Una gota del ?frica m¨¢s pobre en el Caribe
Siete meses despu¨¦s del terrible terremoto, el pa¨ªs sigue hecho a?icos. No s¨®lo los edificios y las carreteras, tambi¨¦n las personas est¨¢n hechas a?icos. En medio de los escombros sin recoger, 1.300.000 haitianos viven bajo los pl¨¢sticos.
Ajenos a todo y a todos, miles de haitianos celebran en Saut d'Eau, a unos 60 kil¨®metros al norte de Puerto Pr¨ªncipe, "el compromiso". Un ritual medio cat¨®lico, medio vud¨², que les hace entrar en trance y olvidar su miseria por unos d¨ªas. Y es que, aunque est¨¦ en Am¨¦rica, Hait¨ª es ?frica. Comparte con ese continente las ra¨ªces, el color, las costumbres y, sobre todo, la pobreza. Siete meses despu¨¦s del terremoto, el pa¨ªs sigue hecho a?icos. No solo los edificios y las carreteras, tambi¨¦n las personas est¨¢n hechas a?icos. En medio de los escombros sin recoger, 1.300.000 haitianos viven bajo los pl¨¢sticos de 1.384 campos de desplazados (900 de ellos en la capital), esperando el momento de volver a sus casas. Un momento que se retrasa mes a mes, mientras 5.300 millones de d¨®lares de los principales donantes internacionales esperan a que haya un Gobierno decidido a actuar con un proyecto y sin corrupci¨®n.
Unos 8.000 soldados internacionales pugnan por imponer el orden. En alg¨²n barrio, como Cit¨¦ Soleil, no entra la polic¨ªa
En 15 d¨ªas, los m¨¦dicos tuvieron que hacer 4.000 amputaciones, en un pa¨ªs en el que los impedidos est¨¢n estigmatizados
El Gobierno decidi¨® no repartir m¨¢s comida para evitar una dependencia excesiva e incentivar que la gente volviera a casa
A pesar de la ayuda internacional, hay escombros en cada calle junto a toneladas de basura que se pudre
Hait¨ª ya era un agujero negro antes del terremoto que mat¨® a m¨¢s de 200.000 personas, y si no fuera por los cientos de ONG que trabajan all¨ª desde el 12 de enero, la vida se hubiera acabado para los nueve millones y medio de habitantes del pa¨ªs caribe?o. Los haitianos llevan siglos acostumbrados a caer y a levantarse, pero la tarde en que tembl¨® la tierra de la isla marca un antes y un despu¨¦s para el Estado m¨¢s pobre de Am¨¦rica. Los m¨¢s optimistas piensan que las ayudas internacionales pueden servir para despertar de cientos de a?os de miseria y reinventarse a s¨ª mismos. Pero la realidad es que los haitianos no creen en milagros, aunque recen a Dios y a los loas.
Pier Janis tiene 37 a?os, seis dedos en cada mano y una mirada perdida, como de bruja. Es santera y dice que habla con Dios, mientras fuma sin parar. Lleva cuatro d¨ªas en Saut d'Eau atendiendo a los cientos de fieles que se le acercan para que les ponga en contacto con Dios y con los loas (santos del vud¨²). Por una peque?a cantidad de dinero, les ayuda a comunicarse con el m¨¢s all¨¢, en una peque?a cueva llena de velas encendidas, junto a las dos cataratas de 30 metros de altura.
"Aqu¨ª encontr¨¦ hace muchos a?os el poder de los loas", explica en una mezcla de franc¨¦s y creole. "Mis padres ten¨ªan los mismos poderes y me los traspasaron. Los fieles vienen a que les ayudemos a encontrar el camino. El bien y el mal conviven juntos y hay que apartar a los esp¨ªritus del mal para encontrar el buen camino. Yo les ayudo".
"?Por qu¨¦ sucedi¨® el terremoto en Hait¨ª?".
La respuesta tarda unos segundos, un par de caladas del cigarrillo, en salir de su boca. "Hab¨ªa mucha gente haciendo el mal y no se rezaba lo suficiente". Tras la sentencia, extiende la mano en busca de unas monedas.
