"Estamos desterrados, esa es la realidad"
Los primeros presos cubanos llegados a Espa?a evocan las condiciones infrahumanas de las c¨¢rceles castristas
"?Pero es que no les han podido llevar m¨¢s lejos?", refunfu?a Blanca Reyes, representante de las Damas de Blanco en Europa, al entrar en el hostal donde se alojan los primeros siete presos excarcelados por el Gobierno cubano. El paraje, en efecto, resulta desolador: un pol¨ªgono industrial de los confines del barrio madrile?o de Vallecas, junto a un erial reseco.
Pero los disidentes no reparan en ello: hace 72 horas estaban en una c¨¢rcel castrista. Una de esas c¨¢rceles vedadas a los observadores internacionales, en las que han acumulado un historial de horrores desde que fueron detenidos en la Primavera Negra de 2003. "Son estructuras inhumanas, y te lo digo como periodista, no como preso", afirma Ricardo Gonz¨¢lez, de 60 a?os, corresponsal de Reporteros Sin Fronteras en la isla. "Hacinamiento, goteras de desag¨¹es, celdas donde los internos defecan en un hueco, en el mismo lugar donde duermen...".
Gonz¨¢lez pas¨® tres meses en una celda con la luz encendida las 24 horas
"Nos permit¨ªan recibir visitas conyugales solo dos veces al a?o"
Eso es lo normal para todos los reclusos. Pero para el grupo de aquellos 75 periodistas y activistas humanitarios, que fueron sentenciados a penas de hasta 28 a?os, el Gobierno aplic¨® el r¨¦gimen "de mayor severidad", aisl¨¢ndolos en celdas de castigo. Ricardo Gonz¨¢lez estuvo tres meses con la luz encendida las 24 horas. En cambio, a L¨¦ster Gonz¨¢lez, de 33 a?os, lo confinaron a un cub¨ªculo de 1,80 metros sin luz. "De lunes a viernes me sacaban un rato al d¨ªa, para que me diera el sol", explica.
Los disidentes fueron ubicados en las prisiones m¨¢s alejadas de sus ciudades. "Recib¨ªamos una visita cada tres meses. Y las visitas conyugales, dos veces al a?o", explica Ricardo, encerrado a 533 kil¨®metros de La Habana. Es decir, una tortura tanto para los presos como para sus familias, que se las ve¨ªan y se las deseaban para desplazarse en un pa¨ªs donde el acceso al transporte es una agon¨ªa.
"El objetivo era romper las parejas. Pero en vez de abandonarnos, nuestras mujeres se unen y surgen las Damas de Blanco", a?ade Ricardo. Junto a ¨¦l est¨¢ Alida, su compa?era. "Ella tiene la nacionalidad espa?ola, y quer¨ªa salir de Cuba antes de que me detuvieran. Estando preso le di el permiso de salida". "Pero yo no lo pod¨ªa dejar en prisi¨®n", explica la mujer, que fue despedida del banco donde trabajaba y ten¨ªa que vivir de las ayudas de los parientes en el extranjero, "pidiendo prestado, acumulando deudas". "Lo que m¨¢s me preocupaba era llevarle la jaba [bolsa] con comida para cuatro meses, con lo que pudiera conseguir", dice Alida. Nada evidente, dada la escasez cr¨®nica de alimentos que sufre Cuba, pero cualquier cosa mejor que "el picadillo de soya y el pescado molido con tripas" de la dieta carcelaria.
La presi¨®n internacional oblig¨® a las autoridades a suavizar las condiciones de los disidentes, que fueron recluidos con presos comunes. "Algunos se portaban bien, pero otros nos hac¨ªan la vida imposible, en connivencia con los guardianes", cuenta L¨¦ster, cuya mirada denota una inquietud profunda. "Estoy con miedo. No he podido dormir. Hay momentos en que pienso que esto es un sue?o y que tengo que regresar a prisi¨®n. Estoy muy afectado psicol¨®gicamente", reconoce. Su madre, Mireya, maestra de primaria, no se separa de ¨¦l.
En su galera de 83 metros cuadrados, poblada con 66 reclusos, algunos de los cuales dorm¨ªan en el suelo, Pablo Pacheco, de 40 a?os, fue escribiendo junto a otros dos disidentes una bit¨¢cora del inframundo que logr¨® filtrar al exterior y que vio la luz en un blog, Voces tras las rejas. Los presos pol¨ªticos cubanos, al menos, cuentan con el respaldo de las organizaciones de derechos humanos. Pero nadie vela por los presos comunes. Pacheco evoca suicidios y autolesiones para reclamar medicinas o para huir de las palizas. Un d¨ªa alguien se pinchaba en un ojo. Otro d¨ªa alguien tragaba salfum¨¢n...
Las secuelas f¨ªsicas m¨¢s evidentes las sufre Jos¨¦ Luis Garc¨ªa Paneque, a quien una infecci¨®n parasitaria y la desnutrici¨®n hicieron perder 40 kilos. Las autoridades se cebaron con este cirujano especializado en quemados, l¨²cido y combativo, condenado a 24 a?os por dirigir una agencia de prensa independiente. Ni siquiera en su estado se libr¨® de las golpizas de algunos reos, instigados por la seguridad cubana. Pese a todo, Garc¨ªa Paneque muestra una entereza impresionante. En cambio, quien peor ha resistido el cautiverio, explican los disidentes, es el economista Antonio Villarreal. Ayer no sali¨® de su habitaci¨®n. "Est¨¢ muy mal. Lo han quebrado psicol¨®gicamente".
Antes de enviarlos a Espa?a, el r¨¦gimen los traslad¨® a un hospital de reclusos en La Habana. "Nos dieron de comer pollo y ten¨ªamos aire acondicionado. Como si pudieran limpiar en tres d¨ªas los siete a?os en los que no fuimos personas", comenta Ricardo Gonz¨¢lez. Les entregaron tambi¨¦n un pantal¨®n, una camisa y una corbata (que nadie usa en Cuba) para que dieran buena imagen. "Estamos desterrados, esa es la realidad", a?ade Ricardo. Pero lo tienen claro: seguir¨¢n luchando "por los que quedan atr¨¢s". La dictadura castrista ha usado a los presos de conciencia como moneda de canje desde 1962, sin que haya habido apertura pol¨ªtica. "Debemos hacer que esta vez sea diferente. Si nos quieren usar como carnaza, tenemos que tirar de la ca?a y hacer caer al pescador. No habr¨¢ nada que celebrar hasta que no haya democracia en Cuba".
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