Una cat¨¢strofe de siete a?os
Desde 2003 qued¨® claro que EE UU carec¨ªa de planes para la reconstrucci¨®n - La invasi¨®n de Irak degener¨® en una guerra civil entre sun¨ªes y chi¨ªes
Nada m¨¢s entrar en Bagdad, los marines amarraron el extremo de una soga a la estatua de Sadam Husein en la bagdad¨ª plaza del Para¨ªso y el otro extremo a un tanque. Ese hecho tan simple como simb¨®lico fue uno de los primeros en el eslab¨®n de decisiones que han causado efectos catastr¨®ficos en Irak a partir de aquel 9 de abril de 2003.
A un soldado estadounidense no se le ocurri¨® otra cosa que tapar la cara de la estatua con la bandera de EE UU. Aquello no gust¨® en la plaza. En una ciudad de cinco millones de personas, solo hab¨ªa unos 100 bagdad¨ªes en la plaza. Estaban felices, iban a dar alpargatazos y a escupir sobre la imagen del dictador, pero ni a ellos les agrad¨® ese alarde de patriotismo extranjero. Al rato, otro soldado quit¨® la bandera.
La disoluci¨®n de las estructuras del Estado y del Ej¨¦rcito provoc¨® el caos
"Est¨¢ muy bien que Sadam se haya ido. Ahora, que se marchen los americanos", comentaban muchos vecinos de la capital. Los marines tardaron media hora en derribar la estatua y siete a?os y cinco meses en abandonar el pa¨ªs. Los errores, muchos y variados, se sucedieron en ese periodo.
De entrada, permitieron que el caos se apoderase de Bagdad. Durante tres d¨ªas, los palacios de Sadam fueron saqueados. Los coches de lujo, los sillones, las camas, las l¨¢mparas, las cuberter¨ªas... todo pasaba ante la mirada indulgente de los soldados estadounidenses, que tal vez pretend¨ªan granjearse de esa forma el calor del pueblo. Pero al saqueo de los palacios siguieron el de las gasolineras, las grandes tiendas, el Teatro Nacional, los hospitales, las universidades y el Museo Arqueol¨®gico, que albergaba piezas de m¨¢s de 3.000 a?os de antig¨¹edad, y la destrucci¨®n de la industria petrolera... Sin embargo, el Ministerio de Petr¨®leo, donde se guardaba todo lo relacionado con los yacimientos petrol¨ªferos, se encontraba bien protegido desde el primer momento por los marines.
De repente, el Estado desapareci¨®. Fue disuelto el partido del r¨¦gimen, el Baaz. Precisamente, el actual primer ministro, Nuri al Maliki, dirigi¨® el comit¨¦ de desbaazificaci¨®n. Se desarticul¨® la Guardia Republicana, fuerzas de ¨¦lite de Sadam. Las calles quedaron en manos de los violentos.
La gente acud¨ªa al teniente coronel Jim Chartier a pedirle orden y todo lo que eso implica: alimentos, electricidad, tel¨¦fono, agua, seguridad. El teniente coronel dec¨ªa que en unos cuantos d¨ªas todo volver¨ªa a la normalidad. Misi¨®n imposible una vez desmantelado el Estado. Sobre todo porque muchas medidas aprobadas por Paul Bremer, a cargo de la Autoridad Provisional de la Coalici¨®n -una especie de Gobierno de transici¨®n antes del traspaso formal, aunque limitado, de la soberan¨ªa a un Ejecutivo iraqu¨ª en junio de 2004-, se revelaron casi delirantes. Aprobar una ley para la protecci¨®n de dise?os de microchips no parec¨ªa una prioridad para los iraqu¨ªes.
El 1 de mayo de 2003, el presidente George W. Bush declar¨® el fin de las operaciones militares. Prosiguieron varios a?os m¨¢s. Y lo peor estaba por llegar. En siete a?os han perecido 100.000 civiles iraqu¨ªes, y m¨¢s de un mill¨®n se han exiliado.
El 14 de diciembre, poco despu¨¦s del mediod¨ªa, los tiros al aire empezaron a o¨ªrse en Bagdad. Tres horas despu¨¦s, se anunciaba la captura, la v¨ªspera, de Sadam Husein. La enorme alegr¨ªa que mostraban chi¨ªes y kurdos chocaba con las caras largas de otros muchos iraqu¨ªes, al menos en Bagdad y en las zonas de poblaci¨®n sun¨ª, en el centro de Irak.
Sadam hab¨ªa sido detenido el d¨ªa 13 en una peque?a caseta pocos kil¨®metros al sur de Tikrit, su ciudad natal. Un ejemplar de la novela Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski, estaba sobre un camastro del cuchitril en el que dorm¨ªa. Cuando el dictador escuchaba el ruido de veh¨ªculos militares o recib¨ªa el soplo de sus protectores, se escond¨ªa en un agujero bajo tierra de metro y medio de largo por 80 cent¨ªmetros de altura. Un peque?o ventilador permit¨ªa respirar. Y entonces, con el s¨¢trapa en manos de los militares estadounidenses, se adopt¨® otra decisi¨®n que no sent¨® bien a muchos iraqu¨ªes: difundir el reconocimiento m¨¦dico de Sadam Husein. El doctor examinaba la dentadura del dictador, con barba larga y despeinado. Pocos d¨ªas antes, el ministro de Justicia iraqu¨ª presentaba el tribunal que juzgar¨ªa a Sadam. Se mantuvo en vigor la pena de muerte y se rechaz¨® la formaci¨®n de un tribunal internacional. Fue ahorcado el 30 de diciembre de 2006. El v¨ªdeo de su ejecuci¨®n tambi¨¦n fue difundido.
En mayo de 2004 tambi¨¦n fueron difundidas las fotograf¨ªas de las torturas sufridas por prisioneros en la c¨¢rcel de Abu Ghraib, otro golpe devastador para la imagen de las tropas ocupantes.
En 2006, despu¨¦s de la voladura de una importante mezquita chi¨ª en la ciudad de Samarra, se desat¨® una cruenta guerra civil entre chi¨ªes y sun¨ªes. Durante un par de a?os, el hallazgo de cad¨¢veres asesinados de los modos m¨¢s salvajes -varios occidentales ya hab¨ªan sido degollados por seguidores de Al Qaeda- dej¨® de ser noticia.
Y las armas de destrucci¨®n masiva que supuestamente pose¨ªa el r¨¦gimen iraqu¨ª de Sadam Husein, el argumento principal empleado por la Administraci¨®n de Bush para lanzar la guerra, jam¨¢s aparecieron.
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