La fiesta contin¨²a junto a las dos enormes cascadas y otras tres o cuatro m¨¢s peque?as. Cientos de personas se apelotonan medio desnudas en busca de su purificaci¨®n. Se lavan con hojas de basilisco y unos jabones que venden a la entrada y cantan. Hay muchas m¨¢s mujeres que hombres. Al ruido del agua se une un estruendo de cigarras que tambi¨¦n quieren participar de la fiesta.
El d¨ªa transcurre entre rezos, lloros y velas encendidas. En una esquina, otra santera de m¨¢s edad que Pier Janis llora frente a una fiel que ha ido a consultarla. "Aleluya. Te quiero mucho, Dios", grita con estr¨¦pito, mientras pone sus manos sobre los hombros de la mujer, que mira al cielo entre enormes lagrimones. Nadie se inmuta cuando empieza a llover torrencialmente. Parece que forma parte del ritual.
Poco a poco, los fieles van abandonando las cataratas y bajan hacia el pueblo, en donde un tumulto de miles de personas contin¨²a la fiesta. Los creyentes se mezclan con grupos de j¨®venes que vienen como al carnaval. La calle principal est¨¢ llena de peque?os puestos de comida en donde las mujeres cocinan arroz, frijoles, manos de cerdo, carne guisada y patacones de pl¨¢tano frito. Las botellas de ron corren de boca en boca.
Un grupo de mujeres vestidas con trajes azul claro y blanco avanzan, cantando en creole. Todas llevan el mismo escapulario de la Virgen de los Milagros. Una de ellas explica que han venido del norte de la isla para rezar. Se reconoce cat¨®lica, pero no hace ning¨²n feo al vud¨². "Las dos cosas son parecidas", dice, mientras avanza hacia una gran ceiba en donde se arremolina un enorme gent¨ªo. All¨ª, en medio, Pier Janis baila vestida de amarillo el ritmo africano de los bongos y las maracas. A su alrededor, hombres y mujeres, j¨®venes y viejos, se mueven al mismo ritmo.
Es el momento del sacrificio. Varios hombres traen dos vacas y dos cabras para que la santera elija el animal que debe ser sacrificado al dios Erzuli. La cadencia se va acelerando y Pier Janis da vueltas cada vez m¨¢s r¨¢pidas, con los ojos cerrados. Est¨¢ como en trance cuando se acerca a los cuatro animales; los toca, los rodea y, finalmente, se apoya, medio desmayada, sobre la cabeza y el cuello de una de las vacas. Es la elegida.
Mientras Pier Janis sigue con sus bailes rituales junto a un corro de fieles, el matarife deg¨¹ella a la vaca y un chorro de sangre salpica al grupo, provocando el ¨¦xtasis general. Los cantos y los bailes africanos se hacen entonces m¨¢s fren¨¦ticos todav¨ªa y hombres y mujeres entran en trance, mientras corre el ron haitiano. La fiesta continuar¨¢ hasta entrada la madrugada en esta peque?a poblaci¨®n en donde ni se sinti¨® el terremoto del 12 de enero ni quieren acordarse de ¨¦l.
De vuelta a Puerto Pr¨ªncipe, el visitante se encuentra con un panorama desolador. De los 9,5 millones de habitantes de Hait¨ª, m¨¢s de 4,5 viven en la capital. Y de estos, cerca de un mill¨®n han perdido sus hogares y se refugian en los 900 campos que se extienden por toda la ciudad. En solares, plazas, jardines, campos de golf y hasta en la mediana de una carretera de la entrada en la ciudad se encuentra uno con decenas de miles de chamizos cubiertos de pl¨¢sticos azules, negros o grises donados por las organizaciones internacionales.
CAMPAMENTO PARA 50.000 ALMAS
El mayor campo de desplazados es Aviation Camp, situado junto al peligroso barrio de Cit¨¦ Soleil, en el antiguo aeropuerto militar que mont¨® el Ej¨¦rcito norteamericano en los a?os veinte y luego se convirti¨® en un parque. All¨ª malviven m¨¢s de 50.000 habitantes. El doctor Kobel Dubique, un haitiano de 30 a?os, se instal¨® all¨ª un d¨ªa despu¨¦s del terremoto para atender al aluvi¨®n de familias que acudieron a ese enorme parque.
