Historia de la noche
Leemos una escena nocturna en una novela del siglo XIX y si el autor no lo menciona expl¨ªcitamente no pensamos en el modo en que est¨¢ iluminada. ?Qu¨¦ luz hab¨ªa en la alcoba en la que Ana Ozores se entrega al seductor Mess¨ªa en La Regenta, o en la taberna de San Petersburgo a la que entra Raskolnikov al principio de Crimen y Castigo? La imaginaci¨®n se vuelve m¨¢s pobre a medida que viajamos hacia atr¨¢s en el tiempo. Las noches de la literatura, como las de la Historia, nos las imaginamos distra¨ªdamente iluminadas de la misma manera limpia y regular en que lo est¨¢n las nuestras, y en lo que estaban las del cine hasta que Stanley Kubrick us¨® unas lentes y una pel¨ªcula tan sensibles que le permitieron rodar las escenas interiores de Barry Lyndon a la luz de las velas.
Durante gran parte de la historia humana, la noche ha sido una tiniebla s¨®lo traspasada por el resplandor de las hogueras, la llama de una l¨¢mpara, la claridad de la luna llena
Me pregunto c¨®mo ser¨ªa la luz a la que escrib¨ªan Cervantes o Shakespeare porque estoy leyendo un libro que cuenta la historia de la iluminaci¨®n artificial: 'Brilliant'
As¨ª intuimos lo que pod¨ªa haber sido una noche del siglo XVIII, aunque no se nos ocurri¨® pensar que esa noche no pod¨ªa ser igual en el interior de un palacio que en el de una choza, y que la iluminaci¨®n nocturna, aparte de problema de tecnolog¨ªa, tambi¨¦n es una cuesti¨®n de clase. Suponemos vagamente que en el pasado anterior a la electricidad y a las l¨¢mparas de gas la gente se iluminaba con velas. No se nos ocurre pensar que las velas de calidad, las de cera de abeja y las de esperma de ballena, eran muy caras, de modo que entre las diferencias sociales estaban la longitud y la oscuridad de la noche. Las iglesias y los palacios de los poderosos irradiaban una luz m¨¢s cegadora todav¨ªa porque contrastaba con la negrura en la que sobreviv¨ªa casi todo el mundo despu¨¦s del anochecer: en los palacios los espejos multiplicaban el resplandor; en las iglesias, el oro de los retablos. Durante una gran parte de la historia humana, la noche ha sido una tiniebla s¨®lo traspasada por el resplandor de las hogueras, por la llama solitaria y m¨®vil de una l¨¢mpara, por la claridad de la luna llena, que revela los vol¨²menes pero no los colores de las cosas.
Nuestros abuelos o nuestros bisabuelos se alumbraron con candiles de aceite, pero nosotros estamos tan acostumbrados a la luz el¨¦ctrica que reparamos en ella menos todav¨ªa que en el agua corriente. Cuando yo era ni?o, a¨²n se iba la luz con cierta frecuencia. Nos qued¨¢bamos a oscuras en mitad de la cena, y mientras alguien iba a buscar una vela o a comprobar si se hab¨ªan fundido los plomos los ni?os cant¨¢bamos una canci¨®n que ten¨ªa algo de rogativa: "Que venga la luz, / que vamos a cenar / pan y huevos fritos / y encima una ensal¨¢". La luz pod¨ªa venir al cabo del rato o no venir en toda la noche. Y si hab¨ªa que subir a acostarse antes de que hubiera regresado era preciso hacer frente a una oscuridad f¨¢cilmente poblada por las criaturas temibles de los cuentos, que los adultos no ten¨ªan el menor reparo en invocar, en aquellos tiempos anteriores a los traumas infantiles y a la pedagog¨ªa.
