Sin corbata los viernes
Desde que all¨¢ por el siglo XVII los Estados se convirtieron en el elemento constitutivo de la realidad internacional, los diplom¨¢ticos han sido sus principales programadores. Como el lat¨ªn en el Medievo, el c¨®digo fuente de los diplom¨¢ticos, una curiosa mezcla de derecho internacional y realismo pol¨ªtico, ha sido inaccesible para el resto de los mortales, que asist¨ªan a lo que Rudyard Kipling llam¨® el "gran juego" como meros espectadores.
Pero ese modelo hace tiempo que est¨¢ en crisis. Si en el pasado, las relaciones internacionales funcionaban a ritmo de hilo de cobre y la diplomacia copaba con sus telegramas la mayor parte del tr¨¢fico de comunicaciones, hoy la situaci¨®n es la inversa: con un ancho de banda cuya capacidad se duplica regularmente y miles de actores con capacidad de acceso al sistema, la diplomacia ya no est¨¢ en el centro. Por a?adidura, las relaciones internacionales funcionan hoy con software libre. Si en el pasado, s¨®lo los grandes cancilleres (Metternich, Bismarck o Kissinger) eran capaces de introducir cambios estructurales en el sistema, hoy en d¨ªa el papel de los Ministerios de Exteriores es mucho m¨¢s marginal: recordemos que un actor no-estatal llamado Bin Laden introdujo (con el 11-S) la l¨ªnea de c¨®digo que m¨¢s radicalmente cambi¨® la primera d¨¦cada del siglo XXI.
La reforma del Ministerio de Exteriores espa?ol corre el riesgo de ser meramente cosm¨¦tica
Que unos yihadistas premodernos a los que damos por locos hayan entendido mejor que nadie que el principio organizativo de la realidad internacional del siglo XXI no es la jerarqu¨ªa, sino la red, representa una dolorosa lecci¨®n de lo que le pasa al que ni piensa ni observa lo que ocurre a su alrededor. Hoy, lograr un objetivo no significa mandar sobre el m¨¢ximo n¨²mero de personas, sino tener acceso al m¨¢ximo n¨²mero de redes. Como expuso en la revista Foreign Affairs Anne Marie Slaughter, hoy directora de Planificaci¨®n y An¨¢lisis del Departamento de Estado norteamericano, en el siglo XXI, el poder de cualquier Estado depender¨¢ de su capacidad de hacer presentes sus principios e intereses en el m¨¢ximo n¨²mero de redes y nodos. Esa idea ha dado lugar a un nuevo concepto que est¨¢ ya en marcha en Washington: la diplomacia digital. No es una moda pasajera: como pone de manifiesto la revoluci¨®n twitter en Moldavia, los problemas de Google en China, la blogosfera cubana o las t¨¢cticas de la oposici¨®n iran¨ª, la red es ya el espacio por el que circula la savia de la nueva pol¨ªtica internacional. Urge adaptarse.
As¨ª que la diplomacia, uno de los oficios centrales de la edad moderna, est¨¢ en crisis. Los servicios diplom¨¢ticos est¨¢n intentando comprender los desaf¨ªos que les plantea un mundo que es demasiado grande para ser entendido, y menos manejado, por solo unos pocos. En Espa?a, tambi¨¦n se est¨¢ debatiendo la estructura del Ministerio de Exteriores. Se trata de un ejercicio que los ¨²ltimos gobiernos, tanto populares como socialistas, siempre han prometido, pero en el que, por razones varias, han acabado naufragando. La Comisi¨®n para la Reforma Integral del Servicio Exterior identific¨® en 2005 serios problemas de planificaci¨®n, coordinaci¨®n y gesti¨®n, mientras que el programa electoral del PSOE de 2008 defini¨® dicha reforma como "inaplazable". Sin resultado. Ahora se plantea otra vez la reforma, pero bajo unas circunstancias de crisis y recortes presupuestarios que l¨®gicamente le conceden muchas menos posibilidades de ¨¦xito que en ocasiones anteriores. Una vez m¨¢s, el riesgo es dejar las cosas a medias, incurriendo en cambios meramente cosm¨¦ticos en cuanto a la estructura de Exteriores, pero sin entrar a fondo en la verdadera cuesti¨®n de qu¨¦ tipo de diplomacia necesita la Espa?a del siglo XXI. Para un pa¨ªs que es un actor global con responsabilidades globales, lo l¨®gico ser¨ªa incluso contar con una vicepresidencia espec¨ªficamente dedicada a la acci¨®n exterior, que fuera capaz de integrar de forma coherente las tres D (diplomacia, defensa y desarrollo) que son la base de la acci¨®n exterior. Pero no parece que las cosas vayan por ah¨ª.
En su libro Adi¨®s a la diplomacia, Shaun Riordan, un ex diplom¨¢tico brit¨¢nico afincado en Espa?a, describe con sorna el fracaso de la reforma del servicio exterior brit¨¢nico a la hora de lograr conectar mejor con la sociedad civil, los medios de comunicaci¨®n y aprender a trabajar en red. Todo qued¨® resumido, dice Riordan, en una tan conmovedora como in¨²til recomendaci¨®n: "?Qu¨ªtense la corbata los viernes!". Y eso que la diplomacia brit¨¢nica es considerada una de las mejores del mundo. ?Se nos ocurrir¨¢ algo mejor?
jitorreblanca@ecfr.eu
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