"Este es el campo m¨¢s poblado de Puerto Pr¨ªncipe y tambi¨¦n el m¨¢s olvidado y desprotegido", explica mientras avanza entre las tiendas abarrotadas de gente. "Aqu¨ª han venido familias de los barrios m¨¢s pobres de la ciudad, como Cit¨¦ Soleil, Pont Rouge o La Saline, y no contamos con seguridad o ayuda humanitaria. Adem¨¢s, las bandas juveniles act¨²an a sus anchas, y muchas noches hay peleas e incluso tiroteos. Roban de todo; hasta las duchas que instal¨® la Cruz Roja brit¨¢nica y que fueron arrancadas de cuajo para vender los hierros".
En cuanto anochece, las miradas se vuelven m¨¢s agresivas, y los personajes, m¨¢s inquietantes. Pasear con el doctor es una garant¨ªa; las bandas le respetan porque lleva meses dando consuelo a los m¨¢s pobres. Al fondo se ve algo de movimiento. Son chicas prostituy¨¦ndose para sacar dinero y mantener a sus hijos. La promiscuidad en los campos es muy alta y cada vez se dan m¨¢s casos de violencia sexual, mientras aumentan los infectados por VIH.
El doctor Kobel estudi¨® medicina en Cuba y hab¨ªa vuelto a Hait¨ª unos meses antes del terremoto. Es muy querido por las familias de Aviation Camp, en donde pasa consulta cada ma?ana a cientos de mujeres y ni?os. "Todav¨ªa no hemos tenido ninguna epidemia", explica, "pero las condiciones sanitarias son mal¨ªsimas y con la llegada de las lluvias hemos empezado a tener casos de malaria. Como no hagan algo pronto, esto puede ser un desastre".
"Aqu¨ª la gente est¨¢ empezando a cansarse de que no se solucionen las cosas", advierte Dubique. "Pueden producirse revueltas en cualquier momento, porque los haitianos saben que hay mucho dinero esperando para unos planes de reconstrucci¨®n que no llegan nunca". El Gobierno de Ren¨¦ Preval est¨¢ muy contestado y todo el mundo est¨¢ esperando a las pr¨®ximas elecciones de noviembre.
Mientras tanto, el ambiente es cada vez m¨¢s hostil. Los 8.000 soldados internacionales desplegados por el pa¨ªs consiguen imponer el orden, pero en algunos barrios, como Cit¨¦ Soleil, no entra ni la polic¨ªa local. En este barrio, la vida transcurre en la calle, junto a toneladas de basura que son arrastradas por el agua desde las zonas altas de la ciudad.
Los componentes de una banda observan a los visitantes con una mezcla de agresividad y asombro, aunque al final se dejan fotografiar frente a una casa derrumbada, en medio de un barrio en el que los escombros no son muy diferentes de las chabolas en donde viven las familias. Aqu¨ª habitan cerca de 400.000 personas y est¨¢ considerado uno de los slums m¨¢s peligrosos del mundo, por la violencia que genera la extrema pobreza. Hay m¨¢s de 30 bandas armadas que imponen su ley en las calles de esta favela haitiana. El 12 de enero por la noche, muchos de los 3.000 presos que escaparon de la c¨¢rcel de Puerto Pr¨ªncipe fueron a refugiarse a Cit¨¦ Soleil. Cientos de ellos fueron detenidos en las semanas siguientes, pero decenas de ellos siguen viviendo en el barrio.
En medio de ese ambiente hostil suenan los rezos de mujeres y ni?as en un templo evangelista. Al entrar se puede uno relajar y dejar de otear a un lado y a otro a ver si alguien est¨¢ mirando mal. La iglesia est¨¢ medio derruida, pero no entra el agua que cae fuera, porque han puesto en el techo unos enormes pl¨¢sticos de USAID. El pastor invita a entrar a los visitantes y sigue con su rito cristiano, preguntando a gritos a los fieles, en creole, para que estos respondan a coro "Am¨¦n". All¨ª se respira un poco de esperanza, al menos durante unos minutos.
Los haitianos parece que quieren olvidar sus penas cuanto antes, aunque sigan enterrados en sus pesares y su miseria. "El luto dur¨® tres meses", explica el pastor, "luego han empezado a volver a la vida, poco a poco. Las calles vuelven a estar abarrotadas y todos queremos volver a la normalidad cuanto antes". Algo realmente dif¨ªcil, porque ni los m¨¢s optimistas piensan que los campamentos puedan empezar a levantarse antes de 18 meses.
