Bajo el oprobio
En su conmovedora novela 'Suite francesa', Ir¨¨ne N¨¦mirovsky retrat¨® de forma persuasiva, l¨²cida y sentida los alcances de la barbarie nazi para los seres comunes y corrientes
Ir¨¨ne N¨¦mirovsky conoci¨® el mal, es decir el odio y la estupidez, desde la cuna, a trav¨¦s de su madre, belleza fr¨ªvola a la que la hija recordaba que los seres humanos envejecen y se afean; por eso, la detest¨® y mantuvo siempre a una distancia profil¨¢ctica. El padre era un banquero que viajaba mucho y al que la ni?a ve¨ªa rara vez. Nacida en 1903, en Kiev, Ir¨¨ne se volc¨® en los estudios y lleg¨® a dominar siete idiomas, sobre todo el franc¨¦s, en el que m¨¢s tarde escribir¨ªa sus libros. Pese a su fortuna, la familia, por ser jud¨ªa se vio hostigada ya en Rusia en el tiempo de los zares, donde el antisemitismo campeaba. Luego, al triunfar la revoluci¨®n bolchevique, fue expropiada y debi¨® huir, a Finlandia y Suecia primero y, finalmente, a Francia, donde se instal¨® en 1920. Tambi¨¦n all¨ª el antisemitismo hac¨ªa de las suyas y, pese a sus m¨²ltiples empe?os, ni Ir¨¨ne ni su marido, Michel Epstein, banquero como su suegro, pudieron obtener la nacionalidad francesa. Su condici¨®n de parias sellar¨ªa su ruina durante la ocupaci¨®n alemana.
Ten¨ªa al Tolst¨®i de 'Guerra y paz' como modelo cuando escrib¨ªa su conmovedora novela
La escritora muri¨® gaseada en el campo de exterminio de Auschwitz, Polonia
En los a?os veinte, las novelas de Ir¨¨ne N¨¦mirovsky tuvieron ¨¦xito, sobre todo, David Golder, llevada al cine por Julien Duvivier, le dieron prestigio literario y fueron elogiadas incluso por antisemitas notorios, como Robert Brasillach, futuro colaboracionista de los nazis ejecutado a la Liberaci¨®n. No eran casuales estos ¨²ltimos elogios. En sus novelas, principalmente en David Golder, la autora recog¨ªa a menudo los estereotipos del racismo antijud¨ªo, como su supuesta avidez por el dinero y su resistencia a integrarse en las sociedades de las que formaban parte. Aunque Ir¨¨ne rechaz¨® siempre las acusaciones de ser un t¨ªpico caso del "jud¨ªo que odia a los jud¨ªos", lo cierto es que hubo en ella un malestar y, a ratos, una rabia visceral por no poder llevar una vida normal, por verse siempre catalogada como un ser "otro", debido al antisemitismo, una de las taras m¨¢s abominables de la civilizaci¨®n occidental. Eso explica, sin duda, que colaborara en revistas como Candide y Gringoire, fan¨¢ticamente antisemitas. Ir¨¨ne y Michel Epstein comprobaron en carne propia que no era f¨¢cil para una familia jud¨ªa "integrarse" en una sociedad corro¨ªda por el virus racista. Su conversi¨®n al catolicismo en 1939, religi¨®n en la que fueron bautizadas tambi¨¦n las dos hijas de la pareja, Denise y Elizabeth, no les sirvi¨® de nada cuando llegaron los nazis y dictaron las primeras medidas de "arianizaci¨®n" de Francia, a las que el Gobierno de Vichy, presidido por el mariscal P¨¦tain, prest¨® diligente apoyo.
