El deseo de hacer libros
El hombre no ha superado la creaci¨®n de un soporte de interactividad -tan complejo y vers¨¢til que atiende igual a la consciencia y a los sentimientos- como la secuencia de im¨¢genes y palabras impresas que es el libro
Rememorando al coronel Aureliano Buend¨ªa, muchos a?os despu¨¦s he recordado aquella tarde remota en que mi abuelo me llev¨® a conocer una imprenta.
Dichosamente no ha sido ante un pelot¨®n de fusilamiento, sino ante el emocionante espect¨¢culo de la ocupaci¨®n popular del parque de El Retiro por gentes que quieren encontrarse con los libros. La Feria del Libro, el d¨ªa de Sant Jordi, los festivales, desbordados por lectores que sacan entradas en teatros para escuchar a sus autores. Las ferias americanas de M¨¦xico y Argentina y Colombia y Chile con multitudes que acuden a la llamada de los libros y sus autores.
A lo largo de mi vida, hacer libros, participar en la aventura de hacer libros, ha sido una verdadera pulsi¨®n. Como dise?ador, son ya muchos cientos de libros a los que he dado forma. Como artista, mi preocupaci¨®n insistente ha sido el cat¨¢logo, el libro que trata de neutralizar el inevitable olvido de la mirada.
El odio a los libros fue un aullido que enardeci¨® a las turbas siniestras del falangismo fascista
Para Fraga Iribarne el problema era que ¨¦ramos unos "rojos" m¨¢s listos que sus censores
Hacer libros no es para m¨ª sino un profundo deseo. Una necesidad, alentada desde muy joven, por el modo en el que la dictadura franquista me parec¨ªa que ten¨ªa sobre todo dos obsesiones: evitar que la vida fuese una gozosa liberaci¨®n y desalentar el deseo de hacer y compartir libros. En realidad una misma cosa.
El odio a los libros del "muera la inteligencia" fue un aullido que enardeci¨® a las turbas siniestras del falangismo fascista.
Ahora podemos ir cuantificando ya, despu¨¦s de tantos a?os, la dram¨¢tica cantidad de hombres y mujeres asesinados y arrojados a las cunetas de los caminos, por el solo hecho de amar los libros y lo que ellos representan. Ser maestro, haber organizado bibliotecas, ser librero o ser impresor, promover la lectura y la discusi¨®n de ideas, eran consideradas actividades que en s¨ª mismas, justificaban el genocidio cultural del que todav¨ªa estamos recuper¨¢ndonos.
Hacer libros.
En aquella Espa?a del a?o 1964, terminando mis estudios de Econ¨®micas y Pol¨ªticas, un grupo de amigos decidimos hacer libros. La aventura se llam¨® Ciencia Nueva, la propuesta que un humanista, Gianbatista Vico hab¨ªa planteado como la exigencia regeneradora del conocimiento ya en el siglo XVI. Durante unos a?os el cat¨¢logo de Ciencia Nueva acogi¨® al pensamiento espa?ol y a las desconocidas corrientes que la historiograf¨ªa y las ciencias sociales abr¨ªan nuevas perspectivas en el mundo.
Ciencia Nueva respond¨ªa al empe?o por crearnos un empleo en aquella Espa?a miserable, polvorienta, ahogada en el miedo. Repartimos el trabajo y eleg¨ª encargarme de la producci¨®n recordando aquella antigua complicidad con mi abuelo. Cuando el primer libro estaba ya listo para imprenta me enfrent¨¦ a la necesidad de dise?ar una portada. Y lo hice con tanto entusiasmo como falta de oficio. El resultado, a pesar de la carencia, fue un ¨¦xito. El gran editor Grijalbo, entonces en el exilio mexicano, me llam¨® para que dise?ara sus colecciones. De la noche al d¨ªa me encontr¨¦ convertido en un profesional del dise?o editorial. Ante el vac¨ªo tuve que aprenderlo todo: nuestra generaci¨®n, inevitablemente, fue, en casi todo, una generaci¨®n de autodidactas.
La aventura editorial tuvo un abrupto final cuando Manuel Fraga Iribarne, ministro de Informaci¨®n y Turismo de la dictadura, nos retir¨® la licencia de edici¨®n. Fue in¨²til que le mostr¨¢semos c¨®mo hab¨ªamos sido sumisos a todo el proceso de censura, primero con los originales, luego con las traducciones y, finalmente, hasta las cubiertas pasaban censura previa.
Fraga nos recibi¨® en su despacho ministerial, y haciendo una exhibici¨®n de su condici¨®n de energ¨²meno, en la que era un verdadero maestro, nos expuls¨® "por rojos". Dio un gran pu?etazo sobre la mesa y liquid¨® cualquier argumento razonable. El problema, seg¨²n dijo, estaba en que ¨¦ramos unos "rojos" m¨¢s listos que sus censores.
