In mem¨®riam, Harvey Pekar
Cuando Harvey Pekar era un ni?o le¨ªa tebeos a escondidas de sus padres. Era ese ni?o imaginativo y medroso al que enseguida asustan los m¨¢s fuertes en los juegos de la calle, el que descubre muy pronto el refugio de la soledad y la lectura. La calle, en su caso, ten¨ªa el peligro de las peleas en los barrios de emigrantes de clase trabajadora, en los cuales una esquina o una acera pod¨ªan ser los l¨ªmites entre la seguridad y el peligro: ni?os jud¨ªos contra ni?os irlandeses o polacos, negros contra blancos. Cuando Harvey Pekar quer¨ªa encontrarse a salvo se quedaba en la peque?a tienda de comestibles de sus padres, o en el cuarto donde se encerraba a leer, en el apartamento familiar encima de la tienda. Pero en esa protecci¨®n hab¨ªa algo muy sofocante, como percibe siempre el ni?o retra¨ªdo que no se atreve a aventurarse en la calle, y en ella no era menor la sensaci¨®n de amenaza. Los padres del ni?o lector de tebeos hab¨ªan tra¨ªdo de su Europa de origen acentos muy fuertes que nunca llegaron a quitarse y mucho miedo, un miedo mezclado con alivio y culpa que se reforzaba cada vez que le¨ªan el peri¨®dico o que escuchaban en la radio las noticias del avance de los ej¨¦rcitos de Hitler por los territorios de donde ellos se hab¨ªan marchado unos pocos a?os atr¨¢s: donde tambi¨¦n ellos habr¨ªan perecido si se hubieran quedado; donde mor¨ªan o desaparec¨ªan sin rastro familiares que no hab¨ªan huido a tiempo.
Robert Crumb le hizo comprender de golpe que los tebeos que hab¨ªa amado tanto de ni?o podr¨ªan ser un modo adulto de expresi¨®n
En 'American Splendor' las peripecias de la vida de cualquiera alcanzaban esa cualidad de las epifan¨ªas de lo cotidiano que buscaron Ch¨¦jov o Joyce
El padre de Harvey Pekar era muy religioso. Le¨ªa con fervor el Talmud y observaba todos los rituales y las fiestas, y coleccionaba discos de cantores de sinagoga, que a su hijo, encerrado con los tebeos en el cuarto contiguo, le produc¨ªan una tristeza insoportable cuando los escuchaba. Al tendero piadoso no le gustaba que su hijo perdiera tanto tiempo leyendo tebeos. A su madre tambi¨¦n le parec¨ªan una frivolidad, pero por razones distintas. La madre de Harvey Pekar era comunista, atea y sionista. El padre y la madre trabajaban jornadas agotadoras en la peque?a tienda de comestibles y discut¨ªan sin acalorarse y sin ceder ni un paso en sus convicciones respectivas, tal vez unidos por lazos m¨¢s profundos que los de la ideolog¨ªa, la ternura mutua y el desamparo compartido, la certeza de ser raros y fr¨¢giles en medio de un mundo hostil. Pasaban los a?os despu¨¦s de la guerra y la madre de Pekar segu¨ªa vaticinando que un nuevo Hitler estaba a la vuelta de la esquina. Se degradaba el barrio en el que la tienda familiar permit¨ªa una supervivencia tan modesta y ten¨ªan que emigrar de nuevo.
Harvey Pekar cont¨® esos a?os de infancia en una de sus mejores historias gr¨¢ficas, The Quitter, dibujada por Dean Haspiel. El t¨ªtulo era una definici¨®n de s¨ª mismo: un quitter es el que abandona, el que se deja ir, el que capitula sin haberse empe?ado mucho, sin rendirse siquiera, porque la rendici¨®n lleva impl¨ªcita una lucha, y Harvey Pekar sent¨ªa de antemano demasiada desgana o ten¨ªa una conciencia demasiado clara de la poquedad de sus fuerzas y de la escala de los obst¨¢culos que la vida iba a poner por delante a una persona tan pusil¨¢nime o tan desvalida como ¨¦l, tan incapacitada para aprovecharse de las astucias o las ventajas tramposas con que otros contaban. Otros que se saben fuera de lugar se rebelan abiertamente, ponen tierra por medio. Harvey Pekar opt¨® desganadamente por no moverse de su ciudad y ni siquiera de su barrio. Empez¨® la universidad y abandon¨® al cabo de un curso. Hab¨ªa dejado de leer tebeos al final de la infancia, pero segu¨ªa cultivando pasiones solitarias y algo obsesivas, la literatura y el jazz, el coleccionismo de discos. Para ganarse la vida sin sobresaltos y con el m¨ªnimo esfuerzo se busc¨® un empleo de oficinista en la Administraci¨®n federal. Ser funcionario p¨²blico de escasa cualificaci¨®n en Estados Unidos es bastante m¨¢s deslucido que serlo en Espa?a: para saberlo basta pasar un rato haciendo cola y fij¨¢ndose en los detalles de deterioro y penuria en una oficina de correos americana.
