La vida es una t¨®mbola
El circo llegaba en abril, cuando las chicharras cantaban bajo la lumbre del sol del verano, y en las noches los cerros se encend¨ªan con los fuegos de las quemas de los rastrojos porque la tierra calcinada reverdecer¨ªa mejor bajo las lluvias a la hora de la siembra. Era un circo desde siempre sin carpa, o es que el viento se la hab¨ªa llevado desgarrada alguna vez y ya nunca pudieron reponerla, de modo que los volantines de los trapecistas pod¨ªan verse desde cualquier sitio del pueblo sin necesidad de pagar la entrada.
Sus ¨²nicas atracciones animales eran la cabra matem¨¢tica, que contaba hasta doce con golpes de pezu?a, y un pony viejo y canoso que corr¨ªa en c¨ªrculos por la pista mientras la sin par Mireya hac¨ªa cabriolas sobre su lomo. Un saxof¨®n y un clarinete amenizaban las cabriolas en tiempo de polca, y un tambor redoblaba en solitario cuando ella se preparaba a dar la voltereta mortal para caer de pie, airosa y triunfante, sobre la montura del pony, y entonces sonaban desperdigados los aplausos de los asistentes, escasos porque ¨¦ramos tan pobres como el circo.
Cuando las ristras de luces del circo alimentadas por un motor de gasolina se apagaban, la sin par Mireya, a¨²n vestida con la malla celeste de vuelos de organd¨ª, se alejaba hacia los bre?ales del r¨ªo arrastrando en una mano el saco de bramante que le serv¨ªa de lecho, y en la otra llevaba una l¨¢mpara tubular para alumbrarse el camino entre las piedras. Era flaca y parec¨ªa una ni?a, pero debi¨® tener entonces bastante m¨¢s de treinta a?os, quiz¨¢s cuarenta. La ayudaba a parecer una ni?a que se amarraba el pelo amarillento en una cola de caballo, tensado hasta rasgarle los ojos como los ojos de las chinas.
Ella tambi¨¦n ol¨ªa al keros¨ªn en que el tragafuego empapaba la antorcha que luego se met¨ªa encendida en la boca, porque eran marido y mujer, a keros¨ªn quemado y a sudor, y cuando se despojaba de la malla celeste su piel ten¨ªa estr¨ªas en el vientre, esas estr¨ªas que dejan los partos repetidos, y mejor no digo que el tajo de una operaci¨®n ces¨¢rea, porque no me acuerdo bien y a lo mejor mentir¨ªa. Pero a la luz de la l¨¢mpara tubular sus pies polvosos eran grandes y feos como los de un hombre, el sexo, despoblado de vello, como la cara de un animalito hambriento al que le faltaban los dientes, y las tetas escu¨¢lidas como las de la cabra matem¨¢tica.
A cada turno echaba atr¨¢s la cabeza y ca¨ªa vencida sobre el bramante, como si tuviera sue?o, las rodillas duras alzadas, mientras en la oscuridad el r¨ªo escaso de agua vadeaba con morosidad las piedras. La ¨²nica voz que conocimos fue la del tragafuego, que mientras tanto cantaba sentado en los travesa?os desiertos de la galer¨ªa del circo las canciones de moda en las roconolas, la vida es una t¨®mbola, o las piedras jam¨¢s, paloma, qu¨¦ van a saber de amores.
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