Un tr¨ªo emprendedor
En aquellos tiempos casi nadie hab¨ªa nacido en Madrid. La ciudad con mayor capacidad de acogida y su enclave en el centro de la Pen¨ªnsula la hace especialmente convergente. Por esa oscura raz¨®n se instal¨® all¨ª la capital del reino y del imperio, aunque tuvieron preferencia Sevilla, Barcelona, Toledo o Lisboa. Gan¨® Madrid y parece que en ello algo tuvo que ver la fama salut¨ªfera de sus alrededores, bendecidos por vigorizantes radiaciones. Especialmente favorable para lo que fue azote durante siglos: la tuberculosis. La sierra madrile?a irradia efectos ben¨¦ficos; aqu¨ª trajo su gota el rey Felipe II y las entidades bancarias. Primero volv¨ªan t¨ªsicos a los empleados a base de mucho trabajo y corta paga, luego los remit¨ªan a los sanatorios donde eran felices tomando el sol invernal, tapados con una manta.
El pulso de los negocios pasaba por el poderoso Ministerio de Comercio, situado en Serrano
Esta serie de art¨ªculos -creo procedente recordarlo- son recuerdos en los rincones de mi memoria y no descripci¨®n sociol¨®gica de un pa¨ªs ni cosa por el estilo. En esta ciudad tan machacada por la Guerra Civil convergieron tres hombres en la saz¨®n de sus vidas, entre los treinta y los cuarenta a?os, y cada cual un gigante en su actividad. Un gallego, un valenciano y un catal¨¢n: Eduardo Barreiros, Jos¨¦ Meli¨¢ y Jos¨¦ Ban¨²s; la automoci¨®n, la hosteler¨ªa y los viajes y la construcci¨®n. El ¨²ltimo tuvo la contrata para levantar el Valle de los Ca¨ªdos, donde trabajaron prisioneros de la Guerra Civil a cambio de cierta mejora en la comida y la percepci¨®n de un salario convenido. Adem¨¢s, hizo el Barrio del Pilar y luego, el Puerto Ban¨²s, junto a Marbella y m¨¢s cosas.
Meli¨¢ proced¨ªa de una familia valenciana de menestrales, talla alta. Creo que su primer gran hotel fue el Bah¨ªa de Palma de Mallorca; luego se extendi¨® por la Pen¨ªnsula, archipi¨¦lagos y el mundo entero. Paralelamente dio un impulso considerable a los viajes, tras la senda de Wagons-Lits Cook. Hoy el imperio sobrevive en otras manos.
Barreiros se cri¨® en el taller de reparaciones de su padre, pero apuntaba lejos y quiso competir con la Seat. Tras a?os de esfuerzo, da la campanada de los talleres de Villaverde Bajo, donde concentr¨® a varios millares de trabajadores, que primero dieron salida a veh¨ªculos agr¨ªcolas, y luego se ali¨® con la Dodge americana. Ante quienes advert¨ªan los riesgos de tama?a presencia laboral en las puertas de Madrid sol¨ªa contestar que era una garant¨ªa. "Crea muchos puestos de trabajo, que los conflictos te los arreglar¨¢n otros". Proscritas las huelgas, pensaba, seg¨²n algunos, que la polic¨ªa mantendr¨ªa siempre el orden y la integridad laboral.
He mencionado a estos tres hombres, aunque repartidos por el resto del pa¨ªs destacaron otros en la industria y el comercio en aquel pa¨ªs desvencijado. Tambi¨¦n tuvo influencia, pol¨ªtica y econ¨®mica, la maniobra del dictador de atraillar la influencia de los vascos y su industria pesada creando Ensidesa en Asturias, como contrapartida de los Altos Hornos de Vizcaya. La hegemon¨ªa vascongada fue recuperada con la llegada de los tecn¨®cratas, especialmente del ministro de Industria, L¨®pez Bravo, miembro del floreciente Opus Dei, que tomaba el relevo de las conciencias en la clase dominante. Aquello fue tangencial en el Madrid que segu¨ªa manejando el sistema nervioso de la econom¨ªa general.
El pulso de los negocios pasaba por el poderoso Ministerio de Comercio, situado en la calle de Serrano, esquina a la de Ayala, y no solo en sus cuatro plantas se?oriales, sino en los bares aleda?os. Especialmente en el desaparecido Caf¨¦ Roma, cuartel del Estado Mayor de los negociantes catalanes, donde recib¨ªan y dejaban recados, planeaban sobornos y evaluaban cohechos. Sin duda se llevaban el gato al agua, eran simp¨¢ticos, charlatanes, ven¨ªan sobre seguro y ten¨ªan que pasar por lo menos una noche en la capital. Los m¨¢s pudientes se alojaban en el Hotel Palace, otro feudo barcelon¨¦s, o en los pocos albergues y muchas residencias cercanas al ministerio. Brujuleaban con pericia entre el tejido burocr¨¢tico y pose¨ªan el sexto sentido de averiguar el precio del funcionario, que pod¨ªa ir desde un obsequio irrelevante hasta una transferencia en Suiza. Primero el puente a¨¦reo y despu¨¦s el Ave acortaron su presencia, que dejaba una pasta en restaurantes, cabarets y alojamiento. Ahora, cuando vienen, lo hacen por la ma?ana y regresan al anochecer con el Ave o en el puente a¨¦reo.
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