Una vocaci¨®n muy poderosa puede no orientarse nunca, no cuajar en un proyecto viable, que ha de tener algo de revelaci¨®n s¨²bita y de posibilidad pr¨¢ctica. Y la diferencia entre una vocaci¨®n cumplida y otra que se dispersa o se malogra puede estar en un solo encuentro, incluso en una sola conversaci¨®n apasionada. Hacia mediados de los a?os sesenta, Harvey Pekar trabajaba archivando historiales en el s¨®tano de un hospital de veteranos de Cleveland y escrib¨ªa de vez en cuando cr¨ªticas de discos para revistas m¨ªnimas de jazz. Y entonces conoci¨® a otro raro, a un coleccionista a¨²n m¨¢s mani¨¢tico que ¨¦l, Robert Crumb, que merodeaba por los mugrientos mercadillos de segunda mano buscando discos de 78 revoluciones por minuto, grabaciones de bandas primitivas de jazz y de orquestas de baile de los a?os veinte y treinta. Robert Crumb era ya un dibujante de c¨®mics de una originalidad visceral, de un talento pl¨¢stico y una imaginaci¨®n sat¨ªrica que para Robert Hughes s¨®lo tiene comparaci¨®n con Brueghel. Gracias a su ejemplo, a sus fervorosas conversaciones con Crumb, Harvey Pekar, el despojado voluntario de todo, descubri¨® el tesoro formidable que guardaba dentro de s¨ª mismo, la posibilidad ilimitada que escond¨ªa su vida sin lustre.
Robert Crumb le hizo comprender de golpe que los tebeos que hab¨ªa amado tanto de ni?o podr¨ªan ser un modo adulto de expresi¨®n. En sus carencias estar¨ªa su fuerza: sin habilidad para dibujar, escribir¨ªa historias para que otros las dibujaran; sin dinero, sin porvenir, sin una vida excitante, convertir¨ªa esa mediocridad en la materia de sus narraciones; sin imaginaci¨®n para inventar o embellecer, contar¨ªa exactamente lo que le suced¨ªa a diario, los peque?os percances y los chismes de la oficina, las peculiaridades infinitamente repetidas de esos compa?eros de trabajo a los que deber¨ªa seguir viendo hasta que se jubilara, la usura de los contratiempos menores, las llaves que no se encuentran cuando se va a salir, el coche demasiado viejo que no arranca, la espera en la cola del supermercado: ese noventa y nueve por ciento de la vida sobre el que no escribe nadie, dec¨ªa. El culo del mundo era el centro del mundo. Su educaci¨®n y su experiencia de ni?o lo hab¨ªan incapacitado para aceptar ni la m¨¢s leve dosis de los az¨²cares consoladores de la ficci¨®n y la palabrer¨ªa, el romanticismo de los finales positivos y la recompensa del esfuerzo. Era uno de esos jud¨ªos americanos acuciados y acuciantes que lo discuten todo, que combinan agotadoramente la cordialidad y la aspereza, el activismo pol¨ªtico y si lo consideran oportuno la impertinencia personal. En las historias breves de American Splendor las peripecias de la vida diaria de cualquiera alcanzaban en unas pocas vi?etas esa cualidad de las epifan¨ªas de lo cotidiano que buscaron Ch¨¦jov o Joyce. Uno no sabe qu¨¦ es m¨¢s adictivo en ellas, si la repetici¨®n o las peque?as novedades, o el hecho de que los personajes id¨¦nticos cambiaran y a la vez fueran los mismos seg¨²n los artistas que los dibujaban. A la novela gr¨¢fica de Harvey Pekar s¨®lo pod¨ªa ponerle fin su muerte.
American Splendor: Los c¨®mics de Bob y Harvey Pekar y Robert Crumb. Harvey Pekar y Robert Crumb. La C¨²pula. 98 p¨¢ginas. 12 euros. El derrotista (The Quitter). Harvey Pekar y Dean Haspiel. Planeta DeAgostini. 104 p¨¢ginas. 10,95 euros.
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