esos ni?os que, en la media hora de patio de la escuela, se quedaba junto a la porter¨ªa y, mientras todos los dem¨¢s chicos corr¨ªan detr¨¢s del bal¨®n, se quedaba hablando con otro amigo igual de pasota, charlando sobre la pel¨ªcula del fin de semana hasta que, no se sabe muy bien c¨®mo, el bal¨®n llegaba a la porter¨ªa y, si hab¨ªa suerte, remat¨¢bamos a gol. Tuvieron que pasar unos a?os para que me aficionara de verdad al balompi¨¦. Cuando retransmit¨ªan un partido, yo me quedaba jugando sobre la alfombra de la sala, delante del televisor. De vez en cuando miraba al aparato. Me acuerdo que una vez le pregunt¨¦ a mi abuela qu¨¦ equipo era ese que jugaba con una camiseta roja y pantalones azules y ella, tom¨¢ndome el pelo, me dijo que era el equipo del pueblo. Y es que tienen la misma indumentaria, roja y azul. Yo me lo cre¨ª a pies juntillas hasta que me di cuenta de que mi pueblo no ten¨ªa la entidad suficiente como para que su equipo saliera en televisi¨®n. La abuela era la que me llevaba a ver los partidos del equipo local. No me llevaba al campo, sino a una colina contigua desde la que ve¨ªamos el partido. Si me quejaba, ella replicaba orgullosa, "?De qu¨¦ te quejas?, si es como ver el partido desde la tribuna principal".
Dicen que no es habitual ver a un futbolista con un libro; tampoco que un escritor confiese su amor por el f¨²tbol
Para cuando cumpl¨ª los doce a?os las cosas hab¨ªan cambiado mucho. Ve¨ªa los partidos en la televisi¨®n y hasta le¨ªa las cr¨®nicas de los peri¨®dicos. Manu Sarabia era, por aquel entonces, mi h¨¦roe. Era delgaducho y de aspecto fr¨¢gil, como yo, pero todo un artista con el bal¨®n. Incluso llegu¨¦ a pensar en alg¨²n momento que llegar¨ªa a ser futbolista profesional, tan ¨¢gil como Sarabia. Iluso. Era, evidentemente, demasiado tarde para que eso ocurriera. A¨²n as¨ª, todos mis amigos todav¨ªa se acuerdan de aquel golazo que met¨ª en aquellos a?os, un tiro duro y seco que entr¨® como un ob¨²s, pero en mi propia porter¨ªa. Todav¨ªa me hacen recordar aquella haza?a. "Fue un mal despeje", trato yo de explicarles sin ning¨²n ¨¦xito. Aquella jugada hizo que abandonara definitivamente mis sue?os futbol¨ªsticos y me centrara en otras cosas, como la lectura.
Hace poco coincid¨ª con el hermano de Xabi Alonso, el tambi¨¦n futbolista Mikel Alonso, en Tenerife, en un programa de radio. Era para hablar de literatura. Mikel dec¨ªa que en el mundo del f¨²tbol no es habitual la afici¨®n por la lectura, pero que de vez en cuando te llevas agradables sorpresas y ves a alg¨²n compa?ero con un libro debajo del brazo. Seg¨²n cont¨®, uno de sus libros favoritos es El guardi¨¢n entre el centeno, de Salinger. Yo coment¨¦ que tampoco era muy usual que un escritor confesara p¨²blicamente su afici¨®n al f¨²tbol. Pero al fin y al cabo el f¨²tbol y la literatura tienen algo en com¨²n: divierten. El domingo vi a Mikel Alonso en la televisi¨®n minutos despu¨¦s de finalizar el partido. Estaba muy contento. Yo me alegr¨¦ por ¨¦l, por su hermano, por todo el equipo. Porque este equipo divierte, como los buenos libros.
Es verdad. Ve¨ªamos el partido desde la colina. Pero no era porque la abuela no quisiera pagar para entrar al campo. Era porque, mientras yo le iba retransmitiendo lo que ocurr¨ªa en el campo, ella se pod¨ªa tumbar en la tumbona y tomar el sol.
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