?Distancia o implicaci¨®n emocional?
Hace unos a?os, mi padre tuvo una grave enfermedad de coraz¨®n. La operaci¨®n fue bien, pero una complicaci¨®n pulmonar lo mantuvo durante m¨¢s de un mes sedado en la UCI debati¨¦ndose entre la vida y la muerte. Durante aquel largo mes, fuimos a visitarlo y a recibir el parte m¨¦dico a diario.
Acud¨ªamos al hospital con el coraz¨®n encogido y nos desesper¨¢bamos ante la frialdad del m¨¦dico que, con explicaciones llenas de tecnicismos unas veces, o con la ausencia total de explicaciones otras, no nos daba ning¨²n mensaje que nos reconfortara.
Lo coment¨¦ con una amiga que trabaja en un gran hospital, y me dio una explicaci¨®n que ten¨ªa todo el sentido. "Se trata de una UCI posquir¨²rgica", me dijo. "La mitad de los pacientes fallecen. Imag¨ªnate si los m¨¦dicos se implicaran emocionalmente en cada caso. No podr¨ªan hacer su trabajo?".
"Si nos contagiamos del estado de ¨¢nimo de los otros, dejamos de ver objetivamente las cosas y perdemos la capacidad de ayudarles"
"Es fundamental captar el estado emocional de los dem¨¢s atendiendo a lo que nos dicen y especialmente a c¨®mo nos lo cuentan"
Ten¨ªa raz¨®n y lo acept¨¦. Pero reconozco que aquella explicaci¨®n no me solucion¨® nada. Yo segu¨ªa sinti¨¦ndome fatal ante la as¨¦ptica comunicaci¨®n de un m¨¦dico al que sab¨ªa un excelente profesional, pero muy lejano de nosotros.
Compart¨ªa a menudo mi desesperaci¨®n con mis amigos, hasta que uno de ellos me dio la clave: "Es cierto que el m¨¦dico no se puede implicar", me confirm¨®. "Pero entre la implicaci¨®n emocional y la distancia hay un camino intermedio: la empat¨ªa. Consiste en que ¨¦l capte tu angustia y sea capaz de comunicarte que la percibe sin hacerla suya".
"?C¨®mo?", pregunt¨¦. "Modulando su comunicaci¨®n acorde con tu angustia".
No tuve nunca el valor de ped¨ªrselo al m¨¦dico. La suerte es que el cirujano jefe, al que pod¨ªamos ver semanalmente, s¨ª lo entend¨ªa as¨ª, y s¨ª se comunic¨® con nosotros haci¨¦ndose eco de nuestra angustia.
Cuando nos cuentan un problema, especialmente si lo hace un familiar o alguien muy cercano, es habitual que nos impliquemos emocionalmente. De hecho es lo que muchas veces se espera de nosotros. Sin embargo, implicarse emocionalmente en los conflictos de los dem¨¢s no es bueno. En primer lugar, porque nos contagiamos de su estado de ¨¢nimo, con lo que, presos de las emociones, dejamos de ver objetivamente las cosas y perdemos la capacidad de ayudarles. Y en segundo lugar, porque si lo hacemos por sistema, acabaremos sufriendo un desgaste emocional que tendr¨¢ sus consecuencias en nuestra salud y en nuestro ¨¢nimo.
La implicaci¨®n emocional en los problemas de los dem¨¢s no es una buena manera de ayudarles. Sin embargo, mantener la distancia tampoco es la soluci¨®n. Distanciarse de un conflicto que nos cuenta alguien nos convierte en personas fr¨ªas, desinteresadas por los dem¨¢s. Aunque sin duda es una actitud que nos protege emocionalmente, no ayuda en absoluto en la relaci¨®n personal.
Hay una tercera v¨ªa: la empat¨ªa. Es una respuesta que conecta emocionalmente con el otro, sin que haya por nuestra parte un desgaste emocional, y sin que altere nuestra percepci¨®n o peligre nuestra objetividad.
Captar no es sentir
"La empat¨ªa representa la habilidad sensitiva de una persona para ver el mundo a trav¨¦s de la perspectiva del otro"
(Sebasti¨¤ Serrano)
Muchas veces he visto definida la empat¨ªa como "la capacidad de sentir lo que el otro siente". Esta no es ciertamente la empat¨ªa que buscamos cuando nos enfrentamos a los problemas de los dem¨¢s, porque el contagio del sentimiento -un hecho cient¨ªficamente demostrado y que ocurre espont¨¢neamente si no ponemos ciertas barreras- nos incapacitar¨¢ para la ayuda. Sugiero una definici¨®n alternativa, que consiste en considerar la empat¨ªa como la capacidad de captar lo que el otro siente, y a?ado una coletilla fundamental: y de comunicarle que lo capto. Esta es la forma que tenemos de no resultar fr¨ªos y as¨¦pticos, y sin embargo no cargar con el peso emocional de los problemas ajenos.