Ir¨¨ne y Michel fueron expropiados de sus bienes y expulsados de sus trabajos. Ella s¨®lo pudo publicar a partir de entonces con seud¨®nimo, gracias a la complicidad de su editorial (Albin Michel). Como carec¨ªan de la nacionalidad francesa debieron permanecer en la zona ocupada, registrarse como jud¨ªos y llevar cosida en la ropa la estrella amarilla de David. Se retiraron de Par¨ªs al pueblo de Issy-l'?v¨ºque, donde pasar¨ªan los dos ¨²ltimos a?os de su vida, soportando las peores humillaciones y viviendo en la inseguridad y el miedo. El 13 de julio de 1942 los gendarmes franceses arrestaron a Ir¨¨ne. La enviaron primero a un campo de concentraci¨®n en Pithiviers, y luego a Auschwitz, donde fue gaseada y exterminada. La misma suerte correr¨ªa su esposo, pocos meses despu¨¦s.
Las dos peque?as, Denise y Elizabeth, se salvaron de milagro de perecer como sus padres. Sobrevivieron gracias a una antigua ni?era, que, escondi¨¦ndolas en establos, conventos, refugios de pastores y casas de amigos, consigui¨® eludir a la gendarmer¨ªa que persigui¨® a las ni?as por toda Francia durante a?os. La monstruosa abuela, que viv¨ªa como una rica cocotte, rodeada de gigol¨®s, en Niza, se neg¨® a recibir a las nietas y, a trav¨¦s de la puerta, les grit¨®: "?Si se han quedado hu¨¦rfanas, l¨¢rguense a un hospicio!". En su peregrinar, las ni?as arrastraban una maleta con recuerdos y cosas personales de la madre. Entre ellas hab¨ªa unos cuadernos borroneados con letra menudita, de ara?a. Ni Denise ni Elizabeth se animaron a leerlos, pensando que ese diario o memoria final de su progenitora, ser¨ªa demasiado desgarrador para las hijas. Cuando se animaron por fin a hacerlo, 60 a?os m¨¢s tarde, descubrieron que era una novela: Suite francesa.
No una novela cualquiera: una obra maestra, uno de los testimonios m¨¢s extraordinarios que haya producido la literatura del siglo XX sobre la bestialidad y la barbarie de los seres humanos, y, tambi¨¦n, sobre los desastres de la guerra y las peque?eces, vilezas, ternuras y grandezas que esa experiencia catacl¨ªsmica produce en quienes los padecen y viven bajo el oprobio cotidiano de la servidumbre y el miedo. Acabo de terminar de leerla y escribo estas l¨ªneas todav¨ªa sobrecogido por esa inmersi¨®n en el horror que es al mismo tiempo -manes de la gran literatura- una proeza art¨ªstica de primer orden, un libro de admirable arquitectura y soberbia elegancia, sin sentimentalismo ni truculencia, sereno, fr¨ªo, inteligente, que hechiza y revuelve las tripas, que hace gozar, da miedo y obliga a pensar.
Ir¨¨ne N¨¦mirovsky debi¨® ser una mujer fuera de lo com¨²n. Resulta dif¨ªcil concebir que alguien que viv¨ªa a salto de mata, consciente de que en cualquier momento pod¨ªa ser encarcelada, su familia deshecha y sus hijas abandonadas en el desamparo total, fuera capaz de emprender un proyecto tan ambicioso como el de Suite francesa y lo llevara a cabo con tanta felicidad, trabajando en condiciones tan precarias. Sus cartas indican que se iba muy de ma?ana a la campi?a y que escrib¨ªa all¨ª todo el d¨ªa, acuclillada bajo un ¨¢rbol, en una letra min¨²scula por la escasez de papel. El manuscrito no delata correcciones, algo notable, pues la estructura de la novela es redonda, sin fallas, as¨ª como su coherencia y la sincronizaci¨®n de acciones entre las decenas de personajes que se cruzan y descruzan en sus p¨¢ginas hasta trazar el fresco de toda una sociedad sometida, por la invasi¨®n y la ocupaci¨®n, a una especie de descarga el¨¦ctrica que la desnuda de todos sus secretos.