VIVIR EN UN CAMPO DE GOLF
Los campos de desplazados son muy diferentes unos de otros. De los m¨¢s de 900 que hay en Puerto Pr¨ªncipe, solo un tercio est¨¢n gestionados por alguna de los cientos de ONG que trabajan en el pa¨ªs. El resto se organiza como puede. De entre todos, hay uno emblem¨¢tico, situado en el campo de golf del barrio m¨¢s rico de la ciudad, Petionville, y que alberga a cerca de 50.000 personas. Es, probablemente, el mejor organizado, aunque las primeras semanas fuera un aut¨¦ntico caos por la avalancha de gente que acudi¨® all¨ª a refugiarse.
Ahora est¨¢ gestionado por la ONG J/P Haitian Relief Organization, que lidera el actor de origen irland¨¦s Sean Penn, y que ha conseguido captar millones de d¨®lares en Hollywood. All¨ª colaboran otras organizaciones, como Oxfam, M¨¦dicos sin Fronteras o Save The Children. El responsable del campo es un brit¨¢nico de 45 a?os, Alastair Lamb, que en su d¨ªa sirvi¨® en el Ej¨¦rcito y luego trabaj¨® en la City de Londres.
"Este campo es una aut¨¦ntica ciudad de casi 50.000 habitantes", explica Alastair. "En las ¨²ltimas semanas, previendo una nueva cat¨¢strofe con la llegada de las lluvias, hemos tenido que hacer canalizaciones con zanjas y sacos terreros, porque nos tem¨ªamos que todas las tiendas iban a ser arrancadas por el aluvi¨®n de agua que puede llegar desde lo alto de la monta?a. Tuvimos que evacuar a unas 5.000 personas a otro campo para abrir caminos entre las tiendas. Ahora parece que podremos pasar la temporada de lluvias".
Los haitianos intentan recuperar la normalidad en este campo. En las calles que se han formado entre las chabolas con techos de pl¨¢stico se han abierto varios mercados de comida, ropa, zapatos... y hasta un locutorio de tel¨¦fono. All¨ª se puede encontrar carne de pollo, huevos, lechugas, fruta de todo tipo, latas, botellas, arroz, pasta, frijoles y sacos de carb¨®n para poder cocinar en infiernillos colocados en el suelo embarrado. Ayer llovi¨® mucho y, aunque las canalizaciones han aguantado bien, se anda pisando el barro.
Dentro de una de las chabolas, Altani, una ni?a de unos diez a?os, est¨¢ ardiendo de fiebre. Su madre, Mar¨ªa Altagracia, de 36 a?os, dice que la vio el m¨¦dico por la ma?ana y que a lo mejor tiene malaria. En ese chamizo, de dos por dos metros, vive la mujer con sus seis hijos y el marido, que ahora ha bajado al centro a ver si encuentra alg¨²n trabajo. "Viv¨ªamos en el centro, alquilados en una casa que se raj¨® por la mitad", dice Mar¨ªa. "Tuvimos suerte de salir todos con vida y llegamos a este campamento el 13 de enero. Desde entonces, malvivimos aqu¨ª. Al principio nos daban de comer, pero desde abril tenemos que buscarnos la vida. Mi marido consigue algunos d¨ªas trabajo y trae algo de dinero para comprar comida". En un brasero doble, la madre cocina en dos pucheros arroz y frijoles.
Como Mar¨ªa, todos los desplazados de Hait¨ª dejaron de recibir alimentos en abril. El Gobierno y las organizaciones internacionales decidieron que era el momento de cerrar el reparto de comida para evitar una dependencia excesiva e incentivar que la gente volviera a sus casas. Pero el resultado no ha sido el deseado. Las familias siguen en sus chabolas, porque el Gobierno no ha empezado a reconstruir la ciudad, que sigue llena de escombros.
La reconstrucci¨®n no es una tarea f¨¢cil, porque en Hait¨ª no hay ni catastro ni registros fiables. Por eso, el Gobierno y las organizaciones internacionales avanzan muy despacio. En el mes de junio se lanz¨® un plan para catalogar las casas de Puerto Pr¨ªncipe, que han dividido en tres: las rojas, que han quedado totalmente colapsadas; las amarillas, que han aguantado, pero que hay que reparar, y las verdes, que est¨¢n habitables.
