Chapitas, vitolas y sellos
En la plaza Reial, a tiro de piedra de la estaci¨®n de Liceu, los domingos se citan los coleccionistas
En mis a?os mozos hab¨ªa una artesan¨ªa muy extendida y veraniega en la que participaba toda la familia. Consist¨ªa en guardar cuidadosamente las chapas de cerveza, de champa?a y de refrescos, hacerles un par de agujeritos y ensartarlas en un hilo. Cuando ya se dispon¨ªa del suficiente n¨²mero de tiras se clavaban a un list¨®n y se obten¨ªa una cortina de tapones met¨¢licos, muy colorida y sonora, que -seg¨²n dec¨ªa la voz popular- ahuyentaba a las moscas. Los tiempos han cambiado, apenas quedan moscas y las placas de cava se han convertido en una afici¨®n que cuenta con muchos coleccionistas. Basta darse una vuelta por el mercadillo de la plaza Reial de Barcelona, a tiro de piedra de la estaci¨®n de Liceu de la l¨ªnea 3, para comprobar el auge que ha tomado este pasatiempo. Los domingos por la ma?ana este espacio tan nocturno y canalla se transforma. Un colectivo de gente a la que no imaginar¨ªas aqu¨ª se desliza de puesto en puesto, buscando aquel sello, aquella moneda o postal que falta en su colecci¨®n. Mucha gente mayor, ni?os con sus padres y vendedores de mirada avezada, sorteando a los habitantes habituales de la plaza, ajenos a este mercadeo de peque?os objetos reci¨¦n rescatados del caj¨®n de la c¨®moda o de la caja de galletas que -al morir la abuela- revel¨® sus secretos.
En 1920 naci¨® el mercadillo de coleccionistas, uno de los m¨¢s antiguos de Europa
En estos puestos se han visto sellos de gran valor, aunque cada vez es m¨¢s dif¨ªcil hallar piezas raras
Los antecedentes de este lugar se remontan a las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XIX. Con la aparici¨®n del sello de correos aparecen tambi¨¦n los primeros filat¨¦licos, que en Barcelona encuentran un buen lugar para instalarse. Dicen que el primer buscador de timbres de colecci¨®n fue un zapatero de la calle de Montcada, que comenz¨® a dejarse ver por las inmediaciones del mercado de libros de Sant Antoni. En aquellos a?os estaba prohibida la venta, as¨ª que los aficionados iban con sus ¨¢lbumes a intercambiar piezas como hacen los ni?os con los cromos a la hora del recreo.
All¨ª tambi¨¦n apareci¨® otra afici¨®n muy barcelonesa, la de las vitolas de puros, que muchos fabricantes de habanos convirtieron en pura filigrana y cuyas mejores colecciones se encuentran en Barcelona. Esto fue as¨ª hasta el a?o 1920, cuando el volumen de apasionados por este tipo de peque?eces les oblig¨® a independizarse y a buscar un lugar propio para sus transacciones. De esta manera nac¨ªa el mercadillo de la plaza Reial, que es uno de los m¨¢s antiguos de Europa.
En estos puestos se han visto sellos de gran valor, aunque cada vez resulta m¨¢s dif¨ªcil encontrar piezas raras que no hayan sido localizadas antes por las casas del ramo. Unas d¨¦cadas atr¨¢s, aparte de los vendedores oficiales, aqu¨ª se arracimaba una multitud de advenedizos que, sentados en un banco o en el suelo, con una maleta en las rodillas o directamente sobre una hoja de peri¨®dico, ofrec¨ªan sus magros productos al buscador de gangas. Recuerdo haber estado con mi padre, cuando los marineros de naciones lejanas aprovechaban para sacarle un beneficio a la calderilla de sus bolsillos. De aquellas expediciones a¨²n conservo un par de monedas del T¨ªbet independiente, algunas piezas africanas de cobre y un duro de plata del que una se?ora muy mayor se vio obligada a deshacerse para seguir tirando. Eran otros tiempos y los ni?os -a¨²n sin Internet- descubr¨ªamos el universo con aquellas chucher¨ªas. Observar a trav¨¦s de la lupa un c¨¦ntimo de un pa¨ªs remoto equival¨ªa a tener entre las manos un pedazo de mundo.
Ahora ya no hay tanto p¨²blico y la oferta se ha diversificado. Como unos encantes en miniatura, la mayor¨ªa de los aparadores muestran un batiburrillo de figuritas, llaveros, medallas, libritos de papel de fumar, calendarios, naipes, cartas antiguas y tarjetas de telefon¨ªa; a veces todo mezclado en las t¨ªpicas cajitas de cart¨®n a precio ¨²nico. Un surtido de menudencias sin valor aparente, ahora literalmente rodeadas por terrazas en las que los turistas ya est¨¢n almorzando a las doce de la ma?ana.
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