Conseguir una licencia de editor en aquellas circunstancias parec¨ªa imposible hasta que record¨¦ que me llamaba igual que mi padre. Un Alberto Coraz¨®n, alf¨¦rez provisional, falangista, que hab¨ªa conseguido el t¨ªtulo de abogado a trav¨¦s de los "ex¨¢menes patri¨®ticos", en los que en la posguerra con presentarte de uniforme, brazo en alto y pistola al cinto, te convert¨ªas en arquitecto, ingeniero o registrador de la propiedad. Ped¨ª una licencia editorial y rellen¨¦ los papeles como si fuese mi padre. Y aquello funcion¨®.
Alberto Coraz¨®n Editor ¨¦ramos inicialmente Miguel Garc¨ªa S¨¢nchez, Alberto M¨¦ndez, Valeriano Bozal y Juan Antonio M¨¦ndez. La relaci¨®n de amigos que fueron sum¨¢ndose a aquella aventura result¨®, felizmente, interminable.
En las colecciones de Comunicaci¨®n editamos los primeros textos del estructuralismo, de la ling¨¹¨ªstica y la nueva econom¨ªa pol¨ªtica que emerg¨ªa en Europa, de est¨¦tica y semi¨®tica, iniciamos la colecci¨®n Visor de poes¨ªa. Nuestro cat¨¢logo tuvo m¨¢s de 100 t¨ªtulos. De cada uno de aquellos vol¨²menes recuerdo muy bien la emoci¨®n con la que iba a la imprenta a participar del arranque de m¨¢quina o de la impresi¨®n de los ¨²ltimos pliegos. Las conversaciones con los regentes del taller es una parte esencial de mi aprendizaje fabril y de mi compromiso como ciudadano. Aquellos obreros, pocos, que hab¨ªan sobrevivido a la represi¨®n, se sab¨ªan los ¨²ltimos de una estirpe proletaria que hab¨ªa vivido la revelaci¨®n de la cultura como el fin de la explotaci¨®n de los hombres por los hombres. Los tip¨®grafos, los linotipistas y regentes de taller hab¨ªan sido, desde comienzos del siglo XX, el aliento y el sustento humanista del movimiento obrero en Espa?a.
En Alberto Coraz¨®n Editor invert¨ªamos todo nuestro tiempo libre y la avidez por descubrir y discutir. Al margen de nuestra vida profesional, y sin experiencia empresarial previa, funcionamos econ¨®micamente como lo que en la Facultad llamaban "acumulaci¨®n primitiva de capital". Pag¨¢bamos a los proveedores con lo que nos adelantaban los distribuidores.
Con el fin de la dictadura, cuando hacer libros dej¨® de ser un calvario censor, cuando editar pas¨® a ser tan solo un gran oficio y el modo de generar una industria cultural, yo, que no ten¨ªa ning¨²n esp¨ªritu empresarial, comprend¨ª que hab¨ªa llegado el relevo. Y que para la ilusi¨®n luminosa de poder vivir en una sociedad abierta y libre, deb¨ªa encontrarme en mi h¨¢bitat natural, el de la creaci¨®n pl¨¢stica y el dise?o.
Todos los que creamos Alberto Coraz¨®n Editor abandonamos discretamente los talleres de impresi¨®n, las encuadernaciones, a nuestros muy abnegados traductores y, finalmente, nos despedimos como proveedores de los queridos libreros, siempre tan c¨®mplices con nuestra aventura.
Volvimos a la deseada condici¨®n de ¨¢vidos lectores.
El armaz¨®n de mi vida, como ciudadano y como creador, est¨¢ sustentado sobre este extraordinario artefacto de nuestra cultura, todav¨ªa imbatible, el libro, al que Aldo Manuzio dio forma definitiva, en la Venecia de comienzos del siglo XVI. La impresi¨®n mec¨¢nica de textos y la herramienta conceptual de la perspectiva para la representaci¨®n de la realidad, texto e imagen: el hombre no ha superado todav¨ªa la creaci¨®n de un soporte de interactividad, neuronalmente tan complejo y vers¨¢til, que atiende de igual modo a la consciencia y a los sentimientos, como la secuencia de im¨¢genes y palabras impresas que es el libro.
El texto, la letra como pictograma, siguen teniendo un especial protagonismo en mi trabajo. Y no solo como dise?ador. En mis pinturas y esculturas, la letra, la palabra escrita, me son imprescindibles para hacer m¨¢s denso el misterio que es la sustancia de la creaci¨®n art¨ªstica.
Escucho ahora de nuevo a mi abuelo, un modesto huertano en tierras de Valencia, iletrado como ¨¦l se calificaba: "Hacer libros; un hombre no puede encontrar un empe?o m¨¢s digno para su vida".
Alberto Coraz¨®n es dise?ador y creador pl¨¢stico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.