La idea es que todos los desplazados que viv¨ªan en casas verdes vuelvan a sus hogares cuanto antes. Pero surge el problema a?adido de muchos de ellos que estaban alquilados y ya no pueden pagar las cuotas mensuales. Adem¨¢s, los propietarios han aprovechado para subir los alquileres.
CON MIEDO EN EL CUERPO
La vida en los campamentos transcurre con una mezcla de miedo y desesperanza. El haitiano est¨¢ acostumbrado a salir una y otra vez de situaciones penosas, pero ahora est¨¢ al l¨ªmite. Los techos de pl¨¢sticos no van a aguantar los chaparrones y los vientos huracanados que llegar¨¢n pronto. Ya en julio, con la llegada de una peque?a tormenta tropical, el viento hizo volar los techos de 300 viviendas improvisadas en el barrio de Corail.
En el barrio de Carrefour Feuilles se levanta el campo de Tapis Rouge, en donde la secci¨®n espa?ola de M¨¦dicos Sin Fronteras (MSF) gestiona un peque?o hospital en el que atiende a los m¨¢s de 10.000 desplazados de ese campo. Las condiciones son especialmente malas, porque las tiendas est¨¢n montadas sobre la ladera empinada de uno de los cerros que bordean Puerto Pr¨ªncipe. Los habitantes del campo saben que corren peligro, pero no tienen otro sitio donde ir, ni fuerzas para pensar en moverse.
Dorielan tiene 34 a?os y perdi¨® a siete familiares en el terremoto: un hermano, dos sobrinos y cuatro sobrinas. Vive en Tapis Rouge con su marido y tres hijos, y ya no espera nada de la vida. "Llegamos aqu¨ª el 15 de enero, despu¨¦s de vagar tres d¨ªas por la ciudad destruida y llorar a nuestros muertos", explica entre l¨¢grimas. "Poco a poco, nos fuimos instalando en esta tienda y mi marido, que es alba?il, consigue trabajar algunos d¨ªas. Nos dicen que tenemos que volver a nuestra casa, pero est¨¢ destruida y no nos dejan reconstruirla, porque el due?o quiere esperar a que le hagan una nueva y alquilarla por m¨¢s dinero. Aqu¨ª tenemos un techo y no nos falta la comida, aunque sabemos que en cualquier momento el agua o el viento nos puede llevar por delante".
Tampoco Selena, de 28 a?os, tiene posibilidad de volver a su casa, que qued¨® totalmente destruida el 12 de enero. Vive con su hermana, tres hijos y dos sobrinos. "Ninguna de las dos tenemos marido, nos abandonaron hace tiempo", dice Selena, "pero nos ganamos la vida como podemos. Antes viv¨ªamos de la venta ambulante de ropa, pero cuando se cay¨® nuestra casa llevamos la ropa a un almac¨¦n, que fue saqueado a los pocos d¨ªas. Estamos intentando volver a comprar ropa para venderla, con la ayuda de un hermano que vive en el campo".
A pocos kil¨®metros de ese campamento, en el barrio de Carrefour, hay un hospital montado en una antigua escuela y gestionado por la divisi¨®n holandesa de M¨¦dicos Sin Fronteras (MSF). Cuenta con dos quir¨®fanos y muy buen equipamiento (tiene hasta rayos X), aunque las camas est¨¢n situadas en enormes tiendas de campa?a, porque los enfermos prefieren estas a los edificios. Al fondo est¨¢ el pabell¨®n de rehabilitaci¨®n y ortopedia, en donde todav¨ªa hay decenas de pacientes que resultaron seriamente heridos durante el terremoto.
Elisabeth Toussaint tiene 43 a?os, es viuda y vio c¨®mo un edificio se le desplomaba encima mientras paseaba por la calle. "Me qued¨¦ semienterrada durante m¨¢s de media hora, hasta que unos vecinos pudieron levantar algunos escombros y me sacaron a la calle", explica con l¨¢grimas en los ojos. "All¨ª estuve un d¨ªa y una noche enteros sin que nadie supiera ad¨®nde llevarme. Al final me trajeron aqu¨ª el 13 de enero y tuvieron que amputarme la pierna derecha". Elisabeth tiene dos hijas de 20 y 11 a?os. La mayor est¨¢ con ella en el hospital, atendi¨¦ndola, y la menor vive con una hermana. "Antes trabajaba como jefa de limpieza de una empresa", dice, "pero cuando salga de aqu¨ª no s¨¦ ni ad¨®nde ir¨¦ ni de qu¨¦ vivir¨¦".