Yo he temblado de miedo subiendo en la oscuridad por una escalera mientras en el rellano de abajo uno de mis t¨ªos se mor¨ªa de risa dici¨¦ndome que el T¨ªo Sacamantecas o la T¨ªa Tragant¨ªa iban sigui¨¦ndome, y si llevaba una palmatoria en la mano mi propia sombra agigantada era un monstruo al acecho. Otras veces, para el D¨ªa de los Difuntos, se pon¨ªan en los dormitorios y en las habitaciones menos frecuentadas de la casa tazones de aceite en los que flotaba una lamparilla: una base redonda, recortada en cart¨®n; un p¨¢bilo como el de una vela. La lamparilla ard¨ªa inm¨®vil o se mov¨ªa despacio sobre el aceite, si la empujaba una corriente de aire, iluminando los muebles severos en la habitaci¨®n sin nadie, resaltando m¨¢s la ausencia de los que hab¨ªan vivido y ya no estaban.
Me acuerdo de esas velas ardiendo en un tiempo que me parece anterior a mi vida y me pregunto c¨®mo ser¨ªa la luz a la que escrib¨ªan de noche Cervantes o Shakespeare porque estoy leyendo un libro asombroso que cuenta la historia de la iluminaci¨®n artificial: Brilliant, de Jane Brox. Es uno de esos descubrimientos que al principio lo aturden a uno con la rotundidad de su sorpresa: c¨®mo habr¨¦ estado para no pensar antes en lo que ahora mismo, empezada la lectura, es tan evidente, incluso tan perentorio, para no prestar m¨¢s atenci¨®n a las menciones a la luz artificial que hay en la literatura, para no darme cuenta de que contando la historia de los inventos que han servido para iluminar la noche y las tinieblas se encuentra uno de esos hilos narrativos que acaban arrastrando el relato formidable de todo: las l¨¢mparas de piedra con una concavidad para la grasa animal que se han exhumado en la cueva de Lascaux; los candiles de bronce y de barro en las casas romanas; las peque?as jaulas en las que los nativos del Caribe y de las islas de los mares del Sur guardaban las luci¨¦rnagas o los escarabajos luminosos con que se alumbraban; los pescados podridos que a veces usaban los mineros para alumbrarse sin peligro con el resplandor de su f¨®sforo, eludiendo as¨ª usar las l¨¢mparas cuya llama provocaba las explosiones terribles del gas gris¨²; los faroles de aceite de las calles de Par¨ªs en los cuales los revolucionarios ahorcaban a sus v¨ªctimas antes de la invenci¨®n de la guillotina; el holocausto de ballenas gracias al cual fue posible iluminar de noche las f¨¢bricas de la revoluci¨®n industrial y por lo tanto prolongar hasta la extenuaci¨®n las jornadas de los trabajadores; la invenci¨®n de la vida nocturna hacia mediados del siglo XIX, cuando la luz de gas en las calles y en los escaparates volvi¨® por primera vez habitable y tentadora la noche de las ciudades, permitiendo que las prostitutas salieran a exhibirse fuera de los prost¨ªbulos y que los hombres se quedaran hasta muy tarde en los caf¨¦s; la innovaci¨®n de los arcos voltaicos, altas torres met¨¢licas que por primera vez inundaron plazas enteras de una cegadora luz el¨¦ctrica, tan extra?a en su intensidad que provoc¨® el rechazo de Stevenson: "Una nueva forma de estrella urbana brilla ahora por las noches, horrible, extraterrenal, irritante para el ojo humano; una l¨¢mpara para una pesadilla...".
Porque la iluminaci¨®n el¨¦ctrica, contra lo que todos creemos saber, no la invent¨® Edison: lo que se invent¨® en el laboratorio de Edison, en 1878, fue la manera de subdividirla en unidades manejables que sirvieran para alumbrar los interiores de las casas: la bombilla de filamento incandescente. La luz que ve Gatsby por las noches al otro extremo de una bah¨ªa y la que seg¨²n el poema de Pablo Neruda no se apagaba casi nunca en la ventana del despacho de Stalin son episodios de la misma historia de conexiones tan ilimitadas como la de una red de tendido el¨¦ctrico. Cuando esta noche, al terminar de leer, apague la luz, seg¨²n mis ojos se vayan acostumbrando a la oscuridad viajar¨¦ por ella a esa negrura primitiva a la que sigue regresando nuestra memoria gen¨¦tica cada vez que nos aproximamos al sue?o.
Brilliant. The Evolution of Artificial Light. Jane Brox. (Houghton Mifflyn Harcourt). 368 p¨¢ginas antoniomu?ozmolina.es
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