Un manual para pensar en libertad
La Roma cat¨®lica tiene animadversi¨®n a la filosof¨ªa, la ciencia, el teatro e incluso a la especulaci¨®n m¨ªstica o teol¨®gica ajena al dogma. Ahora el principal cambio es que ya no puede quemar a la gente en la hoguera
La conversi¨®n al cristianismo del emperador Constantino el Grande y el Concilio de Nicea son el origen de la vieja contradicci¨®n existente entre la nueva fe cat¨®lica y el rico legado de la filosof¨ªa hel¨¦nica, entre las supuestas verdades dogm¨¢ticas envueltas en un halo de misterio y los postulados expuestos a partir de la experiencia y el conocimiento asequibles en el tiempo en el que fueron formulados. Las primeras son por esencia inamovibles aunque, como sabemos -y Fernando Monta?a Lagos, el autor de Adi¨®s a dios se encarga de record¨¢rnoslo-, la acumulaci¨®n de evidencias que las impugnan obliguen a cada paso a la Iglesia a cancelarlas a rega?adientes mientras que las hip¨®tesis derivadas del saber racional se cuestionan a s¨ª mismas, pueden rectificarse y progresan conforme se ampl¨ªan los instrumentos cient¨ªficos de que disponen quienes las avanzan. Se puede creer y se puede conocer: cada cual es libre de escoger su camino. Pero la Iglesia -y en general todas las religiones- ha mostrado siempre una manifiesta aversi¨®n a las verdades fundadas en la raz¨®n y ha procurado desterrarlas con el fuego o la espada a lo largo de la historia.
De seguir como corderos las enc¨ªclicas, creer¨ªamos que el mundo es plano y es el ombligo del universo
El olvido impuesto al saber cl¨¢sico existente en Grecia, Roma y Alejandr¨ªa por sucesivos Concilios eclesiales abri¨® las puertas a una ignorancia secular de su legado hasta su reaparici¨®n en la Pen¨ªnsula gracias a las traducciones ¨¢rabes y su traslado al castellano durante el reinado de Alfonso el Sabio. La entronizaci¨®n de una fe ¨²nica y la condena del recurso al pensamiento basado en la raz¨®n y la experiencia por parte de Pablo de Tarso y Agust¨ªn de Hipona signific¨® un verdadero salto mortal del que la cristiandad tard¨® en recuperarse m¨¢s de siete siglos.
?Qui¨¦n puede creer a estas alturas que Dios cre¨® el mundo en seis d¨ªas y, sin seguridad social alguna, descans¨® el s¨¦ptimo? En cuanto al parque tem¨¢tico en el que Ad¨¢n y Eva discurr¨ªan apaciblemente sus d¨ªas hasta la irrupci¨®n de la serpiente y la tentadora manzana, ?tiene alg¨²n viso de verosimilitud? Eva, la maldita Eva causante de todos nuestros males por su deseo razonable de acceder al conocimiento del bien y del mal, ?merec¨ªa el brutal castigo de la expulsi¨®n con su pareja del para¨ªso y la subsiguiente condena de la especie humana al sufrimiento y la muerte? Pero la inquina de Jehov¨¢ a la voluntad de saber de sus criaturas no se limita a este tebeo profusamente ilustrado generaci¨®n tras generaci¨®n. Cuando mucho m¨¢s tarde -no hay cronolog¨ªa posible en el relato del G¨¦nesis- asiste a la construcci¨®n de la torre de Babel y comprueba indignado que sus criaturas se arrogan la facultad de decidir y se entienden entre s¨ª para elaborar un proyecto com¨²n, resuelve al punto bajar a la Tierra, confunde sus lenguas y las dispersa como insectos. Lo mismo podr¨ªa decirse de la f¨¢bula del diluvio universal y el arca de No¨¦ que, como nos recuerda el autor de Adi¨®s a dios, tiene claros precedentes en cosmogon¨ªas anteriores, siempre con un Dios col¨¦rico y vengativo: cuentos de hadas, observa ir¨®nicamente Einstein, "bastante infantiles".
Citar¨¦ para terminar este cap¨ªtulo b¨ªblico el castigo divino a las ciudades malditas del Mar Muerto, con la sabrosa historieta de los pobrecillos ¨¢ngeles, su acoso por los bujarrones sodomitas, los apuros de Lot y su mujer convertida en estatua de sal (?siempre la reprobadora curiosidad femenina y la misoginia que envuelve el corpus b¨ªblico y el de la doctrina cat¨®lica!) leyenda en la que nuestra santa madre Iglesia cree a pies juntillas.
La medicina y la astronom¨ªa fueron miradas siempre por Roma con sospecha e inquietud, como algo contingente y ajeno a la suprema verdad revelada. La condena de la cirug¨ªa por el Papa Inocencio III con el chistoso pretexto de que Ecclesia abhorret sanguine, mientras se enzarzaba en guerras de conquista, persegu¨ªa con sa?a a los albigenses y tomaba la iniciativa de la cuarta cruzada, y lo sucedido cuatro siglos m¨¢s tarde primero a Giordano Bruno y luego a Galileo, quien abjur¨® de sus malignos conocimientos para no perecer tambi¨¦n en la hoguera, revelan con elocuencia la contradicci¨®n insoluble entre la fe religiosa y la verdad cient¨ªficamente demostrable.