Hab¨ªa planeado una historia en cinco partes, de las que s¨®lo termin¨® dos. Pero ambas son autosuficientes. La primera narra la h¨¦gira de los parisinos al interior de Francia, enloquecidos con la noticia de que las tropas alemanas han perforado la l¨ªnea Maginot, derrotado al Ej¨¦rcito franc¨¦s y ocupar¨¢n la capital en cualquier momento. La segunda, describe la vida en la Francia rural y campesina ocupada por las tropas alemanas. La descripci¨®n de lo que en ambas circunstancias sucede es minuciosa y serena, lo general y lo particular alternan de manera que el lector no pierde nunca la perspectiva del conjunto, mientras las historias de las familias e individuos concretos le permitan tomar conciencia de los menudos incidentes, tragedias, situaciones grotescas, c¨®micas, las cobard¨ªas y mezquindades que se mezclan con generosidades y hero¨ªsmos y la confusi¨®n y el desorden en que, en pocas horas, parece naufragar una civilizaci¨®n de muchos siglos, sus valores, su moral, sus maneras, sus instituciones, arrebatadas por la tempestad de tanques, bombardeos y matanzas.
Ir¨¨ne N¨¦mirovsky ten¨ªa al Tolst¨®i de Guerra y paz como modelo cuando escrib¨ªa su novela; pero el ejemplo que m¨¢s le sirvi¨® en la pr¨¢ctica fue el de Flaubert, cuya t¨¦cnica de la impersonalidad elogia en una de sus notas. Esa estrategia narrativa ella la dominaba a la perfecci¨®n. El narrador de su historia es un fantasma, una esfinge, una ausencia locuaz. No opina, no enfatiza, no juzga: muestra, con absoluta imparcialidad. Por eso, le creemos, y por eso esa historia fagocita al lector y este la vive al un¨ªsono con los personajes, y es con ellos valiente, cobarde, ingenuo, idealista, vil, inteligente, est¨²pido. No solo la sociedad francesa desfila por ese caleidoscopio de palabras, la humanidad entera parece haber sido apresada en esas p¨¢ginas cuya mani¨¢tica precisi¨®n es enga?osa, pues por debajo de ella todo es dolor, desgarramiento, des¨¢nimo, tortura, envilecimiento, aunque, a veces, tambi¨¦n, nobleza, amistad, amor y generosidad. La novela muestra c¨®mo la vida es siempre m¨¢s rica y sutil que las convicciones pol¨ªticas y las ideolog¨ªas y c¨®mo puede a veces sobreponerse a los odios, las enemistades y las pasiones e imponer la sensatez y la racionalidad. Las relaciones que llegan a anudarse, por ejemplo, entre muchachas campesinas y burguesas -entre ellas, algunas esposas que tienen a sus maridos como prisioneros de guerra- y los soldados alemanes, uno de los temas m¨¢s dif¨ªciles de desarrollar, est¨¢n narradas con insuperable eficacia y dan lugar a las p¨¢ginas m¨¢s conmovedoras del libro.
Sobre la Segunda Guerra Mundial y los estragos que ella caus¨®, as¨ª como sobre la irracionalidad homicida de Hitler y el nazismo se han escrito bibliotecas enteras de historias, ensayos, novelas, testimonios y estudios y se han hecho documentales innumerables, muchos excelentes. Yo quisiera decir que, entre todo ese material casi infinito, probablemente nadie consigui¨® mostrar de manera m¨¢s persuasiva, l¨²cida y sentida, en el ¨¢mbito de la literatura, los alcances de aquel apocalipsis para los seres comunes y corrientes, como esta exiliada de Kiev, condenada a ser una de sus v¨ªctimas, que ante la adversidad opt¨® por coger un l¨¢piz y un cuaderno y echarse a fantasear otra vida para vengarse de la vida tan injusta que vivi¨®.
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