El terremoto dej¨® cientos de miles de heridos, la mayor¨ªa de ellos con fracturas muy peligrosas. Los equipos de emergencias de las principales ONG tuvieron que emplearse a fondo para salvar vidas y en solo 15 d¨ªas tuvieron que efectuar m¨¢s de 4.000 amputaciones, gener¨¢ndose un gran revuelo en un pa¨ªs en el que los impedidos est¨¢n estigmatizados. Piensan que han sido castigados por los loas.
Nahomie tambi¨¦n pasa los d¨ªas sentada en una silla de ruedas. Tiene 21 a?os y la sacudida tir¨® un muro de su casa sobre ella. Los vecinos la pudieron sacar de debajo de los escombros despu¨¦s de varias horas y ten¨ªa una fractura abierta en la pierna. Tuvo que permanecer cinco d¨ªas en lo que quedaba de su vivienda en Leogane, donde se registr¨® el epicentro del terremoto, un peque?o pueblo a dos horas de Puerto Pr¨ªncipe, hasta que su madre consigui¨® un transporte hasta el hospital, en donde lleva m¨¢s de seis meses. La han operado tres veces y ya ha empezado con la rehabilitaci¨®n, pero la pierna no le responde y piensa que no podr¨¢ volver a andar. Su familia vive en un campo de desplazados cercano, y su madre la visita todos los d¨ªas. El padre es pintor, pero ahora no hay paredes que pintar. "Quiero curarme pronto y estudiar medicina", dice Nahomie sin mucho entusiasmo.
Al otro lado de la ciudad, cerca del aeropuerto, MSF ha montado otro hospital en una antigua planta embotelladora de Coca-Cola en Sarthe. El olor dulz¨®n de la cola se mezcla con los de las salas de curas. Estamos a finales de julio y el calor h¨²medo empieza a ser insoportable. Melissa tiene 14 a?os y sabe que nunca volver¨¢ a andar. Su casa se derrumb¨® la tarde del 12 de enero, mientras hac¨ªa los deberes con su hermano peque?o, que muri¨® en el acto. Ella tuvo m¨¢s suerte, aunque se le rompi¨® la columna y ha quedado paral¨ªtica, a pesar de dos operaciones. Su madre les hab¨ªa abandonado hace varios a?os para irse a Miami (una de los cientos de miles de haitianos que hizo la di¨¢spora a Estados Unidos, Canad¨¢ o Rep¨²blica Dominicana) y su padre, que es electricista sin trabajo, no se separa de ella ni un minuto. Es lo ¨²nico que le queda.
La visita al hospital sigue mostrando casos dram¨¢ticos. A Saturne, un vendedor ambulante de helados de 43 a?os, le han operado cinco veces despu¨¦s de que el muro de la iglesia evangelista en donde rezaba se cayera sobre ¨¦l y le destrozara la cadera. Va en silla de ruedas y sabe que no podr¨¢ mantener a sus ocho hijos, que viven en un campamento con una hermana suya. "Si antes era dif¨ªcil ganarse la vida, ahora es imposible", dice. "Ya no nos queda ni esperanza".
En otra nave de la misma planta embotelladora, la ONG Handicap International ha montado una zona de rehabilitaci¨®n para las personas con piernas amputadas a las que les han dado otras ortop¨¦dicas. All¨ª intentan salir adelante ante un futuro poco prometedor. Leoni tiene 16 a?os y es la mayor de siete hermanos. Dice que la pierna nueva le hace mucho da?o y no se la quiere poner, aunque sabe que dentro de menos de un mes tendr¨¢ que abandonar la nave e instalarse con su familia en una tienda de campa?a de un campamento de Martissant. Llora cuando la insisten en que tiene que practicar.
ENFERMOS MENTALES OLVIDADOS
Si los impedidos est¨¢n estigmatizados en Hait¨ª, los enfermos mentales son los grandes olvidados. En este pa¨ªs en el que se siente el vud¨² en cada esquina consideran que la enfermedad mental es un signo de estar embrujados y alejan a los "locos" de sus vidas. De hecho, no hay red de salud mental en Hait¨ª.