De seguir como corderos del Se?or las enc¨ªclicas papales al hilo del tiempo, continuar¨ªamos confiando la curaci¨®n de nuestros cuerpos enfermos a la Virgen Mar¨ªa o a los santos y curas milagreros, y pensando que nuestro planeta es plano, ombligo del universo y que fue creado hace unos 6.000 a?os.
La animadversi¨®n de Roma a la filosof¨ªa, la ciencia, el teatro e incluso a la especulaci¨®n m¨ªstica o teol¨®gica ajena al dogma revelado est¨¢ bien probada en las actas de los Concilios. La documentaci¨®n relativa a los procesos inquisitoriales en nuestra Pen¨ªnsula es un precioso inventario de quienes se atrevieron a reflexionar por su cuenta. Erasmo, Montaigne, Descartes, Pascal, Spinoza, etc¨¦tera, elaboraron sus doctrinas al margen y a contrapelo de la Iglesia. ?sta conserv¨® mientras pudo su poder de despachar al infierno a quienes juzgaba herejes o incr¨¦dulos, pero la evoluci¨®n del mundo pol¨ªtico y cultural europeo (con la significativa excepci¨®n hispana) redujo en la pr¨¢ctica el alcance de sus sentencias. A falta de ello, incluy¨® en el ?ndice de libros prohibidos, cuya lectura castigaba con la excomuni¨®n, a los enciclopedistas y librepensadores que propiciaron la Revoluci¨®n Francesa y la Declaraci¨®n de los Derechos del Hombre. "?No puede imaginarse tonter¨ªa mayor que tener a todos los hombres por iguales y libres!", replic¨® en 1791 Su Santidad P¨ªo VI. Tras sus desdichas (fue hecho prisionero por el Directorio revolucionario y conducido a Francia en donde muri¨®) y las de su sucesor (obligado por Napole¨®n a coronarle emperador en Par¨ªs) las cosas no mejoraron. Le¨®n XII exhort¨® a las reci¨¦n creadas rep¨²blicas de la Am¨¦rica hispana a que abandonaran sus funestas y tenebrosas doctrinas independentistas y a que volvieran al regazo de su amant¨ªsimo soberano Fernando VII. Como aquejada de demencia senil -la imagen no es m¨ªa sino de Blanco White- fulmin¨® con sus anatemas a cuantos, fuera de su reba?o, apuntaban con el dedo a tal sarta de disparates -condena del liberalismo, de la democracia, de la igualdad social...- y predicaban la mejora de las condiciones de vida de la sociedad civil en vez de buscar la beatitud eterna. En vano proclam¨® P¨ªo IX el dogma de la infalibilidad pontificia. Los desatinos papales prosiguieron y cualquier lector puede consultar su larga lista a trav¨¦s de Internet.
Como se?ala el autor de Adi¨®s a dios, la teor¨ªa de la evoluci¨®n de las especies de Darwin y los avances de la ciencia en los dos pasados siglos asestaron un golpe definitivo a la presunta infalibilidad eclesial. La condena a quienes difunden "doctrinas y pr¨¢cticas inaceptables", esto es, de todo el progreso del conocimiento que contradice sus dogmas en vez de creer "en el misterio de la Redenci¨®n" y en "la anticipaci¨®n del Para¨ªso y prenda de la gloria futura" por Juan Pablo II, no convencen sino a los convencidos.
Sobre la tenaz misoginia de la Iglesia; sus negocios turbios (l¨¦ase el excelente art¨ªculo del corresponsal de este diario en Roma, La nobleza negra del Vaticano del 27-6-2010); la espectacular mercadotecnia wojtyliana; el absurdo celibato eclesi¨¢stico; la condena indignante de los preservativos para contener la pandemia del sida; la "guerra de Dios" contra el "proyecto del demonio" (l¨¦ase el matrimonio homosexual) mientras emergen a diario a la superficie de sus aguas p¨²tridas los esc¨¢ndalos de la pedofilia encubierta de sus miembros, etc¨¦tera, los lectores del libro de Monta?a Lagos hallar¨¢n una informaci¨®n detallada propia de un verdadero manual de pensar en libertad.
En un pa¨ªs en donde un Estado nominalmente laico mantiene los exorbitantes privilegios econ¨®micos de una Iglesia que invoca tal vez el ejemplo de Pablo en su Ep¨ªstola a los Corintios -"si nosotros hemos sembrado en vosotros riquezas espirituales, ?ser¨¢ mucho que cosechemos cosas de este mundo?"- para preservar su puesto de primera fortuna en bienes muebles e inmuebles de la Pen¨ªnsula y tras el breve desv¨ªo de Pablo VI y del Segundo Concilio Vaticano, vuelve a las fuentes m¨¢s puras en las que bebi¨® durante la Cruzada de Franco y clama hoy contra la odiosa "dictadura del relativismo" por boca del cardenal Rouco Varela, los lectores de Adi¨®s a dios no podr¨¢n sino compartir la certera observaci¨®n de su autor: "Vivimos en un mundo nuevo ataviados andrajosamente con un ropaje moral antiguo".
Juan Goytisolo es escritor. Esta semana ha sido galardonado con el Premio Internacional Don Quijote de La Mancha.
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