Para desarrollar esta empat¨ªa son fundamentales dos cosas: en primer lugar, ser capaces de captar el estado emocional de los otros. Lo lograremos escuchando lo que nos dicen, pero sobre todo prestando atenci¨®n a c¨®mo nos lo cuentan. Para captar los sentimientos, el tono de la voz y las expresiones en lenguaje no verbal (la mirada, los gestos, la posici¨®n del cuerpo?) son m¨¢s importantes que todo lo que la persona a la que escuchamos nos pueda decir. Debemos escuchar con los ojos.
Y en segundo lugar, hemos de ser capaces de comunicar al otro que captamos su sentimiento. Ser¨¢ la forma en que notar¨¢ nuestra proximidad y se sentir¨¢ comprendido. Ser¨¢ tambi¨¦n la forma en que saldremos de la frialdad que podr¨ªa suponer no implicarnos en su problema.
Separando el pensar y el sentir. Tenemos muchas formas de hacerlo, algunas m¨¢s expl¨ªcitas que otras, pero lo fundamental ser¨¢ el modo en que interactuemos. La mejor forma de demostrarle que captamos su estado emocional ser¨¢ comunicarnos con ¨¦l utilizando las palabras, el tono y los gestos adecuados a la situaci¨®n que nos est¨¦ describiendo y a las emociones que est¨¦ sintiendo.
La empat¨ªa es enemiga de los juicios. No se basa en la raz¨®n, sino en la emoci¨®n. La v¨ªa de la empat¨ªa no contempla jam¨¢s la cr¨ªtica, y precisa de la completa aceptaci¨®n del otro en el momento psicol¨®gico en que se encuentre, sin prejuicio alguno, y dejando de lado nuestra opini¨®n.
Hay quien construye verdaderas tesis escuchando a los dem¨¢s. Quien busca constantemente las contradicciones y?disfruta "pillando en falso" al otro. Y quien aprovecha la ocasi¨®n para aleccionar a los dem¨¢s haciendo gala de principios ¨¦ticos y comportamientos ejemplares. Todo ello est¨¢ muy lejos de la escucha emp¨¢tica.
A trav¨¦s de la empat¨ªa no emitimos ninguna opini¨®n. Nos limitamos a expresar al otro que captamos su sentimiento en toda su intensidad.
Cazadores al acecho. Hay gente que va por la vida con un gran gancho, mirando c¨®mo engancharnos a la m¨ªnima. Quieren que nos impliquemos en sus problemas, en sus emociones, quieren que sintamos lo que sienten, que lo vivamos con ellos. Que les demos la raz¨®n y la aprobaci¨®n de sus conductas. Si caemos en ello, estaremos siempre enganchados. Acudir¨¢n a nosotros sin tregua, gener¨¢ndose relaciones de dependencia. Seremos v¨ªctimas de una relaci¨®n t¨®xica, que a nosotros nos resultar¨¢ agotadora y a los dem¨¢s los perpetuar¨¢ en su falta de crecimiento.
Si les queremos ayudar de verdad, debemos abstenernos de caer en sus garras. Debemos evitar la implicaci¨®n emocional y guardarnos muy mucho de darles sistem¨¢ticamente la raz¨®n. Lo que m¨¢s les ayudar¨¢ -aunque ellos busquen desesperadamente nuestra implicaci¨®n- es que estemos emocionalmente a su lado, escuch¨¢ndolos y comprendi¨¦ndolos, pero sin manifestar nuestra opini¨®n.
Cuando nosotros necesitamos ayuda. Muchas veces seremos nosotros los que buscaremos a alguien a quien contar nuestros problemas. Cuando lo hagamos, no busquemos a quien resuelva o a quien sufra con nosotros el conflicto. Busquemos a quien nos pueda hacer de espejo, reflej¨¢ndonos fielmente lo que sentimos. Quien nos deje expresarnos sin restricciones, ayud¨¢ndonos as¨ª a que encontremos nosotros mismos las soluciones. Si no, los conflictos no nos ayudar¨¢n a crecer.
Habilidades para practicar la empat¨ªa
1. Escuchar. Lo que nos dicen y, sobre todo, lo que no nos dicen. Escuchar con los ojos.
2. Aceptar al otro. Sin juicios ni cr¨ªticas.
3. Concretar. Preguntar por ejemplos concretos. No caer en generalidades.
4. Confrontar. Desenmascarar incongruencias. Facilitar la autocomprensi¨®n del otro.
5. Mantener la proximidad. Tener consciencia del momento presente. Captar las se?ales no verbales.
Libros que dan pistas
- 'La elegancia del erizo', de Muriel Barbery. Seix Barral, 2008.
- 'Martes con mi viejo profesor', de Mitch Albom. Maeva, 2000.
- 'El dios de las peque?as cosas', de Arundhati Roy. Anagrama, 1998.
- 'El se?or Ibrahim y las flores del Cor¨¢n', de Eric-Emmanuel Schmitt. Obelisco, 2003.
- 'La nieta del se?or Linh', de Philippe Claudel. Salamandra, 2006.
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