En el barrio de Croix des Bouquets (Cruz de Ramos), al este de Puerto Pr¨ªncipe, est¨¢ el hospital Beudet, ¨²nico centro de salud mental del pa¨ªs. Est¨¢ situado en un antiguo campo militar de los norteamericanos, que se convirti¨® en hospital en los a?os treinta y permanece casi igual que entonces. Diecis¨¦is pabellones destartalados, que m¨¢s parecen cuadras, rodean un enorme solar central por donde deambulan medio desnudos como almas en pena los 150 pacientes, junto a cabras, cerdos y gallinas que comparten con ellos la comida. Durante el terremoto se cayeron los muros exteriores y muchos de los enfermos escaparon, aunque casi todos han vuelto.
La organizaci¨®n espa?ola M¨¦dicos del Mundo tiene un programa de salud mental en Hait¨ª, y sus representantes explican que el director del centro lleva meses pidiendo ayudas al Gobierno para arreglar el hospital, pero que no recibe ni dinero ni respuesta alguna. No es una prioridad.
En una celda con barrotes, cerrada con un enorme candado, est¨¢ Gabriel. Un paciente de 53 a?os que dice que "a veces oigo voces y me pongo un poco violento, pero aqu¨ª dentro estoy bien". Tiene esquizofrenia, lleva cinco a?os ingresado en la misma celda y no quiere tomar la medicaci¨®n, aunque tampoco podr¨ªa, porque hace tiempo que el hospital no la recibe. Gabriel dedica el d¨ªa a la lectura y no sale nunca de su celda. Tampoco sale de su celda otro paciente que grita a los visitantes que se acerquen y asegura ser el presidente Obama.
UNA CIUDAD DESTROZADA
De vuelta al centro, Puerto Pr¨ªncipe se muestra como una ciudad totalmente destruida. No parece que hayan pasado siete meses desde el terremoto. Es verdad que ya hay luz el¨¦ctrica tres o cuatro horas al d¨ªa y que los trabajos de la ONG Oxfam han conseguido llevar agua potable y montar duchas y letrinas en la mayor¨ªa de los campos de desplazados. Pero los escombros siguen amontonados en cada calle, junto a toneladas de basura que se pudre.
El palacio presidencial, construido en 1918 al m¨¢s puro estilo franc¨¦s por el arquitecto haitiano Georges Baussan, sigue desplomado en un dif¨ªcil equilibrio, al igual que la catedral, los edificios de 12 ministerios y el de Naciones Unidas. En los Campos de Marte, una vendedora de loter¨ªa, rodeada de ruinas, ofrece un boleto al visitante. Es la paradoja de quien intenta vender la suerte en un pa¨ªs que nunca la ha conocido.
En algunas calles se pueden ver grupos de personas con camisetas rojas, verdes o amarillas que trabajan desescombrando con picos y palas junto a camiones destartalados. Son los equipos contratados por programas de cash for work (dinero por trabajo) de algunas ONG, como Ayuda en Acci¨®n. Las excavadoras solo salen de noche, con sus enormes focos, en medio de la m¨¢s absoluta oscuridad de una ciudad que est¨¢ m¨¢s muerta que viva.
?Cu¨¢l es el futuro de Hait¨ª? Los haitianos no saben o no quieren responder. Conocen su historia y su clase pol¨ªtica. Han sufrido las dictaduras de los dos Duvalier, padre e hijo (Papa Doc y Baby Doc), y la de Aristide, y est¨¢n acostumbrados a las cat¨¢strofes naturales que asolan cada a?o el pa¨ªs.
Sin embargo, el terremoto del 12 de enero ha conseguido movilizar, como nunca, a la comunidad internacional. La Conferencia de Donantes cuenta con 5.300 millones de d¨®lares para reconstruir el pa¨ªs (350 de Espa?a) en los pr¨®ximos 18 meses. Aunque no entregar¨¢ estos fondos hasta que haya un gobierno estable, con un proyecto claro y transparente. Algo dif¨ªcil para un pa¨ªs que, como dice el escritor chileno Rafael Gumucio, "prefiere ahorrar dinero para el funeral de sus hijos antes que para su hospitalizaci¨®n".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.